La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (27 page)

El telegrama llegó justo a tiempo. Isola y Kit habían salido temprano a buscar hierbas, y Billee Bee y yo estábamos solas en casa (o eso pensaba), cuando leí tu telegrama. Eché el pestillo y fui arriba a su habitación. Se había ido, su maleta había desaparecido, su bolso no estaba, y ¡las cartas tampoco!

Estaba aterrorizada. Bajé la escalera corriendo y llamé a Dawsey para que viniera rápido y me ayudara a buscarla. Lo hizo, pero primero llamó a Booker y le pidió que comprobara el puerto. Debía evitar que Billee Bee saliera de Guernsey, ¡a cualquier precio!

Dawsey llegó enseguida y los dos nos dimos prisa en ir hacia el aeródromo.

Yo iba medio trotando detrás de él, mirando en los setos y detrás de los arbustos. Incluso habíamos llegado a la granja de Isola cuando Dawsey se detuvo de golpe y empezó a reír.

Allí, sentadas en el suelo enfrente del cobertizo, estaban Kit e Isola. Kit sujetaba su nuevo hurón de tela (regalo de Billee Bee) y un gran sobre marrón. Isola estaba sentada en la maleta de Billee Bee (un retrato de la inocencia, las dos), mientras un horrible chillido salía de dentro del cobertizo.

Corrí a abrazar a Kit y el sobre, mientras Dawsey quitaba la estaca de madera del picaporte del cobertizo. Allí, agachada en un rincón, maldiciendo y agitándose, estaba Billee Bee con el loro de Isola, Zenobia, revoloteando a su alrededor. Ya le había quitado la pequeña gorra, y había trocitos de lana de angora flotando en el aire.

Dawsey la levantó y la llevó afuera. Billee Bee no dejó de gritar. Había sido agredida por una bruja enloquecida y su ayudante, una niña, ¡claramente una de las hijas del diablo! ¡Nos arrepentiríamos de ello! ¡Habría pleitos, detenciones, prisión para todos nosotros! ¡No volveríamos a ver la luz del día!

«¡Eres tú la que no volverás a ver la luz del día, fisgona! ¡Ladrona! ¡Desagradecida!», le gritó Isola.

«Has robado las cartas —chillé—. ¡Las has robado de la caja de galletas de Isola y has intentado escaparte con ellas! ¿Qué ibais a hacer tú y Gilly Gilbert con ellas?»

Billee Bee gritó: «¡No es asunto tuyo! ¡Espera a que le diga lo que me habéis hecho!».

«¡Hazlo! —dije bruscamente—. Cuéntale a todo el mundo lo tuyo con Gilly. Puedo ver los titulares: "¡Gilly Gilbert seduce a una chica para una vida de delincuencia!"; "¡Del nidito de amor al calabozo! ¡Vea la página tres!"»

Eso la hizo callar por un momento y luego, con la exquisita sincronización y presencia de un gran actor, llegó Booker, enorme y con un ligero parecido a un funcionario, con un viejo abrigo del ejército. Remy estaba con él, ¡llevaba una azada! Booker observó la escena y le lanzó una mirada tan temible a Billee Bee que casi me dio pena por ella.

La cogió del brazo y le dijo: «Ahora, recogerás todas tus pertenencias y te largarás. No voy a arrestarte, ¡esta vez no!, te escoltaré hasta el puerto y personalmente te pondré a bordo del próximo barco a Inglaterra».

Billee Bee fue a trompicones a coger la maleta y el bolso, luego se tiró sobre Kit y le quitó el hurón de las manos. «Lamento habértelo dado, mocosa.»

¡Qué ganas tuve de darle una bofetada! Así que lo hice, y estoy segura de que le vibraron hasta los dientes de atrás. No sé lo que vivir en una isla me está haciendo.

Se me están cerrando los ojos, pero debo contarte por qué Kit e Isola salieron tan pronto a buscar hierbas. Ayer por la noche, Isola le leyó la cabeza a Billee Bee y no le gustó nada lo que vio. La parte del Engaño y la Hipocresía de BB era tan grande como un huevo de oca. Luego, Kit le contó que había visto a Billee Bee buscando por los armarios de la cocina. Para Isola, eso fue la gota que colmó el vaso, y pusieron su plan de vigilancia en marcha. Serían la sombra de Billee Bee y ¡a ver qué veían!

Se levantaron pronto, se escondieron entre los arbustos y vieron a Billee Bee saliendo de puntillas por la puerta trasera de mi casa, con un gran sobre. La siguieron un poco, hasta que pasaron por la granja de Isola. Isola se abalanzó sobre ella y la arrastró dentro del cobertizo. Kit recogió todas las posesiones de Billee Bee del suelo, e Isola fue a buscar a su loro claustrofóbico, Zenobia, y la metió en el cobertizo con Billee Bee.

Pero Susan, ¿qué demonios iban a hacer ella y Gilly Gilbert con las cartas? ¿No les preocupaba que los detuvieran por robo?

Os estoy muy agradecida a ti y a Ivor. Por favor, dale las gracias por todo, por su buena vista, por su desconfianza y por su sentido común. Aún mejor, dale un beso de mi parte. ¡Es un hombre maravilloso! ¿Sidney no debería ascenderle de subeditor a vicepresidente?

Besos,

JULIET

De Susan a Juliet

26 de agosto de 1946

Querida Juliet:

Sí, Ivor es maravilloso y yo también se lo he dicho. Le di un beso de tu parte, y luego ¡otro de la mía! Sidney le ha ascendido, no a vicepresidente, pero supongo que va en camino.

¿Qué planeaban hacer Billee Bee y Gilly? Tú y yo no estábamos en Londres cuando el asunto de la tetera saltó a los titulares, nos perdimos el revuelo que causó. Todos los periodistas y editores que odian a Gilly Gilbert y al
London Hue & Cry
, que son muchos, estuvieron contentísimos.

Lo encontraron divertidísimo y la declaración de Sidney a la prensa no ayudó mucho a calmar el asunto, simplemente los alentó a nuevos ataques de risa. Bien, ni Gilly ni el
LH&C
creen en el perdón. Su lema es: calla, sé paciente y espera a que llegue el día de la venganza, porque ¡seguro que llegará!

Billee Bee, pobre tonta enamorada y amante de Gilly, sentía lo mismo, incluso más profundamente. ¿No te imaginas a Billee Bee y Gilly bien juntitos, preparando su plan de venganza? Billee Bee debía introducirse en Stephens & Stark y buscar alguna cosa, cualquier cosa, que os hiciera daño a ti y a Sidney, o mejor aún, que os pusiera en ridículo.

Ya sabes que los rumores corren como el fuego por el mundo editorial. Todo el mundo sabe que estás en Guernsey escribiendo un libro sobre la Ocupación, y en las últimas dos semanas la gente ha empezado a rumorear que has encontrado un trabajo inédito de Oscar Wilde allí (sir William puede ser un hombre distinguido, pero no es nada discreto).

Gilly lo había hecho muy bien al aguantar. Ahora Billee Bee iba a ir a robar las cartas, el
London Hue & Cry
las publicaría y tú y Sidney seríais primicia. ¡Cómo se reirían! Ya se preocuparían de las demandas más adelante. Y por supuesto, no les importaba nada Isola.

Me pongo enferma sólo de pensar que casi lo consiguen. Demos gracias a Ivor y a Isola, y al bulto del Engaño y la Hipocresía de Billee Bee.

Ivor volará para hacer una copia de las cartas el martes. Ha encontrado un hurón de terciopelo amarillo, con unos ojos de color verde esmeralda y unos dientes de marfil para Kit. Creo que ella también querrá darle un beso por eso. Tú también puedes, pero que sea corto. No te estoy amenazando, Juliet, ¡pero Ivor es mío!

Un beso,

SUSAN

Telegrama de Sidney a Juliet

26 de agosto de 1946

NO VOLVERÉ A IRME DE LA CIUDAD NUNCA MÁS. ISOLA Y KIT SE MERECEN UNA MEDALLA, Y TÚ TAMBIÉN. BESOS, SIDNEY.

De Juliet a Sophie

19 de agosto de 1946

Querida Sophie:

Ivor vino y se fue, y las cartas de Oscar Wilde vuelven a estar a salvo en la caja de galletas de Isola. Intento estar tranquila, tanto como puedo, hasta que Sidney las lea. Estoy desesperada por saber qué piensa de ellas.

Estuve muy calmada el día de nuestra aventura. Fue luego, después de acostar a Kit, cuando empecé a asustarme y a inquietarme y a dar vueltas por la habitación.

Luego llamaron a la puerta. Me sorprendí y me puse un poco nerviosa al ver a Dawsey a través de la ventana. Abrí la puerta para recibirlo y le encontré con Remy. Habían venido a ver cómo estaba. Qué bien. Qué amable.

Me pregunté si Remy no añoraba Francia. Había leído un artículo de una mujer llamada Giselle Pelletier, una prisionera política que había estado cinco años en Ravensbrück. Hablaba de lo difícil que era para un superviviente de un campo de concentración seguir adelante. Nadie en Francia (ni amigos, ni familiares) quería saber nada de tu vida en el campo de concentración, y pensaban que lo olvidarías pronto, que no les harías escuchar más esas cosas y que entonces serían felices.

Según la señorita Pelletier, no es que quieras fustigar a nadie con detalles, pero es algo que te pasó y no puedes hacer como si no hubiera pasado. «Dejemos atrás todo eso —parece ser el lema de Francia—. Todo: la guerra, Vichy, la Milice, Drancy, los judíos… Todo ha terminado. Después de todo, todo el mundo sufrió, no sólo tú.» Ante la amnesia institucional, dice, lo único que ayuda es hablarlo con otros compañeros que hayan sobrevivido. Ellos saben cómo era la vida en el campo de concentración. Tú hablas y ellos, a su vez, también pueden hacerlo. Hablan, recriminan, lloran, cuentan una historia tras otra, algunas trágicas, otras absurdas. A veces, incluso pueden reír juntos. El alivio es enorme, dice.

Quizá comunicarse con otros supervivientes sería mejor cura para la ansiedad de Remy que la vida bucólica en la isla. Ahora está más fuerte psicológicamente, ya no está tan delgada como antes, pero todavía parece angustiada.

El señor Dilwyn ha vuelto de sus vacaciones, y tengo que quedar con él pronto para hablarle de Kit. Lo estoy posponiendo, me da mucho miedo que no quiera considerarlo. Ojalá pareciera más maternal, quizá debería comprarme un chal de abuela. Si me pide referencias, ¿puedo ponerte a ti? ¿Dominic ya sabe escribir? Si es así, podría escribir esto:

Estimado señor Dilwyn:

Juliet Dryhurst Ashton es una mujer encantadora, sensata, sin tacha y responsable. Debería dejarle ser la madre de Kit McKenna.

Atentamente,

JAMES DOMINIC STRACHAN

¿Verdad que no te conté los planes del señor Dilwyn respecto al patrimonio de Kit en Guernsey? Ha contratado a Dawsey, y un equipo suyo se va a encargar de la restauración de la Casa Grande. Van a sustituir los pasamanos, a borrar las pintadas de las paredes, las cañerías rotas se van a reemplazar por unas nuevas, van a cambiar las ventanas, a limpiar las chimeneas y las salidas de humo, se va a comprobar la instalación eléctrica y se van a colocar las baldosas de la terraza (o lo que se haga con las viejas losas). El señor Dilwyn todavía no sabe qué se puede hacer con los paneles de madera de la biblioteca; tenía un bonito friso tallado con frutas y cenefas, que los alemanes usaron para hacer prácticas de tiro.

Ya que nadie va a querer ir de vacaciones a Europa durante los próximos años, el señor Dilwyn espera que las islas del Canal vuelvan a ser un destino turístico, y la casa de Kit sería perfecta para alquilarla a una familia que viniera a pasar unas vacaciones maravillosas.

Sabes, ha pasado algo extraño. Las hermanas Benoit nos han invitado a ir esta tarde a su casa a tomar el té. Yo no las conozco, y es una invitación muy rara; me preguntaron si Kit tenía «una mirada fija y buena puntería. ¿Le gustan los rituales?».

Desconcertada, le pregunté a Eben si sabía algo de las hermanas Benoit. ¿Estaban locas? ¿Era seguro llevar a Kit allí? Eben se echó a reír y dijo que sí, las hermanas eran seguras y estaban totalmente cuerdas. Dijo que Jane y Elizabeth las visitaron todos los veranos durante cinco años. Siempre se vestían con pichis almidonados, zapatos de salón lustrados y unos guantes pequeños de encaje. Lo pasaríamos bien, dijo. Se alegraba de ver que volvían las antiguas tradiciones. Tomaríamos un té magnífico, seguido de un espectáculo y deberíamos ir.

Nada de aquello me preparó para lo que me iba a encontrar. Son gemelas idénticas, de unos ochenta años. Van muy arregladas y elegantes, vestidas con unos vestidos negros de crep georgette largos hasta los tobillos, salpicados con abalorios de color azabache en el pecho y en el dobladillo, llevaban el pelo blanco recogido en un moño alto, como espirales de nata montada. Encantadoras, Sophie. El té estaba de muerte, y apenas había dejado la taza, cuando Yvonne (diez minutos mayor) dijo: «Hermana, creo que la hija de Elizabeth todavía es demasiado pequeña». E Yvette dijo: «Creo que tienes razón, hermana. ¿Quizá la señorita Ashton nos honraría?».

Creo que fui muy valiente al decir: «Me encantaría», sin saber qué era lo que me estaban proponiendo.

«Qué bonito de su parte, señorita Ashton. Nosotras nos negamos durante la guerra, de alguna manera era muy desleal a la Corona. Nuestra artritis ha empeorado mucho: ni siquiera podemos acompañarte en los ritos. ¡Sería un placer observarte!»

Yvette fue hacia un cajón del aparador, mientras Yvonne deslizaba una de las puertas entre el salón y el comedor. Había un panel escondido con una fotografía en sepia, un huecograbado de un periódico a toda página, de cuerpo entero, de la duquesa de Windsor, la señora de Wallace Simpson. Recortada, deduzco, de las páginas de sociedad del
Baltimore Sun
de finales de los años treinta.

Yvette me dio cuatro diabólicos dardos con punta de plata, sopesados con precisión.

«Apunta a los ojos, querida», dijo. Y así lo hice.

«¡Magnífico! Tres de cuatro, hermana. ¡Casi tan buena como la querida Jane! ¡Elizabeth siempre fallaba en el último momento! ¿Quieres repetirlo el año que viene?»

Es una historia simple, pero triste. Yvette e Yvonne adoraban al príncipe de Gales. «Estaba tan encantador con sus pantaloncitos de golf.» «¡Cómo bailaba el vals!» «¡Qué elegante estaba vestido de gala!» Tan refinado, tan regio, hasta que esa fresca lo pescó. «¡Le arrebató el trono! ¡Su corona!» Les rompió el corazón. Kit estaba embelesada por toda la historia, evidentemente. Voy a practicar mi puntería, el cuatro de cuatro va a ser mi nuevo objetivo en la vida.

¿No te hubiera gustado conocer a las hermanas Benoit cuando éramos niñas?

Besos,

JULIET

De Juliet a Sidney

2 de septiembre de 1946

Querido Sidney:

Ha pasado algo esta tarde… Aunque ha acabado bien, ha sido inquietante y me está costando dormir. Te escribo a ti en lugar de a Sophie, porque ella está embarazada y tú no. Tú no te encuentras en un estado delicado y Sophie sí, estoy perdiendo el dominio de la gramática.

Kit estaba con Isola, haciendo galletas de jengibre en forma de muñequitos. Remy y yo necesitábamos tinta y Dawsey necesitaba no sé qué material para la Casa Grande, así que fuimos andando juntos a St. Peter Port.

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