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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

La sombra de Ender (18 page)

BOOK: La sombra de Ender
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¿Qué debería ser? ¿Un llorica? «Todo el mundo me apartó de su camino en la sala de juegos porque soy pequeño, ¡no es justo!» ¿Un bebé? «Echo mucho de menos a sor Carlotta, ojalá pudiera estar en mí habitación en Rotterdam.» ¿Un ambicioso? «Sacaré las mejores notas en todo, ya verán.»

Al final, se decidió por algo un poco más sutil.

¿Qué haría Aquiles si fuera yo? No es pequeño, claro está, pero con su pierna mala es casi lo mismo. Aquiles siempre supo cómo esperar y no mostrarles nada. Eso es lo que yo tengo que hacer también.

Esperar a ver qué pasa. Nadie va a querer ser mi amigo al principio. Pero después de algún tiempo, se acostumbrarán a mí y empezaremos a clasificarnos en las clases. Los primeros que me dejarán acercarme son los más débiles, pero eso no representa ningún problema. Se construye una banda basándote primero en la lealtad, eso es lo que hizo Aquiles, construir lealtad y entrenarlos para que obedecieran. Trabajas con lo que tienes, y sigues a partir de ahí.

Que se chuparan ésa. Que pensaran que intentaba convertir la Escuela de Batalla en la vida callejera que conocía. Se lo creerían. Y mientras tanto, tendría tiempo de aprender tanto como pudiera acerca de cómo funcionaba realmente la Escuela de Batalla, y elaboraría una estrategia que encajase con la situación.

Dimak entró una última vez antes de que se apagaran las luces.

—Vuestras consolas también funcionan con la luz apagada —informó—, pero si las utilizáis cuando se supone que debéis de estar durmiendo, lo sabremos, y sabremos lo que estáis haciendo. Así que mejor que sea importante, o apareceréis en la lista negra.

La mayoría de los niños guardaron sus consolas; un par de ellos las mantuvieron abiertas con actitud desafiante. A Bean no le importó ni una cosa ni otra. Tenía otros asuntos en los que pensar. Ya habría tiempo para la consola mañana, o al día siguiente.

Permaneció tendido en la semioscuridad (al parecer, los bebés allí presentes tenían que tener una lucecita encendida para poder encontrar el camino al cuarto de baño sin tropezar) y prestó atención a los ruidos que le rodeaban, para aprender lo que significaban. Unos cuantos susurros, unos cuantos siseos que exigían silencio. La respiración de niños y niñas mientras, uno a uno, se iban quedando dormidos. Unos cuantos incluso roncaban. Pero bajo aquellos sonidos humanos, ese oía el sonido de viento del sistema de aire, y chasquidos al azar y voces distantes, sonidos del movimiento de una estación que giraba entrando y saliendo de la luz del sol, el sonido de adultos trabajando en la noche.

Este lugar suponía una fuerte inversión. Enorme, para albergar a miles de niños y maestros y personal y tripulación. Era un complejo tan caro como una nave de la flota, sin duda. Y todo sólo para entrenar a niños pequeños. Los adultos tal vez hacían creer a los niños que se trataba de un juego, pero para ellos se trataba de un asunto muy serio. Este programa para entrenar niños para la guerra no era sólo una teoría educativa descabellada, aunque sor Carlotta probablemente tenía razón cuando dijo que un montón de gente pensaba que así era. La F.I. no lo mantendría a este nivel si no esperaran conseguir resultados serios. Así que estos niños que roncaban, suspiraban y susurraban en la oscuridad importaban de verdad.

Esperan resultados de mí. Esto no es sólo una fiesta, donde vienes a por la comida y luego haces lo que quieres. Realmente quieren convertirnos en comandantes, Y como la Escuela de Batalla lleva algún tiempo funcionando, probablemente tienen pruebas de que funciona, niños que ya se han graduado y han conseguido una buena hoja de servicios. Eso es lo que tengo que recordar. Sea cual sea el sistema, funciona.

De pronto, se oyó un sonido diferente. No era una respiración regular, sino más bien un aliento entrecortado, con algún jadeo. Y luego… un sollozo. Lloraban. Algún niño lloraba dormido.

En el nido, Bean había oído a alguno de los otros niños llorar mientras dormían, o cuando estaban a punto de dormirse. Lloraban porque tenían hambre o estaban enfermos o sentían frío o estaban doloridos. Pero ¿de qué tenían que llorar estos niños?

Otros sollozos se unieron al primero.

Añoran sus hogares, advirtió Bean. Nunca han estado separados de papá y mamá antes, y eso les afecta.

Bean no lo entendía. No sentía eso por nadie. Vives en el sitio en el que estás, no te preocupas por dónde estabas antes o dónde desearías estar, aquí es donde estás y aquí es donde tienes que encontrar un modo de sobrevivir. Estar lloriqueando en la cama no era de gran ayuda.

Pero eso no era ningún problema. Su debilidad me pone un poco más por delante. Un rival menos en mi camino para convertirme en comandante.

¿Era así como Ender Wiggin veía las cosas? Bean repasó todo lo que había aprendido de Ender hasta ese momento. El chico estaba lleno de recursos. No se peleó abiertamente con Bonzo, pero tampoco soportó sus estúpidas decisiones. A Bean le resultaba fascinante, porqué en la calle la única regla segura era que no te juegas el cuello a menos que te vayan a cortar la garganta de todas formas. Si tienes un jefe de banda estúpido, no le dices que es estúpido; no le demuestras que es estúpido, le sigues la corriente y mantienes la cabeza gacha. Así era como sobrevivían los niños.

Cuanto tuvo que hacerlo, Bean corrió el riesgo. Se metió así en la banda de Poke. Pero se trataba de comida. En la Escuela de Batalla no había muertes. ¿Por qué corrió Ender ese riesgo cuando no había en juego más que su puesto en el juego de guerra?

Tal vez Ender sabía algo que Bean no sabía. Tal vez había algún motivo por lo que el juego era más importante de lo que parecía.

O tal vez Ender era uno de esos niños que no soportaban perder, jamás. El tipo de niño que continúa con el grupo mientras el grupo lo lleve a donde quiere, y si no, entonces cada uno por su lado. Eso era lo que pensaba Bonzo. Pero Bonzo era estúpido.

Una vez más, Bean se acordó de que había algunas cuestiones que no comprendía. Ender no lo hizo todo para sí mismo. No practicaba solo. Abrió sus prácticas de tiempo libre a los otros niños. A los novatos también, no sólo a los niños que podían hacer cosas por él. ¿Era posible que lo hiciera porque era lo más decente que cabía hacer?

¿Como se había ofrecido Poke a Aquiles para así salvar la vida de Bean?

No, Bean no sabía qué es lo que ella hizo, no sabía que hubiera muerto por eso.

Pero la posibilidad estaba allí. Y en su corazón, lo creía. Era lo que siempre había despreciado de ella. Actuaba como si fuera blanda de corazón. Y sin embargo… aquella blandura le había salvado la vida. Y por mucho que lo intentara, no podía adoptar aquella actitud de peor—para—ella que predominaba en la calle. Ella me escuchó cuando le hablé, arriesgó su vida por una posibilidad que podría traer una vida mejor para toda su banda. Entonces me ofreció un lugar a su mesa y, al final, se interpuso entre el peligro y yo. ¿Por qué?

¿Cuál era ese gran secreto? ¿Lo sabía Ender? ¿Cómo lo aprendió? ¿Por qué no podía descubrirlo Bean por sí solo? Por mucho que lo intentara, no podía entender a Poke. No podía comprender tampoco a sor Carlotta. No podía comprender los brazos con los que le abrazaba, las lágrimas que derramaba sobre él. ¿No comprendían que, por mucho que lo amaran, seguía siendo una persona independiente, y hacer algo bueno por él no mejoraba sus vidas de ninguna forma?

Si Ender Wiggin tiene esta debilidad, entonces no seré como él. No voy a sacrificarme por nadie. Y ya, de entrada, me niego a tumbarme en la cama y llorar por Poke, flotando en el agua con la garganta cortada, o sollozar porque sor Carlotta no está durmiendo en la habitación de al lado.

Se frotó los ojos, se dio la vuelta, y deseó que su cuerpo se relajara y se quedara dormido. Momentos más tarde, dormitaba sumido en aquel sueño ligero, fácil de espantar. Mucho antes del amanecer, su almohada estaría seca.

Soñó, como siempre sueñan los seres humanos: disparos aleatorios de memoria e imaginación que la mente inconsciente trata de convertir en historias coherentes. Bean rara vez prestaba atención a sus propios sueños, rara vez recordaba siquiera lo que soñaba. Pero esa mañana se despertó con una imagen clara en la mente.

Hormigas, que surgían de una grieta en la calzada. Hormigas negras y pequeñas. Y hormigas rojas más grandes, que batallaban contra ellas, destruyéndolas. Todas ellas corrían. Ninguna se volvía para ver cómo el zapato humano bajaba para aplastarlas.

Cuando el zapato se retiró, lo que quedó aplastado debajo no eran cuerpos de hormigas. Eran los cuerpos de los niños, los pillastres de las calles de Rotterdam. Toda la familia de Aquiles. El propio Bean: reconoció su rostro, elevándose sobre su cuerpo aplastado, mirando alrededor para atisbar una última vez el mundo antes de la muerte.

Sobre él se alzaba el zapato que lo había matado. Pero ahora estaba unido al extremo de la pata de un insector, y el insector se reía y se reía.

Bean recordó la risa del insector cuando despertó, y recordó la visión de todos aquellos niños aplastados, su propio cuerpo convertido en goma bajo un zapato. El significado era obvio: mientras los niños juegan a la guerra, los insectores vienen a aplastarnos. Debemos mirar más allá de nuestras pugnas particulares y recordar al enemigo auténtico.

No obstante, Bean rechazó aquella interpretación de su propio sueño en cuanto la pensó. Los sueños no significan nada, se recordó. Y aunque significasen algo, era un significado que revela lo que yo siento, lo que yo temo, no ninguna verdad absoluta. Así que los insectores vienen de camino. Y pueden aplastarnos a todos como hormigas bajo sus patas. ¿Y a mí qué? Mi deber, por el momento, es mantener a Bean con vida, para avanzar hasta una posición donde pueda ser útil en la guerra contra los insectores. No hay nada que pueda hacer para detenerlos en este preciso instante.

Ésta es la lección que Bean aprendió de su propio sueño: No seas una de las hormigas que corren y pelean.

Sé el zapato.

Sor Carlotta se había topado con un callejón sin salida en su búsqueda en las redes. Existía una gran cantidad de información sobre los estudios de genética humana, pero nada parecido a lo que estaba buscando.

Así que permaneció allí sentada, jugueteando con su consola mientras trataba de pensar qué hacer a continuación y se preguntaba por qué se molestaba en buscar el origen de Bean, cuando llegó el mensaje de seguridad de la F.I. Como el mensaje se borraría al cabo tan sólo de un minuto, y sería reenviado cada minuto hasta que su destinatario lo leyera, lo abrió de inmediato e introdujo su primera y segunda contraseñas.

DE: Col.Grafí@EscuelaBatalla.FI

A: [email protected]

RE: Aquiles

Por favor envíe toda lo información sobre «Aquiles» tal como la conoce el sujeto.

Como de costumbre, un mensaje tan críptico no tenía necesidad de ser codificado, aunque naturalmente lo había sido. Era un mensaje seguro, ¿no? Entonces, ¿por qué no utilizar el nombre del niño?: «Por favor envíe toda la información de "Aquiles" que conoce Bean.»

De algún modo, Bean les había proporcionado el nombre de Aquiles, y en unas circunstancias en que ellos no querían preguntarle directamente que lo explicara. Tenía que aparecer en algo que hubiera escrito. ¿Una carta para ella? Sintió un destello de esperanza y luego se reprendió por sus sentimientos. Sabía perfectamente que los mensajes de los niños de la Escuela de Batalla casi nunca se transmitían y, además, la posibilidad de que Bean le escribiera era remota. Pero habían conseguido el nombre de algún modo, y querían saber qué significaba.

El problema era que ella no estaba dispuesta a facilitarles esa información sin saber qué significaría para Bean.

Así que preparó una respuesta igualmente críptica:

Contestaré solamente por conferencia segura.

Como era natural, eso enfurecería a Graff, aunque sólo se tratara de un contratiempo. Graff estaba tan acostumbrado a tener poder por encima de su rango que sería bueno recordarle que toda obediencia era voluntaria y que dependía, en última instancia, de la libre decisión de la persona que recibía las órdenes, Y ella obedecería, al final. Sólo quería asegurarse de que Bean no iba a sufrir por la información. Si ellos supieran que había estado tan íntimamente relacionado con el perpetrador y la víctima de un asesinato, tal vez lo expulsarían del programa. Y aunque ella estuviera segura de que no sería malo hablar de ello, podría conseguir un
quid pro quo
.

Pasó otra hora antes de que se preparara la conferencia segura, y cuando la cabeza de Graff apareció en la pantalla sobre el ordenador, no parecía satisfecho.

—¿A qué estamos jugando hoy, sor Carlotta?

—Está ganando peso, coronel Graff. Eso no es sano.

—Aquiles —dijo él.

—Un hombre con un talón débil —manifestó—. Mató a Héctor y arrastró su cuerpo alrededor de las murallas de Troya. También se pirraba por una esclava llamada Briséis.

—Sabe que ese no es el contexto.

—Sé más que eso. Sé que deben de haber encontrado el nombre en algo que Bean ha escrito, porque el nombre se pronuncia con acento en la e, como en francés.

—Algún habitante de por allí.

—Aquí el idioma es el holandés, cuando el Común de la Flota empieza a filtrarse como mera curiosidad.

—Sor Carlotta, no me gusta que despilfarre lo mucho que cuesta esta conferencia.

—Y no voy a hablar hasta que no me diga por qué necesita saberlo.

Graff inspiró profundamente varias veces. Ella se preguntó si su madre le había enseñado a contar hasta diez, o si, quizás, había aprendido a morderse la lengua tratando con monjas en una escuela católica.

—Tratamos de sacarle sentido a algo que Bean escribió.

—Déjeme verlo y le ayudaré en lo que pueda.

—Ya no es su responsabilidad, sor Carlotta.

—Entonces, ¿por qué me preguntan por él? Es su responsabilidad, ¿no? ¿Puedo volver al trabajo ya?

Graff suspiró e hizo algo con las manos, fuera de cámara. Momentos después el texto del diario de Bean apareció ante su cara. Sor Carlotta lo leyó, esbozando una leve sonrisa.

—¿Bien? — preguntó Graff.

—Se está quedando con ustedes, coronel.

—¿Qué quiere decir?

—Sabe que van a leerlo. Les está confundiendo.

—¿Lo sabe usted?

—Aquiles puede que le sirviera como ejemplo, pero no es un ejemplo bueno, Aquiles traicionó a alguien a quien Bean valoraba mucho.

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