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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (42 page)

M
e esperaba cuando volvimos, flotando al lado de la enorme portilla con el Exterior justo un poco más allá. Banquo me dedicó una inclinación de cabeza pero no hizo ningún esfuerzo para detenerme o anunciarme siquiera al Capitán. Escalus se las arregló para ser todavía más discreto de lo normal, aunque sabía que ese hombrecillo escucharía y vería todo lo que ocurriera.

El Capitán se apartó de la portilla y me miró. Le devolví la mirada en silencio, fracasando a la hora de encontrar las palabras que expresaran cómo me sentía sin delatarme. Él habló primero.

—Felicitaciones por recuperar la masa, Gorrión. Tenías razón, la necesitamos.

Masa.

—Estaban muertos —dije—. Tan sólo tenían aire para dos horas.

Casi me había olvidado de que yo era «Gorrión», el joven técnico que una vez lo había idolatrado.

Enarcó las cejas fingiendo sorpresa.

—No sabía que eso te preocupara. Dijiste que estabas preocupado por salvar la masa y los oligoelementos. Era un argumento bastante sensato. —Se encogió de hombros—. Comprobaré a ver quién les dio el equipo; será castigado. Yo no les habría negado dos horas más de vida.

Mentía, lo sabía. Había sabido lo de los tanques durante todo el tiempo.

—Podían haber servido a la nave. —Mi voz se quebró por la furia que sentía.

—¿Oh? Asististe a los juicios, conoces las acusaciones, oíste los veredictos. —Repentinamente se mostró suspicaz—. No crees que abandonarlos fuera humano.

—No tuvo que verlos —dije.

Su expresión se suavizó. Me llevó un momento darme cuenta de que me había salvado una vez más. Estaba indignado, pero el Capitán esperaba que «Gorrión» estuviera indignado. Si no lo hubiera estado, mi memoria hubiera sido destruida al período siguiente.

—Ya he visto a gente muerta antes, Gorrión. No es una cuestión de si es algo feo o bonito, simplemente es.

—¿Realmente creía que Noé suponía una amenaza? —pregunté.

Se volvió hacia la portilla, absorto durante un momento en la imagen.

—Vamos a adentrarnos en la Oscuridad, Gorrión. Sería necio suponer que todo el mundo estaría de acuerdo en ir. Pero no porque quisieran volver a casa, ése fue el error de Noé. Nuestra casa es ésta, la
Astron
. Si tienen miedo de ir a la Oscuridad es porque es diferente, porque no creen que la nave pueda lograrlo. Pero la nave lo
conseguirá
. Y también una tripulación. Nadie va a morir porque vayamos a la Oscuridad.

Una tripulación. Al principio no presté mucha atención a su elección de palabras.

—Tibaldo era inocente —dije con amargura.

Asintió.

—Me dolió perderlo. Pero Ofelia no es inocente y tampoco lo son  unos cuantos más. Quizá debería haberlos juzgado a todos. Y haberlos condenado. Elegí a Tibaldo. No porque fuera culpable sino porque era inocente. Juzgar a alguien que fuera culpable de verdad hubiera disuadido a unos cuantos, los habría vuelto más cautos. Juzgar y condenar a un hombre que todo el mundo sabía que era inocente sería mucho más disuasorio.

Quería atemorizar a todo el mundo. Incluido yo... por si alguna vez había pensado en unirme al motín.

—A veces una advertencia es más importante que la justicia, Gorrión.

—La tripulación le odiará —advertí.

Flotó de vuelta a su hamaca y se puso cómodo.

—Esta tripulación, quizá —dijo sin titubear—. Puede que incluso unos cuantos en la siguiente tripulación. Pero para la tripulación que venga después de ésa, y para la siguiente a ésa, la muerte de Tibaldo será historia, no más importante a largo plazo que su vida. O la vida de nadie. Cada tres generaciones, Dios despeja el escenario para un nuevo reparto de actores, Gorrión.

Julda había dicho que la tripulación eran insectos que vivían un solo día para él. Tenía que recordarlo. Me volví para irme y me volvió a hablar:

—También te olvidas de otra cosa.

Me detuve al llegar a la escotilla.

—¿De qué? —Cargué las palabras con toda la insolencia que pude reunir. «Gorrión» no olvidaría a Tibaldo y Noé.

—La muerte compra un privilegio que todo el mundo busca ávidamente, especialmente los que dan demasiado valor a la vida. Ahora hay espacio para nuevas vidas a bordo. —Dejó que las palabras me hicieran efecto—. Todo hombre quiere ser padre y toda mujer quiere ser madre, está en los genes. —Sonrió cínicamente—. Puede que se te conceda la oportunidad de crear nueva vida, Gorrión.

—Apreciaría mucho esa oportunidad, señor —dije con rigidez y me fui. Sospechaba que en mi caso era tan estéril como Ofelia pensaba que lo era el Capitán... y que él lo sabía. Lo único que denotaba ese ofrecimiento es que había decidido tolerar a «Gorrión» un poco más de tiempo.

Volví a mi compartimento y encendí el atrezo para rodearme de libros y música suave. Agachadiza estaba trabajando y me alegraba estar solo.

Una tripulación, había dicho el Capitán, no
la
tripulación. Pensé en los dos cilindros vacíos que eran parte de la
Astron
y el «sueño» que había tenido en el que era un miembro de la quinta generación y la tripulación era tres veces mayor. Con el paso de las generaciones, el Capitán había desmantelado lentamente la nave. Ahora me percataba de que también había estado desmantelando la tripulación. La nave no era un entorno autocontenido por completo; había una pérdida lenta pero gradual de todo lo importante para mantener la vida a bordo. Cada generación sería más y más pequeña, hasta que no quedara nadie para volver al antiguo reino de España. Pero eso no le importaba al Capitán.

Entonces fue cuando me uní finalmente al motín.

24

A
l cabo de una semana, el sistema Aquinas quedaba muy lejos; observábamos preocupados las constelaciones que rotaban lentamente en el cielo. Ahora no había nada excepto negrura delante de la
Astron
, mientras el polvo de diamantes resplandecientes se desplazaba a los lados y a nuestra espalda. Nos aventurábamos en la Oscuridad y ninguno de nosotros sabía cuántas generaciones nos llevaría atravesarla... si es que podíamos.

Sabía que estaba siendo observado, y no en mi papel de icono para la tripulación. Desafortunadamente, todo el que conocía que estaba implicado en el motín también estaba siendo vigilado. El Capitán sabía que Ofelia estaba implicada, lo que no me sorprendía, pero también sabía lo de Agachadiza. Cuervo, Gavia y... ¿quién más? Pensé en el compartimento «seguro» y me pregunté si el monitor de vigilancia habría sido reparado, luego decidí que no era el caso. Las piezas de repuesto escaseaban y eran tan antiguas que la mayoría se estropeaban a la primera oportunidad.

Pero el Capitán no necesitaba monitores siempre que tuviera informadores. Supuse que había muchos de ellos y que los posibles amotinados habían sido demasiado ingenuos a la hora de abordar y reclutar a la tripulación.

Era más fácil reunirme con Cuervo y los demás de lo que creía. Cuando estábamos a solas, intercambiábamos una mirada o un asentimiento y murmurábamos una hora, y media docena de turnos después de cambiar de rumbo estábamos sentados alrededor de un fuego imaginario escuchando los aullidos de lobos imaginarios.

No asegurábamos la escotilla, hubiera sido demasiado obvio y no era necesario. La pantalla de intimidad ahogaba la mayor parte del sonido así como la luz. Pero una vez dentro y a salvo, nos sentábamos calentándonos ante las llamas simuladas y mirándonos entre nosotros en silencio. Me pregunté por qué suponía que
ninguno
de ellos eran informadores. Después de todo, el Capitán tendría sus recompensas además de sus castigos. Pero Cuervo y Gavia eran mis mejores amigos y Ofelia podía haber hecho que destruyeran mis recuerdos hacía mucho...

Nos quedamos sentados durante largo rato, cada uno de nosotros especulando en silencio, y decidí exponer mis sentimientos.

Ofelia me ganó por la mano.

—Operamos en células —dijo al fin—. Sólo una persona en cada célula conoce el nombre de un miembro de otra célula. El Capitán sabe que estoy implicada, pero no creo que sospeche cuánta gente hay en realidad.

Estaban más organizados de lo que creía pero estaba seguro de que Ofelia estaba siendo ingenua, que el Capitán sospechaba de otros.

Entonces recordé cuando habían intentado reclutarme.

—Me pusisteis en peligro —acusé.

Ofelia se encogió de hombros.

—Eras un miembro antes; Kusaka esperaba que te abordáramos. Y queríamos que conocieras los argumentos para que los comprobaras por ti mismo. Idolatrabas a Kusaka y sabíamos que al principio te negarías... y que tu rechazo te salvaría más adelante.

—¿Y si lo averigua ahora?

—Nosotros perderemos nuestras vidas y tú tus recuerdos.

El fingimiento había desaparecido por completo al final. Agachadiza calmó mis miedos sin que yo hablara.

—Sólo unos pocos de nosotros sabemos que eres consciente de quién eres en realidad. Los aquí presentes, Julda y Abel.

—¿Me lees la mente? —pregunté con sarcasmo.

—Era obvio lo que estabas pensando.

Podía sentir el sudor que comenzaba a acumulárseme en la parte baja de la espalda. Había demasiada gente que lo sabía y las probabilidades se decantaban a favor de que no pasaría mucho tiempo antes de que el Capitán también lo supiera.

—¿Qué hacéis con los informadores? —Los amotinados no podían usar la fuerza en absoluto para protegerse, lo que significaba que los informadores no tenían nada que temer de ellos.

Cuervo se rió.

—No hay ninguno... no de verdad. Sabemos quiénes son los hombres del Capitán y les damos información falsa, o les damos información verdadera que no es lo suficientemente importante para que el Capitán actúe.

—Bien que actuó con Noé y Tibaldo —dije con amargura.

—Acabábamos de oír que íbamos a la Oscuridad y había descontento entr la tripulación. Sabíamos que el Capitán haría algo.

Pero no habían previsto que el Capitán condenaría a Tibaldo y a Noé. El intento de asesinato fue una coincidencia, una distracción que ocurrió al mismo tiempo. ¿O no? Sospechaba que Zorzal, Garza y los amotinados estaban conectados, aunque nadie se hubiera percatado de ello hasta ahora.

—¿Conocéis a todos los hombres del Capitán? —pregunté mostrando mis dudas.

Ofelia asintió.

—A todos ellos. Podemos sentir quién es uno de nosotros y quién no.

Ofelia era muy valiente y muy decidida y Hamlet debió amarla por esas mismas cualidades. Pero yo era más cauto de lo que él había sido y el exceso de confianza me irritaba.

—Subestimáis al Capitán —gruñí—. Descubrirá quiénes son todos los amotinados y les cortará la cabeza uno a uno. La estructura de células lo retrasará, pero más tarde o más temprano habrá informadores. Y cometeréis errores al reclutar a la gente equivocada.

Agachadiza negó con la cabeza.

—Ofelia tiene razón, Gorrión. Sabemos en quién podemos confiar.

Todos me estaban mirando cuando dijo esas palabras, asintiendo, y sentí que se me erizaban los pelos de la cabeza. Otro misterio del que Julda no había creído importante ponerme al tanto.

—Queréis tomar la nave y regresar —dije, haciendo el papel de abogado del demonio—. Pero no podéis dirigir la nave sin el Capitán. El ordenador sólo recibe órdenes de él. Eso me lo contasteis.

Cuervo parecía engreído por algo que sabía y yo no.

—Es cierto, no podemos dirigir la nave sin él. Pero él tampoco puede dirigirla sin nosotros.

No estaba muy seguro de eso.

—¿Cuántos hay en el bando del Capitán?

Todos miraron a Gavia, que aparentemente llevaba el registro de esas cosas.

—Es una división del sesenta cuarenta. Hay más a favor de regresar que de continuar con el Capitán.

—No puedes obligar al Capitán a acceder —dije, disgustado por una vez por la inocencia de otra persona—. Todo lo que tiene que hacer es criar una nueva tripulación. El tiempo está de su parte. Vuestro motín no será nada más que un rumor dentro de una o dos generaciones.

Se quedaron en silencio, pero ninguno de ellos parecía preocupado.

—Éste no ha sido el único motín —dijo finalmente Ofelia—. Durante las primeras generaciones hubo otro. La tripulación debía creer que era posible ganar... de otro modo jamás lo hubieran intentado.

Sin que lo dijeran, sabía que dependían de mí. Recordé a Noé contándome que la clave para el éxito de su motín estaba encerrada en mis recuerdos. Había dos personas que debieron conocer de primera mano ese motín original: el Capitán, que lo recordaba todo. Y yo, que no recordaba nada.

—No nos lo has dicho —dijo Cuervo. Durante un momento me había quedado absorto en mis pensamientos.

—¿Dicho el qué?

—Si estás con nosotros o no.

—¿No podéis sentirlo? —dije sarcásticamente?—. ¿Por qué si no estaría aquí? —Mi repentino estallido de ira quedó ahogado por una terrible sensación de pérdida. Ofelia tenía razón, había idolatrado al Capitán, y es difícil abandonar los ídolos de uno. Si no para otra cosa, al menos son una protección contra la realidad. Desafortunadamente, la realidad era algo que ya no podía esquivar más.

Se me acababa el tiempo si sabía sin duda alguna que mi vida como Gorrión se estaba acercando a su final y que apresuraba ese final al unirme a ellos. Tarde o temprano, el Capitán averiguaría que había un nuevo recluta en las filas de los amotinados.

Mi único consuelo es que Hamlet hubiera estado orgulloso de mí.

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