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Authors: Fernando Fedriani

Tags: #Romántico

Magia para torpes (13 page)

Silvia se había marchado. Y ya está. Se había ido porque ya no quería estar conmigo. Yo había sido un mal novio. La había descuidado y, a consecuencia de eso, la había perdido. Aún así, no entendía por qué las cosas me iban tan mal en el resto de planos. Me dolía el pecho y no tenía ni la menor idea de qué sentido tenía para mí el 2010.

Siempre me he defendido como un gato panza arriba. Sin embargo, en ese momento, mientras me daba cuenta de que estaba hecho unos zorros, caminando con los cordones desabrochados, me rendí. Y supliqué, no sé bien a qué o a quién, una señal que me indicara qué debía hacer para convertirme en un hombre de provecho.

Me senté sobre la baranda, con una pierna a cada lado. En el puente. Estúpido, ojeroso. Nada quedaba del doble Windsor. Me reí porque "cubata" y "corbata" sonaban parecido. Y, puesto que no podía dejar de reírme, descubrí que seguía borracho. Estaba solo a medio metro de la muerte. Y soñé con jugar con ella al ajedrez.

¿Y si me tiraba puente abajo? Dejaría de pensar en Silvia. El paro y la crisis, la madre que parió a los dictadores vivos, los resultados de la jornada de liga, todo dejaría de importarme. Podría descansar, por fin, y terminarían mis problemas. "Muerto el perro, se acabó la rabia". Desconocía si yo era el perro o la rabia, a pesar de lo cual me pareció un refrán bastante oportuno, aunque muy poco halagüeño.

Obviamente, no me tiré. Viví para contarla, pues lo estoy contando ahora, de hecho. Ganas no me faltaron, que conste. Lo que pasa es que vino a rescatarme un ángel. Un ángel caído del cielo. Y todos aquellos que no creen en los ángeles, o que no creen en mí, que se fastidien. Yo sí que creo en los ángeles porque, justo en ese precioso instante, cuando verdaderamente más lo necesitaba, apareció ella. Que ella apareciera no solucionó todos los problemas, claro. Siguió lloviendo y me seguí sintiendo casi igual de mal. Pero apareció y, con ella delante, me era más fácil respirar.

Me invitó a tomar café. El recorrido permitió que el morado se me fuera bajando, poco a poco. Llegamos hasta el Café de la Prensa. Para los forasteros, diré que es un local mítico que se encuentra en Triana, al final de la calle Betis. Para los locales, que seguro que se sorprenden de que anduviéramos tanto, acoto que se me hizo francamente corto el paseo. Se me hizo corto, a pesar de la lluvia y de los comentarios de un grupo de canis que nos cruzamos y que parecieron tomarla con nosotros, no sé muy bien por qué. Si ella había bebido de más o no, jamás podré saberlo, tampoco. Se la veía muy despejada, caminando a mi lado.

¡Se me ha olvidado deciros que estoy hablando de Noemí! ¿Alguien había pensado en otra persona? La que me rescató aquella noche fue Noemí Broch, la misma chica que horas antes me había dado calabazas.

—Sé hacer tres ruidos al mismo tiempo... —me dijo, mientras caminaba por el borde de la acera y trataba de producir varios ruidos simultáneos, moviendo la boca de un modo muy raro.

—¡No me fastidies! ¡La SGAE nos va a lapidar por tu culpa! Esto es la escena de una película. De Tango para tres, creo. ¿La conoces?

Ella me recordó que las dependientas de la FNAC conocen todas las películas y canciones. La pregunta sobraba, por tanto.

Seguía lloviendo. Noemí no decía nada que tuviera sentido. Se puso a cantar, en mitad de la calle, una canción de María Callas. Este dato lo sé porque ella me lo dio. Yo no soy dependiente de la FNAC y solo sé ese tipo de cosas si alguien me las dice y si ya no estoy completamente borracho. También cantó "New York, New York"

—¿Sabes por qué me gustan los inicios de año?

—No tengo ni idea. ¡Sorpréndeme!

—¡Correcto! ¡Has acertado! Es exactamente eso: no tienes ni idea de qué va a suceder y siempre te sorprenden.

Pidió una infusión. Yo un café con leche. Me supe capaz de echar el sobrecito de azúcar dentro del vaso sin que el contenido se cayera fuera, y eso me hizo descubrir que se me había bajado un poco el alcohol. Ella estaba empapada. Le miré las tetas. Y me di cuenta de que sus tetas también me gustaban.

—Si llego a saber que ibas a tirarte de un puente por mi culpa, no te hubiera dado calabazas.

Me puse rojo de vergüenza. Creo que ella se dio cuenta.

—Tú no eres el motivo por el que iba a tirarme.

Ella se rio.

—Tienes razón. No querías tirarte. Solo querías llamar mi atención —dijo sin cesar de mirarme a los ojos. Muy seria, inicialmente. Después, riéndose de mí.

Hablamos de miles de cosas. Ninguna tenía transcendencia. No nos preguntamos nada acerca de nuestras respectivas vidas, no hicimos ninguna de las cien preguntas de la lista del profesor. Me dijo que le gustan las películas en blanco y negro y me di cuenta de que si una mujer como Noemí te dice que le gustan ese tipo de películas, te es materialmente imposible no imaginarte en el sofá con ella a tu lado.

Terminamos el café. Salimos a la calle. La lluvia, el frío y Sevilla nos esperaban. Me ofrecí a acompañarla hasta su casa y aceptó mi oferta. Había amanecido, cruzándose esa línea imaginaria que separa Nochevieja de año nuevo. Ambas vienen a ser las dos caras de una misma moneda, una moneda de un valor indeterminado.

Me dio su teléfono. Llegamos hasta el portal de su casa. Junto a nosotros estaba aparcado un coche dentro del cual sonaba una canción de Enrique Bunbury. Me dio un beso en la mejilla y la temperatura de mi cuerpo subió, con él y de pronto, entre dos y tres grados. Creo que este dato ya te lo he dado antes, pero no sé cuándo. Inició la despedida. Le di las gracias por invitarme a tomar café y por salvarme la vida. A cambio ella me pidió que le diera un toque para quedarse con mi número. Me prometió que, mientras durara mi mala racha, no me dejaría solo. Sus palabras exactas fueron "si me necesitas, allí estaré". Me prometió que volveríamos a vernos muy pronto. Y así fue.

¿Sería capaz de no enamorarme de ella?

Fuera quedaba el frío. Y seguía lloviendo. Sin embargo, y contra todo pronóstico, dentro de mí tenía una risa profunda que había nacido con el año nuevo. La soledad, la de esta vez, era diferente: esta sí molaba.

"Esto va a doler", me dije.

Las paradas de autobús se fueron abarrotando de miradas vacías. No venden periódico el uno de enero. No había taxis. Sí los había, quiero decir, mas no suficientes. No dejaba de sonreír, ni de llover. Me sentí feliz, por vez primera, desde la marcha de Silvia. Basta con pensar en otra cosa para olvidar lo que realmente te preocupa. Así funcionamos los hombres. Supongo.

VEINTIDÓS
Octava lección del curso. Sexo para torpes.

Si sus vidas fueran una película, ¿se imaginan la cara de sueño que tendrían los espectadores?

Hoy quiero comenzar la clase recordándoles lo cutres que son. Hay millones de hombres cagados en serie. Les imagino en la discoteca de turno, con un vaso de güisqui con limón, el pelo engominado y una camisa azul oscura. Pegan un codazo al colega de su derecha y se acercan juntos a un grupo de universitarias de primero.

Bailan, se arriman y atacan a la más fea, pues creen que es aquella con la que tienen más opciones de terminar la noche. O a esa, o a la más borracha. Le sueltan un latigazo del tipo "¿cómo te llamas?" que prosigue con un test de preguntas personales, dos bromas sobre lo mala que es la música que están poniendo y un guiño. "¿Te vienes conmigo?", dicen pasada una hora. Y tal vez ella les acompañe, no lo dudo. Más que nada porque ella también puede estar pensando que ustedes son el más feo del grupo y que, por tanto, también tiene opciones.

Los motivos son tan distintos... El chico recopila ego, el ego de sentirse un semental Necesita liberar de su bolsita, herméticamente cerrada, unos cuantos millones de gametos. Ella necesita sentirse comprendida, por el contrario; exige de la vida un poco de ternura, sentirse protegida del mundo, matar la soledad con alguien con quien verdaderamente valga la pena transmutar su soledad. Ella necesita sexo, por supuesto, pero de un modo muy diferente del nuestro. Casi siempre.

No intenten comprenderlo: si ustedes son los chicos de la camisa azul oscura, si piensan que son irresistibles solo porque fueron al gimnasio, si verdaderamente creen que beber y bailar basta para seducir a alguien, eso significa que biológicamente les falta un hervor y que no serán nunca lo suficientemente listos como para aprobar este curso. Entender las necesidades y miserias ajenas requiere de cierta capacidad para mirar más allá de uno mismo. Si ustedes no son capaces de lograrlo, tal vez podrán oír... pero no serán capaces de escuchar.

Hablando de magia, les solicité que miraran más allá del horizonte, que recordaran que las cosas son lo que son y también lo que significan. Esa afirmación, que seguro que todavía no han comprendido, me viene perfecta para hablarles de sexo. Si viniera un alienígena a visitarnos, se sorprendería de que tantas campañas publicitarias, tantos libros, tantas películas... le den tantísima importancia a algo que dura de media unos once minutos. ¿Por qué valoramos tanto un acto que consiste en introducir un trozo de carne dentro de un trozo de carne algo más grande? Viene a ser lo mismo que meterle a tu colega un dedo en la oreja, si lo reducimos todo al componente físico. Sin embargo, con el sexo se disparan los rumores, fantaseamos, traicionamos y perpetramos acciones terribles... Algo habrá que lo haga diferente del resto de acciones humanas, por tanto.

Alguno necesita que le hable de un modo más directo: en conclusión, el problema está en que muchos hombres, la mayoría de ustedes, prescinden de la trascendencia y se centran solo en el componente físico del coito. Llega el sábado y es necesario aparcar el coche en el descampado de la feria, o en la Cuesta del Carambolo. Lo convierten en un acto mecánico, sin ninguna gracia. ¡Y encima presumen de haber comprado condones de sabores para hacerlo más especial! ¿No se dan cuenta de que su forma de enfocar el sexo, visto desde fuera, resulta muy patética?

Llevan la cuenta. Ustedes llevan el cómputo de la duración, la intensidad, la frecuencia, los centímetros y el grosor. ¿De qué va esto? ¿De qué vamos nosotros? ¡Claro que el tamaño es importante! Sin embargo, ¿se han parado a pensar, alguna vez, que las vaginas también tienen un tamaño? Lo importante, como siempre les digo, es la comunicación. Más que nuestro tamaño, lo que importa es la relación de los tamaños: la sinergia, que se complementen y se completen nuestros cuerpos. Mientras tanto, ustedes se plantean si el resto de exnovios la tenían mayor o menor. Asalta la vocación por ser los mejores, como si eso significara algo en el sexo.

Démosle la importancia justa a las cosas. Los sentimientos no se miden en centímetros. A todos nos gustaría ser más altos, claro. A todos nos gustaría tener los abdominales de Rafa Nadal. Y, pese a todo, nada está perdido por tener una estatura media, por ser un tipo corriente. Nadie les reprochará, ni sus parejas ni nadie, que sean como son. Sí es grave, muy grave, que sus complejos les condicionen, que se comparen con los demás y que eso les deprima. Su aspiración debería ser convertirse en la mejor versión posible de ustedes mismos, y no en llegar a convertirse en un penetrador nato, capaz de saciar a una potranca, si fuera preciso.

Es inevitable. Si les hablo de sexo, están más atentos. No olviden jamás que somos hombres. Somos hombres y nuestro cuerpo también nos condiciona. Nuestro instinto nos lleva a supervisar la perpetuidad de la especie. Somos así... ¡y a mucha honra! No hay nada malo en ver a una modelo y en clavar nuestras miradas en su trasero: no es una elección, sino un instinto. No hay nada malo en perder la concentración si la presentadora del tiempo está buena. No es malo porque es, en algunos casos, inevitable.

Sin embargo, tenemos que esforzarnos por no mostrarlo más de la cuenta; porque igual que nosotros no las entendemos a ellas, ellas tampoco nos entienden a nosotros. Casi nunca. ¡Y no tienen un curso tan bueno como este sobre el funcionamiento de los hombres! Sean sutiles para no hacerlas sentir menospreciadas. Ellas siempre se compararán con aquella mujer a la que miren. Por tanto, tengan cuidado. Se sentirán débiles y frágiles si ven que prestan demasiada atención, más de la ordinaria, a la desconocida que hace cola delante. Racionalmente lo entenderán, pero por desgracia la razón es solo una pequeña parte de la personalidad, una minúscula parte de la personalidad femenina.

Antes de hablar, piensen. Piensen en las posibles interpretaciones de las palabras que vayan a pronunciar. No pidan sexo. El sexo no se mendiga. El sexo no se suplica. No se pacta, ni se regala. Es una comunicación y es imposible comunicarse con quien no quiere comunicarse con nosotros. No es posible comunicarse con quien está pensando en otra cosa. No es posible comunicarse con quien necesita comer antes, ir al servicio, llorar o hablar de política. No es posible tener sexo si otros problemas no se han solucionado antes. Porque, si se cambia el orden natural de las cosas, todo se vuelve sucio.

Les confieso algo muy importante. Ustedes son capaces de encenderse un cigarrillo y de fumar, mientras el barco se hunde. Ustedes son capaces de seguir un partido de fútbol sin pensar en que el jefe les ha amenazado con ponerles en la calle. Ustedes son capaces de abstraerse de una bronca con sus familias y pasear sin pesadumbre alguna. Por el contrario, ellas no. El cerebro femenino posee una capacidad mayor de enlazar hechos aislados, de relacionar coyunturas, de interconectar vivencias. No es posible separar el sexo del trabajo, el trabajo del amor, la pasión del negocio, las dudas y el olor de su pelo. ¡No pidan un imposible! Si hay un problema, eso les afectará en todo. Justo o no, lo que hay es lo que hay. Entiéndalo y sean prudentes.

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