Maestra del Alma (Spanish Edition) (10 page)

18. Dentro de la jaula de la muerte

La montaña que se alzaba frente al grupo de viajeros alcanzaba una altura imposible de calcular a simple vista y, aunque Alina arqueaba su cuello al máximo no podía ver la cima. La ladera de la montaña frente a ellos parecía haber sido esculpida con un cincel. La roca era lisa, casi perfecta excepto por algunas perturbaciones esperables, y en ángulo casi vertical con el suelo. Arriba, casi donde la montaña desaparecía de la vista, había un gran saliente en forma de semicírculo. Alina tuvo una sorpresiva sensación de vértigo y sus pies tambalearon.

—Por favor, no me digan que Eleutheria se encuentra en ese saliente —imploró.

—La ciudad no está en ese saliente —respondió Emir en tono burlón.

—Cada vez que tu boca se abre demuestras una ignorancia, que aumenta de forma progresiva al punto que nunca creí posible. Por supuesto que el gallinero se encuentra en el saliente, tan alejado de tierra firme como es posible, como todos los otros gallineros —replicó Daesuke con frustración.

—Los eleutherianos adoran las alturas para poder volar de forma fácil, ya sabes que prefieren volar a caminar. Es un misterio como se construyeron las ciudades, dado que los eleutherianos no son del tipo de trabajo forzado como los Batousainos, incluso haciendo uso de la magia. Tengo varias teorías sobre el tema... —comenzó a explicar Emir antes de ser interrumpido por Alina.

—¿Y cómo se supone que subiremos hasta allí arriba? No veo ninguna escalera...

—No te preocupes, la solución ya viene en camino –dijo Mayra mientras señalaba un conjunto de figuras parecidas a pájaros negros que planeaban desde el saliente hacia ellos.

—Odio las gallinas...—comentó Daesuke.

—¿Existe algo que no odies, Dai? —preguntó Alina poniendo los ojos en blanco.

—Probablemente él mismo —respondió Elio.

—¿Puedes dejar de llamarme Dai? Soy el Demonio Supremo Daesuke, no Dai –rezongó Daesuke por centésima vez.

—Daesuke es demasiado complicado, me da pereza –respondió ella.

Antes de que Dai pudiese replicar, cinco pares de ojos observaron las figuras en su trayecto, expectantes hasta que tocaron tierra firme a unos metros del grupo. Ian encabezaba el comité de bienvenida de cuatro personas. Tres de las figuras se encaminaron a la ladera de la montaña sin siquiera posar la mirada en el grupo de viajeros, ninguna palabra de saludo. Ian , sin embargo, se acercó a ellos con su radiante sonrisa y cabellos de oro, sus alas cubiertas tras la capa color ocre.

—Bienvenidos. Me alegra que finalmente tengan el gusto de conocer nuestra capital. Estábamos esperando su llegada, hace unas horas uno de los vigilantes nos informó que venían en camino.

—Muchas gracias, Ian. Estamos ansiosos por conocer tu ciudad natal —dijo Alina con cortesía haciendo caso omiso del resoplido de Dai.

—Entonces no perdamos tiempo, el comité se encuentra en la entrada a la ciudad aguardando conocerlos. Pero antes de seguir permítanme ponerles al tanto de ciertas cortesías a la hora de conocerlos —dijo Ian, seguramente una clase dedicada particularmente a Alina—. Ante encontrarse con algún miembro del comité, por educación, uno debe hacer una reverencia poniendo la palma derecha sobre el centro del pecho y luego la izquierda encima de la derecha, siguiendo con una inclinación del torso y un cerramiento de los párpados —explicó Ian mientras hacía una demostración—. Si se trata de una persona normal, una ligera inclinación de la cabeza y el cerramiento de los párpados bastan.

Alina respondió que había entendido la explicación, aunque se había perdido en la mitad del discurso, y el grupo comenzó su marcha hacia la ladera de la montaña. En ella, Alina divisó a los otros tres eleutherianos, con sus cabellos dorados trabajando sin esfuerzo en lo que parecía ser una gran cabina de madera entre unos rieles de metal oscuro y sobre una plataforma también de metal que se encontraba semi-escondida tras unos peñascos. Pronto la chica se dio cuenta de que se encontraba frente a un ascensor improvisado. 
Mierda, 
pensó, 
ellos vuelan, ¿desde hace cuánto no usan esta jaula de la muerte?
 Los tres eleutherianos, actuaban como si no se percataran de la existencia del grupo de viajeros. Vestían ropas similares a Ian; túnicas blancas ajustadas en la cintura por una faja también blanca, y en su espalda una capa color ocre que cubría sus alas.

Los viajeros y Ian subieron a la cabina y uno de los alados jaló tres veces una cuerda que trepaba por la ladera sujetada por unos enganches de madera casi imperceptibles, para luego alejarse una distancia prudencial de la cabina. El ascenso comenzó tan rápido y tan de golpe que Alina perdió el equilibrio y se aferró a lo primero que pudo sujetar, resultando ser el brazo de Dai. Para su sorpresa, Dai se encontraba tan concentrado en no marearse, en sujetarse y en cerrar sus ojos herméticamente, que no dijo una palabra ni rechazó el aferramiento de Alina. Elio se encontraba sentado, con las rodillas dobladas y su cabeza entre ellas, mientras que Mayra y Emir respiraban profundamente con la vista perdida en el vacío, aferrados a unos agarres de la cabina. La jaula de la muerte comenzó cada vez a ir más rápido y la sensación de vértigo y vacío en su estómago aumentó al punto que casi grita. Mirar por la abertura a modo de ventana, tampoco ayudaba. 
¿Cuán seguro es este mecanismo ¿A cuánto estamos del suelo? Si se rompen las cuerdas caemos al vacío hasta escracharnos contra el suelo... pensó
. El miedo se transformó en pánico y se encontró cerrando los ojos tan herméticamente como podía y apretando tan fuerte el brazo de Dai que sus uñas se clavaron en él, pero Dai no hizo ningún movimiento. Alina había escuchado una vez que cerrar los ojos en este tipo de situaciones era peor y aumentaba la sensación de vacío. 
La persona que dijo eso de seguro no se subió a esta jaula y miró por la abertura
, pensó.

Después de lo que pareció una eternidad, la cabina se detuvo con un ligero golpe y un sacudón. La única persona al parecer inafectada por el trayecto, Ian, salió con su paso suave y se detuvo a esperar al resto. Tambaleándose, Mayra y Emir salieron, la primera todavía respirando fuerte y Elio susurrando un "Estoy seguro de que estás ansiosa por la bajada" y guiñando un ojo salió con un salto. Con solo pensar en el descenso, la sensación de vacío volvió al estómago de Alina. Emir se levantó pálido, sudoroso y sorprendentemente callado, y caminó hacia el borde del saliente. Dai salió de su trance sacudiendo la cabeza y percatándose por primera vez de las uñas aferradas a su brazo.

—¿Podrías, si no es mucha molestia, sacar tus garras de mi brazo antes de que lo desgarres? —exclamó con furia y sin esperar sacudió su brazo con fiereza para librarse de su carga mientras se encaminaba a la salida.

19. Eleutheria

 

Se encontraban en el extremo del saliente en donde se juntaba con la ladera de la montaña. Unos metros dentro del semicírculo una gran muralla que parecía estar formada por la misma roca del suelo se levantaba siguiendo la concavidad del saliente tan alta que era imposible distinguir si quiera un esbozo lo que ocultaban. Alina pudo distinguir que la cuerda que trepaba por la ladera continuaba subiendo hasta una pequeña abertura en la ladera de la montaña y entraba en ella. La chica dedujo que dentro de esta abertura habría alguna habitación de control del ascensor y la cuerda terminaría en alguna campana o alguna forma de alarma. Con un ligero temblor, la cabina comenzó su descenso. 

Caminaron por un largo tiempo a lo largo de la muralla, guiados por Ian hasta finalmente se acercaron a un enorme arco. Solo con mirarlo Alina tuvo un pequeño indicio de lo que se iba a encontrar. El mismo estaba grabado con arabescos en toda su longitud y en la parte más alta un par de alas de piedra resaltaba. Frente al arco, un grupo de gente aguardaba.

Cuando los detalles de las siluetas comenzaron a ser visibles, a Alina se le escapó una exclamación de sorpresa al notar que más de la mitad de los eleutherianos que componían el grupo eran completamente diferentes en apariencia física a Ian. ¡Casi podría decirse que eran opuestos! Cuatro de las diez personas presentes en el comité poseían el mismo cabello de oro y ojos color ocre que Ian. La única diferencia era la elegancia de la vestimenta. La blanca faja se encontraba adornada con medallas de oro que presentaban el mismo grabado del par de alas que el arco a sus espaldas. Alrededor de su frente poseían una fina banda, también de oro, con un pequeño dije que caía hasta la altura de las cejas y en su cuello, sujetando su capa, descansaba una piedra color ámbar. Alina también se percató de un hermoso brazalete en sus brazos derechos que se enroscaba como una serpiente. Si éstos le recordaban a Alina del sol, los otros seis individuos le recordaban la noche. Sus cabellos eran de un negro azabache veteado con mechones plateados, sus ojos eran de un gris brillante y sus capas eran de color gris perla y Alina pudo distinguir ocultas tras ellas plumas de color negro y plata. Aunque poseían los mismos adornos que sus compañeros, estos eran de oro blanco, y el broche en su cuello parecía hecho a partir de obsidiana. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, el grupo poseía la misma piel blanca como la nieve y la postura de elegancia y altura característica de su raza. Alina se percató de que todos llevaban el pelo suelto, que, de acuerdo a lo que Emir le había contado antes de llegar, era una muestra de respeto y confianza.

Al llegar al grupo, Mayra, Emir y Elio hicieron las reverencias mientras que Alina hizo los gestos que se acordaba dándoles poca importancia. Por el rabillo del ojo notó una fugaz mirada de Dai que inmóvil intentaba disimular una sonrisa. Ian miraba a ambos desaprobadoramente. Sus anfitriones, sin embargo, permanecieron inmóviles y erectos como tablones de madera.

—Sean bienvenidos a la capital de Eleutheria, permítanos escoltarlos al pabellón de conferencias donde podremos conversar con tranquilidad —dijo uno de los eleutherianos de la noche.

Alina sintió una breve punzada al escuchar esa voz; era calma, suave pero calculadora, y con un cierto tono de desprecio, ¿o era soberbia?, analizó. Dándoles la espalda antes de que siquiera uno de los recién llegados pudiera responder al saludo, el comité comenzó su entrada a la ciudad y tras ellos siguieron unos silenciosos Mayra y Elio, un expectante Emir, un Dai con una no disimulada irritación, un indiferente Ian y una incómoda Alina.

 

 

El lenguaje es imperfecto
, fue lo primero que pensó Alina al entrar en la ciudad, pues no podía encontrar palabras para describir con precisión lo que veía y sentía en aquel preciso instante.
Majestuoso
 pensó que podría acercarse a lo que quería decir. También 
soberbio
 y 
supremo
 cruzaron por su mente, pero no bastaba para comunicar lo que estaba frente a sus ojos o la sensación de opresión y cosquilleo que sentía en su pecho.

Grandes edificios de piedra, mármol y granito se elevaban frente a ella. A pesar de la existencia de la muralla y la montaña, la ciudad era abierta y fresca, los edificios poseían grandes ventanales y estaban construidos de tal forma que la brisa pudiese entrar y salir, y seguir su recorrido a lo largo de las amplias calles. Quizás era un poco fresca de más, pensó Alina refregándose los brazos con las palmas de las manos. Las casas y edificios tenían balcones y ventanales para que pudiesen entrar volando, y podían verse varios de ellos volando por encima de sus cabezas de un lado a otro. Otros, caminaban con su paso suave y altanero, sin prisa. Se sentía el murmullo constante del batir de alas y a lo lejos, algo hacía un ruido parecido a campanas.

—¿Qué es ese ruido? –preguntó

—Son los anunciadores, nuestro más preciado invento. A partir de su sonido nos permiten saber cómo se están comportando las corrientes de aire e incluso predecir el clima –explicó Ian con una muestra de orgullo.

Se detuvieron ante un edificio de piedra blanca que recordaba a Alina a los castillos de los cuentos fantasía, con sus numerosas torres cilíndricas que terminaban en techos en punta, abundantes ventanas muchas de ellas con balcones grabados en el más fino detalle, y la entrada de madera oscura era tan alta que a Alina le costaba entender el propósito de tal magnitud. El eleutheriano de la noche que había hablado en las puertas de la ciudad, y que ni siquiera había tenido el decoro de dar su nombre, se volteó hacia Mayra y comenzó a hablar indiferente a las otras personas presentes en el grupo.

—A continuación el comité desea tener unas palabras en privado con usted —sus palabras parecían más una orden que una petición, cosa que molestó a Alina enormemente.

—Creo que el resto de los integrantes de esta travesía merecen saber cada una de las palabras que ustedes tengan que decirme —respondió Mayra con firmeza.

—Entiendo sus palabras, y el comité no niega el derecho de relatarles lo que considere oportuno una vez que la reunión termine, pero en ella usted debe estar sola—replicó el eleutheriano haciendo caso omiso a la notable molestia que crecía en cada uno de los integrantes del grupo de viajeros.

—Oh su notable majestad, perdone nuestros egoístas deseos pues, aunque somos conscientes de su grandeza y de que no merecemos siquiera saber los nombres de nuestros notables anfitriones. Mayra es tan indispensable para nosotros que simplemente no soportaríamos la idea de separarnos de ella —interrumpió Elio con exagerada formalidad mientras hacía una demasiada profunda reverencia.

Los eleutherianos parecían horrorizados ante tal falta de respeto y. hubo un breve movimiento por parte de los miembros del comité, que miraban a Elio como si fuera la primera vez que notaban su existencia.

—Por lo menos ahora las gallinas se dignan a mirarnos —replicó Dai mientras intentaba sofocar su risa—. El chico bonito se acaba de ganar mi respeto.

—Espero que entiendan que mis compañeros son tan importantes en esta travesía como yo misma, y pretendo que se los trate con el respeto y la cortesía con la cual cualquiera de los de su raza sería tratado en el palacio del Príncipe Mental —respondió Mayra definitivamente molesta aunque ruborizándose de vergüenza.

—En esta reunión se tratarán temas claves de nuestro pueblo e históricamente no se permiten individuos externos al comité, estaríamos haciendo una excepción sin precedentes al pedir que nos acompañe pero realmente creemos que sería recomendable tanto para usted como para nosotros que participara en ella —exclamó un eleutheriano del día, notablemente ofendido.

—Bueno, bueno, vamos a calmar los ánimos, a pensar con claridad para poder establecer los hechos y sacar conclusiones razonables respecto al tema sin tener que quedar en malos términos los unos con los otros —comenzó Emir viendo una inmediata confrontación si nadie hacia algo al respecto—. Creo que ustedes, miembros del honorable comité, están de acuerdo que enviar a una sola persona de nuestro grupo a una reunión rodeada de completos extraños puede resultar en una gran presión para ella. Sin embargo, creo que tener en cuenta las tradiciones históricas de su pueblo es muy importante. ¿Qué tal una excepción en la que ambos grupos cedan un poco? Propongo que uno a un integrante más de nuestro grupo le sea permitido participar en la reunión mientras que el resto se contentará con un paseo por su maravillosa ciudad.

Había que admitir que las palabras de Emir sonaban de lo más razonables pero Alina seguía tan molesta con la soberbia de los habitantes de este pueblo que la idea seguía pareciéndole injusta. Sin embargo no habló, porque de seguro que si sus labios se separaban siquiera un milímetro iba a estallar en insultos hacia todos los miembros del 
honorable
 comité como Emir los había llamado.

Los eleutherianos se voltearon y susurraron unas palabras rápidas que Alina no pudo entender hasta que finalmente accedieron a la petición de Emir. El pequeño grupo de viajeros decidieron, aunque tras un pequeño desacuerdo por parte Emir, que la mejor idea era que Elio acompañara a Mayra ya que su habilidad de cambiar su personalidad al instante podría ayudarla a sonsacar información importante durante la reunión. Ambos se encaminaron hacia el comité, que con desprecio los guiaron y atravesaron las puertas.

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