Read Las seis piedras sagradas Online
Authors: Matthew Reilly
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción
—¿Como en la Palabra de Thot?
—Igual. Como tú y yo sabemos muy bien, Thot era el dios egipcio del conocimiento. El conocimiento sagrado. Esto ha llevado a muchos eruditos a deducir que el hombre que nosotros llamamos Moisés era, de hecho, un miembro del sacerdocio egipcio. Más que eso: era un sacerdote muy influyente, un orador dotado, un líder carismático del pueblo. Sólo que había un gran problema: predicaba una religión herética.
—¿Cuál era?
—El monoteísmo —explicó Jack—. La idea de que había un único dios. En el siglo anterior a que Ramsés ascendiera al trono del Antiguo Egipto, aquel reino había sido gobernado por un faraón llamado Akenatón. Akenatón pasó a la historia como el único faraón egipcio que predicó el monoteísmo. Como es natural, no duró mucho. Fue asesinado por un grupo de hombres sacros, sacerdotes ofendidos que habían estado diciendo a los egipcios durante centurias que había muchos dioses a los que adorar.
»Pero si observas el Moisés bíblico, verás que predicaba una idea muy similar: un único Dios Todopoderoso. Es muy probable que Moisés fuera un sacerdote de Akenatón que sobrevivió a su caída. Ahora, piensa en esto: si ese carismático sacerdote encontró un par de tablillas de piedra escritas por alguna avanzada civilización anterior, ¿no crees que las habría utilizado en favor de su prédica para decirles a sus seguidores: «¡Mirad lo que Dios en su sabiduría os ha enviado! ¡Sus leyes inmutables!»?
—¿Te das cuenta de que, si tienes razón, las escuelas dominicales cristianas nunca volverán a ser las mismas? —repuso Osito Pooh—. Por tanto, ¿qué tiene esto que ver con unas remotas iglesias de piedra en Etiopía?
—Buena pregunta. De acuerdo con la historia bíblica, los Diez Mandamientos se guardaban en el Arca de la Alianza, el
arca foederis,
dentro de una cámara especial en las profundidades del templo de Salomón. Ahora bien, en las películas, Indiana Jones encontró el Arca en la antigua ciudad egipcia de Tanis pero, según los etíopes, Indiana estaba en un error.
»El pueblo de Etiopía ha afirmado durante más de setecientos años que el
arca foederis
ha estado en sus tierras, traída allí directamente del templo de Salomón por los caballeros cristianos en el año 1280, los mismos caballeros europeos que construyeron las iglesias de Lalibela. Al parecer, los etíopes tenían razón.
—Pero si las tablillas no contienen las diez leyes de Dios, ¿qué está escrito en ellas? —quiso saber Pooh.
Jack miró los dibujos de las dos tablillas que sostenía en el regazo.
—Lo que las tablillas contienen tiene la misma importancia: las palabras del ritual que se debe realizar en el sexto y en el último vértice de la Máquina, cuando el Sol Oscuro esté casi sobre la Tierra. Las Tablillas Gemelas de Tutmosis contienen un texto sagrado que nos salvará a todos.
Continuaron su viaje a través de Kenia en dirección sur a toda velocidad por las autopistas hasta que por fin llegaron a la cumbre de una última colina y apareció a la vista la vieja base: una gran granja no muy lejos de la frontera con Tanzania. En el lejano horizonte, a un lado, la cima del Kilimanjaro se alzaba majestuosa hacia el cielo.
En el porche de la granja había dos hombres blancos que los esperaban.
Uno de ellos llevaba una camiseta negra, el otro una blanca.
En una de las camisetas había una leyenda que decía: ¡He visto el nivel de la vaca!, y en la otra, ¡No existe el nivel de la vaca!
Los gemelos.
Horus
estaba posado en el antebrazo de Lachlan. Graznó de alegría cuando vio a Jack y voló hasta su hombro.
—Cuando llegamos aquí esta mañana —explicó Julius—, tu amiguito te estaba esperando.
—Parece ser que es un halcón muy leal —añadió Lachlan.
—El mejor del mundo —afirmó Jack, que le sonrió al ave—. El mejor halcón del mundo.
Los cuatro hombres entraron en la granja.
—Tenemos mucho que contarte —dijo Lachlan mientras caminaban, pero Jack se limitó a levantar un dedo y se dirigió a su viejo despacho.
Allí, levantó una tabla del suelo y sacó de debajo una caja de zapatos llena de dólares norteamericanos y un botiquín de emergencia de las SAS australianas.
Acto seguido, cogió una jeringuilla del botiquín y la llenó con una droga llamada Andarín, «superzumo», como lo llamaban los hombres de las SAS. Andarín era una potente mezcla de adrenalina y cortisol. Era una droga de combate, diseñada para enmascarar el dolor y dar una descarga de adrenalina, y de esta manera conseguir que un soldado malherido —como era ahora el caso de Jack— saliera de un enfrentamiento hostil.
Se puso la inyección y de inmediato parpadeó.
—Caray, sí que es potente. —De inmediato, se disculpó con los gemelos—: Lo siento, muchachos. Sólo necesitaba algo que me mantuviera en pie hasta que esto acabe. Ahora, contádmelo todo.
Se acomodaron en la sala de la granja vacía y, allí, los gemelos le contaron todo lo que habían averiguado durante la última semana.
Informaron a Jack de la ubicación del segundo vértice: al sur de Table Mountain, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
Le hablaron de Tanaka y de su hermandad japonesa, dispuesta a vengar la vergüenza de la rendición en la segunda guerra mundial a través de un suicidio global. También mencionaron una valiosísima información: que la hermandad japonesa había infiltrado en el equipo CIEF de Lobo a uno de los suyos, un hombre llamado Akira Isaki.
Mientras esperaban que alguien llegara a la granja, los gemelos habían pirateado la base de datos del ejército norteamericano y descubierto que había un soldado llamado A. J. Isaki —Akira Juniro Isaki—, un infante de marina que había sido adscrito a la fuerza de Lobo.
—Isaki nació en Estados Unidos en 1979, hijo de una pareja japonesa norteamericana que… —comenzó Lachlan.
—… según todos los informes eran unas personas encantadoras —acabó Julius.
—La cosa es que sus abuelos —añadió Lachlan—, sus abuelos paternos, eran japoneses de nacimiento y, durante la segunda guerra mundial, estuvieron prisioneros en un campo de internamiento en California…
—Unos campamentos infames. Un punto negro en la historia de Estados Unidos…
—Pero cuando los padres del bebé Akira murieron en un accidente de coche en 1980, Akira J. Isaki fue criado por sus abuelos…
—… sus amargados abuelos japoneses de pura cepa, miembros de la Hermandad de la Sangre. A. J. se enroló en la infantería de marina, fue ascendido a la Fuerza de Reconocimiento y luego enviado (a solicitud propia) al CIEF en 2003.
—Su nombre en clave es Navaja —dijo Lachlan.
—Navaja —repitió Jack, que recordó vagamente al infante de marina asiático-norteamericano que Lobo le había presentado en la mina etíope, cuando había estado clavado en la base del pozo—. Chicos, ¿todavía estáis conectados?
Julius ladeó la cabeza.
—¿La nave estelar
Enterprise
es propulsada por cristales de dilitio? Por supuesto que estamos en línea.
Le pasó el ordenador portátil a Jack. Jack pulsó unas cuantas teclas.
—Tenemos que averiguar si el Mago y Zoe consiguieron el segundo pilar que tenían los neethas. Con un poco de suerte, me habrán dejado un mensaje en la red.
Se conectó al chat de
El señor de los anillos
y escribió su nombre de usuario —STRIDER101— y la clave.
Apareció una nueva pantalla, y Jack frunció el entrecejo.
—Nada.
No había ningún mensaje para él.
El mensaje del Mago no aparecería hasta dentro de tres días.
—Jack, hay una cosa más —dijo Lachlan.
—¿Qué?
—Desde que llegamos aquí, hemos estado rastreando las frecuencias militares a la búsqueda de noticias tuyas o de los demás. Durante las últimas veinticuatro horas, un grupo de naciones africanas han puesto en alerta a sus fuerzas aéreas. También ha habido una serie de interrupciones del tráfico aéreo en el sur del continente: primero en Zimbabue, luego en Mozambique y, a continuación, Angola, Namibia y Botswana. No se permite ningún tráfico aéreo comercial. Alguien está cerrando todos los corredores aéreos a Sudáfrica.
Jack pensó en ello.
—Dices que el siguiente vértice está debajo de Table Mountain en Ciudad del Cabo, ¿no?
—Sí, un poco al sur —contestó Lachlan.
—Tenemos que llegar allí —dijo Jack levantándose de pronto—. Tenemos que llegar allí antes de la fecha límite.
—¿A qué te refieres? —preguntó Julius.
—En mi opinión, pueden haber ocurrido dos cosas: una, el Mago, Lily y Zoe consiguieron el pilar y van hacia Ciudad del Cabo, lo que significa que estarán llegando allí con el enemigo pisándoles los talones. Nos necesitarán con ellos.
—¿Y cuál es la segunda opción?
Jack se mordió el labio inferior.
—La segunda es peor. Lobo se ha hecho con el pilar y va hacia Ciudad del Cabo. Si lo coloca en su lugar, a mí ya me está bien; salvará al mundo por un poco más. Pero, como acabas de decir, en el equipo CIEF de Lobo hay alguien infiltrado de la Hermandad de la Sangre japonesa. Al menos un miembro de su equipo, el tal Navaja, es un traidor y no quiere ver que coloquen el pilar en su lugar. Quiere destruir el mundo para borrar la vergüenza japonesa. Si Navaja es parte del equipo de Lobo que va a Ciudad del Cabo, entonces se asegurará de que no tengan éxito en la colocación del pilar.
—Eso sería muy malo —opinó Lachlan.
—Peor que malo, fatal. Acabaría con el mundo —manifestó Julius.
—Sí —afirmó Jack—. Así que, de cualquier manera, tenemos que llegar a Ciudad del Cabo para ayudar al Mago o, y me cuesta creer que diga esto, al Lobo.
—Pero ¿cómo podemos llegar a Sudáfrica dentro de cuatro días si no es por aire? —preguntó Julius.
Jack miró a través de la ventana.
—Conozco a un hombre que podría ayudarnos, pero no tenemos ni un momento que perder. —Se puso de pie—. Venga, chicos. Nos vamos a Zanzíbar.
AEROPUERTO INTERNACIONAL DE NAIROBI
13 de diciembre de 2007, 18.00 horas
CUATRO DÍAS ANTES DE LA SEGUNDA FECHA LÍMITE
Al atardecer, Jack se encontraba en la pista del aeropuerto internacional de Nairobi a punto de subir a un avión particular, un pequeño Cessna que había pagado con dinero en efectivo, al que había añadido otros mil para garantizar que nadie haría preguntas.
El piloto keniata aceptó el dinero sin parpadear. Esa clase de pagos no eran algo fuera de lo común en las personas que viajaban a Zanzíbar.
Mientras los gemelos subían al avión, Jack permaneció en la pista con Osito Pooh.
—Supongo que ha llegado la hora —dijo.
—Ha sido un honor y un privilegio servir contigo, Jack West Jr. —declaró Pooh.
—El honor ha sido mío, amigo.
—Cuando veas de nuevo a Lily, por favor, dale un beso de mi parte.
—Lo haré.
—Lamento no poder acompañarte, pero es que no puedo dejar a Elástico…
—Lo comprendo. Si pudiera, iría contigo.
Se miraron el uno al otro durante un largo momento. Luego, como si hubiera tenido una idea repentina, Jack se quitó su abultado reloj de pulsera y se lo dio a Pooh.
—Ten, llévate esto. Emite una señal de socorro y lleva un localizador GPS. Si tienes problemas, aprieta el botón y yo sabré dónde estás.
Osito Pooh cogió el reloj y se lo puso.
—Gracias.
Jack miró al árabe por un momento, luego se adelantó y lo abrazó con fuerza.
—Buena suerte, Zahir.
—Buena suerte para ti también, Cazador.
Se separaron y Jack observó cómo Osito Pooh se alejaba de la pista con paso decidido, y, mientras permanecía junto a la escalerilla de su avión, se preguntó si alguna vez volvería a ver a su amigo.
ZANZÍBAR
FRENTE A LA COSTA DE TANZANIA
13 de diciembre de 2007, 23.45 horas
CUATRO DÍAS ANTES DE LA SEGUNDA FECHA LÍMITE
Era casi medianoche cuando Jack y los gemelos llegaron a Zanzíbar en el Cessna.
Zanzíbar, una pequeña isla frente a la costa oriental de África que en el siglo XIX había sido refugio de piratas, contrabandistas y traficantes de esclavos, un escondite decadente y sin ley para aquellos con poco respeto por la justicia.
Poco había cambiado con la llegada del siglo XXI.
Excepto por los lujosos hoteles de primera línea que atendían a los turistas en su camino de regreso desde el Kilimanjaro, Zanzíbar retenía las viejas costumbres delictivas: los piratas modernos acechaban en los tugurios de las callejuelas, mientras que los pescadores sudafricanos frecuentaban muchos de los garitos y prostíbulos contratando los servicios a precio de saldo de las nativas africanas entre partidas de cartas. Las viejas cavernas de los piratas en la terrible costa oriental de la isla todavía se utilizaban.
Fue hacia esa feroz costa oriental que Jack y los gemelos se dirigieron en un viejísimo Peugeot de alquiler, hacia un faro abandonado hacía muchos años en un remoto cabo.
Pasaron a través de la cerca de tela metálica y siguieron por una calzada cubierta de maleza hasta la puerta principal del faro.
No se veía una sola alma por ninguna parte.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Lachlan, inquieto, al tiempo que empuñaba la Glock que Jack le había dado.
—Completamente —repuso él.
Detuvo el coche, se bajó y caminó hasta la puerta del faro. Los gemelos lo siguieron, mirando la maleza de más de un metro de alto que rodeaba la estructura de la base.
Jack llamó a la puerta tres veces.
Ninguna respuesta.
La puerta no se abrió.
Ningún sonido excepto el batir de las olas.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó de pronto una voz con acento africano detrás de ellos.
Los gemelos se volvieron. Lachlan levantó el arma.
—¡Lachlan, no! —Jack se adelantó de un salto y empujó el arma hacia abajo.
El movimiento salvó la vida de Lachlan.
Estaban rodeados.
De alguna manera, mientras estaban al pie del faro, no menos que diez tanzanos —todos de una piel negra muy oscura, vestidos con uniformes de fajina de la marina y armados con fusiles de asalto M-16 nuevos— se habían acercado a ellos. En absoluto silencio.
Jack reconoció al jefe del grupo.
—Iñigo, ¿eres tú? Soy yo, Jack. Jack West. Éstos son mis amigos, Lachlan y Julius Adamson, una pareja de navegantes de la red de Escocia.
El tanzano no dio ninguna muestra de reconocer a Jack, sino que simplemente se limitó a mirar a los gemelos.