—María del Rosario, presta atención a tu amigo Xavier Zaragoza, el llamado "Séneca", el consejero áulico del señor Presidente Lorenzo Terán, cuando dice que, en ausencia de todos los oropeles y parafernalias de este mundo traidor, el as de la baraja, la carta escondida en la manga, bien puede ser la que todos desprecian como ilusoria y poco práctica: la figura noble que con su dignidad redime la abyección de todos los demás. El hombre puro que quizá salve al sistema.
Ese hombre, ¿eres tú, Nicolás Valdivia? ¿Tan equivocada estoy cuando lo pienso? ¿Tan débil se me ha vuelto mi reputada intuición? ¿Tan afásica me ha vuelto la política cotidiana que la mitad de mi cerebro —la mitad moral— ya no funciona? ¿O es que tú, mi bello amigo, eres quien la revive? ¿Milagrosamente?
Bueno, de manera que si la regla de la discreción se vuelve imposible, quizá las de la hipocresía, la corrupción y la mentira se desvanezcan con ella. De tal manera, te digo, que haré virtud de necesidad y me entregaré, con absoluta imprudencia, a la indiscreción.
Esta carta que te escribo, Nicolás Valdivia, es prueba de ello. Ya no hay otra manera de comunicarse, salvo la verbal, la presencia inmediata que es demasiado peligrosa, o la mediata, menos arriesgada pero al cabo la única que nos queda. La cuestión, mi muy deseado galán, es saber cuál de las dos maneras —la escrita o la oral— es la que, fatalmente, apresurará lo que ambos deseamos, sólo que a ritmos diferentes. El camino a mi lecho no está despejado, mi querido Nicolás. Hay mil puertas que deberás abrir antes de llegar a él. Es casi como en un cuento oriental, ¿recuerdas? Te pondré a prueba día con día. La recompensa depende de ti. Sé que te bastaría mi cariño carnal para sentirte satisfecho. Yo admito que deseo tu cuerpo, pero aún más tu éxito. El sexo puede ser inmediato y luego quedarse en un triste e insatisfactorio
quickie
.
En cambio, la fortuna política es un largo orgasmo, querido. El éxito tiene que ser mediato y lento en llegar para ser duradero. Un largo orgasmo, querido. Ve abriendo las puertas, mi niño, una a una. El último umbral es el de mi recámara. El último candado es el de mi cuerpo.
Nicolás Valdivia: yo seré tuya cuando tú seas Presidente de México.
Y te lo aseguro: yo te haré Presidente de México. Por esta cruz de mis dedos te lo juro. Por la santísima Virgen de Guadalupe, te lo prometo con santidad, mi amor.
Xavier Zaragoza "Séneca" a María del Rosario Galván
No pretendo que me hagan caso. Un "consejero áulico" cumple con su deber aconsejando con buena voluntad —no basta— y buena información —no se nos da—. Si logro sobrevivir esta desgracia será, precisamente, porque en esta ocasión el señor Presidente, desgraciadamente, sí me hizo caso.
Como es mi costumbre, dilecta amiga, invoqué los principios, que para eso tengo la oreja del Presidente. Soy el Pepito Grillo de su conciencia. Saco del armario mi colección de principios éticos. Acaso mi esperanza secreta, María del Rosario, es que mi conciencia quede a salvo aunque la
realpolitik
se vaya por el lado del pragmatismo. La
realpolitik
, sabes, es el culo por donde se expele lo que se come —caviar o nopalito, pato
á l’orange
o taco de nenepil—. Los principios, en cambio, son la cabeza sin ano. Los principios no van al excusado. La
realpolitik
atasca los inodoros del mundo y en el mundo del poder tal como es, no tienes más remedio que rendirle tributo a la madre naturaleza.
Pero hoy, por una vez, vencieron los principios. El Presidente decidió, quizá como regalo de Año Nuevo 2020 a una población ansiosa, más que de buenas noticias, de satisfacciones morales, que pediría en su Mensaje al Congreso el abandono de Colombia por las fuerzas de ocupación norteamericanas y, de pilón, prohibir la exportación de petróleo mexicano a los Estados Unidos, a menos que Washington nos pague el precio demandado por la OPEP. Para colmo, anunciamos estas decisiones en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. La respuesta, ya lo viste, no se hizo esperar. Amanecimos el 2 de enero con nuestro petróleo, nuestro gas, nuestros principios, pero incomunicados del mundo. Los Estados Unidos, alegando una falla del satélite de comunicaciones que amablemente nos conceden, nos han dejado sin fax, sin e-mail, sin red y hasta sin teléfonos. Estamos reducidos al mensaje oral o al género epistolar como lo comprueba esta carta que te escribo con ganas de comerla y tragarla—, ¿por qué demonios me hizo caso el señor Presidente y puso los principios por encima de la cabrona realidad? Ahora me doy de cabezazos contra el muro y me digo:
—Séneca, ¿quién te manda ser hombre de principios?
—Séneca, ¿qué te cuesta ser un poquito más pragmático?
—Séneca, ¿por qué vas en contra de la mayoría del gabinete presidencial?
Pues aquí me tienes, mi querida María del Rosario, aquí tienes a Séneca el cabezón dándose de cabezazos contra la pared de la República —nuestro eterno muro de las lamentaciones mexicanas.
Menos mal, querida amiga, que el muro no es de piedra. Está acolchado, como en los manicomios, que es donde debería estar tu amigo Xavier Zaragoza, bien llamado "Séneca:" por excelentes y pésimas razones. Natural de Córdoba, el filósofo del estoicismo (aprende si no lo sabes y aguanta con paciencia si ya lo sabes pero aún me quieres), acabó suicidándose en la corte de Nerón. Sus principios no se avenían con la práctica imperial. En cambio, hasta el día de hoy "Séneca", en su nativo solar andaluz, significa "sabio", "filósofo".
¿Cuál crees que sea mi destino en la corte presidencial de México, querida María del Rosario? ¿La vida del encanto o la muerte del desencanto? Pues mira que tenemos motivos de desaliento en nuestro país al debutar este año del Señor del 2020 —comunicaciones cortadas, aislamiento mundial, alzamientos aquí y allá, alarmas de fractura social y geográfica... y un Presidente bueno, bien intencionado, débil... y pasivo.
No me culpes de nada, María del Rosario. Tú sabes que mis consejos son sinceros y a veces hasta brutales. Nadie le habla a nuestro Presidente con la franqueza que tú me conoces. Creo apasionadamente que el país necesita por lo menos una voz desinteresada cerca del oído del Presidente Lorenzo Terán. Tal es nuestro acuerdo, querida amiga, el tuyo y el mío. Yo estoy para decir:
—Señor Presidente, usted sabe que yo soy su amigo totalmente desinteresado.
Lo cual no es totalmente cierto. Mi interés es que el Presidente se sacuda la fama de abúlico que en sus casi tres años de gobierno se ha venido creando, falazmente convencido, como lo está, de que los problemas se resuelven solos, de que un gobierno entrometido acaba creando más problemas de los que resuelve y de que la sociedad civil debe ser la primera en actuar. Para él, el gobierno es la última instancia. Ahora habrá que darle la razón. Quién sabe qué bicho le picó para iniciar el Año Nuevo invocando principios de soberanía y no intervención, en vez de dejar que los frutos se desprendieran del árbol, así cayesen descompuestos. ¿Qué nos va ni nos viene Colombia? ¿Y por qué no atender a que el trabajo sucio del mercado del petróleo lo hagan, como siempre, Venezuela y los árabes, en vez de solidarizarnos con una pandilla de jeques corruptos?
Siempre hemos sabido beneficiarnos de los conflictos ajenos, sin necesidad de tomar partido. Pero uno nunca sabe por dónde va a salir el tiro de la escopeta cuando se andan dando consejos y a mí, lo admito, esta vez me salió por la culata.
—Suelte ideas, señor, antes de que se las suelten a usted. A la larga, si usted no tiene ideas, será arrollado por las ideas de los demás.
—¿Como las tuyas? —me dijo con cara de inocente don Lorenzo.
—No —tuve la osadía de contestar—. No. Como las de su lambiscón Tácito de la Canal.
Le pegué al amor propio, ahora me doy cuenta, y acabó haciendo lo contrario de lo que le aconseja su valido, el jefe de Gabinete Tácito de la Canal, que no es un simple lacayo, sino el hombre que inventó el servilismo.
Un día, querida amiga, te sentarás a explicarme por qué un hombre inteligente, digno, bueno como nuestro Primer Mandatario, tiene a la vera de la Silla del Águila a un siervo adulador como Tácito de la Canal. ¡Basta ver cómo se restriega las manos y las junta humildemente a los labios, con la cabeza inclinada, para ver, con transparencia, que se trata de un vicioso cuya hipocresía sólo es comparable a la ambición que la falta de sinceridad malamente oculta!
Ve nada más, amiga mía (la más dilecta), qué paradoja: mis buenos consejos acarrean malos resultados y los malos consejos de Tácito nos hubieran evitado los desastres. Y es que me había adormecido, María del Rosario, acostumbrado a dar buenos consejos con la convicción de que, una vez más, no serían atendidos. Mis palabras, lo sé, acarician el ego moral del jefe del Estado y ello basta para que él piense, sólo porque me oyó y se sintió muy "ético", que le ha pagado su óbolo a los principios y ahora puede actuar con buena conciencia siguiendo los consejos, opuestos a los míos, de Tácito de la Canal.
Dime si no es como para desesperarse y sentir ganas de arrojar el arpa. ¿Qué me detiene?, me preguntarás. Una vaga esperanza filosófica. Si yo no estoy allí, con todos mis defectos, alguien peor, mucho peor, ocupará mi lugar. Soy el Simón Peres de la casa presidencial. Por graves que sean mis derrotas, al menos puedo dormir tranquilo: aconsejé con honestidad. Si no me hacen caso, no es mi culpa. Demasiadas voces reclaman la atención del poderoso. Pero algún sedimento, un ápice de mi verdad, debe anidar en el ánimo del señor Presidente Terán.
Sólo que en ocasiones como ésta, querida amiga, pienso que hubiese sido preferible que el Presidente escuchase, no a mí, sino a mis enemigos...
María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia
Insistes, querido y guapo Nicolás. Veo que mi carta no te convenció. Me duele menos tu falta de inteligencia que mi falta de persuasión. Por eso no te culpo. Debo ser espesa, muy lerda en verdad, muy inarticulada. Te digo directamente mis razones y tú, un muchacho tan listo, no me entiende. La falta, te repito, ha de ser mía. Admito, sin embargo, que tu pasión no me es indiferente y me mueve a desdecirme. No, no creas que con tu ardiente prosa has derrumbado los muros de mi fortaleza sexual —si así puedes llamarla—. No, el puente levadizo sigue elevado, las cadenas de la puerta tienen candado. Pero hay una ventana, hermoso y joven Nicolás, que se ilumina todas las noches a las once.
Allí, una mujer que tú deseas se desnuda lentamente, como si la observase un testigo más carnal y cálido que el frío azogue de su espejo. Esa mujer no es vista por nadie y sin embargo se desviste con una sensual lentitud que su imaginación puebla de testigos. Es delectable esa hembra, Nicolás. Y para ella es delectable desnudarse ante un espejo con la lentitud de los artistas de la escena o de la corte (una caprichosa evocación, lo admito), imaginando que ojos más ávidos que los del propio espejo que la refleja la están mirando con deseo —ese deseo ardiente que tu mirada comunica, niño malvado, chiquillo travieso, objeto tan deseable de mi deseo sólo porque eres objeto aplazable. Pues el deseo consumado, ¿todavía no lo sabes?, nos condena a la virtud subsiguiente o, lo que es peor, a la indiferencia.
Dirás que una mujer de casi cincuenta años se defiende —con derecho, admítelo— de la pasión juvenil, ardiente, pero acaso pasajera y frívola de un garcon que apenas rebasa los treinta. Piénsalo si así lo deseas. Pero no me detestes. Estoy dispuesta a aplazar tu odio y alentar tu esperanza, mi casi pero ya no imberbe amiguito. Esta noche, a las once, procederé a mi deshabillé. Dejaré abiertas de par en par las cortinas de mi recámara. Las luces estarán prendidas —con sabiduría, recato e insinuación parejas, te lo aseguro.
Asiste a la cita. No puedo ofrecerte más por el momento.
Andino Almazán a Presidente Lorenzo Terán
Señor Presidente, si alguien se ve afectado por las recientes restricciones a la comunicación soy yo, su seguro servidor. Sabe usted que mi costumbre inveterada ha sido la de consignar por escrito mis recomendaciones. Opiniones, las llaman algunos miembros de su Gabinete, mis colegas, como si la ciencia económica fuese materia de mera opinión. Dogmas, las llaman mis enemigos dentro del propio Gabinete, muestras de la insufrible certeza pontificia del secretario de Hacienda, Andino Almazán su leal servidor, señor Presidente. Pero, ¿es una ley un dogma? ¿Es dogmática la manzana que le cae en la cabeza a Newton, revelándole la ley de la gravedad? ¿Es una mera opinión de Einstein establecer que la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz en el vacío elevada al cuadrado?
De la misma suerte, no es una ocurrencia mía, señor Presidente, que los precios determinen el volumen de los recursos empleados o que las ganancias dependan del flujo monetario o que la productividad de un empleado determine el límite de su demanda en el mercado de trabajo. Pero usted ya conoce eso que mis enemigos —quiero decir, mis colegas— llaman mi "cantinela" y sin embargo, señor Presidente, hoy más que nunca, dada una situación que nos castiga y que usted ha decidido, sin duda sabiamente, abordar con medidas populistas (que sus críticos, se lo advierto, llamarán meros desplantes y sus amigos, como yo, concesiones tácticas), hoy más que nunca, digo, yo le reitero mi Evangelio para la salud económica del país.
Primero, evite la inflación. No permita que se pongan a funcionar las maquinitas de billetes so pretexto de emergencia nacional. Segundo, aumente los impuestos para sufragar la emergencia sin sacrificar los servicios. Tercero, mantenga bajos los salarios en nombre de la emergencia misma: más trabajo pero menos sueldo es, si así lo sabe presentar usted, la fórmula patriótica. Y por último, precios fijos. No tolere, castigue severamente a quien se atreva, en situación de emergencia, a aumentar precios.
Una vez me dijo usted que la economía nunca ha detenido a la historia y quizá tenga razón. Pero que la economía hace historia (si no la historia) es igualmente cierto. Usted ha decidido adoptar dos políticas que le aseguran apoyo popular (¿por cuánto tiempo?) y conflicto internacional (con la única gran potencia mundial). En cuanto al apoyo popular, vuelvo a preguntarle, ¿por cuánto tiempo? En cuanto a la tensión internacional, pues para que vea que no soy tan dogmático como proclaman mis enemigos, no voy a decirle que durará más que el fugaz apoyo patriótico que siempre nos será dado si nos enfrentamos a los gringos, sin calcular las consecuencias. Pondré la otra mejilla y le diré, señor Presidente, bajo pena de cinismo, que México y la América Latina sólo avanzan si se dedican a crear problemas.