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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Ensayo

La Silla del Águila (24 page)

Mi propio papel se vio limitado por mi condición femenina. Por mucho que hayamos avanzado, sigue privando en nuestra sociedad una ley no escrita. A un hombre se le perdonan todos los vicios. A una mujer no.

Adivino tu sonrisa, Bernal. Eres bueno. Eres generoso. Sólo una vez me recriminaste mi indiscreción al pelearme con Tácito de la Canal. Tenías razón. Me ganaron las hormonas. De nuevo, te pido perdón. No sólo violé nuestro pacto político. Discreción, discreción y más discreción. Lo malo del poder es que te da una sensación irremediable de impunidad. Una va perdiendo la discreción debido a la costumbre del poder mismo.

Juro no repetir ese error. Y por eso contesto por escrito, para que esta vez sí quede constancia, a tu proposición de ayer durante el funeral del Presidente, hincados los dos lado a lado en la Catedral Metropolitana.

Piensas, como yo, en tu futuro. Con la muerte del Presidente, los calendarios políticos no sólo se adelantan. Se transforman. ¡Mira nada más la de vueltas que da la política! ¡Tiene más recodos, serpentinas, cataratas, anchuras y angosturas, islotes imprevistos, atascaderos y honduras que todo el curso del Río Amazonas! Cuando le dije a Nicolás Valdivia,

—Serás Presidente de México, le estaba dando atole con el dedo. Creí que, una de dos. Él lo tomaba como un desafío erótico, una promesa sexual aplazada, un legítimo capricho de mujer:

—Ven a mis brazos, muchacho... Sé el Presidente de mi lecho. ¿No me entendiste? Mi cama es la verdadera Presidencia de México, borrico...

O aceptaba el acicate de la ambición. No se engañaba. Yo trabajaba para ti. Pero la política es "lo que el hombre hace a fin de ocultar lo que es y lo que ignora". Nicolás Valdivia era lo bastante listo, arriesgado y bello como para entender esta propuesta. Todo o nada.

Resultó que fue todo. Va a ser Presidente Sustituto. No me mires así, amor. Déjame guardarme uno que otro secreto. A ninguna mujer se le niega ese derecho. ¿Has visto con qué facilidad le sacamos nosotras los secretos a los hombres? Desde el "Si no me dices, me enojo" hasta el "Guárdate tus secretos. A mí no me volverás a ver". Bernal, tú sabías de mi relación íntima, en un momento de su vida, con Lorenzo Terán. Fue él quien protegió a nuestro malhadado, pobre hijo. Yo quise darle las gracias sin reservas. Fueron sólo unas semanas de amor, cuando viajé a los Estados Unidos. Nos encontramos en Houston él y yo. Me mostró las radiografías. Yo siempre supe, Bernal, que el Presidente iba a morir. Ni cuándo ni cómo. Había que estar preparados. Lo hice por ti, mi amor. Si el Presidente vivía hasta la elección del 2024 o más allá, Valdivia nos cubría la espalda en Los Pinos. Si Lorenzo Terán moría en la Silla del Águila, ¿quién más maleable que Valdivia, hechura nuestra, para ser Presidente Provisional o en su caso, Sustituto y preparar así tu elección? Tal fue mi cálculo. Sí, "la política es lo que el hombre hace a fin de ocultar lo que es y lo que ignora". Con Valdivia salíamos ganando por los dos lados. De las oficinas de la Presidencia a la Subsecretaría de Gobernación a secretario encargado del despacho hoy. Perdona mis engaños. Comparte nuestros éxitos. El Congreso habrá de nombrar un Presidente Sustituto. Tenemos a nuestro hombre. Es Valdivia. Lo hemos preparado para el puesto. Él ordenará la elección de julio del 2024 y tú serás candidato, nuevamente, de la ciudadanía. ¿Quién elige al Presidente de México? En un setenta por ciento, la ciudadanía sin partido. ¿Quién será tu opositor? Tácito está eliminado. Andino no da el tamaño. Nadie en el "gabinetazo", como se decía a principios de siglo, tiene los tamaños.

Hay las tentaciones: los militares. Hay el misterio de Ulúa y su detentador, El Anciano del Portal, al cual no puedes ni torturar ni asesinar para que suelte prenda. Se llevaría el secreto a la tumba. Y torturar a un anciano puede matarlo o sería una crueldad deshonrosa. Luego hay esa inoportuna señorita De la Garza, que le escribe cartas de amor al difunto candidato Tomás Moctezuma Moro.

En suma, que debes encontrarte un contrincante, Bernal. Ya ves, la última vez que tuvimos un Presidente electo sin opositor, López Portillo, cómo nos fue. La vanidad se devoró a la inteligencia. La prepotencia rebasó los límites de la reflexión.

¿Quién será tu oponente en el 2024, Bernal?

Eso es lo que debería preocuparnos, no tus locas serenatas de amor entre rucos. Porque tú tienes cincuenta y dos años y yo cuarenta y nueve, digamos la neta. Tú me susurras al oído en Catedral, en medio de responsos fúnebres,

—María del Rosario, hemos aplazado nuestro matrimonio un cuarto de siglo. Sabemos las razones. Pero ahora piensa en lo indispensable que es un candidato casado.

—El Presidente Terán era soltero...

—Pero con fama de monje. Nadie le reprochó nada. Pero dos al hilo, María del Rosario, dos al hilo, date cuenta, van a creer que soy puñal. Disimulé la risa tras el velo negro. —Encuéntrate otra, Bernal. —Marucha, yo sólo te he querido a ti.

Perdón. No quise romper las cuentas del rosario que llevaba entre las manos. Se regaron con un ruido espantoso.

—Luego hablamos.

—No. Ahora.

—Mira la fila para la comunión, ven. Hablemos en voz baja.

¿Qué te dije, Bernal, los dos juntos en la lenta cola que iba camino a la eucaristía? ¿Qué te dije? Vamos dejando constancia.

—Todo hombre teme a una mujer capaz de pensar y actuar por sí misma. Todo hombre teme a una mujer fuerte y capaz de defenderse. Prefiero actuar sola y no inspirarle temor a un marido. Te lo digo por tu propio bien. Por eso nunca me casé contigo de jóvenes. Nunca me tengas compasión. ¿Tú le pedirías a un hombre que abandone a sus amigos? ¿Sus restoranes, sus costumbres? Yo misma no lo aceptaría. ¿Por qué habría de obligar a nadie a ser lo mismo que yo no quiero ser? Déjame ser mi propia mujer. Recuerda que soy hija de un temible padre y que en política me siento autorizada a actuar como él lo hizo en los negocios. Me justifico a mí misma, Bernal, diciendo que él tenía la energía del mal —más que hacer dinero, ser dinero— y que a mí, tortuosamente si tú quieres, me inspira el bien común. Ríete aunque no puedas porque estamos en un Te Deum. Ríete por dentro. Pero reflexiona y piensa que tengo una gran falla. No sé ser una buena esposa. No sé compartir, reír, aliviar. Sólo sé intrigar, pero eso j espérelo hago con una elegancia que honra a mis aliados. Quizá no sepa querer a un hombre. Pero a un amigo, como tú, sí que sé honrarlo...

Recibimos el cuerpo de Cristo, hincados lado a lado frente al altar mayor y de manos del arzobispo de México, Pelayo Cardenal Munguía.

Al terminar la ceremonia, me invitaste a subir a tu auto. Manejabas tú mismo y me dijiste que no te resolvía tu problema. Se necesita una Primera Dama en Los Pinos. El Presidente tiene que decir,

—Tengo una vida privada.

Me obligaste a reír.

—Todos tenemos derecho a una vida privada. Siempre y cuando tengamos con qué pagarla. Si me casara contigo, no tendríamos con qué pagar nuestra infelicidad.

—Tú eres la única que me dice cosas que me reconfortan más allá de la política, ¿me entiendes? —Y tú también el único para mí. Dejemos las cosas como están. Casarnos sería una mentira. —¿No lo es la política? —Sí, por eso exige tanto tiempo. —¿Qué quieres decir?

—Que mentir con éxito requiere más tiempo y atención que los que la vida nos otorga. Habría que dedicarse enteramente a cultivar la mentira. Que es precisamente lo que la política autoriza. —¿Te queda energía?

—Mírate en el espejito del auto, Bernal. Mirémonos los dos. ¿Crees que somos los mismos que hace veinte años? ¿Qué te dice el espejito, Bernal?

Tu voz me sonó muy melancólica, mi amor. —Que nada volverá a ser como fue. Chapultepec convertido en Castillo del rock, cimbrado por tanto concierto de beneficencia tan ruidoso que dicen haber visto a los fantasmas insomnes de Maximiliano y Carlota deambular, con la guardia de los Niños Héroes, en medio de los fanáticos del anciano Mick Jagger, que vino aquí a celebrar sus ochenta años y que, como todos los jipis melenudos y provectos, parece una viejecita en busca de cereales contra la constipación.

Y por fin Los Pinos, la residencia y oficina presidencial donde se recibe el duelo de jefes de Estado extranjeros, embajadores y "fuerzas vivas". ¿Quiénes lo reciben? Naturalmente, el presidente del Congreso, Onésimo Canabal, el presidente de la Suprema Corte, Javier Wimer Zambrano, y el secretario de Gobernación, Nicolás Valdivia. La elección de Presidente Sustituto no se hará hasta que concluyan las ceremonias luctuosas en honor de Lorenzo Terán y se retiren las misiones extranjeras —aunque el Presidente cubano Castro ha declarado su intención de darse una vuelta por Chiapas "con una importante revelación que hacer".

Ahora tú y yo hacemos cola otra vez. Ya no tenemos representación oficial. Admiramos la compostura de los Tres Poderes. Y yo busco en vano a la mujer, Bernal.

Porque el Presidente Lorenzo Terán sí tenía una mujer en Los Pinos. Una mujer invisible. Allí, asomándose por una puerta del Salón López Mateos. Llorando. Con el pañuelo en la boca. Prieta. Cacariza. Cuadrada como una caja fuerte. Cariñosa. Adolorida.

Es Penélope Casas.

Llora pero mira con ternura a Nicolás Valdivia.

Ya sabe que será Presidente. Lo agradece. Es su protector.

Miro la escena contigo, Bernal, y te repito. El demonio de la política arde en mi corazón. Qué bueno que nunca nos casamos tú y yo. Así he podido darle a la política la parte oscura de mi persona, la parte que heredé de mi padre, sin dañarte a ti.

"Nicolás Valdivia, yo te haré Presidente."

Lo que no le dije es que conocía la enfermedad mortal del Presidente Lorenzo Terán.

50

Xavier Zaragoza "Séneca" a María del Rosario Galván

Ha muerto Lorenzo Terán. Ha muerto el señor Presidente. ¿Seguimos vivos tú y yo, María del Rosario? No, no te embarco en mi propio funeral de vikingo: una nave en llamas cuyo velamen de fuego no sobrevive a la noche de la muerte. No. Hago con mi amiga un repaso necesario que quizá sea, también, un responso fúnebre.

¿Fue grande Lorenzo Terán? ¿Pudo serlo y no lo fue? ¿O sólo fue lo que siempre fue: un hombre decente, bien intencionado y —
de mortuis hil nisi bonum
— sin verdadera inteligencia? Su Presidencia no pasará a la historia. Terán dejó que sucedieran las cosas porque ese era su credo demócrata. Pero no pasó lo que él quiso que pasara. Ve el panorama. Vacíos de poder, cacicazgos arraigados, intrigas palaciegas incontroladas... pero no la sociedad civil gobernándose a sí misma en un ambiente de tolerancia, respeto e iniciativa moral. Y la muerte de un hombre honrado, decente, María del Rosario, a ti, a mí, a Bernal Herrera, nos consta más que a nadie. Pero yo te pregunto, ¿puede alguien, con fuerza, si no pasivamente, cambiar realidades con palabras? Las palabras que la civilización ama —Ley, Seguridad, Democracia, Progreso—, se vuelven pardas, angustiosas, falsarias, aquí en México y en toda esta región más dolorosa, Latinoamérica.

¿Qué puede hacer alguien como yo, el llamado "Séneca", si no proponer
utopías
radicales, ya que la
topía
es, ella misma, tan absoluta en su dominio de la política? Ante la extrema
realpolitik
, yo propuse una
idealpolitik
igualmente extrema. Mi esperanza fue que entre dos extremos, la moneda de la virtud cayese, de canto, en los medios.
In medio stat virtus
, pues.

Con esa filosofía acepté el lugar, cerca de la Silla del Águila, que me ofreció el señor Presidente Terán. Ya sabía que la vida puede ser baja y el pensamiento alto. Me presenté sereno y seguro de que, si mis consejos no eran plenamente aceptados, al menos un eco moral resonaría siempre, por sordo que fuese, en el oído del Presidente. Sí, soy un utopista. Muero soñando que la sociedad debe ser gobernada por hombres de cultura, bondad y buen gusto. Dado que ello es imposible, ¿no es mejor llevarse esta convicción a la tumba, donde nada la contradice u obstruye?

He buscado la virtud para ejercer mejor la libertad.

He creído en una patria común que abrace a todo ser viviente, sin distinción de sexo, raza, religión o ideología.

Me ha costado, pero lo he intentado, María del Rosario. Extender mi amor a los portadores del mal, considerándolos, como el verdadero Séneca nativo de Córdoba, simples "enfermos de la pasión".

Pero sobre todo, he atendido el mandato estoico que me concierne a mí: Contra las agresiones del mundo, no permitas que te conquiste nada, salvo su propia alma.

Quisiera que entiendas, María del Rosario, este mensaje de despedida de tu amigo Xavier 7aragoza, llamado "Séneca". Quiero que sientas que mi desesperanza es mi serenidad. O sea, que me quedan las ganas. Lo que he perdido es la esperanza. Dirás que siempre debí tomar en cuenta las realidades enfrentadas por el Presidente y considerar mis ideales —un gobierno ilustrado y justo— como correctivo apenas, un llamado al refugio de la vida interior en tiempos de tormenta. Conformarme con los mendrugos de la utopía. Sí, María del Rosario, tú misma creíste que mi presencia era útil, algo así como el condimento que se olvida si el guiso es sabroso, pero indispensable cuando el comensal dice:

—¿Dónde está el salero?

Salero de mesas colmadas de platillos bien sazonados, ¿cuántas veces fueron escuchados mis consejos?, ¿por qué me engañé a mí mismo creyendo que mis ideas contarían?, ¿no sabía que la fuerza política del intelectual sólo se deja sentir fuera del poder, aunque aun en la oposición es apenas presión relativa, pero que en el poder ya ni siquiera es relativa? Es nula.

O sea, en un extremo cagas, en el otro tragas mierda. Todo en la vida es miseria.

Veo estos tres años que he pasado en las antecámaras del poder y sólo veo miseria y siento asco. Sí, he visto al Presidente sufrir pensando. A veces le dije:

—No piense demasiado. Para eso estoy yo aquí.

Pero cuando lo hago, otro ya lo salvó del sufrimiento. Tácito, para el mal. Herrera, para el bien. Yo soy el postre de la consolación.

—Es cierto, Séneca. Había otro camino. Quizá lo tome la próxima vez.

Y luego me sonríe; bueno, me sonreía:

—Cabrón, deja de quitarme el sueño.

Debieron quitárselo los lambiscones, los demagogos, los intrigantes de la inevitable corte presidencial.

María del Rosario, este es tu amigo Xavier Zaragoza "Séneca", a quien el señor Presidente oye —oía— con entusiasmo, pero sin convicción.

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