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Authors: Mª Ángeles López Decelis

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Los presidentes en zapatillas (22 page)

Así las cosas, España no tuvo más opción que posicionarse en el lado que le correspondía, y el Gobierno adoptó las decisiones pertinentes respecto de nuestra participación en esta guerra como miembro de la coalición internacional. Dos corbetas, Diana e Infanta Cristina, destacadas en el mar Rojo, y la fragata Numancia en el Golfo Pérsico pasaron en esa parte del mundo la Navidad de 1990. Por primera vez soldados españoles tomaban parte en un conflicto internacional, lo que hizo aflorar en muchos ciudadanos sentimientos encontrados. En nuestra memoria quedaron las imágenes del show de Marta Sánchez, acompañada por el ministro de Defensa, Narcís Serra, que apoyaban con su presencia a nuestros militares en tan entrañables fechas.

Finalmente, el 16 de enero de 1991 dio comienzo la operación «Tormenta del Desierto», en la que una coalición internacional de treinta y un países, entre ellos España, y liderada por Estados Unidos bajo mandato de la ONU, tardó solo cien horas en obligar al Ejército invasor iraquí a abandonar Kuwait.

Pero si hubo algo que hizo única la guerra en el Golfo Pérsico fue su retransmisión en vivo y en directo por las televisiones de todo el mundo. Muchos recordamos las narraciones de los reporteros de la CNN cuando caían las primeras bombas norteamericanas sobre Bagdad. Los ciudadanos de a pie no teníamos ni idea de armamento, pero comenzamos a hablar de misiles Scud-B y Tomahawk, cohetes antimisiles Patriot y aviones Tornado o F-15 Eagle como si lo hubiéramos hecho toda la vida. Por primera vez el mundo vivía una guerra en directo que parecía un inocente videojuego, en el que no se difundían imágenes de muertos ni de sangre, pero en la que perdieron la vida cerca de cuatrocientos soldados de la coalición y se calcula entre veinticinco y treinta mil las bajas iraquíes.

El 28 de febrero de 1991, Irak se rindió y aceptó las condiciones de Naciones Unidas. Entonces las fuerzas francesas se hallaban a solo ciento cincuenta kilómetros de Bagdad e, inexplicablemente, se replegaron ante el anuncio del presidente norteamericano, George Bush, del final del conflicto. Mientras, los iraquíes se retiraban incendiando todos los pozos de petróleo kuwaitíes a su paso, incendios que se tardaron meses en sofocar.

La consecuencia inmediata de la guerra del Golfo fue el incumplimiento del más importante de sus objetivos: derrocar a Sadam Husseim. Pero hubo otras: dividir a los árabes, alterar la relación entre Estados Unidos e Israel, lo que supuso un retroceso en la posible solución del conflicto palestino-israelí, y un estímulo sorprendente al integrismo islámico.

Así las cosas, ocho meses después, urgía la celebración de una Conferencia de Paz para Oriente Medio. El objetivo: acabar con el histórico e interminable conflicto entre israelíes y palestinos, que acapara la atención mundial desde 1949. ¿Y dónde celebrarlo? ¿En qué lugar del mundo se organizan las cosas de un día para otro y funciona la improvisación cuando falla la planificación con un nivel aceptable de buenos resultados? Pues en España. Se fijaron el 30 de octubre y el 1 y 2 de noviembre de 1991 para su desarrollo. Dos semanas..., solo faltaban dos semanas para que Madrid acogiera la reunión internacional de alto nivel más importante, tras los cambios radicales en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia como consecuencia de la caída del Telón de Acero.

Así que manos a la obra. ¡Había tanto que hacer!... El presidente nos dijo que el mundo entero miraría a Madrid durante tres días y que lo que aquí iba a ocurrir podía cambiar la historia de la segunda mitad del siglo XX. La principal preocupación estaba en la seguridad de las delegaciones que se alojarían en la capital de España, encabezadas por George Bush y Mijail Gorbachov.

Faltaban instantes para que el presidente español inaugurase la Conferencia con un discurso de bienvenida de aproximadamente diez minutos. Eran las diez y media de la mañana y todo el mundo estaba ya situado, después de que el Rey recibiera personalmente a los participantes. Para desesperación de todos, el texto seguía en La Moncloa recibiendo los últimos retoques. Tal era la tensión que a través de los servicios municipales se paró el tráfico desde el Palacio de la Moncloa hasta la calle Bailén. Un motorista salió a toda velocidad escoltado por la Policía y custodiando aquellos folios como si del correo del zar se tratara. Cuando el mensajero alcanzó la entrada del Palacio Real, el presidente, que ya estaba avisado de su llegada, se dirigía hacia el atril. 

Piluca casi precisa atención cardiaca, y de la cocina se apresuraron a subir tila a discreción para este grupo de mujeres al borde del ataque de nervios. Al día siguiente el motorista fue recibido entre vítores y aplausos como un héroe nacional; solo faltaron el himno y las salvas para completar los honores de Estado.

¡Qué orgullo! ¡Nuestro presidente entrando en La Moncloa flanqueado por Bush y Gorbachov, que sonreían a su paso a todos los presentes!... ¡Y Piluca! ¡Piluca detrás de ellos, junto a nuestro ministro de Asuntos Exteriores y el secretario de Estado norteamericano, James Baker! ¡Y a ver quién le decía algo!...

Años más tarde, una vez desclasificada, se ha hecho pública la información correspondiente al ataque terrorista que, gracias a los Servicios de Inteligencia de un país árabe y a las medidas de emergencia que adoptó el Gobierno español permitieron abortar la operación y libraron a España de una jornada de sangre y horror que hubiera supuesto una tragedia de dimensiones difíciles de imaginar. Un grupo fundamentalista islámico pretendía secuestrar dos aviones en algún aeropuerto extranjero y estrellarlos contra el Palacio Real, sede de la Conferencia, y el hotel Palace, donde se alojaba la delegación soviética. El entonces secretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera, declaró que el plan en aquellos momentos le pareció «tan brutal» que nunca podría olvidar el desafío que su desarticulación supuso en términos policiales.

En fin, lamentablemente y como todo el mundo sabe, la Conferencia no cumplió las expectativas, por mucho que el escenario tuviera connotaciones especiales para el entendimiento, dadas las buenas relaciones de nuestro país con las partes en conflicto y la fecunda convivencia secular entre cristianos, árabes y judíos que ha caracterizado la Historia de España. Las cifras lo confirman: entre 2000 y 2008 han muerto en este interminable conflicto cinco mil quinientos palestinos, casi quinientos israelíes y veintisiete ciudadanos de otras nacionalidades, según los datos que recoge en su informe la ONG israelí B'tselem.

Según rumores que circulan por los foros internacionales, el presidente Obama estudia la convocatoria de una reedición de la Conferencia de Paz, Madrid II, que se enmarcaría dentro de las iniciativas de la Alianza de Civilizaciones. Ya veremos...

Después vinieron el AVE, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla. España, en 1992, disfrutó del protagonismo internacional absoluto que le debía la Historia. El tren no se podía perder por culpa de organizaciones chapuceras o escasez de recursos, así que todas las instituciones públicas y privadas se volcaron en la empresa y los españoles echamos el resto para demostrar que nos sobraban capacidad y eficacia, solo que no nos habían dado la oportunidad de ponerlas en valor.

Las ideas no se fraguan en dos días, y fueron muchos los profesionales que aportaron sus conocimientos y su buen hacer en cuantos proyectos se llevaron a cabo, algunos absolutamente innovadores. Hoy, la red de Alta Velocidad Española es referente para otros muchos países, incluido Estados Unidos. En cuanto a la Expo de Sevilla fue un éxito de participación sin discusión, contabilizándose una cifra cercana a los cuarenta y dos millones de visitantes. No menos impecable fue la organización de los Juegos Olímpicos de Barcelona, que consiguió la sede al cuarto intento y que supo transmitir la imagen de la nueva España, dinámica y moderna, desterrando definitivamente viejos estereotipos.

Estas trascendentales celebraciones culminaron con los actos conmemorativos del Quinto Centenario del Descubrimiento de América y la Capitalidad Europea de la Cultura de Madrid, completándose así el año de mayor resonancia internacional de España del periodo democrático.

Tras los fastos de 1992, todos los días se cerraban empresas y cada veinticuatro horas se perdían mil puestos de trabajo. Quedaban así en evidencia y sin recato las consecuencias de la denominada «cultura del pelotazo», un redil en el que cualquiera podía invertir en negocios de dudosa limpieza, rentabilizando rápida y desproporcionadamente lo destinado, y mucho más si se amparaba en el Partido Socialista como medio de promoción social o acceso meteórico a puestos de influencia y poder. González llegó a decir que había «más cargos públicos ocupados por miembros del PSOE que militantes registrados en diciembre de 1976». La corrupción se hizo incontenible.

Además, el deseo de profundizar en la integración europea llevó al Gobierno a asumir el Tratado de Maastricht de 1991. Para ello había que acentuar los sacrificios exigidos a la población mediante una política de austeridad orientada al cumplimiento de los criterios de convergencia económica. Todas estas circunstancias dieron como resultado la aplicación de una política restrictiva que, unida a la coyuntura de recesión que vivía Europa, acabaron con el adelanto de un nuevo proceso electoral general, cuya convocatoria se fijó para el 6 de junio de 1993.

Poco antes y como consecuencia de un cáncer de laringe, fallecía don Juan de Borbón, conde de Barcelona, el 1 de abril de 1993. Entre Julio Feo y Rosa Conde, ocupó la Secretaría General de la Presidencia Lluís Reverter, un catalán que vino de la mano de Narcís Serra y al que llamábamos «el ferretero», porque su familia trabajaba de antiguo el negocio de las herramientas y el utillaje. Era un hombre singular, de complexión recogida. Su misión se basaba en la coordinación de todos los elementos que intervienen en la celebración de un acontecimiento. Recurriendo al símil futbolístico, se podría decir que jugaba de libero, estaba en todas las posiciones, corregía las lagunas de sus compañeros y era un tiquis miquis cuando se trataba de los detalles.

No lo hizo mal con la Conferencia de Paz, así que cuando murió el padre del Rey se le encargó la organización de los funerales de Estado. Tan al pie de la letra se tomó la tarea que dirigió personalmente los ensayos de la ceremonia mientras que la comitiva de figurantes se paseaba arriba y abajo con paso marcial portando una especie de féretro imaginario. Los funcionarios nos reíamos entre dientes cuando nos cruzábamos con el séquito. Desde entonces, el paseo de marras quedó bautizado como la «avenida Reverter». ¡Solo le faltó ocupar el lugar del muerto en el entierro!

Los socialistas se sentían amenazados. Tres millones de votantes dudosos iban a decidir el resultado electoral, y como las cosas no estaban nada claras, el momento económico era desastroso y la coyuntura social pasaba por un momento de crispación sin precedentes, González tenía que sacar un conejo de la chistera y conseguir un golpe de efecto que animara el cotarro y recuperase la confianza de la mayoría de los españoles en el Partido Socialista. El conejo se llamaba Baltasar Garzón.

Tras varios contactos con miembros relevantes del PSOE como José Bono y un encuentro festivo con Felipe González en una finca de Ciudad Real, el juez no pudo resistir la tentación y se subió al tren de los socialistas, convencido de que se le abría la oportunidad de ser el abanderado de la anticorrupción en una España tan contaminada que, al leer la prensa cada día, parecía que viviéramos en Sodoma y Gomorra. Y Garzón, dispuesto a cortar todo eso, le dijo a González que quería carta blanca para limpiar el partido... Y el presidente le dio su bendición.

Una bomba. La noticia cayó como una bomba. Garzón ocupó el segundo lugar en la candidatura socialista por Madrid, detrás de González y por delante de pesos pesados del partido como Javier Solana o Joaquín Almunia.

El 6 de junio de 1993, las urnas se burlaron de las encuestas, en las que se daba por muertos a los socialistas. Estos consiguieron ciento cincuenta y nueve escaños, frente a los ciento cuarenta y uno de los populares, que, sin quitarles mérito, avanzaron de forma notable, aunque, claro está, no fue suficiente. ¡Menudo chasco!

Por vez primera, un PSOE en el Gobierno perdía la mayoría absoluta. Pero en la noche electoral, Felipe González pronunció su famosa frase con la que aseguraba «haber entendido el mensaje» que los españoles le habían transmitido... Pero lo cierto es que no se enteró de casi nada.

Otra de las novedades de este proceso electoral fue la celebración del primer debate televisivo entre los dos principales candidatos a la Presidencia del Gobierno. Cada uno presentó sus propuestas y puso sobre la mesa todo su arsenal político. Tanto Aznar como González prepararon las estrategias semanas antes, pero lo cierto es que el líder del Partido Popular ganó ampliamente el primer combate. Es más, Aznar arrasó a un González que parecía ausente y sin capacidad de respuesta frente a una audiencia récord de más de diez millones de telespectadores. Pero lo que la gente no sabe es que el día anterior el avión del presidente, que regresaba desde Las Palmas, tuvo un peligrosísimo problema de despresurización en cabina, lo que obligó a planear durante más de media hora. Uno de los escoltas del presidente nos contaba después que solo les había faltado besar el suelo cuando el avión aterrizó, y añadió: «Yo no sé como el jefe pudo hablar en público al día siguiente, porque yo estuve una semana sin articular palabra». El siguiente combate se libró ante las cámaras siete días más tarde y, en esta ocasión, González, en plenas facultades, ganó por goleada.

Un mes después del triunfo electoral y con el presidente investido por cuarta vez, Garzón fue nombrado delegado del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas. Pero eso no era lo que él buscaba..., o lo que le habían prometido. Sus informes no eran leídos por nadie, sus llamadas telefónicas no conseguían la respuesta de su destinatario, la burocracia le ataba las manos. En mayo de 1994 Garzón tiró la toalla, desencantado con «la actitud pasiva del presidente respecto de la corrupción. Felipe me ha utilizado como a un muñeco».

Y regresó a la judicatura. Pocas semanas después, España estaba con los pelos de punta. Empezó a dictar órdenes de prisión como el que hace rosquillas y de su mano estalló el caso GAL, que provocó la mayor crisis en doce años de Gobierno socialista.

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