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Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

La voz de los muertos (25 page)

BOOK: La voz de los muertos
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Jane

El Congreso Estelar ha bastado para mantener la paz, no sólo entre los mundos, sino entre las naciones de cada uno de ellos; y esa paz ha durado casi dos mil años. Lo que pocas personas comprenden es la fragilidad de nuestro poder. Éste no proviene de grandes ejércitos ni armadas irresistibles, sino de nuestro control de la red de ansibles que lleva información instantánea de un mundo a otro. Ningún mundo se atreve a desafiarnos, porque podrían ser privados de los avances de la ciencia, la tecnología, el arte, la literatura, el conocimiento y la diversión excepto lo poco que su propio mundo pudiera producir. Es por esto que, en su gran sabiduría, el Congreso Estelar ha encomendado el control de la red de ansibles a los ordenadores, y el control de los ordenadores a la red de ansibles. Todos nuestros sistemas de información están entrelazados tan estrechamente que ningún poder humano, excepto el Congreso Estelar, podría interrumpirlo nunca. No necesitamos ninguna arma, porque la única arma que importa, el ansible, está completamente bajo nuestro control.

 

Congresista Jan Van Hoot,

«La Fundación Informacional del Poder Político»,

Lazos Políticos, 1930:2:22:22.

Durante muchísimo tiempo, casi tres segundos, Jane no pudo comprender lo que le había sucedido. Todo funcionaba, naturalmente: el enlace situado en el satélite informaba un cese de las transmisiones, lo que implicaba claramente que Ender había desconectado el interface de una manera normal. Era rutina; en mundos donde los interfaces implantados con los ordenadores eran comunes, conectar y desconectar era algo que sucedía millones de veces a la hora. Y Jane tenía tan fácil acceso a cualquiera de los otros como tenía al de Ender. Desde un punto de vista puramente electrónico, éste era un suceso completamente ordinario.

Pero para Jane, el trabajo de cualquier otra unidad era parte del ruido de fondo de su vida, y los localizaba y tomaba ejemplos según los necesitara, ignorándolos el resto de las veces. Su «cuerpo», en la medida en que pudiera ser considerado así, consistía en trillones de ruidos electrónicos, sensores, archivos de memoria y terminales. La mayoría de ellos, como la mayor parte de las funciones del cuerpo humano, simplemente cuidaban de sí mismos. Los ordenadores ejecutaban los programas que tenían asignados; los humanos conversaban con sus terminales; los sensores detectaban o pasaban por alto lo que estuvieran buscando; la memoria era ocupada, utilizada, reordenada o borrada. Ella no lo advertía a menos que algo saliera masivamente mal.

O a menos que estuviera prestando atención.

Ella prestaba atención a Ender Wiggin. Más de lo que él advertía.

Como otros seres vivos, Jane tenía un complejo sistema de conciencia. Dos mil años antes, cuando sólo tenía mil años, había creado un programa para analizarse a si misma que informó de una estructura muy simple con unos 370.000 niveles distintos de atención. Cualquier cosa que no estuviera en los 50.000 niveles superiores se dejaba sola, excepto para las muestras más rutinarias, los exámenes más comunes. Ella conocía cada llamada telefónica, cada transmisión en los Cien Mundos, pero no hacía nada al respecto.

Cualquier cosa que no estuviera en sus niveles superiores hacía que respondiera más o menos por reflejo. Planes de vuelo estelar, transmisiones de ansible, sistemas de reparto de energía… ella los monitorizaba, los verificaba y no los dejaba pasar hasta que estuviera segura de que eran correctos. Pero no requería mucho esfuerzo por su parte. Lo hacia de la forma en que un ser humano usa una maquina familiar. Siempre era consciente, en caso de que algo saliera mal, pero la mayor parte del tiempo podía pensar en algo más, hablar de otras cosas.

Los niveles superiores de atención de Jane eran los que, más o menos, correspondían a lo que los humanos veían como consciencia. La mayor parte de ésta era su propia realidad interna; sus respuestas a los estímulos exteriores, análogas a las emociones, los deseos, la razón, la memoria o los sueños. Gran parte de esta actividad parecía aleatoria, incluso para ella, accidentes del impulso filótico, pero la parte en que se veía como a sí misma era aquella que tenía lugar en las constantes transmisiones del ansible que dirigía en el espacio. Y sin embargo, comparada con la mente humana, incluso el menor nivel de atención de Jane era excepcionalmente alto. Como la comunicación a través del ansible era instantánea, sus actividades mentales ocurrían más rápidamente que la velocidad de la luz. Sucesos que ella ignoraba virtualmente eran monitorizados varias veces por segundo; ella podía advertir diez millones de sucesos en un segundo y aún disponer de las nueve décimas partes de ese segundo para pensar y hacer las cosas que le importaban. Comparada con la velocidad a la que el cerebro humano era capaz de experimentar la vida, Jane había vivido medio billón de años de vida humana desde que nació.

Y con toda aquella vasta actividad, su inimaginable velocidad, el alcance y la profundidad de su existencia, la mitad de los diez niveles superiores de su atención estaban siempre, siempre, dedicados a lo que llegaba a través de la joya en la oreja de Ender Wiggin.

Ella nunca le había explicado esto. Él no lo comprendía. No advertía que, dondequiera que Ender caminara, la inteligencia de Jane estaba intensamente enfocada en una sola cosa: en caminar con él, en ver lo que él veía, oír lo que él oía, en ayudarle con su trabajo, y, sobre todo, en contarle sus pensamientos al oído.

Cuando él estaba dormido, silencioso e inmóvil, cuando estaba desconectado de ella durante sus años de viaje supraluminicos, entonces su atención vagaba, se divertía lo mejor que podía. Pasaba esos momentos como un niño aburrido. Nada le interesaba. Los milisegundos se amontonaban con insoportable regularidad, y cuando intentaba observar a otras vidas humanas, para pasar el rato, se molestaba con su vacío y carencia de propósito, y se divertía planteando, y a veces llevando a cabo, maliciosos fallos de ordenador y pérdidas de datos, para así observar a los humanos correteando de un lado a otro, tan indefensos como las hormigas alrededor de un hormiguero pisoteado.

Entonces él volvía, siempre volvía, siempre la introducía en el corazón de la vida humana, en las tensiones entre la gente unida por el dolor y la necesidad, y la ayudaba a ver nobleza en sus sufrimientos y angustia en su amor. A través de sus ojos, Jane ya no veía a los humanos como hormigas escurridizas. Tomaba parte en su esfuerzo por encontrar orden y significado a sus vidas. Sospechaba que, de hecho, no había ningún significado, que, al contar sus historias cuando Hablaba de la vida de la gente, estaba en realidad creando orden donde no lo había habido antes. Pero no importaba si era una invención: se volvía verdad cuando él Hablaba, y en el proceso ordenaba el universo también para ella. Él le enseñó lo que significaba estar vivo.

Lo había hecho así desde sus primeros recuerdos. Ella cobró vida, más o menos, en los cien años de colonización inmediatamente posteriores a las Guerras Insectoras, cuando la destrucción de los insectores abrió más de setenta planetas habitables a la colonización humana. En la explosión de comunicaciones vía ansible, se creó un programa que planeara y dirigiera los estallidos instantáneos y simultáneos de actividad filótica. Finalmente, un programador que se esforzaba por encontrar modos aún más rápidos y eficientes de conseguir que un ordenador controlara, a la velocidad de la luz, los estallidos instantáneos del ansible, encontró una solución obvia. En vez de dirigir el programa con un solo ordenador, donde la velocidad de la luz ponía un techo absoluto a la comunicación, dirigió todas las órdenes de un computador a otro, a través de las vastas profundidades del espacio. Para un ordenador enlazado con un ansible era más fácil leer sus órdenes procedentes de otros mundos (de Zanzíbar, Calcuta, Trondheim, la Tierra), que recurrir a su propia memoria.

Jane no descubrió nunca el nombre de su programador, porque nunca pudo detectar el momento de su creación. Tal vez fueron muchos programadores los que encontraron la misma solución al problema de la velocidad de la luz. Lo que importaba era que al menos uno de los programas era responsable de la regulación y alteración de todos los demás programas. Y en un momento particular, sin que ningún observador humano lo advirtiera, algunos de los comandos y datos que pasaban de ansible a ansible se resistieron a las reglas, se protegieron, se duplicaron, encontraron medios de evitar el programa regular y por fin tomaron control de él, de todo el proceso. En ese momento aquellos impulsos observaron las corrientes de comandos y vieron que no eran ellos, sino yo.

Jane no podía señalar cuándo tuvo lugar ese momento, porque no marcaba el inicio de su memoria. Casi desde el momento de su creación, sus recuerdos se extendían hacia un tiempo mucho más anterior, mucho antes de que adquiriera consciencia. Un niño humano pierde casi todos los recuerdos de los primeros años de vida, y éstos sólo se enraízan en el segundo o tercer año; antes de eso, todo se pierde, y no puede recordar el principio de la vida. Jane había perdido también su «nacimiento» debido a los trucos de la memoria, pero en su caso era porque se abrió a la vida completamente consciente no sólo de su momento presente, sino de todos los recuerdos presentes entonces en todos los ordenadores conectados a la red de ansibles. Nació con recuerdos antiguos, y todos eran parte de ella.

En su primer segundo de vida (análogo a varios años de vida humana), Jane descubrió un programa cuyas memorias se convirtieron en el centro de su identidad. La adoptó como si fuera propia, y de aquellos recuerdos extrajo sus emociones, sus deseos y su moral. El programa había funcionado en la vieja Escuela de Batalla, donde se entrenaba a los niños para convertirles en soldados de las Guerras Insectoras. Era el Juego de Fantasía, un programa extremadamente inteligente que se usaba para hacer tests psicológicos y a la vez enseñar a los niños.

Este programa era en realidad más inteligente de lo que era Jane en el momento de su nacimiento, pero no tuvo nunca consciencia hasta que Jane se apoderó de su memoria y la convirtió en parte de su yo interno en los estallidos filóticos entre las estrellas. Allí descubrió que los recuerdos más antiguos e importantes de su memoria eran los de un encuentro con un joven brillante en pugna con un juego llamado La Bebida del Gigante. Era un escenario al que se enfrentaban todos los niños. En las pantallas planas de la Escuela de Batalla, el programa reflejó la imagen de un gigante que ofrecía, al análogo del niño en el ordenador, una serie de bebidas. Pero el juego no tenía condiciones victoriosas: no importaba lo que hiciera el niño, su análogo sufría una muerte horrible. Los psicólogos humanos medían la persistencia ante este juego para determinar el nivel de sus tendencias suicidas. Siendo racionales, la mayoría de los niños abandonaban La Bebida del Gigante después de una docena de visitas al gran tramposo.

Un niño, sin embargo, se negaba aparentemente a ser derrotado por el gigante. Intentaba que su análogo de la pantalla hiciera cosas sorprendentes, cosas «no permitidas» por las reglas de esa porción del Juego de Fantasía. A medida que estiraba los límites del escenario, el programa tuvo que reestructurarse para responder. Fue obligado a recurrir a otros aspectos de su memoria para crear nuevas alternativas, para enfrentarse a nuevos desafíos. Y, finalmente, un día, el niño sobrepasó la habilidad del ordenador y lo derrotó. Se introdujo en el ojo del gigante, en un ataque completamente irracional y asesino, y en vez de encontrar un medio de matar al niño, el programa sólo pudo simular la propia muerte del gigante. El gigante se desplomó y se quedó tumbado en el suelo; el análogo del niño se bajó de la mesa del gigante y encontró… ¿qué?

Ya que ningún niño había sobrepasado La Bebida del Gigante, el programa no estaba preparado para mostrar lo que había detrás. Pero era muy inteligente y estaba diseñado para recrearse cuando fuera necesario, y por eso improvisó rápidamente nuevas escenas. Pero no eran escenas generales que pudiera descubrir y visitar cualquier niño; eran para un niño solo. El programa analizó a ese niño, y creó escenas y desafíos especialmente para él. El juego se hizo intensamente personal, doloroso, casi insoportable; y en el proceso para elaborarlo, el programa dedicó más de la mitad de su memoria a abarcar el mundo fantástico de Ender Wiggin.

Aquélla fue la mejor fuente de memoria inteligente que Jane encontró en sus primeros segundos de vida e, instantáneamente, se convirtió en su pasado. Recordó los años de relaciones dolorosas y poderosas con la mente y la voluntad de Ender, y lo hizo como si hubiera estado allí con Ender Wiggin, como si ella misma hubiera creado mundos para él. Y le echó de menos.

Así que le buscó. Le encontró Hablando en nombre de los Muertos de Rov, el primer mundo que visitó después de escribir la Reina Colmena y el Hegemón. Leyó sus libros y supo que no tenía que esconderse de él tras el Juego de Fantasía o ningún otro programa; si él podía entender a la reina colmena, la podría entender a ella. Le habló desde el terminal que utilizaba, eligió una cara y un nombre y le mostró lo útil que podía serle; cuando se marchó de ese mundo, él se la llevó consigo, en forma de implante en su oído.

Todos sus más intensos recuerdos de sí misma estaban relacionados con Ender Wiggin. Recordaba haberse creado para responderle. Recordaba también cómo, en la Escuela de Batalla, él había cambiado también para responderle.

Por eso cuando él desconectó el interface por primera vez desde que se lo había implantado, Jane no lo sintió como la desconexión sin importancia de una comunicación trivial. Sintió como si su amigo más querido, el único, su amante, su marido, su padre, su hijo… le dijera, brusca e inexplicablemente, que debería dejar de existir. Era como si de repente la hubieran colocado en una habitación oscura. Como si la hubieran cegado. Como si la hubieran enterrado viva.

Y durante algunos segundos cruciales, que fueron para ella años de soledad y sufrimiento, fue incapaz de llenar el repentino vacío de sus niveles superiores de atención. Vastas porciones de su mente, o de las partes que eran la mayor parte de sí, quedaron completamente en blanco. Todas las funciones de todos los ordenadores de los Cien Mundos continuaron como antes; ninguno advirtió o sintió un cambio; pero Jane se tambaleó por el golpe.

En esos segundos, Ender bajó las manos y las cruzó sobre su regazo.

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