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Authors: Melanie Gideon

Tags: #Romántico

Las mujeres casadas no hablan de amor (16 page)

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John Yossarian añadió una foto de perfil.

Se parece increíblemente al yeti, Investigador 101.

Gracias, Casada 22. Tenía la esperanza de que lo dijera.

Sin embargo, le cuelga de la cabeza una oreja que no parece de yeti.

Eso no es una oreja.

De hecho, parece una oreja de conejo.

De hecho, es un sombrero.

He cambiado de opinión. Se parece increíblemente a Donnie Darko. ¿Nunca se lo ha dicho nadie?

Precisamente por eso no quería publicar ninguna foto. ¿Podemos hablar de las medias que parecían anaranjadas?

No, no podemos.

Bueno, entonces hablemos de la pregunta cuarenta y cinco. No me la puedo quitar de la cabeza.

Ha sido una de las peores.

Continúe.

Bueno, al principio pensé que sería fácil. La respuesta era «pena», claro. Pero después de reflexionar un poco más, me pregunto si la respuesta correcta no será «animación suspendida».

Quizá le interese saber que muchos sujetos responden como usted: primero dicen lo que les parece más evidente y después se esfuerzan por ofrecer una respuesta más matizada. ¿Por qué «animación suspendida»?

Porque de algún modo la animación suspendida es parienta lejana de la pena, pero en lugar de morirse uno de repente, se va muriendo poco a poco, día tras día.

¿Sigue ahí?

Aquí estoy. Estoy pensando.

Tiene sentido, sobre todo porque ha contestado «una vez a la semana» a la pregunta tres y «una vez al año» a la pregunta veintiocho.

¿Se sabe de memoria mis respuestas?

Claro que no. Tengo su expediente delante. ¿Quiere que cambie su respuesta y ponga «animación suspendida»?

Sí, por favor. Cambie mi respuesta. Es más fiel a la realidad, a diferencia de su foto de perfil.

No sé qué decirle.

Según mi experiencia, la realidad a menudo es borrosa.

¿Casada 22?

Tengo que irme.

A2.

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Alice Buckle

Hijo acatarrado.

Hace 1 minuto

Caroline Kilborn

Me duelen los arcos plantares. ¡55 kilómetros en una semana!

Hace 2 minutos

Phil Archer

Querría que su hija SE LO TOMARA CON MÁS CALMA y le enviara un SMS de vez en cuando.

Hace 4 minutos

Escuela John F. Kennedy

Tened en cuenta también que la ropa que el año pasado les quedaba bien puede parecer ridícula este año, a causa de su exponencial crecimiento físico.

Hace 3 horas

William Buckle

«Los peligros de la vida son infinitos y uno de ellos es la seguridad», Goethe.

Hace 1 día

Entre los mejores recuerdos de mi infancia están los días en que enfermaba y me quedaba en casa. Iba de la cama al sofá con la almohada bajo el brazo y mi madre me cubría con una manta. Primero veía todos los episodios de «Amor al estilo americano», de principio a fin; después, «El show de Lucy»; a continuación, el programa de Mary Tyler Moore y, finalmente, «El precio justo». Para almorzar, mi madre me traía tostadas con mantequilla, ginger ale sin burbujas y manzana cortada en trozos. Entre programa y programa, vomitaba en un cubo que mi madre ponía a una distancia conveniente, al lado del sofá, por si no podía llegar al baño a tiempo.

Gracias a la medicina moderna, ahora la gripe no dura más de veinticuatro horas. Por eso, cuando Peter se despierta con fiebre, es como si me hubieran dado el día libre por nevada. Cuando nos estamos acomodando en el sofá, entra William en el cuarto de estar, con sudadera y pantalón de deporte.

—Yo tampoco me encuentro muy bien —dice.

Suspiro.

—No puedes enfermar. Ya está enfermo Pedro.

—Probablemente por eso estoy enfermo yo.

—Quizá me lo contagiaste tú a mí —dice Peter.

Apoyo la mano sobre la frente de Peter.

—Estás ardiendo.

William me coge la otra mano y se la pone en la frente.

—Treinta y siete grados. Treinta y ocho, como mucho —digo.

—Si papá está enfermo, ¿tendremos que mirar el canal de cocina? —pregunta Peter.

—El primero en caer enfermo es el dueño del mando —responde William—. Tengo vértigo. ¿No será algo del oído interno? Voy a echarme un poco. Despertadme cuando empiece «La hora del chef».

Tengo una visión premonitoria de cómo serán dentro de poco nuestros días: William sentado en el sofá y yo exprimiéndome el cerebro en busca de excusas que me sirvan para salir de casa sin él, todas ellas relacionadas con la fisiología femenina. «Necesito urgentemente compresas.» «Tengo hora para una citología vaginal.» «Voy a una conferencia sobre terapia hormonal sustitutiva.» Y cosas así.

—¿Podrías subirme unas tostadas dentro de media hora, más o menos? —grita William desde la escalera.

—¿Te apetece también zumo de naranja? —le grito a mi vez, con sentimiento de culpa.

—Estaría muy bien —me responde su voz.

El sexto sentido
es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. No me gustan las películas de miedo, pero me encantan los thrillers psicológicos. Soy una fanática de los finales inesperados. Por desgracia, hasta hace poco no había nadie en casa que se prestara a ver esas películas conmigo. Por eso, cuando Peter estaba en cuarto curso, leyendo por undécima vez la colección de
El capitán Calzoncillos
, puse en marcha un «club madre-hijo de relatos breves», que en realidad era un «club madre-hijo de educar al retoño para que vea películas de miedo conmigo». Primero le hice leer
La lotería
, de Shirley Jackson.


La lotería
trata sobre la política en los pueblos pequeños —le expliqué a William.

—También trata de una madre apedreada hasta morir delante de sus hijos —dijo William.

—Dejemos que Peter decida —repliqué—. ¡Leer es una experiencia tan subjetiva!

Peter leyó en voz alta la última línea del relato («y entonces se le echaron encima»), se encogió de hombros y volvió a abrir
El capitán Calzoncillos
y la gran batalla contra el mocoso chico biónico. Fue entonces cuando comprendí que el niño prometía. En quinto, le hice leer
Los que abandonan Órnelas
, de Úrsula Le Guin, y en sexto,
Un hombre bueno es difícil de encontrar
, de Flannery O'Connor. Con cada relato, se ha ido encalleciendo un poco más y, ahora, en la primavera de su duodécimo año, ¡mi hijo finalmente está listo para ver
El sexto sentido
!

Me conecté a Netflix y empecé a descargar la película.

—Te encantará. ¡El niño es tan siniestro! Y al final, ya verás, hay un giro inesperado e increíble —le digo.

—No es una película de miedo, ¿verdad?

—No, es lo que se llama un «thriller psicológico» —respondo.

Media hora más tarde, le digo:

—¿No te parece guay? ¡Ve muertos!

—No estoy muy seguro de que me guste esta película —dice Peter.

—Espera, que se pondrá todavía mejor…

Cuarenta y cinco minutos después, Peter pregunta:

—¿Por qué a ese chico le falta la parte de atrás de la cabeza?

Al cabo de veinte minutos, dice:

—¿La madre le pone a su hija cera del suelo en la sopa, para envenenarla? ¡Me habías dicho que no era una película de miedo!

—Y no lo es. Te lo prometo. Además, leíste
Un hombre bueno es difícil de encontrar
, y ahí el desequilibrado mata a toda la familia, uno a uno. Eso es mucho peor que esto.

—Es diferente. Es una historia. No hay imágenes, ni una banda sonora que dé miedo. No quiero ver esta película —dice.

—Ahora que has llegado hasta aquí, tienes que ver el resto. Además, todavía no has visto el giro inesperado. Verás como el final lo compensa todo.

Quince minutos más tarde, después de ver el gran final inesperado, estallo en aplausos y exclamaciones:

—¿No te parece increíble? Lo has entendido, ¿verdad? ¿Qué? ¿No lo has entendido? Te lo explicaré. ¿Recuerdas que el chico decía «veo muertos»? ¡Bruce Willis está muerto y ha estado muerto desde el principio!

—No puedo creer que me hayas obligado a ver esta película. Debería denunciarte.

—¿A quién?

—¿Tú qué crees? A papá.

No es un buen comienzo para mi «club madre-hijo de relatos breves».

—Voy a dormir en el sofá —dice William por la noche—. Quizá esto sea contagioso. No quiero pegártelo.

—Muy considerado de tu parte —digo.

William tose. Vuelve a toser.

—Puede ser un catarro, pero también puede ser otra cosa.

—Mejor asegurarse —digo.

—¿Cuál estás leyendo? —pregunta, señalando la pila de libros en mi mesilla.

—Todos.

—¿A la vez?

Asiento con la cabeza.

—Es mi somnífero. No puedo permitirme el insomnio, porque entonces me levantaría para comer.

Leo una página de uno de los libros y me quedo dormida. Unas horas después, me despierta Peter, sacudiéndome un hombro.

—¿Puedo dormir en tu cama? Tengo miedo —dice, con voz acatarrada.

Enciendo la luz.

—En ocasiones veo vivos —susurro.

—Eso no tiene ninguna gracia.

Está al borde de las lágrimas.

—Ya lo sé, cariño. Lo siento. —Abro las mantas del lado de la cama de William, sintiendo una asombrosa tristeza por su ausencia—. Métete.

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John Yossarian cambió su foto de perfil.

John Yossarian cambió su situación sentimental: Es complicado.

John Yossarian añadió intereses: Piña colada.

Sigue borroso, Investigador 101.

Creí que se alegraría. Estoy completando mi perfil.

«Es complicado» es lo normal en cualquier relación.

Facebook no da muchas opciones. Tenía que elegir una, Casada 22.

Si pudiera redactar su «situación sentimental», ¿qué pondría? Le sugiero que responda a la pregunta con rapidez, sin pensárselo demasiado. Hemos observado que las respuestas rápidas producen los resultados más sinceros.

Casado, inseguro, esperanzado.

¡Sabía que estaba casado!

Supongo que todos esos adjetivos entran en la categoría «Es complicado». Si usted pudiera escribir su «situación sentimental», ¿qué pondría?

Casada. Insegura.

¿Esperanzada no?

Bueno, lo curioso es que tengo esperanza. Pero no estoy segura de que el objeto de esa esperanza sea mi marido. Al menos, de momento.

¿Y cuál es el objeto?

No lo sé. Es una especie de esperanza que flota por su cuenta.

Claro. Una esperanza que flota por su cuenta.

¿No pensará sermonearme para que redirija mi esperanza hacia mi marido?

La esperanza no se puede redirigir.

Aterriza donde quiere.

Es cierto.

Pero es bueno que usted tenga esperanza en su matrimonio.

No he dicho eso exactamente.

¿Y qué ha dicho?

No estoy seguro.

¿Qué quería decir?

Que espero tener esperanza. En algún momento del futuro.

Entonces, ¿no la tiene ahora?

Está un poco en el aire.

Ya veo. En el aire, ¿como su foto del perfil?

Espero que podamos tener más conversaciones como ésta.

Creía que no le gustaba chatear.

Me gusta chatear con usted. Y me estoy acostumbrando. Me vienen las ideas con más rapidez, pero eso tiene un precio.

¿Cuál?

Con la rapidez viene la desinhibición. Mire por ejemplo la primera frase del comentario anterior.

Y eso le preocupa.

Pues sí.

Con la rapidez también viene la verdad.

Cierta clase de verdad.

Tiene una gran necesidad de expresarse con precisión, ¿verdad, Investigador 101?

Es la naturaleza de los investigadores.

No me gusta imaginarlo como un fanático de una bebida dulce, helada y más bien repugnante.

Usted se lo pierde, Casada 22.

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—¿Es Jude ese de ahí? —pregunto.

—¿Dónde?

—En el pasillo de productos para el pelo.

—No creo —dice Zoé—. No se cuida nada el pelo. Es parte de su postura de cantautor.

Zoé y yo estamos en Rite-Aide. Zoé necesita «pontones» y yo estoy buscando la colonia que usaba cuando era adolescente. Mis chateos con Investigador 101 tienen un matiz de flirteo que me hace sentir veinte años más joven. He estado fantaseando sobre su aspecto físico. De momento, me lo imagino como una mezcla entre Tommy Lee Jones, pero más joven, y Colin Firth o, en otras palabras, como un Colin Firth más castigado por la vida.

—Disculpe —le pregunto a una dependienta que está reponiendo artículos en una estantería—, ¿sabe si venden aquí una colonia que se llama Jazmín almizclado del amor?

—Tenemos la colonia Jazmín para bebés —responde—. Pasillo siete.

—Pero yo no busco Jazmín para bebés. Yo quiero Jazmín almizclado del amor.

La dependienta se encoge de hombros.

—Tenemos Fantasía en el circo.

—¿Qué clase de imbécil le pondría a una colonia Fantasía en el circo? —pregunta Zoé—. ¿Quién quiere oler a cacahuetes y a caca de caballo?

—Britney Spears —contesta la dependienta.

—En cualquier caso, no deberías usar esas colonias sintéticas, mamá. Es una decisión egoísta. Piensa en la contaminación del aire. Piensa en la gente con SQM. ¿Has pensado en ellos? —dice Zoé.

—Me gusta esa colonia sintética. Me recuerda cuando estaba en secundaria; pero, por lo visto, ya no la fabrican —replico—. ¿Qué es SQM?

—Sensibilidad química múltiple.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Por qué pones esa cara? ¡Es una enfermedad real! —protesta Zoé.

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