El futuro se fue acercando a una lentitud insoportable, pero la muerte dejó de presentarse como una posible solución a la angustia. Faltaban dos años aún para conocerle a él y empezar a sufrir, también poco a poco, que no había nada en mí que impidiera el amor duradero. Él me dijo: «Había algo en ti que me daba miedo. El rastro de una pena que había sido muy honda.»
Y en todo ese tiempo, en esos dos años en los que el futuro tardó en llegar, el niño, Gabi, el hombrecillo, el niño musical con el que bailaba
When you Wish upon a Star
en el despacho amarillo, estuvo velando por mí con su mera presencia.
Derrotados por el viaje y el sueño, esperamos a que salgan las maletas por la cinta. Conecto el móvil y veo un mensaje de Gabi: «Iré a casa a mediodía. Bsss.» Aparece al fin el equipaje y al abrirse las puertas de salida vemos una multitud de latinoamericanos que esperan a sus familiares, que llegan en los primeros vuelos de la mañana. Al fondo, entre sus caras inequívocamente ecuatorianas, colombianas, lo distingo a él. Tan único y singular en mi corazón como cuando salía de la escuela, confundido entre los otros niños.
Ha crecido, las facciones se le han agrandado y empieza a despuntar con fuerza el hombre que habrá en él. Sus cejas, en ese gesto tan característico suyo, se levantan, en una mezcla de asombro y alegría. Me acerco corriendo a su lado. Le abrazo. Soy ya mucho más baja que él. Me dice: «Queríamos daros una sorpresa. Me ha traído el abuelo, pero se ha salido a fumar.» Veo a mi padre tras la cristalera, con el cigarrillo en la mano, enfermizamente sociable, hablando ya a las ocho de la mañana con algún empleado del aeropuerto, haciéndole preguntas absurdas sobre Dios sabe qué detalle técnico con el único fin de fumarse un pitillo acompañado. Aún no es viejo, aún es empecinadamente él.
Tomo la cabeza de Gabi con mis manos y acerco su mejilla a la mía, detrás de esa barba rala que le está brotando siento la suavidad de su mejilla, aún de cualidad infantil, y su olor, el mismo de siempre pero un poco más profundo, más adulto. Ahora le miro a los ojos, le miro intensamente a los ojos, me dice: «Anda, no llores», y presiento, lo sé, que sea lo que sea lo que anda por esa cabeza, está salvado, salvado, y yo con él, porque de su salvación depende la mía.
ELVIRA LINDO
, (Cádiz, 1962). Estudió periodismo hasta 1987, cuando comenzó a trabajar para
Radio Nacional de España
como locutora. Al poco tiempo empezó a redactar guiones, tarea que repitió en la
SER
y en varios programas de televisión. Es en estos guiones donde surgió el personaje de Manolito Gafotas, que desde la publicación del primer libro de la serie en 1994 goza de un éxito enorme. Elvira Lindo ha publicado, también para el público infantil, cinco libros protagonizados por
Olivia y Amigos del alma
(2000), y las novelas para adultos
El otro barrio
(1998) y
Algo más inesperado que la muerte
(2003),
la obra de teatro La ley de la selva
(1996), y sus crónicas de
El País en Tinto de verano
(2001),
El mundo es un pañuelo
(2001) y
Otro verano contigo
(2002). En 2005 recibió el Premio Biblioteca Breve por la novela
Una palabra tuya
, cuya versión cinematográfica está ya en preparación. También ha escrito numerosos guiones de cine. Ganadora del Premio Nacional de Literatura Juvenil en 1998, colabora habitualmente en el diario
El País
.
[1]
«El hombre nació para salir a buscar el amor / la mujer nació para llorar y preocuparse / para quedarse en casa y cocinar / y ahogar sus penas pasadas / en café y cigarrillos.»
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[2]
«Si a una estrella / pides tú / un deseo con su luz / lo que pidas al soñar / a ti vendrá. / Cuando sueñes ya verás / cualquier cosa / será real, si lo pides / de corazón / se hará real.» (D. R.)
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[3]
«Dejo a mi familia, dejo a mis amigos / Mi cuerpo está en casa pero mi alma está en el viento / Donde las nubes son pequeños titulares de una nueva portada del cielo / Las lágrimas son agua salada y la luna está llena y en lo alto.»
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