Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

La voz de los muertos (48 page)

BOOK: La voz de los muertos
7.9Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Lo haré —dijo Ender.

Humano asintió, retiró la mano y regresó con Gritona.

—O Deus —susurró Ouanda —. ¿Cómo tendrá valor para hacerlo?

Ender no respondió. No tenía respuesta. Simplemente siguió a Flecha en silencio mientras les conducía a la salida del bosque. Novinha le dio su linterna para que encontrara el camino; Flecha jugaba con ella como un chiquillo, regulando su intensidad, haciendo que revoloteara entre los árboles y los arbustos como una mariposa. Estaba más alegre y juguetón de lo que Ender había visto nunca a ninguno de ellos.

Pero tras ellos pudieron oír las voces de las esposas entonando una canción terrible y cacofónica. Humano les había dicho la verdad sobre Pipo y Libo, que habían muerto definitivamente, y con dolor, para no tener que asesinar a Mandachuva y Come-hojas, según pensaban. Sólo cuando se alejaron lo suficiente y el sonido del lamento de las esposas fue ya más leve que el ruido de sus propias pisadas y el viento en los árboles, volvieron a hablar.

—Ésa ha sido la misa por el alma de mi padre —dijo Ouanda suavemente.

—Y por el mío —añadió Novinha; todos supieron que hablaba de Pipo; no de Gusto, el Venerado.

Pero Ender no escuchaba su conversación; no había conocido a Pipo y Libo, y no participaba del recuerdo de su pena. En todo lo que podía pensar era en los árboles del bosque. Cada uno de ellos había sido una vez un cerdi vivo. Los cerdis podían cantarles, hablarles, incluso a veces comprenderles. Pero Ender, no. Para Ender los árboles no eran personas, nunca podrían serlo. Si usaba el cuchillo contra Humano, no seria un asesinato a los ojos de los cerdis, pero para Ender sería acabar con la única parte de la vida de Humano que comprendía. Como cerdi, Humano era un auténtico ramen, un hermano. Como árbol, seria poco más que una lápida. Eso era todo lo que Ender podía comprender, todo lo que podía creer.

«Una vez más debo matar, —pensó —, aunque prometí que nunca volvería a hacerlo.»

Sintió que la mano de Novinha le tomaba por el brazo y se apoyaba en él.

—Ayúdame —dijo ella —. Apenas puedo ver con esta oscuridad.

—Tengo buena visión nocturna —se ofreció Olhado.

—Calla esa boca, estúpido —susurró Ela con furia —. Madre quiere hablar con él.

Pero Novinha y Ender la oyeron claramente, y pudieron sentir la risa silenciosa de cada uno. Novinha se acercó más a él mientras caminaban.

—Pienso que serás capaz de hacerlo —suavemente, para que sólo él pudiera oírla.

—¿Fríamente y sin escrúpulos? —preguntó él. Su voz tenía un cierto tinte humorístico, pero en su boca las palabras le parecieron amargas y verdaderas.

—Con la compasión suficiente como para poner el hierro candente en la herida, cuando es el único medio de curarla.

Ella tenía derecho a hablar, pues había sentido su hierro ardiente cauterizar sus heridas más profundas; él la creyó y aquello tranquilizó su corazón.

Sabiendo lo que le esperaba, Ender pensaba que no sería capaz de dormir. Pero se despertó al oír la suave voz de Novinha que le hablaba. Advirtió que estaba al aire libre, sobre el capim, con la cabeza apoyada en el regazo de Novinha. Aún estaba oscuro.

—Ahí vienen —dijo Novinha.

Ender se sentó en el suelo. Antes, cuando niño, se habría despertado por completo al instante; pero entonces era un soldado adiestrado. Ahora necesitó unos momentos para orientarse. Ouanda y Ela estaban despiertas y observando, Olhado estaba dormido y Quim cabeceaba. El alto árbol de la tercera vida de Raíz se encontraba a sólo unos metros de distancia. Y en la distancia aunque no demasiado lejos, más allá de la verja y al fondo del pequeño valle, las primeras casas de Milagro en las laderas con la catedral y el monasterio en las colinas más altas y cercanas.

En la otra dirección, el bosque, y bajando de los árboles, aparecieron Humano, Mandachuva, Come-hojas, Cuencos, Calendario, Gusano, Danza —corteza y varios otros hermanos cuyos nombres Ouanda desconocía.

—No les he visto nunca —dijo —. Deben de venir de las otras casas de hermanos.

«¿Tenemos ya la alianza? —se preguntó Ender —. Eso es todo lo que me preocupa. ¿Ha conseguido Humano que las esposas comprendan una nueva manera de concebir el mundo?»

Humano llevaba algo envuelto en hojas. Los cerdis lo colocaron ante Ender sin decir palabra; Humano lo destapó con cuidado. Era un libro impreso por ordenador.

—La Reina Colmena y el Hegemón —dijo Ouanda suavemente —. La copia que Miro les dio.

—La alianza —dijo Humano.

Sólo entonces advirtieron que el libro estaba boca abajo, por la cara blanca del papel. Y allí, a la luz de una linterna, vieron una serie de letras escritas a mano. Eran largas y extrañamente formadas. Ouanda se sorprendió.

—Nunca les enseñamos a hacer tinta —dijo —. Nunca les enseñamos a escribir.

—Calendario aprendió a hacer las letras —explicó Humano —. Escribiendo con palos en el suelo.

Y Gusano hizo la tinta de jugo de cabra y macios secos. Es así cómo hacéis los tratados, ¿no?

—Sí —dijo Ender.

—Si no lo escribiéramos sobre el papel, entonces lo recordaríamos de forma diferente.

—Eso es —dijo Ender —. Habéis hecho bien al escribirlo.

—Hemos introducido algunos cambios. Las esposas querían algunos cambios, y pensé que los aceptaríais —Humano los señaló —. Los humanos podéis hacer esta alianza con otros cerdis, pero no podéis hacer una alianza diferente. No podéis enseñar a otros cerdis cosas que no nos hayáis enseñado a nosotros. ¿Lo aceptas?

—Por supuesto.

—Ésa fue la parte fácil. ¿Y si no estamos de acuerdo en las reglas? ¿Y si no estamos de acuerdo en dónde termina vuestra pradera y empieza la nuestra? Así que Gritona dijo: Que la reina colmena juzgue entre humanos y Pequeños. Que los humanos juzguen entre los Pequeños y la reina colmena. Y que los Pequeños juzguen entre la reina colmena y los humanos.

Ender se preguntó cómo resultaría aquello. Recordó, como no podía hacerlo ningún otro ser humano, lo temidos que habían sido los insectores tres mil años antes. Sus cuerpos de insecto eran la pesadilla de los niños humanos. ¿Cómo aceptarían los habitantes de Milagro su veredicto?

«Es difícil. Pero no más de lo que le hemos pedido a los cerdis.»

—Sí. Podemos aceptar eso también. Es un buen plan.

—Y otro cambio —dijo Humano. Miró a Ender y sonrió. Parecía extraño, ya que las caras de los cerdis no habían sido diseñadas para aquella expresión humana —. Por eso llevó tanto tiempo. Por todos estos cambios.

Ender le devolvió la sonrisa.

—Si una tribu de cerdis no quiere firmar la alianza con los humanos, y si esa tribu ataca a una de las tribus que si ha firmado la alianza, entonces podemos ir a la guerra contra ellos.

—¿Qué entendéis por atacar? —le preguntó Ender.

Si consideraban un ataque un simple insulto, aquella cláusula reduciría a la nada la prohibición de la guerra.

—Atacar es venir a nuestras tierras y matar a los hermanos o las esposas. No es atacar cuando se presentan para la guerra, u ofrecen un acuerdo para empezar una guerra. Atacar es cuando se empieza una guerra sin avisar. Ya que nunca iremos a la guerra, un ataque hecho por otra tribu es la única manera en que la guerra puede empezar. Sabía que lo preguntarías.

Señaló las palabras de la alianza. Ciertamente, el tratado definía claramente lo que constituía un ataque.

—Eso también es aceptable —dijo Ender.

Significaba que la posibilidad de guerra no desaparecería durante muchas generaciones, tal vez durante siglos, ya que se tardaría mucho tiempo en llevar esta alianza a todas las tribus de cerdis. Pero antes de que la última tribu se uniera a la alianza, los beneficios de una convivencia pacífica estarían claros, y pocos querrían ser guerreros.

—Ahora, el último cambio —dijo Humano —. Las esposas lo pusieron con la intención de castigarte por hacer esta alianza tan difícil. Pero creo que no lo considerarás un castigo. Ya que nos está prohibido llevaros a la tercera vida, una vez la alianza entre en vigor, los humanos también tendrán prohibido llevar a los hermanos a la tercera vida.

Por un momento, Ender pensó que aquello era su liberación; ya no tendría que hacer lo que Pipo y Libo habían rehusado.

—Después de la alianza —dijo Humano —. Serás el primer y último humano en dar el regalo.

—Desearía…

—Sé lo que desearías, mi amigo Portavoz. Para ti es un asesinato. Pero para mí… cuando a un hermano se le da el derecho de pasar a la tercera vida y convertirse en padre, elige a su mayor rival o a su mejor amigo para que le dé el tránsito. Tú, Portavoz. Desde que aprendí stark y leí por primera vez la Reina Colmena y el Hegemón te he esperado. Le dije muchas veces a Raíz, mi padre, de todos los humanos, éste es el que nos comprenderá. Entonces, cuando tu nave vino, Raíz me dijo que tú y la reina colmena veníais a bordo, y supe que tú tenias que darme el tránsito si lo hacía bien.

—Lo has hecho bien, Humano.

—Aquí —dijo —. ¿Ves? Hemos firmado la alianza a la manera humana.

Al pie de la última página de la alianza había dos palabras formadas ruda y laboriosamente.

—Humano —leyó Ender en voz alta, aunque no pudo hacer lo mismo con la otra palabra.

—Es el verdadero nombre de Gritona. Mira —estrellas. No es muy buena con el palo de escribir. Las esposas no usan herramientas a menudo, ya que los hermanos hacen ese tipo de trabajo. Así que quiso que te dijera cuál es su nombre. Y que te dijera que la llamaron así porque siempre estaba mirando las estrellas. Dice que entonces no lo sabía, pero que miraba para ver tu venida.

«Tanta gente deposita su confianza en mí, —pensó Ender —. Al final, sin embargo, todo depende de ellos. De Novinha y Miro. De Ela, que me llamó. De Humano y Mira —estrellas. Y también de los que temían mi llegada.»

Gusano trajo el cuenco con la tinta, Calendario la pluma. Ésta era una fina barra de madera con una hendidura y un hueco que albergaba un poco de tinta cuando se mojaba en el cuenco. Tuvo que mojarla cinco veces para poder firmar con su nombre.

—Cinco —dijo Flecha.

Entonces Ender recordó que el número cinco era portentoso para los cerdis. Había sido una casualidad, pero si ellos querían verlo como un buen presagio, tanto mejor.

—Llevaré la alianza a nuestra gobernadora y al obispo —dijo Ender.

—De todos los documentos atesorados en la historia de la humanidad… —dijo Ouanda.

Nadie necesitó que terminara la frase. Humano, Come-hojas y Mandachuva envolvieron cuidadosamente el libro y lo tendieron, no a Ender sino a Ouanda. Ender supo inmediatamente, con terrible certeza, lo que aquello significaba. Los cerdis aún tenían un trabajo para él, un trabajo que requeriría que tuviera las manos libres.

—Ahora la alianza se ha hecho al modo humano —dijo Humano —. Debes hacerla también al de los Pequeños.

—¿No basta con la firma? —preguntó Ender.

—De ahora en adelante la firma bastará. Pero sólo porque la misma mano que firmó en nombre de los humanos también hizo la alianza a nuestro modo.

—Entonces lo haré, como te prometí.

Humano alargó la mano y la pasó desde la garganta al vientre de Ender.

—La palabra del hermano no está sólo en su boca. La palabra del hermano está en su vida.

Se volvió hacia los otros cerdis.

—Dejadme que hable con mi padre por última vez antes de que me alce junto a él.

Dos de los extraños hermanos se adelantaron con los bastones en la mano. Caminaron con Humano hasta el árbol de Raíz y empezaron a golpear sobre él y a cantar en la Lengua de los Padres. Casi de inmediato el tronco se abrió. El árbol era aún bastante joven, y no mucho más grueso que el cuerpo de Humano, por lo que le costó trabajo entrar en él. Pero lo consiguió, y el tronco se cerró detrás. El tamborileo cambió de ritmo, pero no cesó ni un momento.

Jane susurró al oído de Ender.

—Puedo ver la resonancia del tamborileo cambiar dentro del árbol. El árbol está moldeando lentamente el sonido para convertir el tambor en lenguaje.

Los otros cerdis empezaron a aclarar el terreno para el árbol de Humano. Ender notó que lo plantarían de forma que, visto desde la puerta, Raíz estaría a la izquierda y Humano a la derecha. Arrancar el capim por la raíz era un trabajo duro para los cerdis; pronto Quim empezó a ayudarles, y luego Olhado hizo lo mismo, y después Ouanda y Ela.

Ouanda le dio la alianza a Novinha para que la sostuviera mientras ayudaba a arrancar el capim. Novinha, en cambio, se la llevó a Ender, se plantó ante él y le miró fijamente.

—Firmaste como Ender Wiggin, Ender.

El nombre sonaba feo incluso a sus propios oídos. Demasiado frecuentemente lo había escuchado como epíteto.

—Soy más viejo de lo que aparento. Ése era el nombre con el que me conocían cuando aniquilé el mundo natal de los insectores. Tal vez la presencia de ese nombre en el primer tratado firmado entre humanos y ramen haga algo para cambiar su significado.

—Ender… —susurró ella. Se acercó a él, con el tratado envuelto en las manos, y lo sostuvo contra su pecho; era pesado, ya que contenía todas las páginas de la Reina Colmena y el Hegemón en la otra cara de las hojas donde se había escrito la alianza —. Nunca acudí a confesarme a los sacerdotes, porque sabía que me despreciarían por mi pecado. Sin embargo, hoy has nombrado todos mis pecados y pude soportarlo porque supe que no me despreciabas. No pude entender por qué, hasta ahora.

—No soy quién para despreciar a otras personas por sus pecados. No he encontrado aún a nadie que haya pecado más que yo.

—Durante todos estos años has llevado la carga del pecado de la humanidad.

—Sí, bien, pero no es algo místico. Creo que es como llevar la marca de Caín. No haces muchos amigos, pero nadie te hace tampoco mucho daño.

El terreno se había aclarado. Mandachuva habló en el Lenguaje de los Árboles a los cerdis que golpeaban el tronco; su ritmo cambió y otra vez el tronco formó la apertura. Humano salió de él como si fuera un recién nacido. Entonces caminó hasta el centro del terreno desbrozado. Come-hojas y Mandachuva le tendieron un par de cuchillos. Al cogerlos, Humano les habló en portugués, para que los humanos pudieran entenderle y así sus palabras tuvieran mayor fuerza.

—Le dije a Gritona que pedisteis vuestro pase a la tercera vida por causa de un gran malentendido con Pipo y Libo. Dijo que antes de que pasara otra mano de manos de días, los dos creceríais hacia la luz.

BOOK: La voz de los muertos
7.9Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

An Available Man by Hilma Wolitzer
Honest Doubt by Amanda Cross
For Love of Audrey Rose by Frank De Felitta
Saving Grace by Anita Cox
Murder Never Forgets by Diana O'Hehir
Everybody Wants Some by Ian Christe
Lessons of the Past by Chloe Maxx


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024