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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

La sombra de Ender (37 page)

BOOK: La sombra de Ender
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Envió a los cuatro soldados más cercanos a la puerta (todos jóvenes, pero ya no eran novatos, sino veteranos) a buscar a los que se habían marchado. Bean se vistió con relativa rapidez; ahora había aprendido a hacerlo solo, pero no sin tener que soportar un montón de chistes sobre el hecho de que era el único soldado que debió practicar para vestirse, y seguía siendo lento.

Mientras se vestían, se quejaron de que todo aquello resultaba cada vez más absurdo. La Escuadra Dragón debería tener un descanso de vez en cuando. Fly Molo fue quien se quejó con más fuerza, pero incluso Crazy Tom, que normalmente se reía de todo, mostró su fastidio.

—¡Nadie ha tenido dos batallas el mismo día!

Entonces Wiggin le respondió:

—Nadie ha derrotado nunca a la Escuadra Dragón. ¿Va a ser ésta tu gran oportunidad de perder?

Por supuesto que no. Nadie pretendía perder. Sólo querían quejarse.

Tardaron un rato, pero por fin se reunieron en el pasillo ante la sala de batalla. La puerta estaba ya abierta. Unos cuantos de tos últimos en llegar todavía se estaban poniendo sus trajes refulgentes. Bean estaba detrás de Crazy Tom, así que podía ver la sala. Luces brillantes. Ninguna estrella, ninguna parrilla, ningún escondite de ninguna clase. La puerta enemiga estaba abierta, y sin embargo no se veía ni a un solo soldado de la Escuadra Salamandra.

—Vaya, vaya —dijo Crazy Tom—. Todavía no han salido, tampoco.

Bean puso los ojos en blanco. Claro que habían salido. Pero en una sala sin coberturas, simplemente habían formado en el techo, reunidos alrededor de la puerta de la Escuadra Dragón, dispuestos a destruirlos a todos a medida que fueran saliendo.

Wiggin captó la expresión facial de Bean y sonrió mientras se llevaba un dedo a la boca para indicar que todos guardaran silencio, y señaló alrededor de la puerta, para hacerles saber dónde estaban congregados los Salamandras, y luego indicó que se retiraran.

La estrategia era sencilla y obvia. Como Bonzo Madrid había situado su escuadra contra una pared, dispuesta a ser masacrada, sólo había que encontrar la forma adecuada de entrar en la sala de batalla y efectuar la masacre.

La solución de Wiggin (que fue del agrado de Bean) fue transformar los soldados más grandes en vehículos acorazados haciendo que arrodillaran y congelando sus piernas. Entonces un soldado más pequeño se arrodillaba sobre las pantorrillas de cada niño grande, pasaba un brazo alrededor de la cintura del soldado grande, y se preparaba para disparar. Los soldados más grandes fueron utilizados como lanzadores, para arrojar a cada pareja a la sala de batalla.

Por una vez, ser pequeño tuvo sus ventajas. Bean y Crazy Tom fueron la pareja que Wiggin empleó para demostrar lo que pretendía que hicieran todos. Como resultado, cuando las dos primeras parejas fueron lanzadas al interior de la sala, Bean tuvo que empezar la matanza. Eliminó a tres casi de inmediato: tan de cerca, el rayo quedaba muy concentrado y las muertes fueron rápidas. Y cuando empezaron a quedar fuera de alcance, Bean rodeó a Crazy Tom y se desgajó de él, dirigiéndose al este y hacia arriba mientras Tom caía aún más rápidamente hacia el otro extremo de la sala. Cuando los otros Dragones vieron cómo había conseguido Bean permanecer dentro del alcance de tiro, moviéndose de lado para que no lo alcanzaran, muchos hicieron lo mismo. Bean acabó por ser neutralizado, pero apenas importaba: todos los Salamandras fueron aniquilados, y no hubo ni uno solo que consiguiera apartarse de la pared. Incluso cuando quedó claro que eran un blanco fácil y estacionario, Bonzo no comprendió que estaba condenado hasta que él mismo quedó congelado, y nadie más tuvo la iniciativa de dar una contraorden para que empezaran a moverse y no fueran tan fáciles de alcanzar. Un ejemplo más de por qué un comandante que gobernaba por medio del miedo y tomaba todas las decisiones él solo siempre sería derrotado, tarde o temprano.

La batalla no había durado ni un minuto, desde que Bean entró por la puerta cabalgando a Crazy Tom hasta que el último Salamandra quedó congelado.

Lo que sorprendió a Bean fue que Wiggin, normalmente tan sereno, estaba jodido y lo mostraba. El mayor Anderson ni siquiera tuvo la oportunidad de darle la enhorabuena oficial antes de que Wiggin le gritara:

—Creía que nos había enfrentado a una escuadra que pudiera igualarnos en una lucha justa.

¿Por qué pensó eso? Wiggin debía de haber mantenido algún tipo de conversación con Anderson, debían de haberle prometido algo no se había cumplido.

Pero Anderson no explicó nada.

—Enhorabuena por la victoria, comandante.

Wiggin no las aceptó. Aquel día no iba a ser como siempre. Se volvió hacia su escuadra y llamó a Bean por su nombre.

—Si hubieras sido el comandante de la Escuadra Salamandra, ¿qué habrías hecho?

Como otro Dragón lo había utilizado para impulsarse en pleno aire, Bean flotaba ahora cerca de la puerta enemiga, pero oyó la pregunta: Wiggin no estaba siendo sutil al respecto. Bean no quería contestar, porque sabía que era un grave error hablar mal de los Salamandras y llamar al soldado más pequeño de la Escuadra Dragón para que corrigiera las estúpidas tácticas de Bonzo. Wiggin no había tenido la mano de Bonzo alrededor de la garganta como Bean. Con todo, Wiggin era comandante, y la táctica de Bonzo había sido una estupidez, y era divertido decirlo.

—Mantener una pauta cambiante de movimiento delante de la puerta —respondió Bean, en voz alta, de modo que todos los soldados pudieran oírlo, incluso los Salamandras, todavía pegados al techo—. No hay que quedarse quieto cuando el enemigo conoce tu posición exacta.

Wiggin se volvió de nuevo hacia Anderson.

—Ya que hace trampas, ¿por qué no entrena a la otra escuadra para que al menos las haga de manera inteligente?

Anderson continuó tranquilo, ignorando el estallido de Wiggin.

—Sugiero que retires a tu escuadra.

Wiggin no perdió tiempo con rituales. Pulsó los botones que descongelaban a ambas escuadras. Y en vez de formar para recibir la rendición formal, gritó:

—¡Escuadra Dragón, retírense!

Bean era uno de los que estaban más cerca de la puerta, pero esperó a ser de los últimos, de modo que Wiggin y él pudieran estar junto.

—Acabas de humillar a Bonzo, y es…

—Lo sé —dijo Wiggin. Apretó el paso y se alejó, pues no quería oí hablar del tema.

—¡Es peligroso! — le gritó Bean. Esfuerzo baldío. O bien Wiggin ya sabía que había provocado al matón equivocado, o no le importaba.

¿Lo hacía deliberadamente? Wiggin se controlaba siempre, siempre tenía un plan. Pero Bean no podía imaginar que ese plan implicara gritarle al mayor Anderson y avergonzar a Bonzo Madrid delante de su escuadra.

¿Por qué iba a hacer Wiggin una estupidez semejante?

Era casi imposible pensar en geometría, aunque había un examen al día siguiente. Las clases carecían ahora de importancia alguna, y sin embargo seguían haciendo pruebas y aprobando y suspendiendo para continuar con sus misiones. Los últimos días, Bean había obtenido calificaciones algo menos que perfectas. No es que no conociera las respuestas, o al menos cómo averiguarlas. Pero su mente seguía centrándose en asuntos de mayor importancia: nuevas tácticas que pudieran sorprender al enemigo; nuevos trucos que los profesores pudieran sacarse de la manga por la manera en que amañaban las cosas; qué podría estar sucediendo en la guerra de verdad, para que el sistema empezara a colapsarse de esta forma; qué pasaría en la Tierra y en la EL cuando los insectores fueran derrotados. Resultaba difícil preocuparse por volúmenes, áreas, caras y dimensiones de sólidos. En la prueba del día anterior, mientras resolvía los problemas de gravedad cerca de masas planetarias estelares, Bean finalmente se hartó y escribió:

2 + 2 = π√2 + N

CUANDO SEPAN EL VALOR DE N,

TERMINARÉ EL EXAMEN.

Sabía que todos los profesores estaban al tanto de lo que sucedía, y si querían fingir que las clases aún importaban, muy bien, pero él no tenía que jugar.

Al mismo tiempo, sabía que los problemas de gravedad eran importantes para alguien cuyo futuro probable estaría en la Flota Internacional. También necesitaba una buena base en geometría, ya que sabía a qué tipo de cálculos matemáticos tendría que enfrentarse. No iba ser ingeniero ni artillero ni científico de cohetes ni, con toda probabilidad, tampoco piloto. Pero tenía que saber lo que ellos sabían mejor que ellos mismos, o nunca lo respetarían lo suficiente para seguirlo.

Esta noche no, eso es todo, pensó Bean. Esta noche puedo descansar. Mañana aprenderé lo que necesito aprender. Cuando no esté tan cansado.

Cerró los ojos.

Volvió a abrirlos. Abrió su taquilla y sacó su consola.

En las calles de Rotterdam anduvo cansado, agotado por el hambre y la malnutrición y el abatimiento. Pero siguió en guardia siguió pensando. Y por tanto pudo continuar con vida. En este ejército todo el mundo se estaba cansando, lo cual significaba que habría cada vez más errores estúpidos. Bean, menos que nadie, podía permitirse cometer estupideces. No ser estúpido era el único haber que tenía.

Conectó. Un mensaje apareció en su pantalla:

Reúnete conmigo de inmediato. Ender.

Sólo faltaban diez minutos para que apagaran las luces. Tal vez Wiggin había enviado el mensaje tres horas antes. Pero mejor tarde que nunca. Saltó de su camastro de inmediato, olvidándose de los zapatos, y recorrió el pasillo sólo con los calcetines puestos. Llamó a la puerta en la que se leía.

COMANDANTE

ESCUADRA DRAGÓN

—Pasa — dijo Wiggin.

Bean abrió la puerta y entró. Wiggin parecía cansado, igual que el coronel Graff parecía cansado siempre. Ojeras profundas, el rostro abotargado, los hombros encogidos, pero los ojos brillantes y fieros, alerta, pensando,

Acabo de leer tu mensaje — dijo Bean.

Bien.

Casi es la hora de apagar las luces.

—Te ayudaré a encontrar el camino en la oscuridad.

El sarcasmo sorprendió a Bean. Como de costumbre, Wiggin había dado una interpretación completamente diferente al comentario de Bean.

—Es que no sabía si sabías la hora que es…

—Siempre sé la hora que es.

Bean suspiró por dentro. Nunca fallaba. Cada vez que tenía una conversación con Wiggin, resultaba una especie de competición para ver quién fastidiaba a quién, y Bean siempre perdía, incluso cuando eran los fallos de percepción de Wiggin quienes las causaban. Bean odiaba estas situaciones. Reconocía el genio de Wiggin y lo honraba por ello. ¿Por qué no podía Wiggin ver nada bueno en él?

Pero Bean no dijo nada. No había nada que pudiera decir para mejorar la situación. Wiggin lo había llamado. Que hablara Wiggin.

—¿Recuerdas lo que pasó hace cuatro semanas, Bean? ¿Cuando dijiste que te nombrara jefe de batallón?

—Sí.

—He nombrado cinco jefes de batallón y cinco ayudantes desde entonces. Y ninguno de ellos fuiste tú. —Wiggin alzó las cejas—. ¿Hice bien?

—Sí, señor.

Pero sólo porque no te molestaste en darme una oportunidad para demostrar quién soy antes de hacer los nombramientos.

—Entonces dime cómo te ha ido en estas ocho batallas.

Bean quiso recalcarle una y otra vez que las sugerencias que había dado a Crazy Tom habían convertido al batallón C en el más eficaz dentro de la escuadra. Que sus innovaciones tácticas y sus respuestas creativas a las diversas situaciones habían sido imitadas por los otros soldados. Pero eso sería alardear y rozaría la insubordinación. No era lo que diría un soldado que quería ser oficial. Crazy Tom podría haber informado de la contribución de Bean o no. No era asunto de Bean informar de nada sobre sí mismo que no fuera de dominio público.

—Hoy ha sido la primera vez que me han neutralizado con facilidad, pero el ordenador me ha adjudicado once blancos antes de que tuviera que pararme. Nunca he tenido menos de cinco blancos en una batalla. También he completado todas las misiones que se me han encomendado.

—¿Por qué te convirtieron en soldado tan joven, Bean?

—No más joven que lo que tú fuiste.

Técnicamente no era cierto, pero se acercaba bastante.

—Pero ¿por qué?

¿Adonde quería llegar? Fue decisión de los profesores. ¿Había descubierto que había sido Bean quien compuso la lista? ¿Sabía que Bean se había elegido a sí mismo?

—No lo sé.

—Sí que lo sabes, y yo también.

No, Wiggin no le estaba preguntando específicamente por qué lo habían nombrado soldado. Estaba preguntando por qué los novatos fueron ascendidos de pronto tan jóvenes.

—He tratado de averiguarlo, pero son sólo suposiciones. — No podía decir que las suposiciones de Bean fueran sólo eso, pero también lo eran las de Wiggin—. Eres… muy bueno. Lo sabían, te ascendiereron…

—Dime
por qué
, Bean.

Entonces Bean comprendió la pregunta que le formulaba en realidad.

—Porque nos necesitan, por eso.

Se sentó en el suelo y miró, no a la cara de Wiggin, sino a sus pies. Bean sabía cosas que se suponía que no debía saber. Que los profesores no sabían que sabía. Y probablemente, había profesores siguiendo esta conversación. Bean no podía dejar que su rostro revelara cuánto comprendía realmente.

—Porque necesitan a alguien que derrote a los insectores. Eso es lo único que les importa.

—Es importante que sepas eso, Bean.

Bean quiso exigir, ¿por qué es importante que yo lo sepa? ¿O estás sólo diciendo que la gente en general debería saberlo? ¿Has visto quién soy y lo has comprendido por fin? ¿Que soy tú, sólo que más listo y menos agradable, el mejor estratega pero el comandante más débil? ¿Que si fracasas, si te vienes abajo, si enfermas y mueres, entonces tendré que ser yo? ¿Por eso tengo que saber esto?

—Porque —continuó Wiggin—, la mayoría de los niños de esta escuela piensan que el juego es importante en sí mismo, pero no lo es. Sólo es importante porque los ayuda a encontrar niños que puedan convertirse en verdaderos comandantes en la guerra de verdad. Pero en cuanto al juego, que se joda. Eso es lo que están haciendo. Jodiendo el juego.

—Qué curioso —dijo Bean—. Pensaba que nos lo estaban haciendo sólo a nosotros.

No, si Wiggin pensaba que Bean necesitaba que se lo explicaran; no comprendía quién era Bean realmente. Con todo, Bean se encontraba en la habitación de Wiggin, charlando con él. Eso ya era algo.

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