Read Más Allá de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—No doy la mano a pescados —dijo Lantano Garuwashi.
Hideo Mitsurugi bufó, pero nadie más dijo una palabra.
De repente, el comportamiento atropellado y —a ojos de Feir— nervioso de Solon se transformó. Había cotorreado para llegar hasta Lantano Garuwashi, pero ahora que contaba con su atención adoptó una paciencia absoluta.
—A mí me parece —dijo— que un hombre nacido con una espada de hierro no debería despreciar la amistad de los reyes.
Un silencio sepulcral se impuso en el pabellón. Nadie le hablaba así a Lantano Garuwashi. Solon prosiguió:
—No tenéis rival cuando se trata de derramar sangre, Lantano Garuwashi. Si murierais hoy, vuestro único legado sería la sangre. ¿No preferirías que vuestro legado fuese el de un hombre que derramó sangre para apagar los fuegos de la guerra? ¿Pueden las manos de un carnicero convertirse en las de un carpintero? Como rey hermano, os pregunto una vez más, y solo una: ¿aceptaréis la mano de la amistad? —Solon se quedó inmóvil con el brazo extendido.
Era una pregunta extraña para hacérsela a un hombre condenado. Feir esperaba que Garuwashi escupiese a Solon en la cara, pero el ceurí se puso en pie.
—Que haya paz entre nosotros —dijo, y estrechó la mano de Solon.
Feir, que estaba sentado junto a ellos y cuya corpulencia ocultaba los sucesos a la mayor parte de la mesa, captó una repentina confusión en los ojos de Lantano Garuwashi. El ceurí retiró la mano del apretón de Solon con un dedo todavía pegado a la palma, ocultando algo. Después posó esa mano en el pomo de Ceur’caelestos. Con un levísimo chasquido, algo encajó en su sitio, y Feir lo comprendió. ¡Dioses!
El más grande rojo al dragón dará corazón y cabeza.
Feir había deducido que se refería al rubí rojo más grande, y era así, pero también hacía referencia al más grande mago rojo: Solon.
Garuwashi desenfundó su espada con un movimiento veloz y la colocó sobre la mesa con un golpetazo.
En el pomo ardía un rubí perfecto, rojísimo, y en él danzaba una magia profunda, aunque Feir no lo hubiera encantado con ninguna trama. La hoja de mistarillë presentaba líneas de temple como cualquier hoja de acero doblado, pero las suyas centelleaban como diamantes, brillantes y luego transparentes, de tal modo que permitían ver a través de la hoja hasta el corazón de la magia. Ante las miradas de los presentes, todas esas ondulaciones diamantinas se fueron difuminando como una lenta onda expansiva para adoptar una transparencia más pura cuando los dragones gemelos escupieron fuego. La llamarada floreció en una gruesa columna que recorrió desde la empuñadura hasta la punta misma de la espada. Feir notó su calor en la cara.
Había creado algo que lo superaba. Era un gran herrero, pero no tanto. Sobrecogido, se volvió hacia Solon. El flamante rey Tofusin le sonrió.
—Llamadme fraude o llamadme rey —dijo Lantano Garuwashi y, si había un temblor de maravilla en su voz, nadie lo notó llevado por la suya propia.
Hideo Mitsurugi estaba boquiabierto.
—Lantano Garuwashi, os declaro...
—¡Mi señor! —interrumpió el mago de la corte.
Mitsurugi dio su brazo a torcer.
—Mis ancestros han esperado este día durante siglos. Lo hemos deseado y temido. Quizá los regentes más que nadie. Ha habido intentos de engaño, de modo que la espada del regente contiene una prueba. Os ruego que me disculpéis, doen-Lantano, pero es mi deber.
Desenfundó su espada con incrustaciones de rubíes y retorció con fuerza el puño. Se oyó un chasquido y el regente separó la mitad de la empuñadura. Dentro había un fino pergamino entretejido con hechizos de conservación. Mitsurugi lo leyó, moviendo los labios mientras descifraba el lenguaje antiguo.
—Lantano Garuwashi, extinguid los fuegos de la hoja.
Garuwashi cogió la espada y los fuegos murieron. ¿Cómo sabía la manera de hacerlo?
—Necesito una vela —dijo Mitsurugi, y alguien deslizó una por la mesa hacia él. La asió y la acercó a la hoja.
El terror cortó la respiración de Feir. Mitsurugi acercó la vela al punto mismo en el que había escondido su vanidad, su marca de herrero. Los martillos de guerra cruzados prácticamente saltaron del metal.
Mitsurugi suspiró.
A Feir se le paró el corazón. El regente dijo:
—Hasta en los martillos de guerra cruzados de Oren Razin, la hoja es real. Esta espada es Ceur’caelestos. Lantano Garuwashi, sois el rey perdido de Ceura. Los sa’ceurai estamos a vuestras órdenes.
Real. No una falsificación. Los mismos detalles que la diferenciaban de Curoch eran lo que había convencido al regente de que la espada de Feir era real. Sentía flojera en las extremidades. Tuvo un solo momento para pensar:
Qué embarazoso, no me digas que me desmayaré...
.
Entonces se desmayó.
Tras el desvanecimiento de Feir, por cuyos motivos Ariel se preguntó, el odioso gran maestre lae’knaught Julus Rotans por fin logró superar a los sa’ceurai y entrar en la tienda. Hideo Mitsurugi deseaba abandonar el consejo de inmediato y anunciar que Ceura había encontrado a su rey, pero Logan le había pedido que esperase. Ariel aún no sabía por qué.
Julus Rotans rondaba los cincuenta años y todavía conservaba un tipo esbelto y militar y unos rasgos de alitaerano de pura cepa. Llevaba un tabardo blanco con el emblema del sol y una capa blanca con doce galones dorados. La hermana Ariel no distinguió ningún detalle más: el hombre emitía un aura tan profunda de mala salud que estuvo a punto de vomitar. No se quitó los guanteletes al sentarse, y por suerte no tenía llagas abiertas en la cara, pero Julus Rotans era un leproso. Peor aún, su variedad de lepra era la más sencilla de sanar con el Talento. Hasta la hermana Ariel podría hacerlo, pero requeriría magia.
—Bueno, ya estabais todos aquí —dijo Julus Rotans—. Ya veo. No hay necesidad de incluir a los lae’knaught en la planificación, ¿verdad? Lanzadnos contra la línea más gruesa del enemigo y, vivamos o muramos, salís ganando.
Logan de Gyre no parecía inquieto.
—Gran maestre, os he ofendido —dijo—. Vuestros representantes me dijeron que era injusto e imprudente, a decir verdad, creo que la palabra fue
estúpido
, que asumiera el control directo de vuestros hombres. Disculpadme. Me preocupaba que me traicionasen. Eso fue indigno de mí, y en verdad estúpido.
El gran maestre entrecerró los ojos, receloso. Todos los demás observaban con atención.
—Hoy, a causa del terreno, vuestros hombres no han combatido, pero mañana confiaremos en vosotros. Vuestras pérdidas pueden ser significativas. Sois nuestra única caballería pesada, y en efecto defenderéis el centro. Han corrido... desagradables rumores de que vuestros hombres desean retirarse y dejar que
todos esos brujos
se maten entre ellos. —Logan suspiró—. Sé que os sentís forzado a estar aquí, gran maestre Rotans, de modo que deseo liberaros de esa obligación. Y lo hago como sigue: gran maestre, os concedo libremente los quince años de usufructo de las tierras cenarianas. Por la presente os eximo de presentar un ejército y ponerlo a mi servicio.
—¿Qué? —preguntó el gran maestre. No era el único incrédulo de la mesa. Sin los cinco mil lae’knaught, los ejércitos se verían seriamente debilitados.
Logan levantó un dedo y el gran maestre enderezó la espalda, convencido de que llegaba el truco.
—Solo os pido que, si deseáis retiraros de este combate, declaréis vuestras intenciones de inmediato para que sepamos cuánto nos queda de nuestro ejército.
El gran maestre Rotans se pasó la lengua por los labios.
—¿Eso es todo?
Era una petición demasiado justa para que protestase. Logan no quería que los lae’knaught pusieran en liza un ejército y luego desapareciesen ante la primera carga khalidorana. Todavía parecía perplejo, de modo que aún no había visto los dientes a la oferta de Logan, y el condenado imbécil estaba a punto de hablar. Iba a aceptar si Ariel no hacía algo.
—Soy solo una mujer —dijo la hermana—, pero a mí me parece que una cobardía semejante os complicaría el reclutamiento en varios países. Veamos. Cenaria, por supuesto, se sentirá traicionada. Ceura también. Ah, y dudo que el pretor se lleve una buena impresión, de modo que Alitaera también, sin duda; esa duele perderla. Puede que Waeddryn y Modai sigan enviando reclutas; es una pena que sean tan pequeños.
—Y su pueblo tan históricamente reacio a morir por la luz de la razón —añadió el pretor Marcus con cierta satisfacción.
—Y en un momento tan inoportuno para tener problemas con el reclutamiento —insinuó la hermana Ariel.
—¿A qué os referís? —preguntó Marcus, siguiéndole el juego.
—Alguna superstición del bosque de Ezra mató hace poco a cinco mil lae’knaught.
Marcus silbó.
—Vaya pedazo de superstición.
—Sois viles, todos vosotros. Sois amigos de la oscuridad —dijo el gran maestre Rotans.
—Ese es el quid de la cuestión —terció el rey Solonariwan Tofusin—. Veréis, amigos, los lae’knaught no tienen país; solo tienen ideas. Si nos abandonan, pueden sobrevivir a las alegaciones de traición y cobardía; lo que los hundirá es la hipocresía. Pueden traicionarnos a nosotros, lo que no pueden traicionar es sus principios. Hoy hemos luchado contra unos cien meisters, pero este rey dios Langor ha traído dos mil. ¿Dónde están los demás?
—¿Conocéis de verdad la respuesta a esa pregunta? —inquirió Lantano Garuwashi.
—Remontando el río hemos pasado por una ciudad llamada Raigukhas —contestó Solon—. Estaba muerta. A juzgar por la magia que todavía flotaba en el aire, cientos, quizá miles de meisters trabajaron durante al menos doce horas levantando kruls. Después esos kruls devoraron a los habitantes de la ciudad. Mañana nos enfrentaremos a auténticas y verdaderas criaturas de la oscuridad, gran maestre. Yo calculo que serán más de veinte mil.
—Mierda, adiós a nuestros veinte mil sa’ceurai de ventaja —dijo Vi.
—Un krul no vale lo mismo que un sa’ceurai —protestó Hideo Mitsurugi, ofendido.
—¿Sabes siquiera lo que es un krul? —preguntó Vi.
—La cuestión es —interrumpió la hermana Ariel— que cuando tienen una oportunidad de combatir a los engendros de la oscuridad, el mundo verá que los lae’knaught son unos hipócritas que prefieren poner tierra de por medio.
Julus Rotans temblaba literalmente de ira.
—Vete al infierno, bruja. Idos todos al infierno. Mañana veréis cómo luchan los laetunariverissiknaught. Ocuparemos el centro de cualquier carga. La dirigiré en persona.
—Una generosa oferta. Aceptamos —dijo Logan de Gyre de inmediato—, con la salvedad de que os pido que no encabecéis la carga vos mismo. Me temo, gran maestre Rotans, que sencillamente hay demasiados que desearían veros caer en esa batalla.
El blanco obvio del comentario eran las magas, pero la hermana Ariel vio que lo que Logan temía era a los propios hombres de los lae’knaught, que sin duda estaban molestos por tener que luchar al lado de brujas. Si Julus Rotans caía, los lae’knaught se batirían en retirada. Al ofrecerle una salida honrosa de sus precipitadas palabras —¿o en realidad el gran maestre había esperado morir para así permitir que sus hombres se retirasen y los cenarianos y todos los demás fueran traicionados y exterminados?—, el rey Gyre no solo mantenía al gran maestre vivo y a su ejército a disposición de Logan, sino que también podría haberse granjeado algo de buena voluntad de Rotans, quien por lo menos había demostrado que estaba dispuesto a hablar. A veces convenía quedarse con lo malo conocido.
La hermana Ariel miró a Logan de Gyre con un nuevo respeto. En aquella reunión de reyes y magos, pretores y grandes maestres, había tomado el mando sin el menor esfuerzo. Debía de tener informaciones de una traición de los lae’knaught o no habría sacado el tema a colación. Había conjurado la amenaza con eficacia, y de paso había conseguido parecer magnánimo.
—Y ahora, antes de que abordemos los detalles concretos de nuestra disposición en el campo de batalla, ¿alguien más tiene algo que añadir? ¿Hermana Viridiana? —preguntó Logan. Miró a Vi, que llevaba un rato con cara de estar al borde de tomar la palabra.
Vi se mordió el labio.
—A primera hora de esta tarde ha habido una explosión de magia al otro lado del Túmulo Negro. Según nuestra fuente ha estallado una lucha entre los meisters del rey dios y una banda que sigue a uno de sus rivales, un tipo llamado Moburu Ursuul.
—Que el Dios tenga a bien enviar el alma de ese traidor al infierno por el filo de mi espada —susurró el pretor.
—Moburu dice ser una especie de Gran Rey profetizado —dijo Vi—. Al parecer, da la impresión de que cumple las condiciones. No le atribuía ninguna importancia hasta que el regente ha dicho que nombrar rey a Lantano allanaría el camino para la llegada de un Gran Rey.
La hermana Ariel se preguntó si su propia cara estaba tan pálida como las demás que veía en torno a la mesa. Probablemente sabía más sobre el Gran Rey que cualquiera de ellos, pero nunca se le habría ocurrido que podría ser un khalidorano quien cumpliera la profecía.
—Habéis dicho que Moburu se ha enfrentado al rey dios. ¿Quién ha ganado? —preguntó Logan.
—Moburu ha sido empujado al Túmulo Negro.
—En nuestras profecías —dijo Lantano Garuwashi, que se puso en pie—, cuando Ceura vuelva a tener rey, este luchará junto al Gran Rey. Yo nunca lucharé junto al tal Moburu. Lo juro por mi alma. —Puso la mano sobre Ceur’caelestos, que resplandeció a modo de respuesta. Después envainó la espada y se sentó.
—A mí me basta con eso —dijo el pretor Marcus—. En Alitaera las profecías sobre el Gran Rey hablan de días de agitación y pesar, de modo que no os envidio las cuitas con las que pueden afligiros las próximas décadas. Sin embargo, creo que ese problema al menos podemos descartarlo de momento.
—Hermana Viridiana, ¿tenéis algo que añadir? —preguntó Logan.
Vi miró de reojo a la hermana Ariel.
—En realidad todavía no soy una hermana de pleno derecho. En cualquier caso, lamento plantear una cuestión personal ante este consejo, pero ¿alguien sabe dónde está Elene Cromwyll?
Nadie dio muestra alguna de reconocerla.
—El nombre me resulta familiar —dijo el rey Gyre—. ¿Quién es?
—Es la mujer de Kylar —respondió Vi—. Y él va a venir a por ella.
La cara de Logan perdió todo su color. Los demás parecían sentir curiosidad pero sin saber de qué se hablaba, salvo por Solon y Feir, que tenían cara de asustados. ¿Asustados de Kylar? En cualquier caso, ellos lo conocían. Por quien temía la hermana Ariel era por Vi. La muy tonta había soltado como si tal cosa una verdad que podía significar su ruina.