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Authors: Carlos Castaneda

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Las enseñanzas de don Juan (9 page)

—Voy a prepararlos sólo para ti —dijo.

—¿Qué clase de preparación es, don Juan?

—Lino de estos pedazos viene de una planta macho, el otro de una planta hembra. Esta es la única vez que se deben juntar las dos plantas. Los pedazos vienen de un metro de hondo.

Los maceró con golpes parejos de la mano del mortero. Al hacerlo cantaba en voz baja: una especie de zumbido monótono, sin ritmo. Las palabras me resultaron ininteligibles. Se hallaba absorto en su tarea.

Cuando las raíces estuvieron completamente maceradas, tomó del bulto algunas hojas de datura. Estaban limpias y recién cortadas, todas intactas, sin cortes ni agujeros de gusano. Las echó en el mortero una por una. Tomó un puñado de flores de datura y también las echó en el mortero, en la misma forma deliberada. Conté catorce de cada cosa. Luego sacó un manojo de vainas frescas, verdes: conservaban sus espinas y no estaban abiertas. No pude contarlas porque las echó todas juntas en el mortero, pero supuse que también eran catorce. Añadió tres tallos de datura, sin hojas. Eran rojos oscuros y estaban limpios y, a juzgar por sus ramificaciones múltiples, parecían haber pertenecido a unas plantas grandes.

Tras poner en el mortero todos estos ingredientes, los convirtió en una pulpa con los mismos golpes parejos. En determinado momento inclinó el mortero y con la mano empujó la mezcla a una olla vieja. Me alargó la mano; pensé que quería que se la secara. En vez de ello, tomó mi mano izquierda y con un movimiento muy rápido separó los dedos medio y anular tanto como pudo. Luego, con la punta de su cuchillo, me hirió entre ambos dedos y desgarró hacia abajo la piel del anular. Actuó con tanta habilidad y rapidez que cuando retraje la mano ésta tenía una cortada honda, y la sangre fluía en abundancia. Cogió nuevamente mi mano, la puso sobre la olla y la apretó para forzar la salida de más sangre.

El brazo se me adormeció. Me hallaba en un estado de
shock
: extrañamente frío y rígido, con una sensación opresiva en el pecho y en los oídos. Sentí que resbalaba sobre mi asiento. ¡Me estaba desmayando! Don Juan soltó mi mano y agitó el contenido de la olla. Al recuperarme del
shock
, me sentí realmente enojado con él. Tardé bastante tiempo en recobrar la compostura.

Colocó tres piedras en torno al fuego y puso encima la olla. A todos los ingredientes añadió algo que me pareció ser un gran trozo de cola de carpintero, así como una olla de agua, y dejó hervir la mezcla. Las plantas de datura tienen, por sí solas, un olor muy peculiar. Combinadas con la cola, que produjo un fuerte olor cuando la mezcla empezó a hervir, creaban un vapor tan acerbo que yo debía contenerme para no vomitar.

La mezcla hirvió largo rato mientras seguíamos inmóviles, sentados frente a ella. A ratos, cuando el viento llevaba el vapor en mi dirección, la pestilencia me envolvía, y yo aguantaba el aliento en un esfuerzo por evitarla.

Don Juan abrió su morral y sacó la figurilla; me la dio cuidadosamente y me indicó ponerla en la olla sin quemarme las manos. La dejé resbalar suavemente hacia la papilla hirviente. El sacó su cuchillo, y por un segundo creí que iba a cortarme de nuevo; en vez de ello, empujó la figurita con la punta del cuchillo y la hundió.

Observó la papilla hervir durante un rato más, y luego empezó a limpiar el mortero. Lo ayudé. Cuando terminamos, puso contra la cerca el mortero y la mano. Entramos en la casa, y la olla quedó toda la noche sobre las piedras.

Al amanecer, don Juan me dio instrucciones de sacar la figurilla de la goma y colgarla del techo mirando hacia el este, para que se secara al sol. A mediodía estaba tiesa como alambre. El calor había sellado el pegamento, y el color verde de las hojas se había mezclado con él. La figurilla tenía un acabado brillante, extraño.—

Don Juan me pidió descolgarla. Luego me dio un morral pequeño que había hecho con una vieja chaqueta de ante que yo le llevé tiempo atrás. El morral era igual al que él mismo tenía. La única diferencia era que el suyo era de cuero café suave.

—Mete tu "imagen" en el morral y ciérralo —dijo,

No me miraba, y deliberadamente mantenía apartado el rostro. Una vez que tuve la figurilla dentro del morral me dio una red para cargar y me indicó poner allí la olla de barro.

Caminó hasta mi coche, me quitó a red de las manos y la ató a la tapa abierta del compartimiento de guantes.

—Ven conmigo —dijo.

Lo seguí. Rodeó la casa, describiendo un círculo completo en el sentido de las manecillas del reloj. Se detuvo en el zaguán y circundó la casa de nuevo, esta vez en dirección contraria, regresando otra vez al zaguán. Permaneció inmóvil algún tiempo, y luego se sentó.

Estaba yo condicionado a suponer un significado en todo cuanto don Juan hacía. Me preguntaba cuál podría ser el de dar vueltas a la casa, cuando él dijo:

—¡Caramba! Se me olvidó dónde lo puse.

Le pregunté qué buscaba. Dijo haber olvidado dónde dejó el brote que yo debía replantar. Rodeamos la casa una vez más antes de que recordara el sitio.

Me mostró un pequeño frasco de vidrio sobre un pedazo de tabla clavado a la pared, debajo del techo. El frasco contenía la otra mitad de la primera parte de la raíz de datura. El brote mostraba un incipiente crecimiento de hojas en su extremo superior. El frasco contenía una pequeña cantidad de agua, pero nada de tierra,

—¿Por qué no tiene tierra? —pregunté.

—No todas las tierras son la. misma, y la yerba del diablo debe conocer sólo la tierra en que vivirá y crecerá. Y ahora es tiempo de devolverla a la tierra, antes que la dañen los gusanos.

—¿Podemos plantarla aquí cerca de la casa? —pregunté.

—¡No! ¡No! Cerca de aquí no. Debe regresar a un sitio de tu gusto.

—¿Pero dónde puedo encontrar un sitio de mi gusto?

—Eso yo no sé. Puedes plantarla donde quieras. Pero hay que velar por ella, porque debe vivir para que tú tengas el poder que necesitas. Si muere, eso significa que no te quiere, y no debes molestarla más. Significa que no tendrás poder sobre ella. Por eso debes cuidarla y velar por ella, para que crezca. Pero no vayas a consentirla.

—¿Por qué no?

—Porque si no es su voluntad crecer, de nada sirve sonsacarla. Pero, eso sí, demuéstrale que te preocupas. Tenla limpia de gusanos y dale agua cuando la visites. Esto debe hacerse cada cierto tiempo hasta que tenga semilla. Después de que las primeras semillas germinen, estaremos seguros de que te quiere.

—Pero, don Juan, no me es posible cuidar la raíz como usted dice,

—¡Si quieres su poder, debes hacerlo! ¡No hay otra manera!

—¿Puede usted cuidármela mientras no estoy aquí, don Juan?

—¡No! ¡Yo no! ¡No puedo! Cada quien debe alimentar su propio brote. Yo tuve el mío. Ahora tú debes tener el tuyo. Y sólo cuando dé semillas, como te dije, podrás considerarte listo para aprender.

—¿Dónde piensa usted que debo replantarla?

—¡Eso es para que tú solo lo decidas! ¡Y nadie debe saber el lugar, ni siquiera yo! Así es como hay que replantar. Nadie, pero nadie, puede saber dónde está tu planta. Si un extraño te sigue, o te ve, toma el brote y corre para otro lado. Cualquiera podría causarte un— daño como no te imaginas con sólo manosear el brote. Podría lisiarte o matarte. Por eso ni siquiera yo debo saber dónde está tu planta.

Me alargó el frasquito con el brote.

—Agárralo ya.

Lo tomé. Entonces me llevó casi a rastras a mi coche.

—Ahora debes irte. Ve y escoge el sitio donde replantarás el brote. Escarba un agujero hondo en tierra blanda, junto a un lugar con agua. Acuérdate: tiene que estar cerca del agua para crecer. Haz el agujero con las puras manos, aunque sangren. Pon el brote en el centro del agujero y haz un pilón alrededor, Luego remójalo con agua. Cuando el agua se hunda, llena el hoyo con tierra blanda. Después escoge un sitio a dos pasos del brote, en esa dirección [señaló hacia el sureste]. Haz allí otro agujero hondo, también con las manos, y tira en él lo que hay en la olla. Luego quiebra la olla y entiérrala hondo en otro lugar, lejos del sitio donde está tu brote. Cuando hayas enterrado la olla, regresa con tu brote y riégalo otra vez. Entonces saca tu imagen, sostenla entre los dedos donde está la cortada y, parad; en el sitio donde enterraste la cola, toca apenas el brote con la punta de la aguja. Da tres vueltas al brote, parándote cada vez en el mismo sitio a tocarlo.

—¿Tengo que seguir una dirección específica al dar vueltas a la raíz?

—Cualquier dirección— es buena. Pero debes
siempre recordar
en qué dirección enterraste la cola y qué dirección tomaste al rodear el brote. Toca apenitas el brote con la punta todas las veces menos la última: entonces la clavas hondo. Pero hazlo con cuidado; arrodíllate para afirmar la mano, porque no debes romper la punta dentro del brote. Si la rompes, estás acabado. La raíz no te servirá de nada.

—¿Tengo que decir algo mientras doy la vuelta al brote?

—No, eso lo haré yo por ti.

Sábado, 27 de enero, 1962

Apenas llegué a su casa esta mañana, don Juan me dijo que iba a enseñarme cómo se prepara la mezcla de fumar. Caminamos hasta los cerros y nos adentramos bastante por una de las cañadas. Se detuvo junto a un arbusto alto y esbelto cuyo color contrastaba marcadamente con el de la vegetación circundante. El chaparral en torno era amarillento, pero el arbusto era verde brillante.

—De este arbolito debes tomar las hojas y las flores —dijo—. El momento justo para cortarlas es el día de las ánimas.

Sacó su cuchillo y tronchó la punta de uña rama delgada. Eligió otra rama similar y también le tronchó la punta. Repitió esta operación hasta tener un puñado de puntas de rama. Luego se sentó en el suelo.

—Mira —dijo—. Corté todas las ramas encima de la horqueta que hacen dos o más hojas y el tallo. ¿Ves? Todas son iguales. Nada más usé la punta de cada rama, donde las hojas están frescas y tiernas. Ahora hay que buscar un lugar sombreado.

Caminamos hasta que pareció hallar lo que buscaba. Sacó del bolsillo un largo cordel y lo ató al tronco y a las ramas bajas de dos arbustos, haciendo una especie de tendedero donde colgó de cabeza las puntas de rama. Las ordenó con pulcritud a lo largo del cordel; enganchadas por la horqueta entre las hojas y el tallo, parecían formar una larga fila de jinetes verdes.

—Hay que ver que las hojas se sequen en la sombra —dijo—. El sitio debe ser apartado y difícil de alcanzar. Así las hojas están protegidas Hay que dejarlas a secar en un sitio donde sea casi imposible encontrarlas. Después de que se secan, hay que ponerlas en un paquete y sellarlas.

Quitó las hojas del cordel y las tiró en los arbustos cercanos. Al parecer sólo había querido mostrarme el procedimiento.

Seguimos caminando y don Juan cortó tres flores distintas, diciendo que eran parte de los ingredientes y debían juntarse al mismo tiempo. Pero las flores se ponían en sendas vasijas de barro y se secaban en la oscuridad; había que poner una tapa en cada vasija para que las flores crearan moho dentro del recipiente. Dijo que la función de las hojas y las flores consistía en endulzar la mezcla del humito.

Salimos de la cañada y nos encaminamos al lecho del río. Tras un largo rodeo volvimos a su casa; En la noche estuvimos sentados hasta hora avanzada en su propio cuarto, cosa que rara vez me permitía, y me habló del ingrediente final de la mezcla: los hongos.

—El verdadero secreto de la mezcla está en los honguitos —dijo—. Son el ingrediente más difícil de juntar. El viaje al sitio donde crecen es largo y peligroso, y seleccionar los buenos es todavía más arriesgado. Hay otras clases de hongos que crecen allí mismo y que no sirven; echan a perder a los buenos si se secan juntos. Requiere tiempo conocer bien los hongos, para no cometer un error. Hay daño grave si se usan los que no son: daño para el hombre y para la pipa. Sé de hombres que cayeron muertos por usar el humo sucio.

"En cuanto los honguitos se cortan, se meten en un guaje, así que no hay modo de revisarlos. Ves, hay que deshebrarlos para hacerlos pasar por el cuello del guaje."

—¿Cómo se puede prevenir un error?

—Teniendo cuidado y sabiendo escoger. Te dije que es difícil. No cualquiera puede domar el humito; la mayoría de la gente ni siquiera hace el intento.

—¿Cuánto tiempo se dejan los hongos dentro del guaje?

—Un año. Todos los demás ingredientes también se sellan un año, Luego se miden por partes iguales y se muelen por separado, hasta que quede un polvo muy fino. Los honguitos no necesitan molerse porque ellos solos se convierten en polvo finito; nada más hay que desmoronar los trozos. Cuatro partes de hongos se añaden a una parte de todos los demás ingredientes juntos. Luego se mezclan y se ponen en una bolsa como la mía —señaló el saquito colgado bajo su camisa.

—Entonces todos los ingredientes se juntan otra vez, y cuando se han puesto a secar ya estás listo para fumar la mezcla que acabas de preparar. En tu caso, fumarás el año entrante. Y el año después de ése, la mezcla será toda tuya porque la habrás juntado solo. La primera vez que fumes, yo te encenderé la pipa. Fumas toda la mezcla del cuenco y esperas. El humito vendrá. Lo sentirás. Te dará libertad de ver todo cuanto quieras ver. Hablando con propiedad, es un aliado sin rival. Pero quien lo busque debe tener una intención y tina voluntad irreprochables. Las necesita, porque si no tiene intención v voluntad de volver, el humito no lo dejará. Y después, también, debe tener intención y voluntad de recordar lo que el humito le permita ver; de otro modo no será más que una mancha de niebla en su mente.

Sábado, 8 de abril, 1962

En nuestras conversaciones, don Juan usaba a menudo la frase "hombre de conocimiento", o se refería a ella, pero nunca explicaba qué quería decir. Inquirí al respecto.

—Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender —dijo—. Un hombre que, sin apuro, sin vacilación ha ido lo más lejos que puede en desenredar los secretos del poder y el conocimiento.

—¿Puede cualquiera ser un hombre de conocimiento?

—No, no cualquiera,

—¿Entonces qué debe hacer un hombre para volverse hombre de conocimiento?

—Debe desafiar y vencer a sus cuatro enemigos naturales.

—¿Será un hombre de conocimiento tras derrotar a estos cuatro enemigos?

—Si. Un hombre puede llamarse hombre de conocimiento sólo si es capaz de vencer a los cuatro.

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