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Authors: Francesc Miralles

La profecía 2013 (26 page)

—Excepto tú.

—Por supuesto, dado que me amaba.

—¿Dónde empezó lo vuestro? —pregunté mientras el paisaje lunar había dado paso a un verde prado por donde trotaban caballos.

—Te va a parecer extraño, más aún estando en un lugar idílico como éste. Nos besamos por primera vez en un club triste de Londres, donde yo había viajado para un rodaje. Fue muy especial.

—Me gustaría saber más sobre esos tugurios —dije sintiéndome repentinamente celoso—. No consigo figurarme quién puede haber en un sitio así.

—El ambiente fue cambiando con el tiempo —dijo Elsa encendiendo un cigarrillo—. En nuestra época iban jóvenes de estilo gótico y había locales con ataúdes como mesas y muchos candelabros. Tengo entendido que luego se refinaron.

—¿Siguen existiendo? —pregunté sorprendido.

—¿Es que la tristeza ha dejado de existir? A fin de cuentas, la finalidad es la misma que en cualquier otro club: compartir una visión del mundo, o como mínimo una determinada sensibilidad. Tengo entendido que en Japón existen terapias en esa línea para ejecutivos, que se reúnen para soltar la lagrimilla viendo culebrones coreanos como
Soneto de invierno,
que va de amores adolescentes. Dicen que el llanto les baja la tensión y se evitan infartos.

—Ya sé que siempre te hago la misma pregunta —añadí con ganas de reír—, pero ¿cómo sabes estas cosas?

—Te responderé con una frase de Oscar Wilde —dijo apagando la colilla en el cenicero del coche—. «A mí dadme lo superfluo, que lo necesario todo el mundo puede tenerlo».

—Es curioso, Hannes también me dijo en el observatorio una cita de Wilde.

—No tiene nada de raro: somos almas afines. Pero ¿no querías saber cómo son los clubs tristes? Últimamente me he puesto al día sobre el tema.

—Cuenta —le pedí mientras una larga fila de caballos enanos cruzaban la carretera obligándonos a frenar.

—Uno de los clubs punteros se llama Feeling Gloomy,
[7]
y cuelga en sus paredes los titulares de las peores noticias que se han publicado aquella semana. El propietario reparte bebidas calientes mientras los socios se consuelan entre sí.

—Algo así sólo puede existir en Inglaterra —comenté—, que es un país de excéntricos.

—Otro club importante de Londres es Loss,
[8]
que está en un sótano del siglo XVII decorado con flores secas, candelabros y fruta descompuesta. También hay juguetes rotos y mariposas muertas. He oído que los asistentes pelan cebollas mientras en un pequeño escenario se representan los espectáculos más tristes del mundo: actúan desde virtuosos de la ópera japonesa hasta travestís que emulan a Marlene Dietrich.

Elsa detuvo el coche en un aparcamiento solitario mientras terminaba:

—La competencia es ahora un garito que se llama Scrapclub, donde por el precio de la entrada los clientes tienen permiso para destrozar todo lo que pillen.

Salimos del coche entre risas a lo que resultó ser Geysir, el lugar que había dado nombre a las fuentes termales que expulsaban columnas de agua caliente. Toda la tierra en aquel lugar parecía hervir como una sopa espesa.

—El geiser más importante quedó taponado porque la gente tiraba piedras para ver cómo salían despedidas —me explicó Elsa mientras me llevaba de la mano hasta otro llamado Strokkur, el que congregaba más visitantes.

Aguardamos diez minutos a que el geiser estrella escupiera agua caliente de las profundidades de la tierra. Más que la columna de agua y vapor, me asombró la preparación del fenómeno. Antes de la eclosión, se formaba una enorme burbuja de agua hirviendo que finalmente estallaba verticalmente.

Era una buena alegoría de lo que estaba a punto de suceder sin yo imaginarlo.

Tras complacerme con la visita a los geiseres, Elsa retomó el volante y me explicó que los caballos islandeses son los únicos, juntamente con los mongoles, que tienen cinco marchas en lugar de tres. Camino de la cascada de Gullfoss me contó muchas otras cosas inútiles para la vida práctica, pero que luego son lo que uno acaba recordando.

—Parece que conoces mucho el país —apunté.

—Estuve muchas veces en Islandia, y no sólo para las fiestas de esnobs. A veces me quedaba unos días con Hannes. Lo que verás ahora era su lugar favorito.

Aparcamos el coche en una planicie de la que bajaba un amplio camino sinuoso entre el rumor del agua.

Al llegar abajo, me di cuenta de que nos encontrábamos en lo alto de una gigantesca cascada, que descargaba un mar de espuma entre dos amplísimos escalones naturales. Me quedé mudo ante aquel espectáculo que superaba todas mis expectativas. El rugido rabioso y continuado de Gullfoss decía más de lo que yo era capaz de expresar.

—Vamos —dijo Elsa complacida con el efecto que había causado en mí el lugar—, conozco dónde hay una gran vista.

Me llevó de la mano por un camino de piedras que bordeaban los márgenes de la cascada, cuyo salto debía de superar en total los treinta metros, hasta alcanzar un pequeño saliente que se asomaba directamente sobre el precipicio.

—¿Tienes miedo? —me desafió ocupando temerariamente la mitad de aquel trampolín natural, con las piernas colgando.

Venciendo el vértigo que me había atenazado desde niño, gateé muy cauto hasta sentarme en el lado libre del saliente, al que me agarraba con ambas manos.

—Tienes miedo —se respondió a sí misma con sorna—. Y es lógico: me bastaría con darte un empujoncito para que acabaras en el fondo de Gullfoss, con los monstruos acuáticos y sirenas de la mitología vikinga. Puesto que estoy en el país bajo una identidad falsa, nadie podría acusarme de tu desaparición en Islandia.

—Es cierto, sería el crimen perfecto —dije sintiendo con un mareo la atracción del abismo—, pero nunca lo harías.

—No estés tan seguro —repuso clavando obstinada sus ojos en los míos—. Al fin y al cabo, tú también tienes parte de culpa en la muerte de mi padre, ya que participaste en el juego de Hannes por pura avaricia. No te ha movido ningún sentimiento noble en todo esto —me recriminó.

—Para causas nobles ya tuvimos a Hannes —ironicé aferrándome a la piedra mojada—. Yo sólo soy un superviviente.

—Es decir: un mediocre —replicó Elsa utilizando mis propias palabras, mientras me pasaba el brazo peligrosamente por la cintura.

Comprendí que mi vida estaba totalmente en sus manos. Un instante de rabia, un pequeño cruce de cables, y todo habría terminado para mí.

—Puesto que podría desaparecer en un instante —dije mientras notaba cómo el sudor me empapaba la nuca—, hay algo que necesito saber: ¿qué hace al final el chico de la burbuja de plástico?

La pregunta pareció tomar por sorpresa a Elsa, que de repente aflojó su abrazo en mi espalda. Luego respondió:

—Debe elegir entre permanecer para siempre en su burbuja o arriesgarse a morir por abrazar a su amor.

—¿Y?

—Decide salir y se va con ella en su caballo. Es muy bonito.

Acto seguido empezó a sollozar mientras la cabeza le caía hacia delante. Entendí que no lloraba porque Tod Lubitch cabalgara con su amor hacia una muerte segura, sino por todo lo que había sucedido en las últimas semanas. Tal vez incluso en los últimos años o décadas.

Traté de animarla con una broma poco afortunada:

—No desesperes. Tampoco es el fin del mundo.

Elsa me miró con ternura y me dio un breve beso antes de decir:

—Para mí sí.

Luego se impulsó con ambas manos hacia delante, precipitándose hacia el fondo de la cascada.

5

Querido Leo,

Cuando leas esta carta estaré muerta en el fondo de Gullfoss. No estés triste, es lo mejor que me podía suceder. Me resulta imposible seguir viviendo después de haber matado a dos personas, además de soportar la tristeza de haber perdido a mi padre.

Curiosamente, al abandonar este mundo he cumplido una promesa que hice al culpable de su muerte. La última noche que pasé con Hannes nos juramos mutuamente quitarnos juntos la vida. Habíamos pensado hacerlo en esta cascada.

Fui cruel e injusta con él. Creo que eso le hizo perder el juicio y arruinar su vida y la de muchos otros. Como me amaba demasiado, para vengarse de mí, acabó preparando una gran venganza contra el mundo que llamó la profecía 2013.

Ahora Hannes descansa en el fondo del Egeo y yo lo espero en las profundidades de Gullfoss, donde a él le gustaría estar, para hacer las paces. Si existe vida después de la vida, encontrará la manera de llegar hasta aquí.

Espero que puedas perdonarme de algún modo. Te he amado de la única forma que puede amar un corazón eternamente triste: hacia dentro.

Siempre tuya,

ELSA

Terminé de leer, con lágrimas en los ojos, la carta que había encontrado sobre la alfombrilla de la entrada.

El sobre llevaba un sello griego, por lo que supuse que la había mandado desde Atenas la mañana previa a nuestro último viaje. La había perdido de vista una hora mientras reservaba mis billetes de avión. Y ahora la había perdido para siempre.

Al abrir la puerta, sin embargo, una novedad de signo muy diferente se impuso temporalmente a la melancolía. Me habían vaciado la casa.

Tal vez porque en aquella urbanización había familias que sólo vivían allí un mes al año, alguna banda de poca monta había decidido llevarse todo mi mobiliario, que no era de Ikea y sólo tenía seis meses. Al menos en la planta baja, de lo que había sido mi hogar sólo quedaban unos cuantos libros por el suelo y un par de jarrones rotos.

Apretando la carta de Elsa contra mi pecho, fui hasta la cocina, donde habían desaparecido casi todos los electrodomésticos. Sólo quedaba una vieja y pesada nevera que no debía de haber gustado a los ladrones.

Al abrirla recibí la primera buena noticia en mucho tiempo: había una solitaria botella de cava, supuse que de mis tiempos con Aina.

Tal vez porque aún no tenía automatizados los hábitos del hombre solo, me la llevé al salón vacío junto con dos copas largas. Aferrándome con uñas y dientes a aquel momento de fortuna, descorché la botella mientras el sol empezaba a ponerse tras las montañas. Luego llené una de las copas.

Iba a llevármela a los labios cuando llamaron a la puerta. Mientras me levantaba cansinamente a abrir, me dije que incluso aquel sorbo de felicidad me era negado.

Para mi sorpresa, al otro lado encontré a Ingrid con su bolsa de viaje en la mano.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté—. ¿No ibas a estar con tu tía abuela hasta el fin de agosto?

—Nos hemos peleado —dijo empujando su bolsa hacia el interior—. Tía Jenny estaba tan harta de mí que pidió un crédito para pagarme el billete de vuelta.

Al ver el comedor saqueado, Ingrid se llevó las manos a la cabeza y se le escapó una carcajada.

—Pero ¿qué ha pasado aquí? —exclamó alucinada—. ¿Dónde has metido los muebles?

—Voy a dar una fiesta —respondí agachándome a llenar la otra copa—. ¿Te apuntas?

Ingrid se sentó en el suelo, a mi lado, y levantó el cava entre divertida y atónita.

—¿Cuál es el motivo de la fiesta? —preguntó mientras chocaba su copa con la mía.

—La llamaremos la fiesta de los tristes. ¿Qué tal te suena?

—Suena guay —dijo acercándose el espumoso a los labios.

—El único problema es que no tenemos música —le advertí.

—Sí que tenemos —me corrigió Ingrid sacando su i-pod del bolsillo.

Se lo arrebaté para mirar el listado de canciones. Tras buscar por varias carpetas, finalmente encontré una de Black Box Recorder que me pareció adecuada para la ocasión.

—Pon ésta —le pedí.

Ingrid giró rápidamente su dedo por el círculo del i-pod para subir el volumen. Luego me pasó un auricular mientras ella se ponía el suyo en la oreja.

Hicimos un nuevo brindis antes de que empezara la canción, la cual iniciaba la fiesta de los tristes y tal vez una nueva vida:

Where is the love?

Satellites break up in the atmosphere

Our ashes are scattered in space

All of the answers fall into place

It's only the end of the world.
[9]

AGRADECIMIENTOS

A Carmen, por su apoyo incondicional en toda esta aventura.

A Care, por estar siempre ahí en los momentos importantes.

A José Ramón y José María —gracias por Herodes—, que me escoltaron hasta Albania.

A Katinka, por Grecia y por todo un mundo.

A Gemma, Roger, Nora y Anna, que conservan la frescura de Islandia.

A Narcís-Jordi Aragó i Masó, por abrirme su biblioteca en Gerona.

A Sandra, Berta y Joan Bruna, mi familia literaria.

A Ana y Pema, las mejores amigas de Leo Vidal.

A las editoras de este libro, por su esfuerzo y entusiasmo.

A los amables lectores.

Notas del traductor

[1]
En castellano, «El culo de la leona».

[2]
Batiscafo monoplaza / con tu foco en el abismo / de las aguas insondables / sólo tú las averiguas / Batiscafo socialista / redactando informe trágico / camarada maquinista / a instinto oceanográfico / Batiscafo solitario...

[3]
Estamos programados para recibirte. / Puedes hacer el checkout siempre que quieras, / pero nunca lograrás salir. / Bienvenido al hotel California, / un lugar tan encantador...

[4]
Y no hay nada que puedas hacer / Sólo trozos de papel que se alejan volando de ti...

[5]
El mar / en el cielo de verano se confunden / las nubes blancas / con los ángeles puros...

[6]
Aquí mismo / entre dioses ancestrales / después de la vida / después de las preocupaciones. / Ya sabes que / este final es el principio...

[7]
Literalmente: «Sintiéndose deprimido».

[8]
«Pérdida».

[9]
¿Dónde está el amor? / Los satélites se desarman en la atmósfera / Nuestras cenizas se esparcen por el espacio / Todas las respuestas encuentran al fin su lugar / Es sólo el fin del mundo.

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