Authors: José Luis Sampedro
—Tienes razón: Bashir hubiera hecho lo mismo. Eran iguales, comprendo que se llevaran bien. Pero ¿y tú? ¿Cómo podéis vivir tan próximos, siendo tú tan distinto de Ahram?
«No, Bashir no era igual, era mejor», piensa Krito rebelde. Pero contesta con aire ligero:
—Bueno, yo soy el personaje pintoresco de la Casa. El animal con méritos exhibibles. Como las aves de la India enjauladas en la entrada principal.
—Eres injusto. Tú sabes que no es eso.
—Puede, soy injusto. ¡Alguna vez tengo derecho a serlo yo!… Bien, digamos que soy quizás el escándalo, el mal ejemplo que conviene evitar.
—¡Krito! Me vas a enfadar. Tú tienes tantas cualidades. . .
—¿Buenas? Dime cuáles.
Ahora Krito se muestra sinceramente curioso, casi divertido.
—Muchas. Tu sensibilidad. Tu inteligencia. Tu paciencia para enseñarme todos estos años, para ocuparte de mis ignorancias. Tu comprensión, que yo compruebo en mí misma: ¡a veces me adivinas! Como si tuvieras poderes mágicos. Como si vieras mi alma. Y tu serenidad.
—¿Mi sensibilidad? La tengo, pero ¿es algo bueno? Más bien la padezco, me ha hecho lo que soy. ¿Mi paciencia contigo? ¡Pero si era un gozo verte progresar! ¿Mi comprensión? Más valiera no tenerla y seguir adelante. En cuanto a ver el alma… En la tuya hay algo que no alcanzo a percibir, pero ¡si tú vieses la mía! —calla un momento, refrenándose—. Y la serenidad… Yo puedo serenarme, sí, pero el otro Krito no, el pequeño. Siempre somos dos, ya te lo dije. En mi caso la niña; lo sabes de sobra… ¡Mi pequeña Krita!
A Glauka le sorprende la súbita ternura de esa voz, y se contagia. Se merece ese hombre saberlo todo y está a punto de confesárselo, su origen submarino. Eso es lo que no alcanza a ver, lo que aún necesita ver, pero… ¿Qué necesita Krito, qué puede ella darle? Sólo le dice tras el silencio:
—Sufres, amigo…
Su mano toma la de Krito, que inclina profundamente la cabeza para ocultar la descomposición momentánea de su máscara, que revelaría una expresión ni él mismo sabe hasta qué punto aterradora. Pero puede serenarse, acaba de decirlo, y cuando alza el rostro ya es el profesor impersonal:
—Ese es el destino humano. Al animal le duele la carne, pero no sufre el espíritu, o lo que nos hayamos fabricado dentro. Los animales no conocen la tristeza, salvo quizás el perro o el caballo, humanizados para desgracia suya. Lo humano es vivir el sufrimiento dándole sentido. Abrazamos la pasión para intensificar nuestra vida pues, como los desollados, nos aporta sensaciones en carne viva, pero con el amor llega inevitable el sufrimiento, distinto del dolor.
Glauka ve en ese rostro inteligencia e ironía, aunque también el ansia de hacerle olvidar la emoción precedente. Pero sigue enternecida cuando le pregunta:
—¿El amor es sufrimiento?
—El tuyo no lo es, ya lo sé. Pero te dije que hay muchos. Eros tiene innumerables rostros.
—¿Cuál es el tuyo?
La voz tan dulce es irresistible para Krito, cuya amargura se oculta enmascarándose con una sonrisa fácil y el recurso de la teoría:
—Es la vida de dos paralelas que, contra toda geometría, no son rectas sino ondulosas y además, contra toda razón, se tocan por fin, se entrelazan, se enroscan, se asfixian y obligan al infinito, que las esperaba, a venir a instalarse en ellas, en nosotros, a dilatar cósmicamente nuestros pechos, a hacer eternidad el instante, múltiples las manos, posesiva la piel; y no estamos hechos para tensión tan alta: nos atiranta hasta rompernos… Ya sabes —concluye abrupto.
Pero la sonrisa no engaña a la mujer, que en ese mismo instante, en su feliz jornada, siente su pecho devastado. Necesita saber más y, a la vez, no enterarse, pero sólo pregunta:
—¿Por eso buscas el olvido en Rhakotis? ¿Por qué así, Krito?
Él la mira, haciéndola arrepentirse, y compone el rostro más risueño imaginable, casi faunesco, burlón:
—Ayer por desamor, hoy por amor, mañana… Y sus hombros se encogen.
«¿Ya está dispuesto el baño?, no te había oído, puedes marcharte Eulodia, sí, a la torre, claro, no te necesito, me secaré sola, nada de ungüentos, hoy no hay que arreglarse mucho, ¿quién está esperando?, ¡cómo!, ¿por qué Yazila?, ¿está enferma Ramitah? Pues renuncio al masaje, no quiero a su ayudante, que se retire, y tú también, déjame, adiós…» Necesito estar sola, me han pasado tantas cosas, ¡en un solo día, parece mentira! La sorpresa de Ahram, sus honras a Bashir, enterrada la pobre Al-Lat, y nuestro amor, una vez más el Momento, el verdadero, en lo más alto, absoluta y única en él, en ese instante no somos dos, no es posible ser dos, al contrario, uno hecho de dos, volver a sentir mis ríos secretos, la piel desaforada, qué cresta de la ola, como raptada por Narso, pero mucho más, la eternidad en el Momento, porque luego la palabra, ¿lo alcanzaría Clea con él?, pero no tengo celos, imposible ocurriese, Clea no era Domicia, con ésta poníamos las dos el alma, no sólo la piel y el gesto, ¿de qué le sirven a Clea sus saberes?, sólo pone la carne y la técnica, la razón, como dice Krito, ¡tantas cosas me enseña y tan profundas!, su alma un laberinto, ¿y en el fondo?, a veces creo ver algo, ¿qué ha dicho hoy, dejándome perpleja?, ¿descubriendo algo que debí saber antes?, no sé, ya recordaré, pero Clea no pone sus honduras, ¡tú sí que eras amante, Domicia, y yo contigo!, diferente de Ahram pero también amor, con Clea temí no llegar, me callaba pero ella se daba cuenta, ¡estaba yo tan seca!, gracias a que es muy experta, a que yo quería complacer a Ahram, «has de intimar con ella», por fin consiguió arrebatarme, lo saboreó como un triunfo, se lo noté en la cara, igual que los hombres, la proeza de hacernos llegar, ya lo han conseguido, ya están contentos, su orgullo, como dice también Krito, y Ahram mientras hablábamos reclamando detalles y poniéndose cachondo, otra vez, porque no ha sido solo el Momento, también la palabra luego, tendidos paralelos en la arena, ¡eso de las paralelas, lo que me ha dicho Krito!, y algo más, pidiéndome detalles de Clea, yo no le preguntaba por sus tardes con ella, pero él sí, y ella también, queriendo saber de Ahram, como él, como los hombres, creerá que voy a decírselo todo, asombrada de que con ese hombre yo no tenga hijos, apuñalándome con eso, le conté lo de los piratas, ella no ha querido tener ninguno, sabe arreglárselas, el navarca no puede con ella, indignado, se desquita presumiendo de los que tiene con sus esclavas, a Ahram eso no le preocupa, menos mal que tenemos a Malki debió armarle una buena a Neferhotep por no ocuparse de Bashir, por eso fue a Tanuris el mismo día, el Excelso ha venido a la ciudad después y no ha pasado por palacio, es rencoroso, no sólo tonto, es malo, traicionaría a Ahram si pudiera pero es cobarde, Malki cada vez nos quiere más, su madre le adora pero sigue enferma, no consigo que se ocupen de ella, Ahram cree que todo el mundo es fuerte como él, la fuerza, el poder, quizás también eso esta mañana, por mi desvío tras lo de Al-Lat tenía que reconquistarme, afianzar su posesión, poner orden en mí como en Tanuris, en su amor siempre entra eso también, el poder, qué importa si me lleva hasta lo alto, pero no se le olvida, ¿acaso vio que su brutalidad me había alejado demasiado?, en eso tiene un instinto, me adivina toda, por eso el mejor amante, ¡pero si soy toda suya!, como de nadie nunca, me tomó para siempre aquella noche en la caverna, ¿cómo podría yo dejar de amarle?, ¡imposible!, ¡qué claro lo ve Krito!, más intuitivo aún, más adivino, pero luego no lo aplica, no usa la palabra contra todo, ¿qué me ha dicho esta tarde? ¿qué ha querido decirme?, él sí que es la palabra, ha formado la mía, me ha enseñado, tendría yo que adivinarle a él, pero no tiene razón en lo del odio, el amor es más fuerte, cuando falta es cuando se cae en el odio, como ha caído el mimo, Sútides, ¡qué ferocidad!, no respetaba nada, así estaba el estratega, Clea con el navarca en un palco cerca no se inmutaba, incluso sonreía satisfecha, ¡nieta de emperador oyendo insultar al imperio!, ¿será verdad que odia a Roma?, me lo decía en la cama, quizás por odiar a su padre, por recordar a su madre esclava, ¡hablarme de política en la cama!, no, no es Domicia, con ella no pensábamos en nada más, Clea criticando a Roma, el hambre y la miseria, no todo es púrpura, las ambiciones y asesinatos, seguramente me lo decía para introducirse más, acabar trabajando para Ahram, seguro que ése es su encanto para él, tras penetrarla y correrse volver a la política con ella, casi me hace reír, ¿por qué ese interés en colaborar?, ¿estará aburriéndola ya el navarca?, claro que no la desposaría Ahram, eso nunca, pero esa mujer es peligrosa, esconde lo que aún no sabemos, qué bien vestida en el teatro, cuando al final se puso en pie me di cuenta del buen corte, ¡lo que se puede hacer con una túnica!, ¿se la enviarán de Roma?, he de preguntarle, honrar a Ahram vistiendo, le gusta que me admiren, y qué gracia tuvo para plegarse el manto, me pareció que proponía a su marido acercarse a felicitar a Sútides, como íbamos Krito y yo, pero él se negó colérico, hasta con mala educación, y ella sonreía, se lo había propuesto para que le vieran irritado, es complicada, peligrosa, y se dio cuenta de que de mí no saca nada, Krito lo adivinaría, pero a Krito no le interesa una mujer así, ¿o quizás…?, ¿sería posible?, precisamente por su lado extraño, ¡no te acerques a ella, Krito!, ¡sigue siendo quien eres!, ay, pero también eres así, complicado, ¿por qué vas a Rhakotis?, no me respondiste, no sé cómo saber más de ti, algo me bloquea, pero no te acerques a ella, Ahram me preocupa menos, el poder le pone a salvo del sexo, para él sólo es gozar, ¿entonces conmigo?, ¡no, no, conmigo no!, hoy lo veo todo confuso, ¡y la mañana fue tan clara!, toda luz apasionada, ¿qué me confunde entonces?, quizás haber vuelto a Bashir, aquel lugar de la odiosa escena, pero Bashir no es confuso para mí, acaricié la muerte en él cuando le lavé y le ungí ahí en el salón de los banquetes, no me asusta la muerte, en su busca fui sin saberlo cuando pedí volverme mortal, ahora lo sé y no me asusta, y menos al lado de Ahram, moriré con él, ¡si hubiera sido esta mañana en el Momento!, no, no, es mejor seguir algo me confunde por dentro: sólo así pude pensar tal cosa, y es que no acabo de recordar lo que me ha dicho Krito, alguna palabra suya cayó tan hondo en mí que no la encuentro, hubiese debido cogerla al vuelo, aún no me ha enseñado bastante a vivir la palabra, pues se la debo a él, no es el mundo de Ahram centrado en la acción, Krito me ha abierto a ella, pero soy mala discípula, aún tengo que aprender, le necesito, me completa, otra manera de completar, una es el Momento, en lo alto de la ola estoy entera, tan una que no soy más que eso, me olvido de sirena y mujer, soy yo el Momento, la Eternidad la Vida, somos, debo decir, porque también Ahram, pero otra es la Palabra, como él mismo ha dicho Eros tiene innumerables rostros, ¿es eso?, algo me falta, necesito recordar, ¡oh Krito, Krito!, a veces creo que tiene razón Ahram, ¡qué pena que te pierdas en Rhakotis!, pero tú lo has dicho, ¿y si ése es otro rostro, otro amor para ti?, no basta un solo amor, ¿quién lo ha pensado?, ¿es eso?, ¡qué confusión en mí después de esa mañana! «¡Eulodia!, me estoy quedando fría, ¡Eulodia!, ¿no me oyes?», ¡pero si la despedí antes!, qué confusa estoy.
«¿Por qué vas a Rhakotis?… ¡Y eres tú quien me lo pregunta, Glauka, precisamente tú!»
Con ese pensamiento, que le obsesiona hace horas, desde que la vio partir, se reproduce en los labios de Krito una sonrisa a la vez de amargura y sarcasmo. Entretanto contempla sus piernas, que no necesitan todavía depilación, y sus genitales rebeldes, esos órganos que no le obedecen siempre, desconectados de su deseo, ansiosos o pasivos a destiempo, y una vez más se acuerda de Kalidea, la belleza de Esmirna, la que sin saberlo —¿o lo sabía?— lanzó una maldición sobre esos genitales, orientando toda la vida posterior del prometedor retórico que era él a los veinticuatro años… ¿cómo puede ser el amor tan autodestructor?
Desecha el pensamiento. Hay que estar al presente y el presente es vestirse cuidadosamente su femenino quitón nocturno, calzarse las sandalias de lazos dorados, rodear su frente con la cinta ámbar, perfumarse. Tiresias es su maestro, el que fue hombre y mujer sucesivamente; el doble goce es su objetivo… No, no es eso, él no se engaña, lo suyo es ostentar la degradación, lo que ellos llaman degradación levantarla como retadora bandera. «Me echasteis al foso de la serpiente que devora sin aniquilar, pero no me destruisteis. Desde su fondo me río de vosotros.» Se arregla cuidadosamente, prevé una arriesgada representación en el teatro. Anteayer se volvió a Roma la compañía de Sútides; hoy empieza sus funciones la de Progisto, un comediante muy inferior, especializado en los dramones de brocha gorda que impresionan al público. Se representa Espartaco y Krito se pregunta si el prefecto o sus oficiales han sido cuerdos al autorizar esa obra pues, aunque no la conoce, el tema y lo que se cuenta de Progisto —el propio actor-autor se ha cuidado de difundir detalles sugerentes en la propaganda mural por la ciudad— le hace pensar que puede ser material inflamable para la plebe alejandrina, siempre proclive al revuelo y el motín. Por si fuera poco, y con el pretexto de convertir el drama en un ejemplo disuasorio de los alteradores del orden, el actor ha obtenido de la prefectura un condenado a muerte para que, como se suele hacer en Roma, sea de verdad crucificado ante el público. Krito se siente curioso porque en Alejandría ese realismo escénico no es tan frecuente, y si hay tumulto no le preocupa su seguridad personal pues, aparte de ser muy conocido, sabe en qué áreas de las gradas encontrará compañía. Y en el peor de los casos, lo que otros llamarían una desgracia quizás fuera la solución para él. «No —se corrige—, no hay que pensar así.»
Cuando llega al teatro comprueba que no se ha equivocado. La plebe vocifera y se agita ante las puertas, iluminadas con enormes teas encendidas, una a cada lado, más por llamar la atención que por exigencias de la luz, todavía suficiente para iluminar la escena hasta el ocaso. Y cuando consigue pasar hacia el área de sus conocidos, unos cuantos son los que celebran su llegada y le ofrecen asiento al lado, eligiendo Krito a dos jóvenes portadores de literas de alquiler, bastante populares y respetados en Rhakotis.
La obra es como Krito suponía. Los personajes son puro tópico, desde el emperador tiránico hasta la casta doncella y desde el malvado latifundista hasta el generoso Espartaco. Los versos son malos pero las frecuentes arengas libertarias del esclavo y sus denuestos contra las instituciones levantan rugidos y aplausos de la multitud. El delegado del prefecto para presidir la representación se muestra incómodo en su palco y empieza a preguntarse si dispone de hombres suficientes para afrontar un desbordamiento popular. La gente, efectivamente, se enardece y a ello contribuye el consumo de vituallas y, sobre todo, de vino y de cerveza. Pero a medida que crece el entusiasmo Krito se hunde más en el desánimo y se pregunta si su curiosidad sociológica se compensa participando en esa mediocridad de mal gusto. Al fin, cuando Progisto —que ha desempeñado el papel de Espartaco— se hace sustituir camino del patíbulo por el condenado real en escena, Krito no puede más y se levanta de su asiento para salir, sufriendo las burlas de espectadores que se ríen de esa dama demasiado delicada para resistir un buen drama. Una vez fuera del recinto se siente tan aliviado como si cayese de sus hombros un manto sucio.