Elena la miró con fiereza.
—¡Dígamelo, sor Carlotta, si ama al Dios de la verdad!
—Los gametos fueron robados por un delincuente que… ilegalmente los hizo nacer por medio de gestación. Cuando su delito estaba a punto de ser descubierto, les suministró una muerte sin dolor por medio de sedantes. No sufrieron.
—Y este hombre será llevado a juicio?
—Ya ha sido juzgado y se le sentenció a cadena perpetua —declaró sor Carlotta.
—¿Ya? — preguntó Julian—. ¿Cuándo robaron a nuestros bebés?
—Hace más de siete años.
—¡Oh! — gimió Elena—. Entonces nuestros hijos… cuando murieron…
—Eran bebés. No tenían aún un año.
—Pero ¿por qué nuestros bebés? ¿Por qué quiso robarlos? ¿Iba a venderlos en adopción? ¿Iba a…?
—¿Y qué importa? Ninguno de sus planes dio resultado—dijo sor Carlotta. La naturaleza de los experimentos de Volescu sí era un secreto.
—¿Cómo se llama el asesino? — preguntó Julian. Al ver que vacilaba, insistió—Su nombre aparece en los archivos públicos, ¿no?
—En el tribunal de lo penal de Rotterdam —dijo sor Carlotta—. Volescu.
Julian reaccionó como si lo hubieran abofeteado… pero se controló inmediatamente. Elena no se percató.
Estaba enterado de lo de la amante de su padre, pensó sor Carlotta. Ahora comprendía parte del motivo. Los hijos del hijo legítimo fueron secuestrados por el bastardo, que experimentó con ellos y acabó por matarlos… y el hijo legítimo no se enteró hasta al cabo de siete años. Fueran cuales fuesen las privaciones que Volescu imaginaba que la falta de un padre a su lado le habían causado, se había cobrado su venganza. Y para Julian, eso también significaba que la lujuria de su padre había causado esta pérdida, este dolor para él y su esposa. Los pecados de los padres recaen en los hijos hasta la tercera y cuarta generación…
Pero ¿no decían las escrituras que la tercera y cuarta generación odiaban a Dios? Julian y Elena no odiaban a Dios. Ni sus bebés inocentes.
No tiene más sentido que la matanza de Herodes con los bebés de Belén. El único consuelo era la confianza en que un Dios misericordioso había acogido en su seno a los espíritus de los niños asesinados, y que con el tiempo traería consuelo al corazón de los padres.
—Por favor —dijo sor Carlotta—. No puedo decir que no deberían apenarse por los hijos que nunca tendrán. Pero pueden conservar la alegría por el hijo que todavía tienen.
—¡A más de un millón de kilómetros de distancia! —Elena.
—Supongo que no… no sabrá usted si la Escuela de Batalla deja que los niños vayan a visitar alguna vez a sus padres —dijo Julian—. Su nombre es Nikolai Delphiki. Sin duda, dadas las circunstancias…
—Lo siento mucho —dijo sor Carlotta. Recordarles al hijo que tenían no había sido una buena idea después de todo, cuando de hecho no lo tenían ya—. Lamento haber venido a traerles una noticia tan terrible.
—Pero ha descubierto lo que quería saber.
—Sí.
Entonces Julian se dio cuenta de algo, aunque no dijo nada delante de su esposa.
—¿Quiere regresar ahora al aeropuerto?
—Sí, el coche está esperando todavía. Los soldados son mucho más pacientes que los taxistas.
—La acompañaré al coche.
—No, Julian—dijo Elena—, no me dejes.
—Sólo será un momento, cariño. Ni siquiera ahora podemos olvidarnos de las buenas formas.
Abrazó a su esposa durante un largo instante, y luego acompañó a sor Carlotta hasta la puerta y la abrió.
Mientras caminaban hacia el coche, Julian habló de lo que había advertido.
—Usted no vino por el delito que cometió. El bastardo de mi padre ya está en la cárcel.
—No.
—Uno de nuestros hijos sigue vivo.
—Voy a decirle algo que no debería, porque no tengo autoridad para ello —dijo sor Carlotta—. Pero mi primer deber es para con Dios, no para con la F.I. Si los veintidós niños que murieron a manos de Volescu eran suyos, entonces el vigésimo tercero puede que esté vivo. Todavía hay que realizar las pruebas genéticas.
—Pero no nos dirán nada.
—Aún no. Y tardarán. Quizás nunca les digan nada. Pero si está en mi mano, llegará un día en que conozcan ustedes a su segundo hijo.
—Es… ¿lo conoce usted?
—Si es su hijo, sí, lo conozco. Su vida ha sido dura, pero su corazón es bueno, y es un niño del que cualquier padre se sentiría orgulloso. Por favor, no me pregunte más. Ya le he dicho demasiado.
—¿Se lo cuento a mi esposa? — preguntó Julian—. ¿Qué será más para ella, saberlo o no saberlo?
—Las mujeres son muy distintas de los hombres. Usted prefirió saberlo.
Julian asintió.
—Sé que usted sólo ha sido la mensajera, no la causa de nuestra pérdida pero no recordaremos su visita con felicidad. Sin embargo, quiero que sepa que comprendo la entereza con la que ha realizado este triste trabajo.
Ella asintió.
—Y ustedes han sido muy serviciales en esta hora difícil.
Julian le abrió la puerta del coche. Ella ocupó su asiento, recogió las piernas. Pero antes de que pudiera cerrar la puerta, se le ocurrió una última pregunta, una pregunta muy importante.
—Julian, sé que planeaban tener una hija a continuación. Pero si hubieran traído otro hijo al mundo, ¿qué nombre le habrían puesto?
—A nuestro primogénito le pusimos el nombre de mi padre, Nikolai. Pero Elena quería ponerle mi nombre al segundo.
—Julian Delphiki —dijo sor Carlotta—. Si verdaderamente es su hijo, creo que algún día se sentirá orgulloso de llevar el nombre de su padre.
—¿Qué nombre utiliza ahora? — preguntó Julian.
—Naturalmente, no puedo decirlo.
—Pero… no será Volescu, al menos.
—No. Por lo que a mí respecta, nunca oirá ese nombre. Dios le bendiga, Julian Delphiki. Rezaré por usted y por su esposa.
—Rece también por las almas de nuestros hijos, hermana.
—Ya lo he hecho, lo hago, y lo seguiré haciendo.
El mayor Anderson contempló al niño que estaba sentado frente a él.
—En realidad, no es un asunto tan importante, Nikolai.
—Pensé que tal vez tuviera problemas.
—No, no. Acabamos de darnos cuenta de que parecías ser muy amigo de Bean. No tiene muchos amigos.
—No le ayudó en nada el hecho de que Dimak lo convirtiera en el centro de todas las miradas en la lanzadera. Y ahora Ender va y hace lo mismo. Supongo que Bean puede soportarlo, pero como es tan listo, fastidia un montón a los otros niños.
—Pero ¿a ti no?
—Oh, a mí también me fastidia un montón.
—Y sin embargo te convertiste en amigo suyo.
—Bueno, no fue mi intención. Me dieron el camastro que está frente al suyo en los barracones de los novatos.
—Cambiaste ese camastro.
—¿Eso hice? Oh. Sí.
—Y lo hiciste antes de saber lo listo que era Bean.
—En la lanzadera, Dimak nos explicó que Bean había obtenido las puntuaciones más altas de todo el grupo.
—¿Por eso querías estar cerca de él?
Nikolai se encogió de hombros.
—Fue un acto de amabilidad —dijo el mayor Anderson—. Quizás sólo soy un viejo cínico, pero los actos tan inexplicables como éste me pican la curiosidad.
—Se parece mucho a mis fotos de cuando era chico. ¿No es una tontería? Lo vi y pensé «se parece a Nikolai, aquella monada de bebé». Para mi madre, yo siempre era el pequeño Nikolai. Yo veía esas fotos de cuando era pequeño y nunca creía que fuera yo. Yo era el gran Nikolai. Ése era el pequeño Nikolai. Hacía ver que era mi hermano pequeño y que teníamos por casualidad el mismo nombre. El gran Nikolai y el pequeño Nikolai.
—Veo que estás avergonzado, pero no deberías estarlo. Es natural en los hijos únicos.
—Quería un hermano.
—Muchos que tienen hermanos desearían no tenerlos…
—Pero me llevaba bien, con el hermano que me inventé—dijo Nikolai, y se rió del absurdo de todo aquello.
—Y a Bean lo viste como el hermano que una vez imaginaste.
—Al principio. Ahora sé quién es realmente, y es mejor. Es como… a veces es el hermano pequeño y lo cuido, y a veces es el hermano mayor y me cuida a mí.
—¿Por ejemplo?
—¿Qué?
—Un niño tan pequeño… ¿cómo cuida de ti?
—Me da consejos. Me ayuda con las tareas. Hacemos algunas practicas juntos. Es mejor que yo en casi todo. Sólo que yo soy más grande, y creo que lo aprecio más de lo que él me aprecia a mí.
—Puede que eso sea cierto, Nikolai. Pero por lo que podemos decir, te aprecia más que a nadie. Es que… hasta ahora tal vez no se haya mostrado tan abierto como tú para entablar amistad. Espero que estas preguntas mías no hagan cambiar tus sentimientos y acciones hacia Bean. No asignamos a la gente para que sean amigos, pero espero que sigas siendo amigo de Bean.
—No soy su amigo —dijo Nikolai.
—¿Eh?
—Ya se lo he dicho. Soy su hermano —rectificó Nikolai, sonriendo—. Una vez que tienes un hermano, no renuncias a él fácilmente.
—Genéticamente, son gemelos idénticos. La única diferencia es la clave de Antón.
—Así que los Delphiki tienen dos hijos.
—Los Delphiki tienen un hijo, Nikolai, y va a quedarse con nosotros durante todo el período de instrucción. Bean es un huérfano que encontraron en las calles de Rotterdam.
—Porque fue secuestrado.
—La ley es clara. Los óvulos fertilizados son una propiedad. Se que esto es una cuestión de sensibilidad religiosa para usted, pero la F.I. se atiene a la ley, no…
—La F.l. se atiene a la ley cuando le conviene para conseguir sus fines. Sé que están librando ustedes una guerra. Pero esto guerra no será eterna. Todo lo que pido es: conviertan esta información en parte de un archivo… parte de muchos archivos. Para que cuando la guerra termine, las pruebas no hayan desaparecido. Para que la verdad no quede oculta.
—Por supuesto.
—No, no por supuesto. Sabe usted que en el momento en que los fórmicos sean derrotados, la F.l. no tendrá ninguna razón para existir. Tratará de continuar existiendo para mantener la paz internacional. Pero la liga no es lo bastante fuerte desde el punto de vista político para sobrevivir a los vientos nacionalistas que soplarán. La F.l. se romperá en pedazos, cada uno siguiendo a su propio líder, y Dios nos ayude si alguna parte de la flota usa alguna vez sus armas contra la superficie de la Tierra.
—Ha pasado usted mucho tiempo leyendo el Apocalipsis.
—Puede que no sea uno de los niños genio de su escuela, pero sé cómo andan las corrientes de opinión en la Tierra, En las redes, un demagogo llamado Demóstenes está encendiendo Occidente con maniobras secretas e ilegales del Polemarca para dar ventaja al Nuevo Pacto de Varsovia, y la propaganda es aún más virulenta desde Moscú, Bagdad, Buenos Aires, Pekín. Hay unas pocas voces racionales, como Locke, pero se las censura y no se les hace caso. Usted y yo no podemos hacer nada para evitar una guerra mundial. Pero podemos hacer todo lo posible para asegurarnos de que estos niños no se conviertan en peones de ese juego.
—La única forma de que no sean peones es que sean jugadores.
—Los han estado educando. Seguro que no los temen. Denles su oportunidad para jugar.
—Sor Carlotta, todo mi trabajo se centra en prepararnos para el enfrentamiento con los fórmicos. En convertir a estos niños en comandantes brillantes, dignos de confianza. No puedo mirar más allá de esa meta.
—No mire. Deje la puerta abierta para que sus familias, sus naciones los reclamen.
—No puedo pensar en eso ahora.
—Ahora es el único momento en que tendrá poder para hacerlo.
—Me sobreestima.
—Se subestima usted.
La Escuadra Dragón sólo llevaba un mes practicando cuando Wiggin entró en el barracón apenas unos segundos después de que se encendieran las luces, blandiendo una tira de papel, órdenes de batalla. Se enfrentarían a la Escuadra Conejo a las 07.00. Y lo harían sin desayunar.
—No quiero que nadie vomite en la sala de batalla.
—¿Podemos al menos echar una meada primero? —preguntó Nikolai.
—No más de un decalitro —dijo Wiggin.
Todos se rieron, pero también estaban nerviosos. Al ser una escuadra nueva, con sólo un puñado de veteranos, no esperaban vencer, pero tampoco querían ser humillados. Todos tenían formas distintas de tratar con los nervios: algunos se volvían silenciosos, otros charlatanes. Algunos bromeaban y alardeaban, otros se volvían hoscos. Algunos se tendían en sus camastros y cerraban los ojos.
Bean los observó. Trató de recordar si los niños de la banda de Poke hacían alguna vez estas cosas. Y entonces se dio cuenta: tenían
hambre
, no miedo de quedar en ridículo. No se siente ese tipo de miedo a menos que hayas tenido suficiente de comer. Así era cómo se sentían los matones, temerosos de ser humillados pero no de pasar hambre. Y naturalmente, los matones de las duchas mostraban todos esta actitud Siempre estaban actuando, siempre conscientes de que los demás los observaban. Temerosos de tener que luchar, pero también ansiosos de ello.
¿Qué siento yo?
¿Qué es lo que me pasa que tengo que pensar en ello para saberlo?
Oh… estoy aquí sentado, observando. Soy uno de ésos.
Bean sacó su traje refulgente, pero entonces advirtió que tenía que ir al cuarto de baño antes de ponérselo. Saltó a la cubierta, recogió la toalla de su percha y se cubrió con ella. Por un momento recordó aquella noche en que escondió la toalla bajo uno de los camastros y se metió en el sistema de ventilación. Ahora ya no cabría. Demasiados músculos, demasiado alto. Seguía siendo el más bajito de toda la Escuela de Batalla, y dudaba que nadie más advirtiera que había crecido, pero era consciente de que ahora sus brazos y piernas eran más largos. Podía alcanzar los objetos con más facilidad. No tenía que saltar tan a menudo para cumplir con la rutina, como tocar la pared con la palma para entrar en el gimnasio.
He cambiado, pensó Bean. Mi cuerpo, naturalmente, pero también de forma de pensar.
Nikolai estaba todavía tendido en la cama con la almohada sobre la cabeza. Todo el mundo tenía su forma de enfrentarse a la situación.
Los otros niños utilizaban los servicios y bebían agua, pero Bean fue el único que pensó que sería buena idea ducharse. Solían burlarse de él preguntándole si el agua todavía estaba caliente cuando llegaba allá abajo, pero ése era ya un viejo chiste. Lo que Bean quería era el vapor. La ceguera de la niebla a su alrededor, de los espejos empañados, todo oculto, de forma que pudiera ser cualquiera, en cualquier parte, de cualquier tamaño.