Más Allá de las Sombras (2 page)

Calculó la distancia hasta la siguiente rama capaz de aguantar su peso. Ocho pasos. No era un gran salto. Lo complicado era frenar su impulso al aterrizar, en silencio y con un solo brazo. Si no saltaba, tendría que escurrirse entre dos hogueras donde los hombres todavía cruzaban de forma intermitente y el terreno estaba cubierto de hojas muertas. Saltaría, decidió, cuando se levantase el siguiente soplo fuerte de brisa.

—Brilla una luz extraña en tus ojos —dijo Lantano Garuwashi.

Era grande para ser ceurí, alto, esbelto y musculoso como un tigre. Las franjas de su propio pelo, que llameaba con el mismo color que el fuego titilante, solo se entreveían entre los sesenta mechones de todos los colores que se había cobrado de los oponentes a los que había dado muerte.

—Siempre me ha encantado el fuego. Quiero recordarlo mientras muero.

Kylar cambió de postura para ver a quien había hablado. Era Feir Cousat, un coloso rubio tan ancho como alto. Kylar había coincidido con él una vez. Feir no solo era diestro con la espada, sino también un mago. Era una suerte para Kylar que estuviera de espaldas.

Una semana atrás, después de que el rey dios khalidorano Garoth Ursuul lo matase, Kylar había hecho un trato con el ser de ojos amarillos llamado el Lobo. En su fantasmagórica guarida en las tierras entre la vida y la muerte, el Lobo le prometió restaurarle el brazo derecho y devolverlo a la vida enseguida si Kylar robaba la espada de Lantano Garuwashi. Lo que había parecido sencillo —¿quién puede impedirle robar a un hombre invisible?— se estaba complicando por momentos. ¿Quién puede parar a un hombre invisible? Un mago capaz de ver a los hombres invisibles.

—¿De modo que realmente crees que el Cazador Oscuro vive en este bosque? —preguntó Garuwashi.

—Desenvainad un poco la espada, adalid —dijo Feir. Garuwashi desnudó un palmo de la espada. La hoja, que parecía un cristal lleno de fuego, irradiaba luz—. La hoja arde para avisar de un peligro o de magia. El Cazador Oscuro es ambas cosas.

Yo también
, pensó Kylar.

—¿Está cerca? —preguntó Garuwashi. Se puso en cuclillas como un tigre listo para saltar.

—Os advertí que atraer hasta aquí al ejército cenariano podía ser nuestra muerte, y no la de ellos —dijo Feir. Volvió a fijar la vista en el fuego.

Durante la última semana, desde la batalla de la arboleda de Pavvil, Garuwashi había conducido hacia el este a Logan y sus hombres. Como los ceuríes se habían disfrazado con armaduras de los khalidoranos muertos, Logan creía que estaba persiguiendo los restos del ejército invasor derrotado. Kylar aún no tenía ni idea de por qué Lantano Garuwashi había llevado a Logan hasta allí.

Bien pensado, tampoco tenía ni idea de por qué la bola de metal negro llamada ka’kari había decidido servirle, por qué lo devolvía a la vida al morir, por qué él veía en el alma de los hombres la contaminación que exigía la muerte o, ya puestos, por qué salía el sol o cómo se mantenía colgado en el cielo sin caerse.

—Me dijiste que estaríamos a salvo siempre que no entrásemos en el bosque del Cazador.

—Dije
probablemente
a salvo —corrigió Feir—. El Cazador detecta y odia la magia. Esa espada sin duda cuenta.

Garuwashi expresó su desprecio del peligro con un gesto de la mano.

—No hemos entrado en el bosque del Cazador, y, si quieren combatir con nosotros, los cenarianos tendrán que hacerlo —dijo.

Al comprender por fin el plan, a Kylar se le cortó la respiración. El robledal estaba rodeado de espesura por el norte, el sur y el oeste. La única manera de que Logan sacara partido a su superioridad numérica sería cortar por el este, donde las secuoyas gigantes del bosque del Cazador Oscuro concedían a un ejército espacio de sobra para maniobrar. Sin embargo, se decía que una criatura de otra época mataba todo lo que entrara en ese bosque. La gente culta se mofaba de tal superstición, pero Kylar había conocido a los campesinos de Vuelta del Torras. Si eran supersticiosos, eran un pueblo con una sola superstición. Logan se metería derecho en una trampa.

Volvió a levantarse un viento que arrancó gemidos de las ramas. Kylar gruñó para sus adentros y saltó. Con la ayuda de su Talento superó la distancia con facilidad. Por otra parte, se había dado demasiado impulso y se pasó de largo, de modo que resbaló hasta rebasar el extremo más alejado de la rama. Unos pequeños espolones negros atravesaron su ropa a lo largo de los lados de sus rodillas, su antebrazo izquierdo e incluso desde sus costillas. Por un momento, los espolones fueron de metal líquido, por lo que más que desgarrar su ropa la absorbieron en cada minúsculo pincho, y después se solidificaron y Kylar se detuvo de sopetón.

Cuando volvió a encaramarse a la rama, las púas regresaron bajo su piel como si se derritieran. Kylar se quedó temblando, y no solo por lo cerca que había estado de caer.
¿En qué me estoy convirtiendo?
Con cada muerte que cosechaba y cada muerte que padecía se volvía más fuerte. Era algo que lo mataba de miedo.
¿A qué coste? Tiene que haber un precio.

Apretando los dientes, bajó por el árbol con la cabeza por delante, dejando que las garras fuesen emergiendo de su piel, perforaran minúsculos agujeros en su ropa y en la corteza y desapareciesen de nuevo. Cuando llegó al suelo, el ka’kari negro rezumó de todos sus poros hasta cubrirlo como una segunda piel. Enmascaró su cara, su cuerpo, su ropa y su espada, y empezó a devorar la luz. Invisible, Kylar avanzó.

—Soñaba con vivir en un pueblo pequeño como esa Vuelta del Torras —dijo Feir, que daba a Kylar su espalda ancha como la de un buey—. Construir una forja en el río, diseñar una noria de agua para mover los fuelles hasta que mis hijos tuviesen edad para ayudarme. Un profeta me dijo que podía pasar.

—Basta de tus sueños —lo interrumpió Garuwashi, poniéndose en pie—. Mi ejército principal ya casi debería haber atravesado las montañas. Tú y yo nos vamos.

¿Ejército principal?
La última pieza encajó en su lugar. Por eso los sa’ceurai se habían vestido de khalidoranos. Garuwashi había atraído a lo más selecto del ejército de Cenaria muy al este, mientras concentraba el grueso de sus tropas en el oeste. Derrotados los khalidoranos en la arboleda de Pavvil, los campesinos que Cenaria había movilizado probablemente ya estaban regresando a toda prisa a sus granjas. En cuestión de días, un par de centenares de guardias del castillo de Cenaria tendrían que vérselas con el ejército ceurí al completo.

—¿Nos vamos? ¿Esta noche? —preguntó Feir, sorprendido.

—Ahora.

Garuwashi lanzó una sonrisita directamente hacia Kylar. Este se quedó paralizado, pero no captó ningún destello de reconocimiento en aquellos ojos verdes. En lugar de eso, vio algo peor.

Había ochenta y dos muertes en los ojos de Garuwashi, ¡ochenta y dos!, y ni una sola de ellas era un asesinato. Matar a Lantano Garuwashi no sería justicia; sería acabar con él sin más. Kylar renegó en voz alta.

Con un solo salto Lantano Garuwashi se puso en pie, arrojó la vaina lejos de la columna de llamas que era su espada y adoptó una posición de combate. El corpulento Feir fue solo un poco más lento. Se levantó y se volvió con el acero desnudo en la mano más rápido de lo que Kylar habría creído posible de un hombre tan grande. Abrió mucho los ojos al ver al intruso.

Kylar gritó de frustración y dejó que unas llamas azules barrieran la negra piel de ka’kari y la gran máscara ceñuda que lo cubrían. Oyó por detrás los pasos de un guardaespaldas ceurí que se disponía a atacar. Con un fogonazo de Talento, Kylar dio un salto mortal hacia atrás, plantó los pies en los hombros del guardaespaldas y se impulsó en ellos para salir volando de nuevo. El sa’ceurai se estrelló contra el suelo y Kylar dio volteretas por los aires, envuelto en llamas azules que crepitaban y relampagueaban.

Antes de agarrarse a la rama, apagó el fuego azulado y se hizo invisible. Saltó de copa en copa con su única mano, renunciando a todo sigilo. Si no hacía algo esa misma noche, Logan y todos sus hombres morirían.

* * *

—¿Eso era el Cazador? —preguntó Garuwashi.

—Peor aún —respondió Feir, pálido—. Era el Ángel de la Noche, quizá el único hombre en el mundo al que deberíais temer.

Los ojos de Lantano Garuwashi se encendieron, y Feir vio en aquel fuego que el adalid interpretaba las palabras
hombre al que temer
como
digno adversario
.

—¿Hacia dónde ha ido? —preguntó Garuwashi.

Capítulo 3

Cuando Elene llegó a la pequeña posada de Vuelta del Torras a lomos de su caballo, agotadísima, había allí una joven despampanante, de larga melena pelirroja recogida en una cola de caballo y con un pendiente brillando en su oreja izquierda, que se subía a un semental ruano. El mozo de cuadra se quedó mirando alelado mientras la mujer se alejaba cabalgando hacia el norte.

Elene casi tuvo que atropellar al mozo para que se diera la vuelta. El chico la miró parpadeando como un memo.

—Anda, tu amiga acaba de irse —dijo señalando a la pelirroja que se alejaba.

—¿De qué estás hablando?

Elene estaba tan cansada que apenas podía pensar. Había caminado durante dos días hasta que uno de los caballos la había encontrado. No había llegado a saber qué había sido del resto de los cautivos, de los khalidoranos o del ymmurí que la había salvado.

—Todavía podrías alcanzarla —dijo el mozo de cuadra.

Elene había visto a la joven el tiempo suficiente para saber que no se conocían. Negó con la cabeza. Tenía que aprovisionarse en Vuelta del Torras antes de ponerse en camino hacia Cenaria. Además, estaba oscureciendo y, tras haber pasado días enteros andando con sus captores khalidoranos, necesitaba una noche en una cama y también, desesperadamente, la oportunidad de lavarse.

—No creo —dijo.

Entró, alquiló una habitación a la ajetreada mujer del posadero con una parte de la generosa cantidad de plata que había encontrado en las alforjas de su caballo, se aseó, lavó su ropa mugrienta y se durmió en el acto.

Antes de que amaneciera, se puso con desagrado el vestido todavía húmedo y bajó al comedor.

El posadero, un joven menudo, entró con una caja llena de jarras fregadas y se puso a colocarlas boca abajo para que se secaran antes de irse por fin a la cama. Saludó a Elene con un amable gesto de la cabeza, sin apenas levantar la vista.

—Mi mujer tendrá listo el desayuno dentro de media hora. Y si... ¡la leche! —Volvió a mirarla, fijándose en ella por primera vez—. Maira no me dijo...

Se frotó las manos con el delantal en lo que era a todas luces un gesto rutinario, porque no las tenía mojadas, y se acercó a una mesa llena a rebosar de cachivaches, notas y libros de contabilidad.

Sacó una nota y se la entregó a Elene con expresión contrita.

—Anoche no te vi, o te la hubiese dado en el acto.

El nombre y la descripción de Elene estaban escritos en la cara exterior de la nota. La desdobló y sacó de dentro otra misiva, más pequeña y arrugada. Esa segunda nota estaba escrita con la letra de Kylar. Estaba fechada el día en que la había dejado en Caernarvon. A Elene se le hizo un nudo en la garganta al leerla:

Elene, lo siento. Lo he intentado. Juro que lo he intentado. Hay cosas que valen más que mi felicidad. Hay cosas que solo yo puedo hacer. Véndeselos al maestro Bourary y traslada la familia a una parte mejor de la ciudad. Siempre te querré.

Kylar todavía la amaba. La amaba. Elene siempre lo había creído, pero no era lo mismo que verlo escrito con esa letra descuidada suya. No hizo ningún esfuerzo por contener las lágrimas, sin preocuparse siquiera por el desconcertado posadero, que abría y cerraba la boca sin saber qué hacer con una mujer que lloraba en su establecimiento.

Elene se había negado a cambiar y eso le había costado todo, pero el Dios le daba una segunda oportunidad. Demostraría a Kylar lo fuerte, profundo y generoso que podía ser el amor de una mujer. No iba a ser fácil, pero era el hombre al que amaba. Tenía que ser él. Le quería, y no había vuelta de hoja.

Pasaron varios minutos antes de que leyera la otra nota, escrita con la letra de una mujer desconocida:

Me llamo Vi. Soy la ejecutora que mató a Jarl y secuestró a Uly. Kylar te dejó para salvar a Logan y matar al rey dios. El hombre al que amas salvó Cenaria. Espero que estés orgullosa de él. Si vas a Cenaria, he dado a Mama K acceso a mis cuentas para ti. Coge lo que quieras. Por lo demás, Uly estará en la Capilla, igual que yo, y creo que Kylar no tardará en ir también. Hay... más, pero no soporto escribirlo. Tuve que hacer algo espantoso, para que pudiéramos ganar. No hay palabras para borrar lo que os he hecho. Lo siento muchísimo. Ojalá pudiera compensarlo, pero no puedo. Cuando vengas, podrás cobrarte la venganza que desees, mi vida incluida.

VI SOVARI

A Elene se le estaban erizando los pelos de la nuca. ¿Qué clase de persona se declararía semejante enemiga y semejante amiga a la vez? ¿Dónde estaban los pendientes nupciales de Elene? ¿
Hay más
? ¿Qué significaba eso? ¿Vi había hecho algo espantoso?

El peso muerto de la intuición cayó en el estómago de Elene. Aquella mujer del día anterior llevaba un pendiente. Probablemente no era... sin duda no sería...

—Oh, Dios mío —exclamó Elene. Corrió a por su caballo.

* * *

El sueño era diferente todas las noches. Logan estaba en la plataforma, observando a la hermosa y mezquina Terah de Graesin. Una mujer que pasaría por encima de un ejército de cadáveres o se casaría con un hombre al que despreciaba con tal de ver cumplida su ambición. Como le había sucedido aquel día, a Logan le falló el corazón. Su padre se había casado con una mujer que había envenenado toda su felicidad. Logan no podía seguir sus pasos.

Como le había sucedido aquel día, Logan le pidió que jurase fidelidad, sobre aquella plataforma redonda que le recordaba al Agujero donde se había podrido durante la ocupación khalidorana. Terah se negó. Sin embargo, en vez de someterse él para que los ejércitos no se dividieran en vísperas de una batalla, en ese sueño Logan decía:
Entonces te condeno a muerte por traición
.

Su espada cantó. Terah retrocedió con un traspiés, demasiado lenta. La hoja le cortó el cuello hasta la mitad.

Logan la agarró y, de repente, era otra mujer, otro lugar. La garganta rajada de Jenine derramaba sangre sobre su camisón blanco y el pecho desnudo de Logan. Los khalidoranos que habían irrumpido en su alcoba nupcial se reían.

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