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Authors: Melanie Gideon

Tags: #Romántico

Las mujeres casadas no hablan de amor (19 page)

52

54. —¡Hola, mamá! —gritó alegremente cuando nuestro coche se detuvo junto al bordillo.

Eran casi las doce de la noche y habíamos ido a buscarla al baile de fin de curso.

Metió la cabeza por mi ventana y soltó una risita:

—¿Podemos llevar a Ju a casa?

—¿A quién? —pregunté yo.

—A Ju.

—A Jude —interpretó William—. ¡Madre mía! Está borracha.

Rápidamente, William cerró las ventanas del coche, sólo unos segundos antes de que vomitara contra mi puerta.

—¿Has traído el móvil? —me preguntó William.

Sabíamos que ese momento iba a llegar, habíamos preparado un plan y lo pusimos en marcha. Salí del coche con el iPhone en la mano y empecé a hacerle fotos. Le tomé varias fotos clásicas: Zoé apoyada contra la puerta del coche, con la falda de crinolina Fleur de Lys totalmente manchada de vómito; Zoé sentándose en el asiento trasero, descalza y con el pelo sudado pegado al cuello; Zoé en el viaje de regreso a casa, bamboleando la cabeza, con la boca abierta. Y la más triste de todas: su padre con ella en brazos para meterla en casa.

Nos lo habían aconsejado unos amigos. Cuando se emborrachara (y no era cuestión de pensar si se iba a emborrachar o no, porque era seguro que algún día lo haría), teníamos que documentar todo el desastre, porque ella estaría demasiado ida para recordar los detalles.

Puede que parezca demasiado fuerte, pero funcionó. A la mañana siguiente, le enseñamos las fotos. Se espantó tanto que ya no ha vuelto a emborracharse, al menos que yo sepa.

55. Con William me equivoqué de medio a medio. No era un aristócrata elitista de sangre azul que había estudiado en los mejores colegios. Todo lo que tenía se lo había ganado a pulso, incluida la beca de matrícula completa para estudiar en Yale.

—¿Cerveza? —me dijo Hal, su padre, con la puerta del frigorífico abierta.

—¿Cuál prefieres? ¿Bud Light, Bud Light o Bud Light? —me preguntó William.

—Beberé una Bud Light — respondí yo.

—Me gusta esta chica —dijo Hal—. La anterior sólo bebía agua. Sin hielo —añadió con una sonrisa—. Supongo que Helen no tuvo la menor oportunidad cuando tú entraste en escena, ¿eh, flacucha? ¿Te molesta que te llame «flacucha»?

—Sólo si también se lo llamabas a ella.

—Helen no era flacucha. Era más bien rellenita, diría yo. Con eso me enamoró.

—Ya veo de dónde ha sacado William su encanto.

—William tiene muchas virtudes —dijo Hal— es tenaz, ambicioso, listo, arrogante… Pero no es encantador.

—Estoy intentando que lo sea —repliqué.

—¿Qué pensáis preparar para la cena? —preguntó Hal.

—Buey Stroganoff —respondió William, mientras vaciaba la bolsa con la compra del supermercado.

—Mi favorito —dijo Hal—. Siento mucho que Fiona no haya podido venir.

—No te disculpes por mamá. No es culpa tuya —dijo William.

—Ella habría querido venir —dijo Hal.

—Claro que sí —dijo William.

Los padres de William se habían divorciado cuando él tenía diez años, y Fiona, su madre, había vuelto a casarse enseguida con un hombre que tenía dos hijos. Al principio, Hal y Fiona habían llegado a un acuerdo de custodia compartida; pero hacia la época en que William cumplió doce años, ya estaba todo el tiempo con su padre. William y Fiona no estaban muy unidos y se veían muy de vez en cuando, en fiestas y ocasiones especiales. Fue otra sorpresa para mí. A los dos nos faltaba una madre.

56. He guardado un huevo para ti.

57. No te preocupes. Ya me ocupo yo.

53

John Yossarian cambió su foto de perfil.

Es preciosa, Investigador 101. ¿Cómo se llama?

Lo siento, pero no puedo divulgar esa información.

De acuerdo. ¿Puede divulgar lo que más le gusta de ella?

De él. Lo mejor es su costumbre de tocarme la mano con la nariz fría, todas las mañanas, a las seis. Sólo una vez. Después se sienta en actitud de atención al lado de la cama y espera pacientemente a que me despierte.

¡Qué monada! ¿Qué más?

Bueno, ahora mismo me está metiendo el hocico por debajo del brazo, mientras intento chatear con ustedes.

Lo siento.

Se pone celoso cuando estoy con el ordenador.

Tiene suerte. Parece un perro perfecto.

Y lo es.

Yo no tengo un perro perfecto. De hecho, nuestro perro se porta tan mal que mi marido quiere regalarlo.

No será para tanto.

Se hizo pis en la almohada de mi marido. Me da miedo traer invitados a casa.

Debería adiestrarlo.

No es un problema de adiestramiento.

Me refiero a su marido.

¡Ja!

No es broma.

El amor por un animal no es natural en toda la gente.

Algunos lo tienen que aprender.

No estoy de acuerdo. El amor no se enseña.

Eso lo dice una persona que tiene facilidad para amar.

¿Qué le hace pensar eso, Investigador 101?

Sé leer entre líneas.

¿Las líneas de mis respuestas?

Sí.

Bueno, no estoy segura de que me resulte fácil querer a la gente, yo diría que lo hago por defecto.

Tengo que irme. Le enviaré el siguiente bloque de preguntas dentro de unos días.

Un momento. Antes de que se vaya, quería preguntarle una cosa. ¿Va todo bien? Es la primera vez que entra en Facebook desde hace días.

Ningún problema. Sólo mucho trabajo.

Me preocupaba que se hubiera enfadado.

Esto es lo que me fastidia de la comunicación por internet. No hay manera de distinguir el tono.

Entonces, ¿no está enfadado?

¿Por qué iba a estarlo?

Pensé que quizá lo había ofendido de alguna manera.

¿De qué manera?

Por no responder a la pregunta cuarenta y ocho reformulada por usted.

Puede abstenerse de contestar a las preguntas que quiera.

Entonces, ¿no lo he ofendido?

No ha hecho nada para ofenderme, sino todo lo contrario. En realidad, ése es el problema.

54

Shonda Perkins

¡30 días de PX-90!

Hace 12 minutos

William Buckle

Regalo perro a persona amante de los mordiscos.

Hace 1 día

William Buckle Actividad reciente.

William Buckle y Helen Davies ahora son amigos.

Hace 2 días

—El correo —anuncia Peter, dejando caer sobre mi mesa un ejemplar de la revista de la Asociación del jubilado. Después mira por encima de mi hombro—. ¿Qué dice papá en Facebook? ¿Y quién es Helen Davies?

—Una antigua compañera suya de trabajo.

—¿También a ti te ha enviado solicitud de amistad?

No, Helen Davies, también conocida como Helena de Troya, no me ha enviado ninguna solicitud de amistad. Sólo se la ha enviado a mi marido. O él se la ha enviado a ella. ¿Importa mucho quién se la ha enviado a quién? Sí, probablemente importa mucho.

Miro con irritación a la pareja de abuelos que ilustra la portada de la revista. ¡Maldita sea! No quiero beneficiarme de la oferta especial de gotas para las cataratas, ni pienso averiguar si tengo la línea de la vista lo suficientemente por encima del volante, ¡porque no tengo cincuenta años, ni los tendré hasta dentro de seis años! ¿Por qué me siguen mandando ejemplares de esta revista? Creía haberlo solucionado. El mes pasado, llamé a la asociación y les expliqué que la Alice Buckle que acaba de cumplir cincuenta años vive en Charleston, Carolina del Sur, en una preciosa casa antigua, con un porche enorme que rodea toda la casa.

—¿Que cómo lo sé? Porque la busqué en Google Earth —les dije—. En cambio, si buscan en Google Earth a la Alice Buckle de Oakland, California, verán a una mujer en la entrada de su casa, que arroja con violencia al cartero un ejemplar de la revista de la Asociación del jubilado.

Novias del pasado que vuelven a aparecer. Revistas para la tercera edad recibidas antes de tiempo. No es una buena manera de empezar el sábado. Busco en Google el centro de yoga. Hay una clase dentro de veinte minutos. Si me doy prisa, podría llegar.

—Y ahora… todo el mundo en savásana.

¡Por fin, la postura del cadáver! Mi parte favorita de las clases de yoga. Me tumbo boca arriba. Por lo general, hacia el final de la clase estoy casi dormida. Hoy no. Hasta en la punta de los dedos siento palpitar la energía. Debería estar corriendo con Caroline, en lugar de hacer saludos al sol.

—Cerrad los ojos —dice la instructora, mientras deambula por la sala.

Yo miro fijamente al techo.

—Vaciad la mente.

¿Qué diablos me está pasando?

—Para los que queráis un mantra, probad con Ong so hung.

¿Cómo puede decirlo y quedarse seria?

—Significa: «Creador, yo soy tú.»

No necesito un mantra. Ya tengo un mantra que he estado repitiendo obsesivamente a lo largo de las últimas veinticuatro horas: «No ha hecho nada para ofenderme, sino todo lo contrario. En realidad, ése es el problema.»

—Alice, intenta quedarte quieta —me susurra la instructora, que se ha detenido junto a mi esterilla.

Cierro los ojos. Se agacha y me pone la palma de la mano sobre el plexo solar.

«¿Ése es el problema?» Descuarticemos la frase por quincuagésima vez. El problema es que no lo ofendí. El problema es que desea que lo ofenda. El problema es que desea que lo ofenda, porque estoy haciendo todo lo contrario. ¿Qué es lo contrario a ofender? Agradar. Complacer. El problema es que lo estoy complaciendo. Le estoy dando placer. Demasiado placer. ¡Dios mío!

—Respira, Alice, respira.

Abro los ojos de golpe.

Estoy en el vestuario, cambiándome la ropa de yoga, cuando pasa a mi lado una mujer desnuda de camino a la ducha. La desnudez me incomoda. Por supuesto, no me sentiría así si tuviera un cuerpo fabuloso como el de esa mujer, perfectamente cuidado, manicurado y pedicurado, y con el vello púbico totalmente depilado.

Me quedo un momento mirándola; no puedo evitarlo. Nunca había visto en la vida real a una mujer con depilado brasileño. ¿Es eso lo que gusta a los hombres? ¿Es eso lo que les da placer?

Después de mi clase de yoga, me encuentro con Nedra para comer. Cuando se lleva el burrito a la boca, le pregunto:

—¿Tú te depilas lo de abajo?

Nedra deja el burrito sobre la mesa y suspira.

—Está bien que no te lo depiles, desde luego. Puede que las reglas del vello púbico sean diferentes para las lesbianas.

—Me lo depilo, corazón —dice Nedra.

—¿Cuánto?

—Todo.

—¡No me digas que te has estado haciendo la depilación brasileña! —exclamo—. ¿Y no me has dicho que yo también tenía que hacérmela?

—Técnicamente, si te lo quitas todo, no se llama «brasileña», sino «Hollywood». ¿Quieres el teléfono del sitio al que voy? Pregunta por Hilary. Es la mejor y es rápida; casi no duele. ¿Podemos hablar de otra cosa ahora? ¿Quizá de un tema más adecuado para tratarlo a la luz del día?

—De acuerdo. ¿Cuál es el antónimo de «ofender»?

Nedra me mira con expresión suspicaz.

—¿Has adelgazado?

—¿Por qué? ¿Lo parezco?

—Tienes la cara más delgada. ¿Es que estás haciendo ejercicio?

—Trabajo demasiado para hacer ejercicio. El curso termina dentro de dos semanas. Tengo que montar seis obras.

—Bueno, estás muy guapa —dice Nedra—. Y por una vez, no te has puesto la cazadora. Por fin puedo verte el cuerpo. Te queda bien la blusa con el cardigan. Tienes un cuello sumamente sexy, Alice.

—¿Un cuello sexy?

Pienso en Investigador 101. Creo que debería enseñarle a Nedra la página de Facebook de Lucy Pevensie.

Nedra saca el móvil.

—Voy a llamar a Hilary y le voy a pedir hora, porque sé que tú no lo harás nunca.

Marca el número, tiene una conversación rápida, dice «gracias, corazón» y cierra el teléfono.

—Acaban de anularle una cita. Puede recibirte dentro de una hora. Invito yo.

—Nedra me ha dicho que eres rápida. Y que no duele.

—Intento hacerlo lo mejor que puedo. ¿Has considerado decorarte el pubis con cristalitos o quizá hacerte un tatuaje? —pregunta Hilary.

¿De verdad piensa esta mujer que soy capaz de mantener una conversación sobre cristalitos y tatuajes, cuando está a punto de aplicarme cera caliente en el entresuelo?

Hilary revuelve la cera en el bote con un depresor lingual.

—Veo que alguien ha estado pasando un poco de la depilación, ¿no es así?

—Hace tiempo que no me depilo, sí —respondo.

—¿Cuánto?

—Cuarenta y cuatro años.

Hilary abre mucho los ojos.

—¡Vaya, eres virgen! No vemos a muchas. ¿Nunca te has depilado la línea del biquini?

—Bueno, intento estar presentable. Me afeito.

—Eso no cuenta. ¿Qué te parece si empezamos con un brasileño, con una franja de seis centímetros? Más que un brasileño, un americano. Lo haremos poco a poco.

—No, nada de eso. Quiero un Hollywood. ¿No es lo que se hace todo el mundo ahora?

—Muchas chicas jóvenes, sí. Pero la mayoría de las mujeres de tu edad solamente se lo dejan un poco más arreglado.

—Quiero quitármelo todo —digo.

—Muy bien —dice Hilary.

Aparta a un lado el tanga de papel y yo cierro los ojos. La cera caliente empieza a gotearme sobre la piel. Me pongo tensa, esperando que me haga daño, pero asombrosamente la sensación es agradable. No está nada mal. Hilary aplica una tira de tela y la alisa.

—Voy a contar hasta tres —dice.

La agarro de la muñeca, porque de pronto me ha entrado pánico.

—No estoy lista.

Me mira sin inmutarse.

—¡Por favor, no! —digo—. Bueno, sí, espera, espera un momento. Dame un segundo. Estoy casi lista.

—Uno —dice y me arranca la tira.

Suelto un alarido.

—¿Qué ha pasado con el dos?

—Es mejor por sorpresa —responde, mientras examina el área con el ceño fruncido—. Nunca te pones cremas con retinol, ¿verdad?

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