Más Allá de las Sombras (63 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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—¿A cuánto está de nosotros? —preguntó Logan, con la garganta atenazada. Ya entendía por qué Garuwashi se había obstinado tanto en que los mil que cruzaran a escondidas la Marca Muerta fueran ceuríes. Era un servicio a Logan. Separados del mando, no sabrían que su líder había sido deshonrado, de modo que seguirían combatiendo.

—Llegarán mañana por la noche.

—Podemos detenerlos en los pasos —dijo Logan—. Hay puntos estrechos...

—Tiene veinte mil sa’ceurai. Mis hombres se preguntarían por qué estamos luchando contra el regente, que solo desea ver la Espada del Cielo. Aun sin él, esperarán que los dirija a la batalla. Esta es mi última noche.

Se volvieron al oír que un hombre carraspeaba en la escalera. Era casi tan grande como Logan, no tan alto pero ancho como un buey. Tenía algo de grasa, pero era solo una fina capa sobre unos músculos duros como la piedra.

—Quizá no, mi señor —dijo Feir, agachando la cabeza—. ¿Sería mucho pedir que alguno de los dos tuviera un rubí grande?

Se miraron entre ellos, y Logan captó una esperanza endeble y peregrina en los ojos de Lantano Garuwashi. Sabía que aquel hombre se mataría sin pensárselo dos veces en caso de que fuera necesario, pero no había nada en él que deseara la muerte.

—¿No? —preguntó Feir—. Maldición. En fin, espero que encontremos a alguien con buena mano para las ilusiones. —El grandullón dio un paso al frente y desenvolvió un fardo para revelar una espada—. Mi señor, os entrego a Ceur’caelestos.

Capítulo 85

Vi y trescientas de las magas de guerra más en forma lograron atravesar el ramal oriental del paso una hora antes del amanecer. Por desgracia, estar más en forma no quería decir tener más Talento. La travesía había durado más de lo que nadie se esperaba. Conducir a ocho mil mujeres, la mayoría entradas en años y todas ellas más que dispuestas a compartir su opinión, a través de las montañas había sido una pesadilla. La mayor parte de las demás llegaría en algún momento de la jornada, pero una cifra considerable no se les uniría hasta el día siguiente o el otro. Por mucho que sus cuerpos aparentaran varias décadas menos, unas mujeres de ochenta y noventa años sencillamente no aceptaban las prisas. Vi pensaba que, si no volvía a ver a otra mujer en su vida, se consideraría afortunada.

Después de un encontronazo con unos centinelas que se había terminado cuando Vi los levantó del suelo con su Talento y les dio un meneo, la llevaron directamente ante el rey Gyre. Estaba entre sus hombres, tranquilizándolos con su presencia, y, al acercarse, Vi se lo encontró asegurando las correas de las hombreras de un joven jinete. Carraspeó y el rey se volvió.

Vi había oído hablar de Logan de Gyre, por supuesto, pero verlo era harina de otro costal. Era tal vez el hombre más alto que hubiese conocido nunca, aunque estaba perfectamente proporcionado. Con su coraza esmaltada de blanco y decorada con un halcón gerifalte dorado que rompía un círculo con las alas, era la viva imagen de un rey joven y enérgico en guerra. Era musculoso, mantenía una pose erguida y, aunque hablaba sabiendo que había miradas puestas en él, no parecía regodearse en ello. También tenía algo raro en el antebrazo derecho. Parecía más brillante que el otro, por algún motivo.

—Mi señora —saludó, con un gesto de la cabeza—. ¿Puedo hacer algo por vos?

Vi dejó de mirarlo como una lela.

—Soy Vi Sovari de la Capilla. Traigo trescientas magas, y setecientas más para mañana. Hemos venido a ayudaros.

—Gracias, me atrevería a decir que tendremos necesidad de sanadoras, pero tantas...

—Majestad, somos magas de guerra.

—Magas de guerra. —El rey abrió mucho los ojos.

—Nos hemos retractado de los Acuerdos con miras a ayudaros.

Logan se pasó una mano por el pelo rubio.

—Eso cambia las cosas... Ellos tienen unos dos mil meisters y doscientos vürdmeisters. Nosotros contamos con diez magos ¿Cómo podéis ayudarme?

—¿Dos mil? —Vi desesperó—. Si lanzan dos mil meisters contra nosotras antes de que llegue el resto de mis hermanas, seremos pasto de los gusanos en una hora.

—Es posible que haya alejado a la mitad de ellos. ¿Cuánto tiempo podríais aguantar vos y vuestras trescientas contra mil?

—Podríamos apañárnoslas, y algunas de las hermanas deberían llegar a lo largo del día. Mis magas de guerra son buenas sobre todo en la magia defensiva, majestad.

—Bien, entonces quiero que la mitad de vosotras defendáis el puente Negro y la presa. Repartid a las demás a lo largo de las líneas. —Un mensajero se acercó al trote y Logan levantó un dedo para detenerlo—. Ah, y gracias, hermana. Vuestra ayuda es desesperadamente necesaria y sumamente apreciada. Confío en que volvamos a hablar esta tarde.

—No se merecen, y... majestad, sé que erais amigo de Kylar. Estará aquí.

Logan adoptó una expresión extraña.

—Sí —dijo—, estoy seguro de que estará.

Vi había tomado posiciones con ciento cincuenta de sus hermanas en el puente Negro, casi a la sombra de la gran presa, cuando cayó en la cuenta de lo que significaba esa expresión. Logan creía que Vi se refería a que Kylar estaría presente en espíritu. Logan aún pensaba que Kylar estaba muerto.
Estúpida, Vi, estúpida.

* * *

Logan y Garuwashi estaban sobre sus monturas en el gran mercado cuando los primeros rayos del alba revelaron a los ejércitos del rey dios formados ante los suyos.

—Han picado —dijo Logan—. Habrán enviado unos quince mil hombres a Reigukhas. Anoche tenían seis mil hombres más que nosotros. Ahora tienen diez mil menos.

Lantano Garuwashi sonrió.

—Solo dos cosas pueden acabar con nosotros ahora.

—¿La magia?

—Y unos jóvenes tan ebrios de gloria que olviden la disciplina —completó Garuwashi.

—Entonces, ¿cuándo atacamos? —preguntó Logan.

—Ya.

* * *

Todavía reinaba la oscuridad en la tienda real. Dorian pasó una mano por el hombro desnudo de Jenine, la bajó por su espalda y llegó a la cadera. Su belleza lo desgarraba. No debería haberla llevado allí. Era demasiado peligroso, en demasiados sentidos. No dormía, pero lo fingía por él. Sabía lo mucho que disfrutaba mirándola. Inhaló la fragancia de su pelo una vez más y se sentó. Empezó a vestirse.

—Ese ejército es cenariano —dijo Jenine en la oscuridad—. Son mi pueblo.

—Sí —reconoció Dorian.

—¿Cómo es que me encuentro en el campamento de mi enemigo, mi señor?

—¿Te has preguntado alguna vez lo que pasaría si alguien declarase una guerra y no acudiera nadie?

—¿Qué quieres decir?

—No tengo ninguna intención de matar cenarianos —dijo Dorian—, aunque es comprensible que ellos no se lo crean. Estamos aquí solo para destruir a Neph y Moburu. Al amanecer nuestros emisarios harán saber a los cenarianos que no atacaremos, pero no creo que debamos preocuparnos por ellos. Ya han adoptado una posición defensiva, al igual que nosotros. Esperarán hasta que nos vean retirarnos, y entonces se irán a casa.

Jenine se levantó y Dorian no pudo por menos que disfrutar de su belleza. Lo asaltó el familiar arrebato de deseo con un deje de pánico. Quería agarrarla y hacer el amor con frenesí, en ese mismo instante, como si pudiera no disponer de otra oportunidad. Sin embargo, ya casi había amanecido, había cosas que necesitaba hacer.

—Mi pueblo está resentido por los excesos de tu padre, y los acompaña ese salvaje de Lantano Garuwashi. Dicen que se baña en sangre. ¿Qué haremos si nos atacan ellos? Yo seré nuestra emisaria —propuso Jenine—. A mí me creerán.

—¡No! —exclamó Dorian.

—¿Por qué no?

—Es peligroso.

—No atacarán a una mujer que se les acerque bajo bandera blanca. Además, mejor ponerme en peligro a mí que a cuarenta mil vidas.

—No es eso —dijo Dorian, pensando a marchas forzadas—. Tu presencia podría precipitar la guerra, amor mío. ¿Qué hará Terah de Graesin, por mucha bandera blanca que haya, si te ve viva? Tu vida sería la muerte de todo su poder. La gente hace cosas horribles para conservar lo que ama, Jenine. —La verdad era que, si enviaba a Jenine con Logan, la amenaza de un ataque cenariano terminaría en un segundo... igual que su matrimonio.

A menos que... ¿Y si Jenine lo elegía a él? Apenas había conocido a Logan. Lo que Dorian había construido con ella era...
¿Real? Está levantado sobre una mentira. Ay, Solon, ¿qué dirías si pudieras verme ahora?

—Tienes razón, mi señor marido. Es solo que me gustaría poder ayudar en algo.

Dorian la besó.

—No te preocupes. Todo saldrá bien.

Salió por la entrada de la tienda de campaña y vio a un joven sudoroso que obviamente le llevaba un mensaje y al que no menos obviamente le daba demasiado miedo despertar a un rey dios.

—¿Qué sucede? —preguntó Langor con decisión.

—Santidad, el maestre de campo desea que os informe de que el ataque a Reigukhas fue un señuelo. Nuestros espías se equivocaban. Los cenarianos nos superan ahora en más de diez mil hombres y... su santidad, están atacando.

Capítulo 86

Luchar con aquella maldita túnica iba a ser un tormento, pero Vi se alegraba de no haberse puesto su escandalosa ropa de ejecutora. Bueno, sí que la llevaba, pero debajo de las vestiduras. Ir a la batalla sin sus grises de faena sería como hacerlo con el pelo suelto.

Un joven más ancho que alto situó su caballo al costado del de ella. Un mago, lo notó.

—Feir Cousat —se presentó el recién llegado—. ¿Eres Vi?

Vi asintió. Estaban situados a diez filas del frente, tras los piqueros y soldados con escudos que protegían el puente de delante de la presa. Desde su posición elevada tenían a la vista todo el valle.

Los hombres de Garuwashi, abajo en el mercado, izaron una bandera. La tercera vez que ondeó, los ceuríes empezaron a marchar hacia el río. Lantano Garuwashi en persona cabalgaba junto a la vanguardia y, cuando desenvainó su espada, esta brilló a la tenue luz. Sonaron vítores.

Vi entrecerró los ojos para mirar la espada. Había algo raro en ella.

—¿Qué pasa? —preguntó Feir.

—El brillo... ¿La hiciste tú?

—¡¿Qué?! ¿Ves eso desde aquí?

—Es que se parece a ti. Obra tuya, vamos. No lo sé.

Los montañeses que constituían el centro de la línea khalidorana fueron lentos en reaccionar. No hicieron nada hasta que la mitad de los cinco mil de Garuwashi habían llegado ya a la orilla opuesta.

—¿Qué hacen? —preguntó Feir—. Los khalidoranos no han disparado ni una flecha.

Entonces los montañeses empezaron a avanzar a paso ligero.

La bandera de Garuwashi bajó cuando los montañeses estaban a treinta pasos, y un chillido estridente surgió de cada garganta ceurí. Entre gritos, cargaron. Los sa’ceurai corrían como un solo hombre con sus largas espadas apuntando hacia atrás como una estela y la otra mano extendida hacia delante. Carga era un término que pecaba de poco elegante.

Entonces las líneas chocaron. El montañés medio era más alto y fornido que el ceurí medio, pero cuando el eco del fragor metálico de las armas y las armaduras llegó hasta el punto desde el que Vi observaba, fueron los montañeses quienes cayeron en una proporción de diez a uno. Los sa’ceurai blandieron sus espadas de abajo arriba o de arriba abajo, o fintaron y en vez de eso acometieron a los montañeses con el hombro.

—Los mejores combatientes en solitario del mundo —dijo Feir—. Allí abajo hay el doble de montañeses, y fíjate.

En cuestión de minutos, el resto de los sa’ceurai habían logrado cruzar. Como Feir había dicho, ambos bandos luchaban hombre a hombre, fragmentados en un millar de duelos, aunque ni unos ni otros hacían ascos a darle un tajo en la pierna a un enemigo que estuviera de espaldas. Pese a la aparatosidad que hacía que la armadura esmaltada de los sa’ceurai pareciese pesada, los hombres bailaban.

Lantano Garuwashi lo presidía todo, repartiendo muerte cada vez que un montañés se abría paso entre las líneas para llegar hasta él, pero ante todo observando. El aire a su alrededor destellaba y chisporroteaba, y Vi supuso que eran las flechas o hechizos que los khalidoranos le disparaban. Un mago con pinta de aterrorizado, a lomos de un caballo justo detrás de Garuwashi, hacía gestos constantes mientras protegía al adalid.

Vi distinguió el efecto de los meisters antes de ver a los brujos en sí. Las líneas de los sa’ceurai parecieron retroceder como si los hubiesen golpeado a todos a la vez. Entonces vio la andanada de bolas de fuego verde que trazaban una parábola por encima de los montañeses para estallar entre los sa’ceurai, donde sus llamas se volvían azules al entrar en contacto con la carne y chisporrotear, provocando una nube de humo negro que se elevaba desde un centenar de cuerpos ardientes.

En ese instante, el avance de los sa’ceurai vaciló. Lantano Garuwashi hacía gestos frenéticos de avance con la mano y su portaestandarte hacía ondear una bandera como un poseso, pero sus hombres retrocedían. Una docena de bolas de fuego verdes reventaron contra los escudos de Garuwashi, que estuvieron a punto de venirse abajo. El ceurí tiró fuerte de las riendas de su caballo para hacerle volver hacia el río y se unió a sus hombres en la retirada, moviendo las manos y e insultándolos sin parar.

Los montañeses prorrumpieron en gritos y se lanzaron al frente. Habían vencido a los ceuríes.

Sin embargo, desde la retaguardia, donde los khalidoranos no alcanzaban a ver, se apreciaba algo muy raro. Por bien que los de las primeras filas hacían grandes gestos de pánico, ninguno tiraba las armas en su huida. Los sa’ceurai más cercanos al río enfundaban sus espadas y transportaban con calma a los heridos por parejas. Los frenéticos ademanes de Lantano Garuwashi, los banderazos —no había sido la misma bandera que había usado para el avance, ¿verdad?—... Todo era un montaje.

—¡Que vienen los paliduchos! —gritó alguien.

Al otro lado del puente, delante de Vi, cientos de soldados khalidoranos corrían a sus puestos. Sus arqueros dispararon una descarga de flechas. Feir levantó las manos y una lámina azul transparente de magia se tendió por encima de los cenarianos, cubriendo a los que ocupaban el pie del puente. Las primeras flechas golpearon el escudo y, para sorpresa de Vi, no estallaron en llamas. En lugar de eso, se clavaron en el escudo como si fuese un alfiletero hasta atravesarlo y, despojadas de toda velocidad, cayeron a plomo el último metro y medio hasta las tropas de Cenaria.

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