Read Maestra del Alma (Spanish Edition) Online
Authors: Laura Navello
A Alina no le costó más de unas horas concluir que una travesía a caballo no era nada parecido a como pintaban las películas, donde la protagonista permanecía maquillada y espléndida durante interminables días. No habían pasado ni dos horas cuando los músculos de las piernas le dolían y la ropa le raspaba la piel. En la noche Mayra le dio un ungüento que supuestamente ayudaba pero lo único que hacía era que la ropa se le pegara y oliese a hierbas fermentadas, cosa que definitivamente era peor. A su vez, viajar acompañada de un batallón de tres mil personas era lento y la ansiedad de Alina no lo soportaba. Sentía que no avanzaban más de un par de kilómetros por día y que la gente estaba siendo lenta a propósito. Por último, estaba el tema de la higiene personal. El sol pleno de verano hacía sudar a cualquiera, y un batallón sudado luego de días sin bañarse definitivamente olía horrible, sin mencionar las idas al baño y las letrinas. Alina no se podía soportar ni a sí misma. Se sentía pegajosa, grasosa, olorosa y, por supuesto, sucia.
Mayra, notando su desagrado y malhumor, se ofreció a usar el poder del agua para crear una ducha rudimentaria, pero seguía resultando incómodo y nunca se sentía del todo limpia. Tampoco podía darse el lujo de lavar seguido sus ropas. Varias veces se preguntó si no sería mejor volver al palacio y rogarle a Joy que la contratara como ayudante en su investigación dejando toda esta campaña, de la cual nada tenía que ver, detrás. Pero por alguna razón siguió adelante.
Luego de cinco días de viaje, Mayra anunció que sería buena idea adelantarse al batallón para llegar más rápido y comenzar a realizar planes con los Battousianos. Alina lo agradeció con efusividad sin importarle lo ofendidos que se sentían los soldados y la compañía de cuatro adolescentes partió a caballo hacia el primer pueblo de camino.
Resultó ser pequeño y sombrío, y no fueron del todo bien recibidos. La gente los miraba de detrás de las cortinas de las casas de madera con recelo, sin ofrecerle asilo a la iluminada, algo que supuestamente era un gran honor.
—Creo que deberíamos seguir camino y acampar en el bosque más adelante –propuso Elio mirando a su alrededor viendo que nadie intentaba recibirlos o cruzar su camino.
Ante esta sugerencia, Alina estuvo a punto de salir y llamar a la primera puerta, para pedir en llantos que por favor le dieran alojo. Quería un baño y una cama y no se iría de allí hasta conseguirla.
—No es necesario Elio, alguien viene derechito hacia nosotros, ¿ves? ¿Allí? Al lado de esa cabaña de madera... donde está el caballo... —señaló Emir emocionado.
—La vemos, la vemos, Emir –interrumpió Mayra mirando la renga figura que caminaba hacia ellos.
Era una anciana que caminaba dificultosamente con un bastón, meneando la cadera con cada paso. Su cabeza estaba cubierta con un pañuelo descolorido violeta y su cara estaba cubierta de gruesas arrugas y una gran nariz un poco deforme como una papa. Su mirada, sin embargo, era gentil y sonriente, Alina estuvo a punto de salir corriendo, abrazarla y rogarle de rodillas que la dejara quedarse en su casa pero la anciana se le adelantó.
—Bueno, bueno, si es la iluminada y sus amigos. Han pasado setenta años desde que la anterior iluminada pasó por este mismo pueblo, aunque en ese momento mis vecinos ERAN MAS HOSPITALARIOS –dijo levantando la voz en las últimas palabras y frunciendo el ceño hacia las casas cercanas, enojada–. Vengan conmigo, los alojaré en el mismo lugar que hace setenta años... nunca pensé que viviría para volverte a ver —le dijo a Mayra como si fuese la misma persona que años atrás.
La siguieron hacia una casa un poco anticuada pero limpia y prolija donde ya había una olla en el fuego con algo que a Alina le hacía agua la boca y no podía evitar mirar cada tantos segundos. La anciana, por supuesto, se dio cuenta, y comenzó a reírse a carcajadas agudas.
—No desesperes muchacha, ya los convidaré con algo para comer, mi nombre es Grundel, aunque muchos aquí me llaman la Vieja Grundel o Grundel la Vieja loca... pero no les hagan caso, estoy más cuerda y con el espíritu más joven que la mayoría de los de aquí —dijo Grundel mientras señalaba dos habitaciones e indicaba que una era para los niños y otro para las niñas. En su casa no iban a pasar cosas raras mientras ella viviese.
—Amables vecinos los de este pueblo –le comentó Elio.
—No les prestes atención, son unos amargados. No dejan que el pasado pase. Su actitud tiene una razón, ¿les gustaría escuchar la historia mientras comemos? Soy buena contando historias, y tengo muchas ¿saben? Soy muy, muy vieja –preguntó Grundel mientras servía en unos platos hondos un estofado de carne. Al parecer la anciana era muy activa y no podía quedarse quieta. Ante la insistencia de Alina para ayudarla a poner la mesa le respondió:
—Deja tranquilo querida, que el día que me quede quieta me muero.
Todos dijeron que no les vendría mal una historia, y mientras los muchachos comían con gusto el rico estofado, Grundel comenzó su relato.
—Fue hace unos veinte años, uno más o uno menos, ya no recuerdo como solía, cuando una mujer extraña llegó al pueblo. Deambulaba con la mirada perdida, como si no se acordara cómo había llegado hasta aquí. Sin hacer muchas preguntas le ofrecimos asilo y luego de unas semanas ya formaba parte del pueblo. Se instaló en una cabaña que había estado abandonada durante años, cerca del límite con el bosque, y fue ayudada por mucho de nosotros para restaurarla. Era una de esas personas encantadoras y fáciles de leer, con la mirada cálida y amigable, y sonrisa contagiosa. El panadero le ofreció trabajo y resultó que la muchacha tenía una gran habilidad para amasar y moldear el pan aunque nunca había cocinado nada en su vida, según nos contó. Sin embargo, no confiaba su pasado a nadie y el misterio de quién era y cuál era su historia hizo que aparecieran rumores sin sentido, creados principalmente por personas que no tenían nada mejor que hacer y niños con mucha imaginación. Los rumores se transformaron en desconfianza y se propagaron por el pueblo como una enfermedad contagiosa. "Demonio", "Asesina", "Ladrona", la llamaban.
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Solo una vez confió en nosotros, dos meses después de su llegada y lo único que hizo fue aumentar los rumores. Estaba embarazada. Durante una noche lluviosa, la mujer dio a luz pero no a un niño como todos esperaban, sino a gemelos varones. La primera en darse cuenta que había algo raro en ellos fue la partera, pero no comentó nada hasta mucho después por miedo a crearle todavía más problemas a la muchacha. Me dijo que cuando tomó a los niños en sus brazos eran completamente idénticos, no solo físicamente sino que en actitud. Tenían los mismos gestos y en ocasiones seguidas se movían y lloraban al unísono, como si fueran una única persona. Y lloraban muchísimo, no paraban. A la partera le vinieron ganas de vomitar y se mareó al solo mirarlos.
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Atribuyéndolo al cansancio limpió a los pequeños y se los entregó a la agotada mujer que era su madre y miraba de forma expectante. La partera miró con incredulidad como el rostro de la mujer cambiaba de forma repentina cuando le entregó a los niños, como si se hubiese dado cuenta de algo espantoso. Vio como sus ojos se llenaban de lágrimas y la sombra de la locura aparecía en sus ojos. Se los devolvió a la partera bruscamente, tanto que casi se caen, y se negó a volver a tocarlos. Me contó que la mujer se convulsionaba de manera horrenda y emitía chillidos como nunca había escuchado. Los niños comenzaron a llorar al mismo tiempo, a la misma frecuencia y la partera se convenció entonces que no eran normales.
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Por esa noche los cuidó a pesar de su miedo y desconfianza. Les dio leche de cabra tibia para parar su hambre e intentó calmar el llanto de cuantas formas pudo, sin éxito. A la mañana siguiente, la madre se acercó a ella y aunque estaba calmada, aún se le podía ver el vacío en sus ojos. La despidió y tomó a los gemelos con cierto espasmo que la partera no pudo distinguir si era odio, desagrado, desconfianza o qué, pero no preguntó. No era su trabajo. Salió de esa casa jurando nunca volver a entrar. Cuando los vecinos fueron a felicitar a la madre, la encontraron tan deprimida y con los ojos tan vacíos y sin vida que simplemente se iban sin notar mucho de los gemelos. Decían que era la depresión de las madres recientes.
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El tiempo paso y cada día la mujer empeoraba aún más. No dejaba que nadie tocara o cuidara a los niños, pero ella tampoco les prestaba la atención que merecían y era normal escuchar los llantos desde afuera de la casa. La mujer dejó de trabajar en la panadería y vivían de lo que cosechaban en su propia casa en reclusión. Los niños crecieron y eran tan similares tanto físicamente como en personalidad que nunca nadie pudo distinguirlos, ni siquiera su propia madre. ¡Era como mirar a una persona y ver su propio reflejo al lado!
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Nunca había visto algo igual, y eso que he visto mi cuota de gemelos. Ese parecido no tenía nada de natural, se los digo yo. Con el tiempo, las personas comenzaron a pretender que solo existía un niño para evitar perder la cordura no solo por los mareos que provocaba verlos juntos o prestarle atención a los dos, sino también porque su poca naturalidad les daba miedo. Muchos pensaban que eran obras de la misma sombra o un plan de ella y era mejor mantenerse aislados.
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Los pequeños crecieron, criados como una sola persona y su mundo empezó a reducirse a dos grupos: uno formado por ellos dos y otro formado por el resto de las personas. Todos éramos extranjeros dentro de su pequeño mundo y no nos era permitido entrar en él, aunque tampoco lo deseábamos si vamos a hablar honestamente. Se volvieron cada vez más ariscos, más insensibles, menos empáticos, más crueles. Todo lo que era externo a su mundo dejó de importarles. Esta actitud fue en aumento hasta que llegó al clímax cuando los niños tenían más o menos nueve años. La salud de su madre había empezado a decaer desde el nacimiento de sus hijos; no su salud física, sino su salud mental. Con los años, a partir del parto, su cordura se perdió por completo. Deambulaba por el pueblo hablando consigo misma y veía visiones de algo o alguien que la perseguía para castigarla. Cada vez que miraba a los niños sufría un ataque de nervios y gritaba que se fueran. Un día, notaron que hacía tiempo que no se veía a la mujer. Vivía una vida de ermitaña pero siempre se escuchaban ruidos en la casa, o se la veía deambulando por el pueblo, o se veía a los niños. Varios vecinos fueron a investigar y lo que encontraron les erizó los pelos.
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La muchacha se había colgado y frente a ella los niños la observaban con la mirada perdida. Deshidratados y desnutridos, habiendo estado de hacía días sin moverse. El pueblo estaba horrorizado y se creó una oscura superstición en cuanto a ayudar a misteriosos extraños que entran al pueblo. Enterramos a la mujer y cuidamos un poco de los niños, pero a los pocos días estos desaparecieron y así como así no los vimos más. Algunos dicen que si te acercas de noche a la cabaña, que permanece abandonada, todavía los escuchas llorar. Otros dicen que fueron a vivir al bosque como animales que eran. Otros que eran un ser con el único propósito de matar a su madre.
Grundel la loca soltó una risita ahogada al ver a Alina boquiabierta e infló su pecho con el orgullo de haber entretenido un largo rato a la iluminada y sus amigos. A la mañana partieron, despidiéndose de Grundel agradecidos pero un poco espantados por la tenebrosa mujer.
Al tercer día luego de su noche en la casa de la vieja Grundel, llegaron al caos ordenado del campamento de los battousanios, donde todo era en grande. Incluso las personas.
Los battousanios eran fornidos y de piel cobriza, un pueblo guerrero por dónde se los mirase. No medían menos de un metro noventa y sus músculos se encontraban marcados por lo que se notaba eran años de ejercicio y luchas. La mayoría llevaba el pelo largo y oscuro en finas trenzas adornadas con tiras de tela de colores, algunos incluso adornaban su barba en el mismo estilo. La temperatura no parecía tener efecto sobre ellos; parecía que la moda era tapar lo menos posible su cuerpo con ropas de cuero. Alina no podía evitar encontrarse observando fascinada a algún Battousanio, para luego ruborizarse violentamente y desviar la mirada ante las carcajadas de ellos. Incluso algunos parecían posar, tensionando sus músculos y flexionando los abdominales con el solo propósito de llamar su atención y conseguir que se sonrojara.
Sin embargo, más que los fornidos hombres del pueblo guerrero, lo que causó mayor impresión a Alina fueron las mujeres. Había tanta cantidad de mujeres como de hombres en el campamento y parecían llevarse bien en el caos, como si fuese lo más natural del mundo. También eran altas, fornidas y musculosas, pero no dejaban de ser sumamente femeninas. Si había alguna definición de mujer sensual, seguramente una mujer Battousania pertenecía a ella. Sus curvas eran pronunciadas y se movían entre los hombres provocativamente sin dejar de ser eficientes en sus tareas.
Al llegar, fueron recibidos por una compañía de varios soldados battousanios que acompañaban a una mujer cuya sola presencia imponía tanto respeto como admiración femenina. Era hermosa y fuerte como las historias de las mujeres Amazonas. Les sonrió sinceramente y cuando habló, su voz no delató ni una sola vacilación ni inseguridad.
—Sean bienvenidos, nos sentimos honrados de tener a la iluminada y sus amigos con nosotros, mi nombre es Rashieka, líder de los Battousianos. Sean tan amables de acompañarnos a la tienda principal para poder conversar e invitarlos con un refrigerio.
—¿La líder del pueblo guerrero es una mujer? –susurró Alina a Elio que miraba embobecido a Rashieka.
—Nunca juzgues a una mujer de Battousania por su apariencia. No todo es lo que parece –respondió, pero fue distraído por un fuerte codazo de Mayra cuando notó que el muchacho parecía babear mirando a Rashieka.
La siguieron hasta el centro del campamento e ingresaron a una gran tienda con estandartes rojos, negros y dorados.
El golpe del aire rancio y viciado que había dentro de la carpa no fue una de las cosas más agradables que sintió Alina, pero luego de pasar más de una semana sin las comodidades básicas no pretendía quejarse. Las gruesas pieles que formaban la carpa no dejaban correr el aire y la cantidad de gente dentro hacia que el aire fuese oloroso, pegajoso y caliente. Varios battousanios con su piel cobre y cuerpos bien formados se encontraban amontonados sobre una gran mesa de madera en la que había apoyado un mapa. Al ver que Rashieka entraba le hicieron paso al mismo tiempo que golpeaban su pecho fuertemente con su mano derecha, seguramente una muestra de respeto. A la iluminada simplemente le inclinaron la cabeza, pero por unos segundos mantuvieron su mirada en ella hipnotizados.
—Estos son mis asesores, los guerreros más fuertes y expertos de nuestro pueblo. Los centinelas acaban de llegar y nos traen novedades de los movimientos del campamento del Demonio Supremo.
—En realidad, señora, los vigilantes han llegado pero apenas si podían andar a caballo. Creo que fueron descubiertos por el demonio y básicamente convirtió sus cerebros en nada más que pulpa —acotó un gran hombre escupiendo de forma despectiva en el piso.
Rashieka exclamó un gruñido ininteligible, aunque un insulto a veces no necesita palabras para describirlo.
—Por como venían avanzando podemos suponer que se encuentran a un día de nosotros. Tendremos que ser dinámicos si queremos darles alcance. Nuestro pueblo es más rápido que ellos...
—Una compañía de mil battousanios se encuentra adelantándose más rápido para poder atacarlos en varios frentes. ¿Pero dónde realizarlo?
—¿Cuánto tardaran en llegar los refuerzos de Gael? —preguntó otro de los hombres Battousianos.
—Comparando la velocidad de avance de ambos frentes, calculo que en tres días nos habrán alcanzado —contestó Emir.
—Para entonces, todos los puntos elegidos para el ataque habrán quedado atrás —comentó con insistencia el primero de los hombres señalando un montón de piedritas que marcaban lugares en el mapa que Alina no conocía.
—Deberíamos partir nuestros hombres en dos y atacarlos por tres frentes... que los Galeanos tomen la retaguardia —propuso un tercero.
—Mejor es encerrarlos contra el río, están huyendo despavoridos, podemos controlarlos.
—¿Huyendo despavoridos? ¿El Demonio Supremo Daesuke acaba de devolvernos tres plantas en lugar de hombres y tú dices que tienen miedo?
Pronto todos estaban hablando al mismo tiempo, incluida Rashieka y a Alina le empezó a doler la cabeza. Tenían para rato al parecer, al menos el resto parecía entender lo que estaban hablando. No fue hasta mucho después, o por lo menos a Alina le pareció eso, que salieron de la sofocante carpa y fueron llevados a unas carpas más pequeñas para instalarse. Mayra se quedaría con Rashieka, los chicos compartirían con algunos comandantes sus carpas y a Alina la condujeron a una tercera que por suerte era un poco más ventilada. En ella había tres mujeres finamente vestidas recostadas sobre almohadones bordados en dorado. Masha, Irina y Sveta eran sus nombres y Alina se sintió inspeccionada de pies a cabeza en cuanto entró. Luego de un breve cruce de palabras con su escolta, las mujeres la saludaron amistosamente y la invitaron a sentarse junto a ellas.
—¿Es verdad que la iluminada realmente brilla? —fue lo primero que le preguntó Masha.
—¿Es inteligente, poderosa y guerrera como para ganarle a la sombra? —preguntó Irina.
—¿Qué tan lindos son los hombres que las acompañan? —preguntó Sveta.
—Pero que chica tan callada, habla muchacha que nos aburrimos —acotó Masha ofreciéndole una pipa larga de madera que las mujeres estaban fumando y que Alina rechazó amablemente.
—¿Vienes de la reunión de los comandantes? —preguntó Irina bebiendo de una copa algo que parecía vino —¿Se puso de acuerdo la manada de perros?
—No les digas manada, Irina –retó Sveta señalando acusadoramente a Irina—. Más bien grupo de cachorros –rió a carcajadas golpeando el suelo con la palma de su mano.
A Alina ya le caían bien estas tres mujeres.
—No, siguen discutiendo, vuelven a juntarse más en la tarde —respondió Alina pero no logró disimular su desgano de tener que volver.
—Tranquila chica, puedes hablar libremente con nosotras, esas reuniones no sirven para nada, todos los comandantes son tercos como potrancas —dijo Masha.
—Sírvete una copa, relájate y quédate con nosotras, estas oficialmente secuestrada —agregó Sveta sirviéndole una copa de un vino que olía fuerte y acercándole un plato de quesos y carne.
Efectivamente, cuando la escolta llegó para llevarla a la reunión con los comandantes, Irina la abrazó como un oso de peluche y anunció que la chica no iba a salir de esa tienda y se quedaría con ellas.
—¿Que aporte puede dar ella que no sabe nada de guerra? —preguntó Masha ante la desaprobadora mirada de la escolta.
Alina no sabía si sentirse ofendida o agradecida de que la estuviesen reteniendo para tomar vino, comer y hablar.
—Dile a Rashieka que se queda con nosotras y que no haga sufrir a invitados inútilmente —dijo Sveta.
—Está bien muchachas, quédense con su nuevo juguete. Asumo entonces que ustedes no irán tampoco entonces.
—¿Por qué? Nos ensuciaremos de barro para que un montón de hombres intente demostrar quién tiene la mayor cantidad de testosterona —respondió Irina.
—Alina, ¿sabes dónde se encuentra Elio? No logramos encontrarlo —preguntó la escolta a Alina intentando disimular una leve sonrisa.
—No, no he salido de la tienda. Quizás esté con Mayra.
—No, ya hemos ido a buscar a la iluminada. No importa, ya lo encontraremos. Y ustedes tres, no la conviertan en una más de ustedes... Necesitamos soldados no princesas sentadas en almohadones.
—Si vienes y te sientas con nosotros puedes ser nuestro príncipe —propuso seductoramente Sveta, pero el escolta solo sonrió y se retiró.
—Los campamentos de guerra son tan desagradables —comentó Masha dando una nueva pitada en la pipa.
—Estoy deseando que recuperemos el cuerno para poder irnos por fin a casa —agregó Irina sirviéndose otra copa de vino.
* * *
Al día siguiente seguían sin encontrar a Elio, y todos estaban comenzando a preocuparse. Especialmente Mayra que caminaba de un lado para otro buscándolo y en las reuniones de comandantes no prestaba atención a lo que decían la mitad del tiempo, sin mencionar que parecía a punto de llorar en cualquier momento. Diez hombres recorrían el campo buscando a Elio, nadie lo había visto desde que salió de su tienda el día anterior.
Alina no había vuelto a las reuniones pero Emir se hacía cargo de ponerla al tanto de todo lo conversado aunque ella le repetía constantemente que no entendía nada de las estrategias de guerra de las que estaban hablando. La mayor parte del tiempo la pasaba junto a las tres flores de Battousania, como llamaban todos a Irina, Sveta y Masha, recostada en almohadones, hablando de banalidades y tomando vino. Las tres mujeres parecían ser figuras importantes dentro del pueblo Battousanio; todas las personas con las que hablaba parecían admirarlas, aunque no hicieran nada productivo dentro del campamento. Solo Rashieka parecía exasperada por la actitud e iba a implorarles una y otra vez que participasen en los concejos, solo para ser ignorada y terminar tomando vino y riéndose a carcajadas junto a ellas.
Al segundo día, con Elio aun sin aparecer y Mayra en un estado de letargo que desmoralizaba a todo el ejército, el concejo de guerra decidió que era mejor esperar el batallón enviado desde Gael. Pero por el ánimo de todos los battousanios bien podría ser una resignación.
Esa noche, cuando Alina despertó de golpe en su litera en la tienda de las flores de Battousanias, le tomó un tiempo llegar a la lucidez necesaria como para entender lo que estaba pasando aunque el corazón le palpitaba rápidamente intuyendo. Eran gritos.
Gritos y caos y resplandores de fuego.
Con el corazón en la garganta buscó a sus compañeras en la penumbra y las encontró recostadas en los almohadones en el centro de la tienda hablando en susurros pero más alertas y serias de lo normal.
—¿Qué está pasando? –preguntó Alina sacando con esfuerzo las palabras de su boca pero petrificada en su litera.
—Lo que parece muñeca, nos están atacando. Acércate o te dejaremos ahí a tu suerte –dijo Masha con más agresividad a la que Alina estaba acostumbrada.
Alina cruzó el espacio que las separaba con desesperación y se acuclillo al lado de ellas sin saber qué hacer, sintiendo que el corazón se le salía por la garganta. Ni bien llegó a su lado, cuatro figuras entraron por la puerta de la tienda, espada en mano rastreando con la mirada todo a su alrededor con apuro, buscando algo de interés. Al identificar a las cuatro mujeres en el centro de la habitación, el primero de ellos sonrió de una forma que hizo retorcer las entrañas de Alina de miedo. Los hombres parecían descuidados y sucios, de dientes amarillos y repulsivos, pero lo principal eran las miradas. Eran de esas que te hacen desconfiar de las intenciones sin necesidad de palabras, de esas que hacen que una mujer se aleje intuyendo el peligro.