Y ahora, mi querido Nicolás, viene lo grueso. El secretario de Hacienda, Andino Almazán, es un tecnócrata de fierro indispuesto a mudar una pulgada de sus convicciones sobre la economía. Es un teólogo de la Economía con E gótica y mayúscula. Para Andino, devaluar la moneda es como tener una hija prostituta. Lo que el pobre no sabe es que su mujer, llamada "La Pepa" es, en efecto, una puta que lo cornamenta el día entero. Pero más sobre esto más tarde, querido.
Quiero llegar a lo peor, culminar mi repaso con el horror mismo, la más inexplicable voz de éste coro republicano: el jefe del Gabinete del señor Presidente Lorenzo Terán. El lambiscón, miserable, despreciable Tácito de la Canal. Velo bien: no debía mostrarse a la luz. Su cara es como una sola cicatriz, del mentón al occipucio, rodeados uno y otro de unas púas pilosas que mal disfrazan su cabeza de huevo pelón. Míralo sobándose las manos en actitud de humildad perfecta. Cultiva el aspecto de un perpetuo necesitado, a punto de regresar a la mendicidad. Es el doormat, el paillason, el tapete de entrada del señor Presidente, en todos sentidos. Controla el acceso a la oficina del Ejecutivo y se ofrece para que el Presidente se limpie las suelas de los zapatos antes de pisar el despacho de despachos. Tácito de la Canal es un tipo que da la impresión de no haber respirado aire fresco en su vida. Eso dicen de él. Yo sé que no es cierto. Tácito de la Canal es el hombre que me espía desde el bosque todas las noches mientras me desvisto. Es el voyeur que se te anticipó, el despreciable mirón que tú miraste anoche...
Este es el reparto de la película. Dejo para mejor ocasión a otro elenco singular, el de nuestros Solones de rancho, los señores diputados y senadores que, pulverizados en partidos minúsculos, dejan la conducción del Congreso en manos de un inepto que ya te presenté, Onésimo Canabal, pero impiden, en virtud de su atomización misma, que pasen las leyes indispensables, dejándole al Presidente y al secretario Herrera la obligación de actuar "por la libre", es decir, con un pragmatismo a veces legal, a veces no, pero a veces, como ahora (Colombia, petróleo) obligado a lucir legitimaciones de principio para compensar un pragmatismo obligado, por la fragmentación del Congreso, a ser pan nuestro de cada día.
Y ahora la buena nueva, mi galán de noche. Mi amigo íntimo el secretario de Gobernación Bernal Herrera le ha pedido como favor personal al señor Presidente que te nombre asesor de la Oficina Presidencial de Los Pinos, donde estarás a las órdenes, ni más ni menos, que de Tácito de la Canal.
¿Te doy un regalo envenenado? No. Te ofrezco la oportunidad de devolverme, amor profeso, una manzana de oro desde el corazón del Edén subvertido. Aprovecha, Valdivia. ¿Qué más, Nicolás?
Xavier Zaragoza "Séneca" a Presidente Lorenzo Terán
¡Ay, señor Presidente! ¿Cómo se me va a olvidar lo que usted me dijo a las veinticuatro horas de tomar posesión?
—Asumes la Presidencia, "Séneca", te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos!. Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan del pináculo cuesta abajo, te agarras como puedes a la silla y pones una cara de sorpresa que ya nunca se te quita, haces una mueca que se vuelve tu máscara, con el gesto que te lanzaron te quedas para siempre, el rictus ya no te cambiará en seis años, por más que aparentes distintos modos de sonreír, ponerte serio, dubitativo o enojado, siempre tendrás el gesto de ese momento aterrador en que te diste cuenta, amigo mío, de que la silla presidencial, la Silla del Águila, es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa que llamamos La República Mexicana.
Desde el momento en que me dijo usted esto, señor Presidente, ambos —usted y yo— entendimos que me había llamado a su lado para hablarle con franqueza, para aconsejarlo con desinterés, para ayudarle a disimular el gesto de estupor que le produjo saberse arrojado al vacío por la empinada cuesta de esa atracción de carnaval llamada "La Presidencia de la República”.
—Te eligen, Séneca. Dejas de tener contacto con la gente. Ni tus mejores amigos te critican.
Pues bien, yo he tratado de ser digno de su confianza y aunque mis consejos quizá no sean los mejores, usted tiene derecho de contrastarlos con opiniones opuestas a las mías —¡y mire que no faltan en los cartones y páginas editoriales!—. Mi deber (al menos así lo entiendo) es decirle con absoluta franqueza lo que pienso. Han transcurrido pocos días de sus primeros tres años en la Presidencia y mi crítica sincera, señor Presidente, es que usted es percibido como un hombre un poco abúlico. No se le ve hacer. Se le ve dejando hacer. Conozco su filosofía. Ya pasó la época del autoritarismo, cuando sólo la voluntad del Presidente contaba, de Sonora a Yucatán, como los sombreros Tardán que se han vuelto a poner de moda, ¡la de vueltas!
Ya sabemos que esto nunca fue totalmente cierto. La dictablanda del PRI era suavizada por un cierto margen de tolerancia hacia las élites mexicanas, sus críticas, burlas y opiniones generalmente poco informadas. Poetas, novelistas, uno que otro periodista, los cómicos de carpa, los caricaturistas, nuestros inefables muralistas, podían decir y dibujar más o menos lo que quisieran. Eran críticas de la élite intelectual a la élite gubernamental, o necesarios escapes de vapor, como los cómicos de Soto a Beristáin a Cantinflas y Palillo. Ellos gozaban de esta graciosa concesión. Pero los cineastas no, la mayoría de los periodistas no, los sindicatos independientes ni hablar. En cambio, ¿qué tal los gobernadores, los alcaldillos, los militares de provincia, las fuerzas policiales en general, hasta los pinches aduaneros? Toda una caterva de poderes locales, señor Presidente, que actuaban con impunidad corrupta y caprichosa. Sólo los corruptos eran libres. Creamos una cultura de la ilegalidad, hasta cuando el Presidente obraba legalmente o lanzaba "cruzadas morales".
¡Por Dios, señor Presidente! Si desde la Colonia española se hablaba en Madrid del "unto mexicano", es decir la mordida, la corrupción, la coima, la transa, como curso legal de "las influencias". Ya sabe usted, "el que no transa, no avanza".
¿Qué ha sucedido con usted, un hombre puro que llega de la oposición a limpiar los establos de Augias? Sucede que es usted un Hércules demócrata que confía en la fuerza de la sociedad para hacer la limpia que el Hércules mítico hizo a base de trancazos, igual que ese divino Heracles, Jesucristo, limpió a fuetazos el templo de mercaderes.
Es usted moralmente admirable, señor Presidente. Que la sociedad se limpie a sí misma. Que los impuros sean purgados por los puros —o que se purguen a sí mismos—. Perdone, nuevamente, mi franqueza y permítame, señor Presidente, mitigar mis críticas. Usted mismo se ha dado cuenta de que hay zonas tan oscuras de la vida mexicana que sólo gente con manos sucias puede controlarlas. Al mismo tiempo, se esmera usted en elevar a funcionarios probos que le dan la cara bonita del régimen al público. Prueba de esto último es su secretario de la Defensa, un militar de honorabilidad comprobada, el general Mondragón von Bertrab. Prueba también es el secretario de Gobernación, Bernal Herrera, un profesional honesto que cumple con la ley pero que conoce bien la máxima latina
dura lex
,
sed lex
. La ley es dura pero es la ley. En cambio, tanto usted como Von Bertrab saben perfectamente que el jefe de la policía, Cícero Arruza, es un matón brutal que no se anda por las ramas para reprimir con o sin razón.
¿Un mal necesario? Quizá. Pero hay otro caso, señor Presidente, que usted se niega a contemplar y es el de su jefe de Gabinete Tácito de la Canal. Ya sé que me expongo terriblemente: acuso sin pruebas. Está bien. Me remito a una simple observación moral. ¿Puede ser honesto un hombre tan zalamero como Tácito? ¿No sospecha usted que detrás de tanto servilismo tiene que haber un pozo de hipocresía? ¿No cree que Tácito de la Canal merece una mirada más acuciosa de parte suya? ¿O debo imaginar que usted se hace el ciego por conveniencia y deja que Tácito sea su cancerbero servil y antipático sólo para que usted viva en paz, halagado por su esclavo y defendido por su perro? Le juro que entiendo la necesidad de tener a un enano mal encarado a la puerta del castillo para librarse de los latosos, los indeseables, los ambiciosos. ¿Ha pensado usted que su mastín de utilería le ahuyenta también al honrado consejero, al amigo leal, al técnico útil, al intelectual preocupado, sólo porque en ellos Tácito ve, con mayor razón que en los sinvergüenzas, a sus peores rivales por la atención presidencial?
Le repito señor Presidente, perdone la franqueza a veces brutal de mi análisis, pero para eso me dio usted función: para decirle la verdad. Se lo advertí desde el primer día. El político puede pagarle al intelectual. Pero no puede confiar en él. El intelectual acabará por disentir y para el político esta será siempre una traición. Malicioso o ingenuo, maquiavélico o utópico, el poderoso siempre creerá que tiene la razón y el que se opone a él es un traidor o, por lo menos, alguien dispensable.
María del Rosario Galván a Bernal Herrera
Comprendo, Bernal, que debas efectuar un chequeo completo de seguridad antes de admitir en el centro neurálgico de la Presidencia a un desconocido como Nicolás Valdivia. Leo con detenimiento la ficha que me envías. Nacido el 12 de diciembre de 1989 en Ciudad Juárez, Chihuahua. Padre mexicano, madre norteamericana. Ambos trabajando en El Paso, Texas, pero domiciliados en México. Registro de Nicolás consta en Archivos de Ciudad Juárez. Padres muertos en accidente de carretera cuando Valdivia tenía quince años.
Luego hay un gran hueco hasta que Valdivia aparece estudiando en París en la misma escuela que tú y yo. Lo he sondeado. Conoce bien las materias y los maestros. Conoció en la Embajada de México en Francia al general Mondragón von Bertrab, entonces attaché militar de la Misión. Von Bertrab utilizó al joven estudiante de la ENA para hacer informes, recabar datos, etc. Él lo trajo de vuelta a México, donde Valdivia permaneció cinco años dedicado a estudiar por cuenta propia en su nativa Chihuahua.
¿Qué fue de su vida entre los quince y los veinticinco años? Le he pedido información al ahora secretario de la Defensa, Von Bertrab. Sonrió. ¿Quién conoce en realidad la vida de un adolescente huérfano obligado a ganarse la vida?
Von Bertrab me tranquilizó. Habla con él si quieres rubricar lo dicho. Nicolás vivió una vida andariega, en buques-tanque mexicanos, cargueros holandeses, tocando regularmente el puerto de Tampico, leyendo mucho, estudiando a tropezones, presentando materias a título de suficiencia, hasta lograr el ingreso a la ENA gracias a una solicitud del general con la documentación que comprueba la difícil educación de Valdivia, su empeño, su desvelo. Vaya, una juventud a la Jack London o Ernest Hemingway...
¿Quieres recomendación mejor, Bernal? Quizás haya una que otra travesura en una vida así. Confía (una vez más) en mi intuición femenina. Nicolás Valdivia me mira con cara angelical. Dice que me quiere. Lo dejo quererme. Pero yo sé mirar la otra mirada, la furtiva, la de este joven cuando cree que yo no lo miro. Esa mirada "flaca y hambrienta" descrita por Shakespeare en julio César. Es la mirada de la ambición. ¿Un pequeño demonio con cara de ángel? ¿Qué queremos sino esto, querido amigo, para vencer a Tácito de la Canal? Que Valdivia nos lo deba todo y nos lo entregue todo. La intuición me dice que es nuestro agente ideal.
Tú me indicas que en política la sangre nueva es necesaria pero peligrosa. Déjame, querido, que sea yo quien corra el riesgo y, en su caso, pague el precio de los daños si es que los hay. Tú y yo estamos en un juego de política realista. Idealista a ratos, como lo ha comprobado desastrosamente nuestro Presidente este 10 de enero. Pero finalmente, por fuerza, realista, así sea debido a la respuesta de facto que provocan nuestros desplantes
de jure
. Lo bueno de la
realpolitik
es que la puedes revertir en un instante, dejando intactos los principios permanentes. Nicolás Valdivia es un accidente de la
realpolitik
tuya y mía. Como lo recogimos, igual lo echamos a la basura.
Imagínate, yo he ido al extremo lúdico de decirle que seré suya sexualmente cuando él llegue a la Presidencia. ¡Creó que me lo creyó! O en todo caso, que mi propuesta le encendió la imaginación y le acicateó el deseo.
Sea como fuere, necesitábamos un operador nuestro en la cueva donde habita la tarántula. Si nuestra hormiguita Valdivia se deja picar y muere,
tant pis pour lui
. Lo sustituimos. Por el momento, él es nuestro hombre en Los Pinos. Déjame a mí engañarlo y manipularlo. Ten la seguridad de que, si es inteligente, nos servirá puntualmente.
Cuando le dije:
—Tú serás Presidente de México, el joven Valdivia no se inmutó. No demostró asombro. Acaso pensó, como tú, “¿Qué tal si nos traiciona, qué tal si revela nuestro plan, por indiscreción o por ambición?”
Creo que este chico es muy inteligente. Sabe leer miradas. Leyó la mía: “Si me traicionas, nadie te creerá. Creerán que eres sólo un pequeño ambicioso y quizás hasta un gran tonto. No me haces falta como víctima. Te necesito como aliado. Un Luzbel como tú me hace falta.”
Es tan astuto como vanidoso. Cree en mí. El problema va a ser cuando se desengañe. Puede reaccionar como víctima vengativa. Hay que asegurarse de que nuestras víctimas no tengan armas para la venganza.
"La Pepa" Almazán a Tácito de la Canal
Amo mío, mi peloncito de oro, mi huevo salado, dime nomás si a mí me va a importar escribirte cartas si no he hecho otra cosa desde que nos hicimos novios y tuve el cuidado, ahora más que nunca, amorcito, de no mencionar tu nombre santo. Tú lo sabes: quiero que un día, pasado mucho tiempo, sí, descubran en el baúl de mi abuelita yucateca el paquete de mis cartas de amor, que para entonces ya no serán cartas de casada infiel, sino de apasionada y romántica amante, que es exactamente lo que soy para ti, mi panzoncito pelón, mi peor-es-nada dirán las malas lenguas porque no conocen tu buena lengua tan sabrosa, larga y templada cuando me recorres a besos mi cuerpo ideal de Venus alabastrina, como acostumbras llamarme... Pero basta de placeres, amorcito anónimo, y vamos a lo que te truje, que es la cercanía cada vez mayor de la intrigante MR con tu rival el secre BH. A veces te pasas de bueno, cariño santo, y por tu lealtad al P no miras a quienes quieren hundirte pintándote como un lambiscón sin escrúpulos. Esa es toda la tirada de la parejita infame, hacerte aparecer como un ambicioso lameculos sin moralidad cual ninguna que se aprovecha de la cercanía del P para escalar y llegar a ser, tú también, P en la siguiente vuelta. Porque no nos hagamos pes, mi querido T, ya pasó el tercer año del "periodo" (y no me refiero a mis divinas hormonas) y lo único que importa en P es la sucesión del P.