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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

Memoria del fuego II (19 page)

BOOK: Memoria del fuego II
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Lejos de Lima, Bolívar yace enfermo en el pueblo costeño de Pativilca.
Por todos lados, escribe entre fiebres, escucho el ruido del desastre… Todo nace a la vida y muere ante mis ojos, como partido por un rayo… Polvo, cenizas, nada.
El Perú entero, menos un par de valles, ha vuelto a manos de España. Los gobiernos independientes de Buenos Aires y Chile han abandonado la causa de la libertad de esta tierra; y ni los propios peruanos parecen muy interesados.

—Y ahora, ¿qué piensa hacer? —pregunta alguien a este hombre maltrecho y

solo.

—Triunfar
—dice Bolívar.

(53, 202 y 302)

1824 - Montevideo
Crónicas de la ciudad desde el sillón del barbero

Ninguna brisa hace tintinear la jofaina de latón que cuelga de un alambre, sobre el hueco de la puerta, anunciando que aquí se rapan barbas, se arrancan muelas y se aplican ventosas.

Por pura costumbre, o por sacudirse los sopores del verano, el barbero andaluz discursea y canta mientras termina de cubrir de espuma la cara de un cliente. Entre frases y fandangos, susurra la navaja. Un ojo del barbero vigila la navaja, que se abre paso en el merengue, y el otro vigila a los montevideanos que se abren paso por la calle polvorienta. Más corta la lengua que la navaja, y no hay quien se salve del despelleje. El cliente, prisionero del barbero mientras dura la afeitada, mudo, inmóvil, escucha la crónica de costumbres y sucesos y de vez en cuando intenta seguir, con el rabillo del ojo, a las fugaces víctimas.

Pasa un par de bueyes, llevando una muerta al camposanto. Tras la carreta, un monje desgrana el rosario. Hasta la barbería llegan los sones de alguna campana que por rutina despide a la difunta de tercera clase. La navaja se para en el aire. El barbero se persigna y de su boca salen palabras sin ánimo desollador:

—Pobrecilla. Nunca fue feliz.

El cadáver de Rosalía Villagrán está atravesando la ciudad ocupada por los enemigos de Artigas. Hacía mucho que ella creía que era otra, y creía que vivía en otro tiempo y en otro mundo, y en el hospital de la Caridad besaba las paredes y discutía con las palomas. Rosalía Villagrán, la esposa de Artigas, ha entrado en la muerte sin una moneda para pagarse el ataúd.

1824 - Llano de Junín
La batalla callada

Bolívar reconstruye su ejército, magias de su porfiado coraje, y triunfa en la llanura peruana de Junín. Los mejores jinetes del mundo cargan a sable y lanza y arrasan. No suena un balazo en toda la batalla.

En el ejército americano se mezclan gauchos de las orillas del río de la Plata, huasos de Chile y llaneros de la Gran Colombia, que pelean con las riendas atadas a las rodillas; patriotas peruanos y ecuatorianos, héroes de San Lorenzo y Maipú, Carabobo y Pichincha. Llevan los hombres lanzas de Guayaquil y ponchos de Cajamarca y los caballos monturas de Lambayeque y herraduras de Trujillo. También siguen a Bolívar ingleses, alemanes, franceses y hasta españoles ganados por el Nuevo Mundo, europeos veteranos de lejanas guerras en el Guadiana o el Rin o el Sena.

Mientras muere el sol, se apaga la vida de los heridos. En la tienda de Bolívar agoniza el teniente coronel Sowersby, un inglés que había acompañado a Napoleón en Borodino; y no lejos de allí un perrito aúlla junto al cuerpo de un oficial español. El perrito ha corrido durante toda la batalla de Junín, siempre pegado al caballo de su amigo. Ahora el general Miller quiere atraparlo o echarlo y no hay manera.

1825 - La Paz
Bolivia

La bandera imperial cae rendida a los pies de Antonio José de Sucre, general a los veintitrés años, gran mariscal a los treinta, el oficial preferido de Bolívar. La fulminante batalla de la pampita de Ayacucho liquida el poder español en el Perú y en todo el continente.

Cuando la noticia llega a Lima, Bolívar salta sobre la mesa del comedor y baila pisando platos y rompiendo copas y botellas.

Después cabalgan juntos, Bolívar y Sucre, bajo los arcos triunfales de la ciudad de La Paz. Allí nace un país. El Alto Perú, que había integrado el virreinato de Lima y el de Buenos Aires, se llama ahora República Bolívar, y se llamará Bolivia, para que sus hijos perpetúen el nombre del libertador.

José Mariano Ruyloba, fraile de altas dotes oratorias, muy pico de oro, había preparado una gran alocución de bienvenida. Quiso el destino que Ruyloba muriera antes de que Bolívar pudiera escucharla. La alocución estaba redactada en lengua griega.

(202)

1825 - Potosí
Láminas escolares: el Héroe en la cumbre

En Potosí, Bolívar sube a la cumbre del cerro de plata. Habla Bolívar, hablará la Historia:
Esta montaña cuyo seno es el asombro y la envidia del Universo…
Al viento las banderas de las nuevas patrias y las campanas de todas las iglesias.
Yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo…
Mil leguas abarcan los brazos de Bolívar. Los valles multiplican las salvas de los cañones y el eco de las palabras:
…con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad desde las ardientes y lejanas playas…
Hablará la Historia del prócer en la altura. Nada dirá de las mil arrugas en la cara de este hombre, todavía no usada por los años pero tajeada hondo por amores y dolores. La Historia no se ocupará de los potros que le galopan en el pecho mientras abraza la tierra como si fuera mujer, desde los cielos de Potosí. La tierra como si fuera esa mujer: la que le afila las espadas y de una mirada lo desnuda y lo perdona. La que sabe escucharlo por debajo del trueno de los cañones y los discursos y las ovaciones, cuando él anuncia:
Tú estarás sola, Manuela. Y yo estaré solo, en medio del mundo. No habrá más consuelo que la gloria de habernos vencido.

(53, 202 y 238)

La deuda inglesa vale un Potosí

Caminan agachadas las colonias españolas que nacen a la vida independiente. Desde el primer día arrastran una pesada piedra colgada del pescuezo, piedra que crece y agobia:
la deuda inglesa,
nacida del apoyo británico en armas y soldados, se multiplica por obra de usureros y mercaderes. Los prestamistas y sus intermediarios, sabios en artes de alquimia, convierten cualquier guijarro en joya de oro; y los comerciantes británicos encuentran en estas tierras sus más lucrativos mercados. Los nuevos países, temerosos de la reconquista española, necesitan el reconocimiento oficial de Inglaterra; pero Inglaterra no reconoce a nadie sin previa firma de un Tratado de Amistad y Comercio que asegure libertad de invasión a sus mercancías industriales.

Aborrezco más las deudas que a los españoles
, escribe Bolívar al general colombiano Santander, y le cuenta que por pagarlas ha vendido a los ingleses las minas de Potosí en dos millones y medio de pesos. Además, escribe,
he indicado al gobierno del Perú que venda en la Inglaterra todas sus minas, todas sus tierras y propiedades y todos los demás arbitrios del gobierno, por su deuda nacional, que no baja de veinte millones.

El Cerro Rico de Potosí, venido a menos, pertenece ahora a una empresa de Londres, la fantasmal
Potosí, La Paz and Peruvian Mining Association.
Como sucede con otros delirios en plena fiebre de especulación, el nombre es más largo que el capital: la empresa anuncia un millón de libras, pero reúne cincuenta mil.

(40, 172 y 234)

La maldición del cerro de plata

Poca plata da Potosí, que tanta plata ha dado. El cerro no quiere.

Durante más de dos siglos, el cerro escuchó gemir a los indios en sus entrañas. Los indios, los condenados de los socavones, le suplicaban que agotara sus vetas. Y por fin el cerro maldijo la codicia.

Desde entonces, misteriosas caravanas de mulas llegaban en las noches, se metían en el cerro y se llevaban, a escondidas, los cargamentos de plata. Nadie podía verlas, nadie podía atraparlas; y el cerro se fue vaciando noche a noche.

Cuando alguna mula se quebraba una pata, porque era mucho el peso del mineral, algún escarabajo amanecía cojeando penosamente en el camino.

(247)

1826 - Chuquisaca
Bolívar y los indios

Jamás se cumplieron las leyes en las colonias españolas de América. Buenas o malas, nunca existieron las leyes en la realidad —ni las muchas cédulas reales que protegían a los indios, y que al repetirse confesaban su impotencia, ni las ordenanzas que prohibían la circulación de judíos o novelas. Esta tradición no impide que los criollos ilustrados, generales o doctores, crean que la Constitución es la pócima infalible de la felicidad pública.

Simón Bolívar borda constituciones con fervor. Ahora eleva al Congreso un proyecto de Constitución para la nueva república que lleva su nombre. Según el texto, en Bolivia habrá presidente vitalicio y tres cámaras legislativas: la de tribunos, la de senadores y la de censores,
que tiene alguna semejanza,
dice Bolívar,
con la del areópago de Atenas y la de los censores de Roma.

No tendrán derecho de voto quienes no sepan leer. O sea: sólo tendrá derecho de voto un puñado de selectos varones. Casi todos los bolivianos hablan quechua o aymara, ignoran la lengua castellana y no saben leer.

Como en Colombia y en Perú, Bolívar ha decretado en el nuevo país la abolición del tributo indígena y del trabajo forzado de los indios; y ha dispuesto que se divida la tierra de las comunidades en lotes privados. Y para que los indios, inmensa mayoría del país, puedan recibir las luces europeas de la Civilización, Bolívar ha traído a Chuquisaca a su viejo maestro, Simón Rodríguez, con orden de fundar escuelas.

(42 y 172)

1826 - Chuquisaca
Maldita sea la imaginación creadora

Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, ha regresado a América. Un cuarto de siglo anduvo don Simón al otro lado de la mar: allá fue amigo de los socialistas de París y Londres y Ginebra; trabajó con los tipógrafos de Roma y los químicos de Viena y hasta enseñó primeras letras en un pueblito de la estepa rusa.

Tras el largo abrazo de la bienvenida, Bolívar lo nombra director de educación en el país recién fundado.

Con una escuela modelo en Chuquisaca, Simón Rodríguez inicia su tarea contra las mentiras y los miedos consagrados por la tradición.

Chillan las beatas, graznan los doctores, aúllan los perros del escándalo: horror: el loco Rodríguez se propone mezclar a los niños de mejor cuna con los cholitos que hasta anoche dormían en la calle. ¿Qué pretende? ¿Quiere que los huérfanos lo lleven al cielo? ¿O los corrompe para que lo acompañen al infierno? En las aulas no se escucha catecismo, ni latines de sacristía, ni reglas de gramática, sino un estrépito de sierras y martillos insoportable a los oídos de frailes y leguleyos educados en el asco al trabajo manual.
¡Una escuela de putas y ladrones!
Quienes creen que el cuerpo es una culpa y la mujer un adorno, ponen el grito en el cielo: en la escuela de don Simón, niños y niñas se sientan juntos, todos pegoteados; y para colmo, estudian jugando.

El prefecto de Chuquisaca encabeza la campaña
contra el sátiro que ha venido a corromper la moral de la juventud.
Al poco tiempo, el mariscal Sucre, presidente de Bolivia, exige a Simón Rodríguez la renuncia, porque no ha presentado sus cuentas con la debida prolijidad.

(296 y 298)

Las ideas de Simón Rodríguez: «Para enseñar a pensar»

Hacen pasar al autor por loco. Déjesele trasmitir sus locuras a los padres que están por nacer.

Se ha de educar a todo el mundo sin distinción de razas ni colores. No nos alucinemos: sin educación popular, no habrá verdadera sociedad.

Instruir no es educar. Enseñen, y tendrán quien sepa; eduquen, y tendrán quien haga.

Mandar recitar de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos. No se mande, en ningún caso, hacer a un niño nada que no tenga su «porque» al pie. Acostumbrado el niño a ver siempre la razón respaldando las órdenes que recibe, la echa de menos cuando no la ve, y pregunta por ella diciendo: ««¿Por qué?». Enseñen a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el porqué de lo que se les manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos.

En las escuelas deben estudiar juntos los niños y las niñas. Primero, porque así desde niños los hombres aprenden a respetar a las mujeres; y segundo, porque las mujeres aprenden a no tener miedo a los hombres.

Los varones deben aprender los tres oficios principales: albañilería, carpintería y herrería, porque con tierras, maderas y metales se hacen las cosas más necesarias. Se ha de dar instrucción y oficio a las mujeres, para que no se prostituyan por necesidad, ni hagan del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia.

Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.

(297)

1826 - Buenos Aires
Rivadavia

En la cresta de las barrancas del Plata, sobre la costa barrosa del río, se alza el puerto que usurpa la riqueza de todo el país.

En el Coliseo de Buenos Aires, el cónsul británico ocupa el palco del virrey de España. Los patricios criollos usan palabras de Francia y guantes de Inglaterra; y así se deslizan por la vida independiente.

Desde el Támesis fluye el torrente de mercancías fabricadas, sobre moldes argentinos, en Yorkshire o Lancashire. En Birmingham imitan al detalle la tradicional caldera de cobre, para calentar el agua del mate, y se producen estribos de palo, boleadoras y lazos al uso del país. Mal pueden resistir la embestida los talleres y telares de las provincias. Un solo buque trae veinte mil pares de botas a precio de ganga y un poncho de Liverpool cuesta cinco veces menos que uno de Catamarca.

Los billetes argentinos se imprimen en Londres y el Banco Nacional, con mayoría de accionistas británicos, monopoliza la emisión. A través de este banco opera la River Plate Mining Association, que paga a Bernardino Rivadavia un sueldo anual de mil doscientas libras.

Desde un sillón que será sagrado, Rivadavia multiplica la deuda pública y las bibliotecas públicas. El ilustrado jurista de Buenos Aires, que anda en carroza de cuatro caballos, dice ser presidente de un país que él ignora y desprecia. Más allá de las murallas de Buenos Aires, ese país lo odia.

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