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Authors: Nicole Krauss

Tags: #Romántico

La historia del amor (30 page)

Hoy ha sucedido una cosa terrible. El señor Goldstein se ha puesto muy enfermo y se ha desmayado y no lo han encontrado hasta tres horas después y ahora está en el hospital. Cuando mamá me lo dijo me encerré en el cuarto de baño y pedí a D--s que por favor haga que el señor Goldstein se ponga bien.

Cuando estaba casi cien por cien seguro de que era un
lamed vovnik
pensaba que D--s podía oírme. Pero ya no estoy seguro. Y entonces tuve una idea horrible, que es que quizá el señor Goldstein se puso enfermo porque yo lo he decepcionado. De pronto me sentí muy, muy triste. Cerré los ojos con fuerza para que no pudieran escaparse lágrimas y traté de pensar en lo que puedo hacer. Entonces tuve una idea. Si hago una buena obra para ayudar a alguien y no lo digo a nadie quizá el señor Goldstein se ponga bien y yo sea un
lamed vovnik
de verdad.

A veces si necesito saber algo lo pregunto a D--s. Por ejemplo digo Si quieres que robe otros 50 dólares del bolso de mamá para comprar un billete para Israel aunque robar está mal haz que mañana vea tres Escarabajos azules seguidos, y si veo tres Escarabajos azules seguidos sabré que la respuesta es sí.

Pero esta vez sabía que no podía pedir ayuda a D--s y tenía que descubrirlo solo. Así que traté de pensar en alguien que necesitara ayuda y enseguida encontré la respuesta.

La última vez que te vi

Yo estaba en la cama, soñando un sueño que tenía lugar en la antigua Yugoslavia, o quizá Bratislava, aunque también podía ser Bielorrusia. Cuanto más lo pienso menos me aclaro. «¡Despierta!», gritaba Bruno. O es de suponer que gritaba, antes de echar mano del recurso de vaciarme la jarra del agua en la cara. Quizá quiso vengarse de cuando le salvé la vida. Levantó la ropa de la cama. Siento mucho lo que viera debajo. Y sin embargo. Es matemático. Cada mañana se me pone firmes como el recluta que espera órdenes.

—¡Mira! —gritaba Bruno—. En esta revista hablan de ti.

Yo no estaba de humor para bromas. Si se me deja en paz, me despierto tranquilamente, con un buen pedo. De modo que tiré al suelo la almohada mojada y hundí la cabeza en las sábanas. Bruno me dio con la revista en la cabeza.

—Levanta y mira —dijo.

Yo hice el papel de sordomudo, que he perfeccionado con los años. Oí los pasos de Bruno que se alejaban. Estrépito en el armario del recibidor. Yo me preparé para resistir. Una detonación y un chisporroteo.

—¡¡Hablan de ti en una revista!! —dijo Bruno por el megáfono que había conseguido desenterrar de mis pertenencias. A pesar de que yo estaba debajo de las sábanas, consiguió localizar mi oído—. ¡¡Repito!! —bramó—. ¡¡Tú sales en una revista!!

Aparté las sábanas y le arranqué el megáfono de los labios.

—¿Desde cuándo eres tan imbécil? —dije.

—¿Y tú? —dijo Bruno.

—Mira, Gimpel. Ahora cerraré los ojos y contaré hasta diez —le dije—. Cuando los abra quiero que te hayas ido.

Bruno pareció dolido.

—No hablas en serio —dijo.

—Completamente en serio —dije y cerré los ojos—. Uno dos.

—Di que no hablas en serio.

Con los ojos cerrados, recordé la primera vez que había visto a Bruno. Daba puntapiés a una pelota levantando polvo. Era un chico flaco y pelirrojo, recién llegado a Slonim con su familia. Me acerqué. Él levantó la mirada y me inspeccionó. Sin decir palabra, me chutó la pelota. Yo se la chuté a él.

—Tres, cuatro, cinco —dije. Sentí caer en mis rodillas la revista, abierta, y oí alejarse por el pasillo los pasos de Bruno. Se detuvieron un momento. Yo traté de imaginarme la vida sin él. Parecía imposible. Y sin embargo—. ¡Siete! —grité—. ¡Ocho! —Al nueve oí cerrarse la puerta de entrada—. Diez —dije a nadie en particular. Abrí los ojos y bajé la mirada.

Allí, en una página de la única revista a la que estoy suscrito, vi mi nombre.

Pensé: ¡Qué coincidencia, otro Leo Gursky! Naturalmente, me impresionó, a pesar de que tenía que ser otro. No es un nombre tan raro. Y sin embargo. Tampoco es muy corriente.

Leí una frase. Y no tuve que leer más para comprender que no podía ser otro. Lo supe porque aquella frase la había escrito yo. En mi libro, la novela de mi vida. El libro que empecé a escribir después del ataque de corazón y que aquella mañana, después de la clase de dibujo, envié a Isaac. Cuyo nombre, ahora lo veía, estaba impreso en grandes letras en lo alto de la página. «
Palabras para todas las cosas
», rezaba el título que yo había elegido por fin, y debajo: «Isaac Moritz».

Miré el techo.

Bajé la mirada. Como ya he dicho, algunos pasajes los sé de memoria. Y la frase que sabía de memoria seguía allí. Y otras cien que también sabía de memoria, un poco retocadas aquí y allá de un modo que resultaba una pizca cargante. El comentario decía que Isaac había muerto aquel mes y que el fragmento publicado pertenecía a su último manuscrito.

Me levanté y saqué la guía telefónica de debajo de
Citas célebres
e
Historia de la ciencia
con los que se ilustra Bruno cuando se sienta a la mesa de mi cocina. Encontré el número de la revista.

—¿Oiga? —dije a la centralita—. Con la sección de narrativa, por favor.

Sonó tres veces.

—Sección de narrativa —dijo un hombre. Sonaba a joven.

—¿De dónde han sacado esa narración? —pregunté.

—¿Cómo dice?

—¿De dónde han sacado esa novela?

—¿Qué novela, caballero?


Palabras para todas las cosas
.

—Es de Isaac Moritz —dijo.

—Ja, ja —dije yo.

—¿Disculpe?

—No lo es.

—Sí lo es.

—No.

—Le aseguro que sí.

—Y yo le aseguro que no.

—Sí, señor. Lo es.

—Vale —dije—, lo es.

—¿Con quién hablo, por favor? —preguntó.

—Con Leo Gursky —le respondí.

Un silencio tenso. Cuando volvió a hablar, ya no tenía la voz tan firme.

—¿Es una broma?

—De broma nada —dije.

—Es el nombre del protagonista de la novela.

—Justo.

—Tendré que consultar con el departamento de comprobación de datos —dijo—. Normalmente, si existe una persona con el mismo nombre, nos informan.

—¡Sorpresa! —exclamé.

—No se retire, por favor.

Colgué.

Una persona tiene, a lo sumo, dos o tres ideas buenas en su vida. Y una de las mías estaba en las páginas de aquella revista. Volví a leerlo. De vez en cuando, me reía de mi propio ingenio. Y sin embargo. Eran más las veces que hacía una mueca.

Volví a marcar el número de la revista y a preguntar por el departamento de narrativa.

—¿Adivina quién soy? —pregunté.

—Leo Gursky —dijo el hombre. Percibí miedo en su voz.

—Bingo —dije, y añadí—: Ese… digamos libro…

—¿Sí?

—¿Cuándo saldrá?

—No se retire, por favor —dijo él.

No me retiré.

—En enero —dijo al volver.

—¡Enero! —exclamé—. ¡Tan pronto! —El calendario de la pared decía que estábamos a 17 de octubre. Sin poder evitarlo, pregunté—: ¿Es bueno?

—Dicen que uno de los mejores que escribió.

—¡Uno de los mejores! —La voz me subió una octava y se me cascó.

—Sí, señor.

—Me gustaría que me enviaran unas pruebas de imprenta —dije—. Quizá no viva hasta enero.

Silenció al otro extremo.

—Bien —dijo al fin el chico—. Veré si puedo conseguirlas. ¿Cuál es su dirección?

—La misma que la del Leo Gursky de la novela —dije, y colgué. Pobre muchacho. Podía pasar años tratando de descifrar el misterio.

Pero también yo tenía mi propio misterio que resolver. Es decir, si habían encontrado mi manuscrito en su casa y lo habían tomado por suyo, ¿no significaba eso que él lo había leído o, por lo menos, había empezado a leerlo antes de morir? Porque eso lo cambiaría todo. Significaría…

Y sin embargo.

Me paseaba por el apartamento, al menos todo lo que era posible pasearse con una raqueta de bádminton aquí, un montón de
National Geographics
allá y unas bolas de petanca, juego que desconozco por completo, diseminadas por el suelo de la sala.

Era muy sencillo: si él había leído mi libro, sabía la verdad.

Yo era su padre.

Él era mi hijo.

Y entonces se me ocurrió que era posible que hubiera habido un breve lapso de tiempo en el que Isaac y yo habíamos coincidido en la vida sabiendo cada uno de la existencia del otro.

Fui al baño, me lavé la cara con agua fría y bajé a buscar el correo. Pensaba que aún podía haber una carta que mi hijo me enviara poco antes de morir.

Metí la llave y la hice girar.

Y sin embargo. Un montón de propaganda, la
Guía TV
, un catálogo de Bloomingdale's y una carta de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Naturaleza que, desde que les mandé diez dólares en 1979, no se olvidan de mí. Me lo llevé todo a casa para tirarlo a la basura. Tenía el pie en el pedal del cubo cuando lo vi: un sobre pequeño con mi nombre escrito a máquina. El setenta y cinco por ciento de mi corazón que aún vive se disparó. Rasgué el sobre. Dentro había una carta que ponía:

«Querido Leopold Gursky: El sábado a las 4 lo espero en los bancos que hay frente a la entrada del zoo de Central Park. Creo que ya sabe quién soy».

Loco de emoción, grité: «¡Lo sé!» «Suya afectísima», decía.

Mía afectísima, pensé.

«Alma».

En aquel momento, supe que me había llegado la hora. Lo supe por cómo crujía el papel, tanto me temblaban las manos. Se me doblaban las rodillas.

Sentí vértigo. De modo que así es como te envían al ángel. Con el nombre de la muchacha a la que has querido siempre.

Golpeé el radiador para llamar a Bruno. No hubo respuesta, ni tampoco al cabo de un minuto, ni de dos, por más que yo golpeaba y golpeaba, tres golpes para ¿
aún vives
? dos para

y uno para
no
. Yo escuchaba, pero no hubo respuesta. Quizá no debí llamarle idiota, porque ahora, cuando más lo necesitaba, no tenía a nadie.

¿Haría eso un
lamed vovnik
?

5 de octubre

Esta mañana me colé en el cuarto de Alma mientras ella estaba en la ducha y saqué de su mochila el tercer tomo de
Cómo sobrevivir en la naturaleza
. Luego volví a la cama y lo escondí debajo de la ropa. Entonces entra mamá y le digo que no me encuentro bien. Ella me toca la frente y pregunta ¿Qué te duele? y yo le contesto Me parece que amigdalitis, y ella dice Debe de rondarte algo, y yo digo Es que tengo que ir a la escuela, y ella dice No pasa nada si faltas un día, y yo digo Vale. Luego me trajo manzanilla con miel y yo me la bebí con los ojos cerrados para que viera lo enfermo que estaba. Oí que Alma se iba al colegio y mamá subió a trabajar. Cuando oí crujir la silla saqué
Cómo sobrevivir en la naturaleza
, tercer tomo, y me puse a leer para ver si me enteraba de a quién busca Alma.

La mayoría de las páginas están llenas de información por ejemplo de cómo hacer un lecho de piedras calientes, o un cobertizo, o cómo hacer potable el agua, aunque no lo he entendido porque nunca he visto agua que no pueda echarse en un recipiente. (Excepto quizá el hielo.) Ya empezaba a pensar que no iba a descubrir nada del misterio cuando llegué a una página que decía «Cómo sobrevivir si no se te abre el paracaídas». Había que hacer diez cosas, pero ninguna tenía sentido. Por ejemplo si estás cayendo por el aire y no se te abre el paracaídas me parece que no servirá de nada tener un jardinero cojo. También hablaba de buscar una piedra pero por qué iba a haber piedras a no ser que alguien estuviera arrojándotelas o las llevaras en el bolsillo algo que no haría una persona normal. El último paso era sólo un nombre que era Alma Mereminski.

Pensé que Alma estaba enamorada de un señor Mereminski y quería casarse con él. Pero en la otra página decía «Alma Mereminski = Alma Moritz» y pensé que Alma estaba enamorada del señor Mereminski y también del señor Moritz. Y al volver la hoja arriba de todo leo «Las cosas que echo de menos de M» y había una lista de quince cosas y la primera era «Su manera de sostener las cosas». No entiendo que se pueda echar de menos la manera en que alguien sostiene las cosas.

He tratado de pensar pero era difícil. Si Alma está enamorada del señor Mereminski o del señor Moritz, ¿cómo es que nunca he visto a ninguno de los dos y por qué nunca la llaman como hacen Herman y Misha? Y si está enamorada del señor Mereminski o del señor Moritz, ¿por qué lo echa de menos a él?

El resto del cuaderno está en blanco.

La única persona a la que yo echo de menos es papá. A veces tengo celos de Alma porque ella conoció a papá más tiempo que yo y puede recordar muchas cosas de él. Pero lo raro es que cuando el año pasado leí el segundo tomo de su cuaderno vi que decía «estoy triste porque en realidad no llegué a conocer a papá».

Yo estaba pensando por qué ella habría escrito esto cuando de repente tuve una idea extraña. ¿Y si mamá hubiera estado enamorada de otro que se llamaba señor Mereminski o señor Moritz y el padre de Alma era
él
? ¿Y si Alma no llegó a conocerlo porque él se murió o se marchó lejos? Y después mamá conoció a David Singer y me tuvo a mí. Y entonces murió
él
y por eso mamá está triste.

Eso explicaría por qué ella escribió «Alma Mereminski» y «Alma Moritz» y no «Alma Singer». ¡Quizá estaba buscando a su verdadero padre!

Oí que mamá se levantaba de la silla y me hice el dormido que me sale muy bien porque lo he ensayado cien veces delante del espejo. Mamá entró y se sentó en el borde de la cama y estuvo mucho rato sin decir nada. Pero de repente tuve ganas de estornudar, y abrí los ojos y estornudé y mamá dijo Pobrecito. Entonces hice algo muy arriesgado. Con mi mejor voz de sueño pregunté Mamá ¿tú quisiste a alguien antes de papá? Yo estaba casi un cien por cien seguro de que diría que no. Pero puso una cara rara y dijo Supongo, ¡sí! Y yo le pregunté ¿Ha muerto? y ella se rió y dijo ¡No! Yo estaba como loco por dentro pero no quería que sospechara y fingí que volvía a dormirme.

Ahora me parece que ya sé a quién busca Alma. También sé que si soy un
lamed vovnik
auténtico podré ayudarla.

6 de octubre

Me he hecho el enfermo por segundo día para poder quedarme en casa y también para no tener que ver al doctor Vishnubakat. Cuando mamá subió a trabajar puse la alarma de mi reloj de pulsera y cada diez minutos tosía cinco segundos. Al cabo de media hora me levanté de la cama sin hacer ruido para buscar más pistas en la mochila de Alma. No vi nada aparte de las cosas de siempre como el botiquín y el cuchillo del ejército suizo, pero al sacar el jersey encontré unos papeles que estaban envueltos en él. Enseguida vi que eran del libro que está traduciendo mamá que se titula
La historia del amor
porque siempre está tirando borradores a la papelera y he visto cómo son. También sé que Alma sólo guarda en la mochila cosas muy importantes que podría necesitar en una emergencia y traté de adivinar por qué
La historia del amor
es tan importante para ella.

Entonces me acordé de algo que siempre dice mamá de que papá le regaló
La historia del amor
. Pero ¿y si se refiere al padre de Alma y no al mío? ¿Y si el libro revela el secreto de quién era?

Mamá bajaba y yo tuve que meterme corriendo en el cuarto de baño y fingir durante dieciocho minutos que estaba estreñido para que no desconfiara.

Cuando salí ella me dio el número del señor Goldstein en el hospital y dijo que si quería podía llamarlo. Él tenía la voz cansada y cuando le pregunté cómo se encontraba me dijo De noche todas las vacas son negras. Yo quería contarle la buena obra que voy a hacer, pero sé que no se puede, ni siquiera a él.

Volví a la cama y me puse a tratar de adivinar por qué tiene que ser un secreto quién es el verdadero padre de Alma. La única explicación que se me ha ocurrido es que a lo mejor es un espía como esa rubia de la película favorita de Alma, que trabaja para el FBI y no puede revelar su verdadera identidad a Roger Thornhill a pesar de que está enamorada de él. Quizá el verdadero padre de Alma tampoco podía revelar su verdadera identidad, ni siquiera a mamá.

¡Quizá por eso tenía dos nombres! ¡O más de dos! Sentí envidia porque mi papá no era un espía pero enseguida se me pasó al recordar que yo puedo ser un
lamed vovnik
que es mejor que un espía.

Mamá entró a verme. Me dijo que salía y que estaría fuera una hora y que si me importaba quedarme solo. Cuando oí cerrarse la puerta y girar la llave en la cerradura fui al cuarto de baño a hablar con D--s. Luego fui a la cocina a hacerme un bocadillo de mantequilla de cacahuete y jalea. Entonces sonó el teléfono. Yo no creí que fuera algo especial pero cuando contesté el del otro lado dijo Hola aquí Bernard Moritz, ¿podría hablar con Alma Singer?

Y así fue como descubrí que D--s puede oírme.

El corazón se me disparó. Tenía que pensar deprisa. Dije Ella ahora no está pero puedo darle el recado. Él dijo Es una larga historia. Entonces yo dije Puedo darle un recado largo.

Él dijo Encontré la nota que dejó en la puerta de la casa de mi hermano.

Debió de ser hace una semana, cuando él estaba en el hospital. Decía que sabía quién era y que necesitaba hablar con él de
La historia del amor
. Dejó este número.

Yo no le dije ¡Lo sabía! ni ¿Está usted enterado de que él era espía? Me quedé callado para no decir lo que no debía.

Pero entonces el hombre dijo De todos modos mi hermano ha muerto, llevaba enfermo mucho tiempo y yo no hubiera llamado de no ser porque antes de morir me dijo que había encontrado unas cartas en un cajón de nuestra madre.

Como yo no decía nada él siguió hablando.

Decía Cuando leyó las cartas pensó que el hombre que era su verdadero padre había escrito un libro titulado
La historia del amor
. Yo no lo creí hasta que encontré la nota de Alma. Mencionaba el libro y ¿sabe usted? mi madre también se llamaba Alma. Pensé que debía hablar con ella, o por lo menos decirle que Isaac ha muerto, para que no se extrañe.

Entonces volví a hacerme un lío porque pensé que este señor Moritz era el padre de Alma. La única explicación era que el padre de Alma tenía muchos hijos que no lo conocían. Quizá el hermano de este hombre era uno de ellos y Alma era otro, y los dos buscaban a su padre al mismo tiempo.

Pregunté ¿Dice que él creía que su verdadero padre era el autor de
La historia del amor
?

El hombre del teléfono dijo Sí.

Y yo dije ¿Pensaba él que su padre se llamaba Zvi Litvinoff?

Ahora el que pareció confuso fue él. Dijo No él pensaba que era Leopold Gursky.

Procuré que mi voz sonara tranquila al decirle ¿Cómo se escribe? Y él dijo G-u-r-s-k-y. ¿Por qué pensaba su hermano que su padre se llamaba Leopold Gursky? le pregunté. Y él respondió Porque él era quien enviaba a nuestra madre cartas con fragmentos del libro que estaba escribiendo titulado
La historia del amor
.

Yo me sentía como loco por dentro porque aunque no lo comprendía todo me parecía que estaba a punto de resolver el misterio del padre de Alma, y que si lo resolvía estaría haciendo algo útil y si hacía algo útil en secreto aún podría ser un
lamed vovnik
, y todo iría bien.

Entonces el hombre dijo Me parece que valdría más que hablara con Alma Singer directamente. Para que no desconfiara le dije que le daría el recado y colgué.

Me senté a la mesa de la cocina para pensar en todas estas cosas. Ahora sabía que cuando mamá decía que papá le había regalado
La historia del amor
quería decir que se lo había dado el padre de Alma que era el que lo había escrito.

Cerré los ojos y me pregunté Si soy un
lamed vovnik
¿cómo puedo encontrar al padre de Alma que se llamaba Leopold Gursky y también Zvi Litvinoff y señor Mereminski y señor Moritz?

Abrí los ojos y miré fijamente el bloc en el que había escrito G-u-r-s-k-y.

Luego miré la guía de teléfonos que está encima del frigorífico. Arrimé la escalera de mano y me subí. Había mucho polvo en la tapa y la limpié y miré en la G. En realidad creía que no lo encontraría. Leí «Gurland, John». Reseguí con el dedo los nombres, «Gurol, Gurov, Gurovich, Gurrera, Gurrin, Gurshon» y después de «Gurshumov» lo vi. «Gursky, Leopold». Estaba allí desde siempre.

Anoté el teléfono y la dirección, calle Grand, 504, cerré la guía y guardé la escalera.

7 de octubre

Hoy es sábado y no he tenido que volver a hacerme el enfermo. Alma se levantó temprano y dijo que se iba, y cuando mamá me preguntó cómo me encontraba le contesté Mucho mejor. Entonces me preguntó si quería que hiciéramos algo los dos juntos como ir al zoo, porque el doctor Vishnubakat dijo que sería bueno que hiciéramos más cosas juntos como una familia. Aunque me hubiera gustado ir sabía que tenía otras cosas que hacer. Así que le dije A lo mejor mañana. Luego subí a su estudio, encendí el ordenador e imprimí
La historia del amor
. Lo metí en un sobre marrón y encima escribí «Para Leopold Gursky». Dije a mamá que salía a jugar un rato, y ella preguntó ¿A jugar adónde? y le dije que a casa de Louis, a pesar de que ya no somos amigos. Luego saqué cien dólares del dinero de la limo-nada y me los metí en el bolsillo. Escondí el sobre debajo de la chaqueta y salí. No sabía dónde estaba la calle Grand, pero tengo casi doce años y estaba seguro de que la encontraría.

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