Read Las seis piedras sagradas Online
Authors: Matthew Reilly
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción
—Jack, si haces una llamada con esa cosa, cualquiera en la zona, incluso con un escáner básico, sabrá que estamos aquí.
—Créeme, sabrán que estamos aquí muy pronto. Si debemos sobrevivir a esto, necesitamos ayuda.
Dicho esto, Jack llamó al
Halicarnaso
para una videoconferencia.
Cuando la consola del teléfono vía satélite del
Halicarnaso
comenzó a sonar, todos a bordo se miraron con preocupación.
Zoe atendió la llamada.
—Hola —dijo con cautela.
—¡Zoe! Soy yo.
—¡Jack!
Se intercambiaron unos rápidos saludos y una supercontenta Lily le hizo un rápido resumen de su búsqueda a través de África antes de acabar con la explosiva aparición de las fuerzas de Lobo en el reino de los neethas y la pérdida de Alby y el pilar a sus manos.
El Mago se inclinó sobre el micrófono.
—Jack, fue fantástico recibir tu mensaje. No sabíamos si estabas vivo. Pero ahora estamos en graves apuros. No podemos llegar a Sudáfrica. Estamos detenidos en una pista en el desierto del Kalahari en Botswana, apenas al norte de Sudáfrica, mientras que Lobo ha ido al segundo vértice. ¿Dónde estás?
—En el segundo vértice —respondió Jack.
El Mago se quedó boquiabierto.
—Necesito toda tu ayuda.
Momentos después, el Mago, Zoe y Lily estaban reunidos delante del monitor del videoteléfono mirando la información que llegaba a través de la videocámara montada en un casco.
El Mago vio la ciudad subterránea y susurró:
—La ciudad de los puentes…
Pero Jack dirigió su atención a las palabras de Thot talladas en la primera plataforma con forma de lengua en el tejado:
—¿Lily? —preguntó Jack.
La niña leyó el texto en un santiamén.
—Dice: «¿Cuál es el mejor número de mentiras?»
De pie, a su izquierda, el Mago frunció el entrecejo.
—El mejor número de…, espera un minuto…
Pero, entonces, desde su derecha, Zoe dijo:
—Eh. ¡Yo he visto esa talla!
—¿Dónde? —preguntó el Mago.
Fue Jack quien respondió por teléfono:
—Imagino que en algún lugar del reino de los neethas. Junto con una lista de otras tallas que quizá parecían números.
—Sí —asintió Zoe—. Sí. Estaban en el mismo centro del laberinto. Talladas en un hermoso podio de mármol blanco. Pero ¿cómo lo sabes, Jack?
—Porque es una de las adivinanzas de Aristóteles.
—Por supuesto —exclamó el Mago—. Por supuesto…
—No lo entiendo —reconoció Zoe.
Jack se encargó de la explicación.
—En la academia de Grecia, Aristóteles era el alumno favorito de Hieronymus, el mismo Hieronymus que encontró a los neethas. Tiene sentido que Hieronymus le hablara a su estudiante favorito de los neethas y de lo que había descubierto allí. Las adivinanzas de Aristóteles no son de Aristóteles: son de Hieronymus. Adivinanzas que Hieronymus encontró durante su tiempo con los neethas, adivinanzas que imagino consiguió que alguien entre los neethas tradujera para él.
—Entonces, ¿cuál es el mejor número de mentiras? —preguntó Lily.
—Una —respondió el Mago—. Ya sabes lo que dice el refrán: si dices una mentira, muy pronto te encontrarás diciendo otra y luego otra para mantenerla. Pero si sólo puedes decir una, entonces es óptimo.
En la vasta caverna del segundo vértice, Jack miró las tallas de las tres piedras delante de él.
—¿Estás del todo seguro, Mago?
—Sí.
—¿Te jugarías la vida en ello?
—Sí.
—¿Te jugarías la mía?
—Estooo…, bueno…, yo, quiero decir, creo…
—No pasa nada, Max. No soy estúpido. Me ataré una cuerda a la cintura cuando dé el salto.
Jack miró la piedra a su derecha: sólo tenía una única raya en su superficie. Una.
La piedra parecía flotar sobre el negro vacío que tenía debajo. Jack todavía tenía el MagHook de Astro consigo, así que se sujetó el cable alrededor de la cintura y le entregó el lanzador a Wickham.
—Allá vamos —anunció.
Luego, sin pensarlo más, saltó por encima del vacío hacia la piedra de la derecha…
Las botas de Jack aterrizaron en la piedra y ésta lo sujetó, sosteniendo su peso.
Jack estaba de pie en la pequeña piedra plana, muy alto por encima del negro centro vacío de la torre.
Otro salto y se encontró en la base del largo y empinado puente que se alzaba hacia el tejado de la siguiente torre.
—Eh, Vaqueros —les gritó a los gemelos—. Buscad un aerosol de pintura o algo del
Raider
y después seguidnos, pintando las piedras correctas mientras avanzamos. Oh, y si algo nos ocurre, tendréis que ocupar nuestro lugar, saltando por estas piedras.
Lachlan y Julius tragaron saliva. Luego corrieron de regreso al submarino para buscar pintura.
De esta manera, Jack buscó su camino a través del laberinto de los puentes —saltando de piedra en piedra—, guiado por las voces que le llegaban a través de los auriculares con las respuestas a las adivinanzas.
—¿Cuál es el mejor número de ojos?
—Uno —había respondido la voz del Mago—. El ojo que todo lo ve que aparece en las cúspides.
—¿Cuál es la mejor vida?
—La segunda vida, es decir, la vida del más allá —respondió el Mago—. Salta a la piedra en la que hay un dos.
Jack avanzó de prisa con el Tiburón y los gemelos corriendo tras él por los puentes y por encima de las torres huecas.
Mientras avanzaban a través de la resplandeciente ciudad de los puentes, miró hacia el otro lado de la caverna en un intento por calcular el avance de Lobo y, para su desconsuelo, vio que se movía con la misma rapidez, o quizá más, que él.
Entonces, de pronto, las balas comenzaron a rebotar en las paredes por encima de su cabeza.
Alertados por las transmisiones, los hombres de Lobo lo habían visto y ahora le disparaban cada vez que tenían el campo de tiro despejado entre el denso bosque de torres y puentes.
Jack y Tiburón llegaron a una cornisa que se adentraba en una de las torres vacías. Dentro de la misma se encontraron con otra triple elección, sólo que esta vez no había talla en ninguna de las tres piedras disponibles.
Lily se apresuró a traducir la inscripción de la cornisa.
—¿Cuál es la dirección de la muerte?
—Es el oeste —dijo el Mago—, la dirección donde se pone el sol. Los antiguos egipcios siempre creyeron que el sol nacía cada mañana por el este y moría cada tarde por el oeste. Es por eso por lo que siempre enterraban a sus muertos en la orilla oeste del Nilo. La respuesta es «oeste».
Jack saltó a la piedra que tenía al oeste.
La piedra lo sostuvo y corrió por la escalera puente hasta la siguiente torre, seguido por Tiburón.
Habían llegado a medio camino del zigurat en el centro de la miniciudad cuando de pronto oyeron unas fuertes voces y al Lobo que gritaba:
—¡Vale! ¡Navaja y Alfanje, es toda vuestra! ¡Adelante! ¡Adelante!
Jack espió por la esquina de un edificio y vio al equipo de Lobo que subía por la escalera del frente del zigurat, con el aspecto de hormigas frente a la escala de la estructura.
«¡Maldita sea, no!», pensó Jack.
Habían llegado primero al zigurat y ahora se dirigían hacia la escalera que llevaba a través del tejado a la Gran Pirámide.
Jack vio al Lobo con su hijo, Estoque, y a Alby en la escalera del zigurat con el grupo principal de las tropas del CIEF. Después vio a dos hombres que se adelantaban del grupo principal, corriendo escaleras arriba: uno tenía aspecto caucásico y vestía el uniforme de un soldado de la Delta Forcé. El segundo parecía asiático y llevaba el uniforme de la Fuerza Naval de Reconocimiento.
Navaja.
El traidor.
Así que, a pesar del hecho de que aún estaba muy atrás en esa carrera, Jack continuó adelante lo mejor que pudo. «Nunca te detengas —pensó—. Nunca te rindas.»
Voló a través de los puentes.
Alfanje y Navaja seguían subiendo la escalera.
Jack continuó a través de más saltos de adivinanzas, ayudado por el Mago y Lily en la distancia, mientras los hombres de Lobo que vigilaban el zigurat le disparaban.
Alfanje y Navaja llegaron a lo alto de la escalera, comenzaron a aventurarse a cruzar el techo de la caverna, colgados de las anillas muy por encima de la ciudad subterránea.
El rumbo de Jack desde el lado oeste lo llevó en una amplia curva hacia el norte que pasaba cerca de la pirámide colgada. Allí, Jack descubrió que había otro abismo que se hundía en las profundidades de la tierra en la vertical de la inmensa pirámide de bronce.
Llegó a una torre en el mismo borde de la ciudad, una que tocaba el abismo; la torre del lado norte encajaba con la pared más cercana del abismo, y desde allí Jack veía con claridad la pirámide.
Observó mientras los dos hombres del CIEF se movían mano a mano por una línea de escalones cortados en el borde de la pirámide. Colgados muy arriba del pozo aparentemente sin fondo, fueron bajando, cada vez más cerca de la cumbre de la pirámide.
Entonces Jack comprendió algo terrible.
Estaba demasiado lejos.
Llegaba demasiado tarde.
No podría llegar allí a tiempo, no había manera de alcanzar el zigurat y abrirse paso entre los hombres de Lobo para después pasar por la escalera, bajar por el borde de la pirámide y detener a Navaja para impedirle que hiciera lo que planeaba.
Los dos hombres del CIEF llegaron a la cúspide invertida de la pirámide y Jack observó maravillado cómo el hombre de la Delta llamado Alfanje colocaba un arnés de alpinista en el último peldaño y, una vez colgado, utilizaba las manos libres para extraer de su mochila sujeta al pecho…
…el segundo pilar.
Purificado y listo para ser puesto en su lugar.
En el zigurat, Lobo también observaba la escena asombrado, sus ojos resplandecientes de contento. Lo acompañaban Estoque, Alby y el hechicero de los neethas, sujeto por dos guardias.
La mente de Lobo barajaba las posibilidades.
La recompensa sería suya: «Calor.» Según su principal investigador, el profesor del MIT Félix Bonaventura, era el calor generado por el secreto del movimiento perpetuo. Energía sin combustible. Una energía ilimitada que podría suministrar a las redes eléctricas, mover aviones y coches, pero sin utilizar el carbón, el petróleo o el gas. Se habría acabado el poder de los saudíes sobre Estados Unidos; todo Oriente Medio se convertiría en irrelevante.
Fue por supuesto en ese preciso momento, mientras Lobo llegaba a un paroxismo de deleite, que ocurrió lo más inesperado.
Porque entonces, mientras Lobo observaba horrorizado, en la cúspide invertida de la pirámide, mientras Alfanje preparaba el pilar para colocarlo, Navaja sacó un puñal K-Bar y lo degolló, al tiempo que se apropiaba del pilar.
El cuerpo de Alfanje quedó laxo en el acto, la sangre saliendo a borbotones del agujero en su cuello y chorreando al fondo del abismo como una macabra cascada.
Luego Navaja cortó su arnés y el moribundo soldado de la Delta se desprendió de la pirámide y cayó al vacío sin fondo, su figura inerte desapareciendo en la oscuridad.
—¿Qué coño…? —exclamó Lobo—. ¡Navaja!
Desde su posición en la torre más cercana, Jack también presenció cómo Navaja mataba a Alfanje.
—Oh, Dios mío… —susurró mientras veía la caída de Alfanje.
En la pirámide, Navaja colgaba ahora de su propio arnés, con el pilar en una mano. Lo sostuvo en alto para que Lobo lo viera y gritó:
—¡Bienvenido al fin del mundo, Lobo! ¡Un mundo que disfrutó con la humillación de mi pueblo! ¡Ahora, el mundo dejará de existir! ¡Japón nunca fue derrotado!
—¡Navaja! ¡No! —gritó Lobo.
—¡Hombre codicioso! —replicó Navaja—. Querías el poder terrenal. No hay poder más grande en este planeta que la capacidad para destruirlo. Ahora, sé testigo de ese poder, y ten claro que, al final, nosotros ganamos la guerra.
Apartó el pilar de su cuerpo con el brazo extendido, dispuesto a dejarlo caer en el abismo.
—¡Te veré en el infierno! —vociferó.
Con estas últimas palabras rebosantes de odio, Navaja dejó caer el segundo pilar purificado en el abismo.
Navaja soltó el pilar en el preciso momento en que alguien golpeaba contra él, suspendido de un cable.
Era Jack, colgado en el extremo del MagHook de Astro, que se había balanceado desde su torre a sesenta metros de distancia.
Con nadie más a quien pedir ayuda, había disparado la cabeza magnética del MagHook contra el costado de la pirámide y rogado a Dios que la estructura tuviera propiedades magnéticas.
Así era, y la bulbosa cabeza se adhirió con fuerza a la pirámide y Jack se lanzó —en un largo y tremendo arco por encima del abismo sin fondo, un asombroso balanceo de sesenta metros— para alcanzar el pico en el instante en que Navaja le gritaba su insulto final al Lobo y soltaba el pilar…
… que Jack atrapó…
… un nanosegundo antes de chocar contra Navaja y detenerse bruscamente, al enredarse con el arnés del enloquecido infante de marina. Buscando con desesperación dónde sujetarse, se vio obligado a soltar el MagHook, que se alejó en un largo péndulo de nuevo hacia la ciudad, dejándolo colgado con Navaja en la cúspide de la pirámide.
Navaja estaba furioso. La cólera hacía que sus ojos brillaran como ascuas ante esa intrusión en su triunfo.
Le propinó un puñetazo a Jack en la cara, un golpe tremendo, Jack se echó hacia atrás y el casco con la cámara se desprendió de su cabeza. Se hundió en el abismo, girando sobre sí mismo enloquecidamente. Mientras se echaba hacia atrás a consecuencia del golpe, Jack sólo pudo conseguir sujetar el pilar con la mano derecha al tiempo que se aferraba al arnés del pecho de Navaja con la izquierda.