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Authors: Mª Ángeles López Decelis

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Los presidentes en zapatillas (27 page)

Por Quintos de Mora han pasado, además de George Bush, el colombiano Andrés Pastrana, el mexicano Vicente Fox, o el francés Jacques Chirac. También, el ex primer ministro británico Tony Blair, el portugués Antonio Guterres, el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi o el ex primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

Zapatero también ha utilizado la finca para recibir al presidente brasileño Lula da Silva en 2007.

El núcleo urbanizado consta de novecientas hectáreas de bosque y monte bajo, y ha sido objeto de varias remodelaciones. Dispone de piscina y de un pequeño helipuerto a cuatro kilómetros. A finales de la década de los noventa, Quintos de Mora quedó adscrita al Ministerio de Medio Ambiente y, desde entonces, está prohibida toda actividad cinegética en su perímetro, a excepción de la que sea necesaria para garantizar el equilibrio ecológico de la fauna, reservada exclusivamente a los guardas.

Cuatrocientos treinta y nueve días. Eso fue lo que duró exactamente la tregua de ETA. Durante esos meses se abrió una puerta a la esperanza, pero a pesar de los acercamientos políticos y la voluntad de resolver el conflicto vasco por la vía del diálogo, ETA nunca se sintió satisfecha y retomó la lucha armada a finales de 1999.

El Gobierno, por voluntad expresa de su presidente, José María Aznar, ofreció a la banda «flexibilidad» si demostraba su voluntad de paz. Y dio el primer paso en la buena dirección con un giro en la política penitenciaria, acercando a decenas de presos a las cárceles del País Vasco. Una segunda fase se inició a partir de los contactos directos entre la banda y el Ejecutivo, cuya primera reunión se celebró en la ciudad suiza de Zurich en mayo de 1999. Programado el segundo encuentro para el mes de agosto, ETA decidió no asistir, emitiendo un comunicado en el que hacía un balance negativo del año de tregua y mostrando su impaciencia y su desagrado por el desarrollo de los acontecimientos.

Finalmente, el 28 de noviembre de 1999, ETA levantó el alto el fuego y el 22 de enero de 2000 reaparecería en Madrid para asesinar al teniente coronel Pedro Antonio Blanco García. ¡La pesadilla había regresado!

Después del fracaso de la tregua, el Gobierno, con el apoyo del PSOE, inició una batalla legislativa para poner cerco al entramado de la banda terrorista. El pacto quedó sellado con la firma del «Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo», que fue respetado escrupulosamente en todo momento por el PSOE, entonces en la oposición.

Cuatro leyes importantísimas se firmaron entre 2000 y 2003, dirigidas a combatir al terrorismo en sus aspectos político, social, militar y financiero. Se modificó el Código Penal y la Ley de Responsabilidad Penal de los Menores en relación con los delitos de terrorismo, así como la Ley de Partidos Políticos, que permitió ilegalizar a Herri Batasuna, y la Ley de medidas para el cumplimiento íntegro de las penas por delitos de terrorismo. Esta nueva legislación ha permitido detener a cientos de personas, desmantelar decenas de tramas, desarticular más de cincuenta comandos y cerca de veinte redes de captación de infraestructuras... Pero ETA no deja de matar.

Por otro lado, las dos catástrofes medioambientales más importantes de la Historia de España tuvieron lugar durante los Gobiernos de José María Aznar: los lodos tóxicos de las minas de Aznalcóllar en Andalucía y el desastre del Prestige en Galicia.

La madrugada del 25 de abril de 1998, una balsa de metales pesados muy contaminantes, procedente de las minas de pirita del municipio sevillano de Aznalcóllar, se rompió por dos de sus lados, liberando los lodos tóxicos en el río Agrio, lodos que llegaron rápidamente al Guadiamar y que fluyeron hasta las mismas puertas del Parque Natural de Doñana. Las minas pertenecían a la empresa Boliden-Apirsa, de titularidad sueca, pero la responsabilidad de las instituciones y administraciones públicas de velar por el cumplimiento de las medidas de seguridad necesarias, así como del correcto funcionamiento de los mecanismos de prevención y control de la contaminación, quedó sin duda en entredicho. Afortunadamente, Doñana no sufrió daños irreparables, gracias a la rapidez con la que se contuvo el vertido, desviando el torrente mediante diques antes de llegar al preparque.

La empresa sueca había sido denunciada en numerosas ocasiones a la Junta de Andalucía por organizaciones ecologistas e incluso por un ingeniero de Boliden, ya jubilado, pero nada impidió el desastre. A pesar de que la sentencia europea lo dice muy claro: «El que contamina, paga», algunos procesos judiciales aún se mantienen abiertos para decidir a quién corresponde liquidar la multimillonaria factura que supuso la descontaminación de la zona.

Pero si grave parecía entonces aquella tragedia ecológica, descendió a segunda división cuando el petrolero Prestige, con bandera de Bahamas, se hundió el 13 de noviembre de 2002 frente a la Costa da Morte, provocando el peor desastre ecológico ocurrido en España.

A pesar del tiempo que transcurrió entre ambos acontecimientos, parece oportuno hablar de ellos en secuencia continua, por sus puntos en común.

El viejo buque monocasco hacía la ruta Letonia-Gibraltar, transportando setenta y siete mil toneladas de fuel, cuando escoró por los embates de una mar arbolada, a veintiocho millas al oeste del cabo Finisterre. Rescatada la tripulación, el petrolero empezó a verter combustible, y en una decisión por demás equivocada del ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, se ordenó remolcar el barco mar adentro, al quinto pino, lo más lejos posible de la costa.

Hasta los de Madrid sabemos que «el mar siempre devuelve los cuerpos», y cuando la estructura del buque se partió en dos a consecuencia del arrastre, el fuel llegó a tierra sin control, rápida e indiscriminadamente. La marea negra contaminó las costas españolas, francesas y portuguesas, provocando graves pérdidas económicas.

¡Quién no recuerda la desolación experimentada al ver las imágenes de nuestras bellísimas playas y acantilados teñidos de negro, las gaviotas impotentes para volar con sus alas pegajosas e inservibles, y los rostros angustiados de marineros y mariscadores dirigiendo sus miradas a las islas Cíes primero y al cielo después!

El movimiento ciudadano Nunca Mais nació de la indignación contra el Gobierno popular y su pésima gestión del desastre, más preocupado por la cercanía de una convocatoria electoral municipal. Lo que sí hay que anotar en el «haber» de la catástrofe es el movimiento solidario que espontáneamente surgió desde todos los rincones de España, movilizando a miles de voluntarios anónimos y efectivos del Ejército que, a pesar del mal tiempo, acudieron a Galicia en masa a colaborar desinteresadamente en la limpieza de las playas.

Consecuencias de todo esto, algunas. En primer lugar, los buques que navegan bajo bandera de conveniencia son comparables a los piratas del pasado, y la legislación internacional vigente tiene que ser eficaz para acabar con estas prácticas. En segundo lugar, la gente corriente no entiende de trabajo de despacho y quiere ver a sus representantes políticos en la «zona cero» de las tragedias que les afectan, y hasta con el traje de faena y arrimando el hombro si fuera preciso... Aznar tardó un mes en aparecer por Galicia.

Aprovechando su papel protagonista de esta última y desafortunada historia, de cuyo nombre seguro que no querrá acordarse, parece buen momento de acercarnos al hombre que, durante años, fue el alter ego de Aznar. Me refiero a Francisco Álvarez-Cascos, alias «Chato Salmones», por su afición a la pesca de estos exquisitos peces rosados.

Cuando optó por la política, la mayoría de los jóvenes de su generación llevaban bastante tiempo en ella. Después de estudiar, con resultados brillantes, Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos, se asentó en su profesión, se casó con Elisa Fernández Escandón y prefirió el deporte y los toros a otras actividades. Pocos saben que Álvarez-Cascos firmó asiduamente crónicas taurinas con el seudónimo de «Curro Pelayo».

En 1976 lo captó Manuel Fraga, pero como él tenía la certeza de que pasaría tiempo antes de que la derecha estuviera en situación de gobernar, se dedicó a afianzarse en el organigrama del partido y conocer sus entresijos. El culmen de su carrera política tuvo lugar en 1996, cuando el Partido Popular venció en las urnas y Aznar le nombró vicepresidente primero y ministro de la Presidencia. Gran polemista, tuvo un papel destacado en los primeros años de gobierno de los populares. Su estilo bronco no sintonizaba con la imagen centrista del Aznar de los primeros años y, descontento con el funcionamiento del partido, Cascos presentó su dimisión como secretario general del PP. Sus correligionarios le daban la vuelta al cargo y le llamaban «general secretario».

Tras las elecciones de 2000 y con un partido en mayoría absoluta, Aznar le asignó la cartera de Fomento, con lo que obviamente perdió puntos en la carrera por la sucesión. El presidente del Gobierno había anunciado por activa y por pasiva que solo permanecería en el cargo dos legislaturas.

Como ya hemos visto, vivió sus peores momentos durante el hundimiento del Prestige, porque la opinión pública puede perdonar los errores, pero no el desdén, y el ministro se proclamó el campeón del pasotismo cazando en el Pirineo mientras se producía el vertido. Hombre de carácter fuerte y autoritario, estrellaba contra la pared sin pestañear los aparatos de teléfono cuando su interlocutor no descolgaba a la primera. Y montaba en cólera sin miramientos, hablando alto y claro, sin las exquisiteces propias del prototipo de «chico bien del PP». Zico y Gufa le odiaban profundamente. Ladraban enloquecidos y le enseñaban los colmillos en cuanto se acercaba al edificio del Consejo. Una vez reducidos y a buen recaudo, tras la puerta del despacho de Milagros, les hacía, en venganza, «un corte de mangas» para demostrarles que nunca conseguirían echarle el diente.

Pero este «dóberman» de la política se mostraba tierno y fogoso en sus relaciones personales. Sus convicciones morales y religiosas no le impidieron divorciarse de su esposa, con la que tenía cuatro hijos, para casarse, tras un noviazgo fugaz, con Gemma Ruiz Cuadrado, una mujer veintisiete años más joven que él. De esta unión nacieron dos hijos más. Gemma, joven, guapa, abierta y desinhibida, plantó a su prometido cuando ya había recibido las amonestaciones de la Iglesia y vivió un apasionado romance con el vicepresidente. Hasta la celebración del enlace, Gemma, que vivía en Córdoba, pasaba largas temporadas en Madrid y visitaba con asiduidad el despacho de su novio en Semillas. Tanto era así que para evitar eventuales e inoportunas interrupciones, el vicepresidente ordenó expresamente que un ordenanza montara guardia permanente en la puerta de su despacho con el fin de impedir el paso a cualquier persona que se acercara con intención de entrar, fuera quien fuera, incluso «el mismísimo Rey de España».

Suyas son las siguientes declaraciones reflejadas en la prensa del momento: «Si has contraído matrimonio católico, como es mi caso, la voluntad de permanecer juntos está por encima de cualquier eventualidad, incluso la infidelidad transitoria... La decisión de vivir juntos tiene que ser más poderosa que una atracción insuperable». Pero lo de Cascos no tenía pinta de ser una «infidelidad transitoria», porque son muchas las parejas ocasionales que se le conocen y, como todo el mundo sabe, va por su tercer matrimonio. En enero de 2006 volvió a casarse con la galerista María Porto, con quien inició una relación tres años antes, cuando su matrimonio con Gemma Ruiz se iba a pique.

Algo tendrá el agua cuando la bendicen, reza el dicho, pero analizando a este hombre rudo y hostil, con la nariz aplastada de boxeador duramente castigado y cuyos ojos saltones le mimetizan con los ciprínidos que tan aficionado es a pescar, no se explica que su éxito entre el género femenino sea comparable con el de los más atractivos galanes de cine. Lo que sí hay que reconocerle, sin atisbo de duda, es la brillantez de su sólido plan de infraestructuras 2000-2007, por el que se le ha considerado el mejor ministro de Fomento de la historia de España.

El otro vicepresidente durante estos ocho años, Rodrigo de Rato, era un hombre amable, educado, equilibrado, siempre sonriente, de vida personal estable. Ambos vicepresidentes parecían encontrarse en las antípodas, pero eran igualmente eficaces a la hora de flanquear al presidente como «centro» de tan bien pensada organización. Rato fue el auténtico artífice de la exitosa política económica del Gobierno. Su gestión al frente del Ministerio de Economía está considerada como una de las más destacadas de la historia democrática de España. Rato completa la terna de madrileños al frente del Ejecutivo y, tras estudiar con los jesuitas en Chamartín y pasar por las aulas de ICADE, se licenció en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.

A finales de 2003, su nombre fue barajado como posible sucesor de José María Aznar al frente del PP y como candidato a la Presidencia del Gobierno. Solo algunos saben que en ese mismo año obtuvo el doctorado en Economía Política por la Universidad Complutense. Poco después renunció a su escaño en el Congreso al ser nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional, cargo con rango protocolario de jefe de Estado y uno de los máximos puestos de responsabilidad internacional a los que ha accedido un español.

Hombre exquisito en el trato con todo el mundo, fue, aparte del presidente, el único que, al abandonar el Gobierno, se despidió de todas nosotras, una por una, deseándonos la mejor de las suertes en la etapa siguiente.

El 17 de enero de 2000 se disolvieron otra vez las Cortes y se convocaron elecciones generales para el 12 de marzo. La consigna durante la campaña electoral fue clara: «El giro al centro», con el fin de atraer esta vez el voto intermedio del espectro político que en 1996 aún permaneció junto a Felipe González y al Partido Socialista. Por fin José María Aznar se arrancaría la espina que llevó clavada como un estigma durante cuatro años y arrasó, convirtiendo la fecha en un día histórico para el centro-derecha español. Ciento ochenta y tres escaños y diez millones de votos suponían una mayoría absoluta suficientemente holgada para gobernar en solitario toda la legislatura. Sin duda, la victoria fue el premio a cuatro años de bonanza y estabilidad económica y el beneplácito para pertenecer a la eurozona desde el mismo día en que la moneda única se pusiera en circulación.

Analizando los resultados en su totalidad, se puede añadir que el PSOE, perdiendo dieciséis escaños y un millón trescientos mil votos, contabilizó ciento veinticinco diputados, aunque el varapalo fue mayor para IU, que pasó de veintiuno a ocho representantes. De todo esto se deduce con facilidad que la victoria del Partido Popular fue también fruto de los fracasos de la izquierda, que no solo retrocedió en tres millones de papeletas, sino que dejó en casa al mayor número de abstencionistas de las más recientes convocatorias. Como consecuencia, Joaquín Almunia, por entonces secretario general del PSOE, anunció su dimisión esa misma noche, y ambos partidos, también IU, renovaron sus cúpulas meses después eligiendo al frente del Partido Socialista a José Luis Rodríguez Zapatero y a Gaspar Llamazares como cabeza visible de Izquierda Unida.

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