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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (30 page)

Montcalm inició vigorosas acciones en la frontera de Nueva York, tomando y destruyendo las fortificaciones de Oswego, en la costa meridional del lago Ontario, el 14 de agosto de 1756, y despojando a los británicos de su puesto en los Grandes Lagos.

Un año más tarde, el 9 de agosto de 1757, puso sitio a Fort William Henry y lo obligó a rendirse, adueñándose de un gran almacén de suministros y material bélico, y eliminando los efectos de la victoria de Johnson en el lago George. Garantizó la seguridad de la guarnición y convino en permitirles retirarse con honores de guerra, pero no pudo impedir que sus aliados indios atacasen y matasen a muchos de ellos. (Estos sucesos están en el centro de la acción en la famosa novela de James Fenimore Cooper
El último de los mohicanos
).

En cuanto a Loudon, trató de atacar Louisbourg. Disponía de seis mil soldados regulares británicos y, el 13 de julio dé 1757, llegó a Halifax, donde recibió el refuerzo de 6.000 hombres más y once barcos. Pero, pese a todo, tuvo que hacer frente a nuevos refuerzos franceses, al dañino efecto de condiciones atmosféricas adversas y al fracaso de diversas legislaturas coloniales en proporcionarle un vigoroso apoyo. Decidió que no era suficientemente fuerte para la tarea y retornó a Nueva York sin haber hecho nada. Fue un fiasco más.

Ya habían transcurrido tres años desde que Jorge Washington iniciase la guerra contra franceses e indios durante su expedición contra Fort Duquesne, y el balance era de casi constantes derrotas británicas.

Pero ahora se estaban produciendo cambios en Gran Bretaña, donde también estaba aumentando el descontento por los reveses en América del Norte y en otras partes. Jorge II, con su padre, estaba mucho más interesado en el electorado de bolsillo de Hannover, en Alemania, que en Gran Bretaña. Así, dedicó su atención a Europa, mientras descuidó el vasto imperio marítimo británico, que aun así estaba creciendo en América del Norte y la India.

Se oponía a su actitud un grupo de políticos que se llamaban a sí mismos «patriotas» y que deseaban que se diese primacía a los intereses británicos de ultramar. Pretendían construir un imperio, y no luchar por unas pocas aldeas de Europa,

El principal de los políticos que se oponía a la política hannoveriana era William Pitt. Entró al Parlamento en 1735, cuando sólo tenía veintitrés años, y de inmediato se unió al partido de Federico Luis, el príncipe de Gales. (Entre los príncipes hannoverianos de Gran Bretaña, era tradicional que el rey y el príncipe de Gales se odiasen y luchasen enconadamente entre sí).

Durante los años que estuvo en el Parlamento, Pitt demostró ser (pese a estar constantemente enfermo, de gota en particular) una persona excepcional, por sus grandes facultades oratorias y su capacidad para granjearse el apoyo de la opinión pública. Pero Jorge II no podía soportar a Pitt, por sus encarnizados ataques a la política hannoveriana. Por ello, el rey mantuvo a Pitt fuera del gobierno todo lo que pudo, pese a que era cada vez más popular en todo el país (no sólo por sus ideas, sino también por su honestidad, pues siguió siendo un hombre pobre, cuando todos a su alrededor aceptaban sobornos como algo natural).

Pero los desastres de 1755 y 1756 llevaron a Pitt a primer plano. Ya no podía ignorarse la exigencia popular, y la confianza de Pitt en sí mismo era tal que decía «sé que puedo salvar al país y que nadie más puede hacerlo». (Pitt fue, en efecto, una especie de Winston Churchill del siglo XVIII).

En noviembre de 1756, formó parte del gabinete y, aunque el rey logró expulsarlo, pronto estuvo de vuelta. En junio de 1757, se formó un nuevo gabinete encabezado por el duque de Newcastle, y Pitt, como ministro de Guerra, fue su corazón y su alma. Tuvo en sus manos todo el control de la guerra; infundió nuevo vigor a la política británica, se concentró con todas sus fuerzas en los asuntos de ultramar y buscó en las fuerzas armadas jefes capaces. En cuanto a Europa, no emprendió ninguna acción directa allí, ni tuvo necesidad de hacerlo. Simplemente, dio a Federico II gran cantidad de dinero y dejó que éste llevase adelante la lucha, cosa que hizo notablemente bien.

El 30 de diciembre de 1757, Pitt llamó a Loudon y lo sacó de Norteamérica. Envió grandes contingentes de soldados regulares británicos a América y empezó a utilizar con eficacia a los colonos. Les pagó con dinero del tesoro británico y reconoció los grados de sus oficiales. Un viento nuevo y fresco sopló por el continente.

En 1758, se planeó una ofensiva en tres frentes contra los franceses. Los británicos y los colonos empezaron a preparar expediciones contra Louisbourg, contra Fort Ticonderoga, en el lago Champlain, y contra Fort Duquesne, donde habían sido aplastadas las fuerzas de Braddock. Pitt proporcionó cantidad de hombres y suministros a los tres frentes y no admitió ningún retraso.

En cierto modo, la ofensiva terrestre contra Fort Ticonderoga era la más importante, pues el éxito allí abriría directamente el camino al corazón de Nueva Francia. Pero aquí Pitt trabajaba con un vestigio del pasado, el general de división James Abercrombie, quien había sido el segundo jefe de Loudon y automáticamente asumió el cargo de comandante en jefe cuando éste fue relevado del mando.

Abercrombie era un hombre pesado, lento, que padecía de frecuentes indigestiones, y no actuó con diligencia. En parte, no era culpa suya, pues dependía de los milicianos coloniales en considerable medida, y éstos eran lentos para reunirse. Pero, una vez reunidos, demostraron ser valiosos. Lo era, en particular, una compañía de aguerridos exploradores (los «Roger's Rangers») que había sido organizada en 1756 por Robert Rogers, de New Hampshire. Abercrombie promovió a Rogers al grado de comandante.

Con Abercrombie estaba también el general de brigada lord Augustus Howe, quien sabía cómo tratar a los colonos, había luchado con los
Roger's Rangers
y fue el verdadero cerebro de la expedición.

Abercrombie finalmente se puso en marcha, a comienzos de julio de 1758, y casi inmediatamente se produjo un desastre. Un contingente que efectuaba una exploración tuvo una escaramuza con el enemigo, el 6 de Julio, y lord Howe fue muerto. Abercrombie quedó sin más guía que su indigestión.

El 8 de julio Abercrombie estaba en Ticonderoga con 16.000 hombres. Frente a él estaba Montcalm con sólo 4.000. (Montcalm pudo estar allí sólo porque había logrado de algún modo tratar con los iroqueses y engatusarlos para que permanecieran neutrales). Abercrombie podía fácilmente haber rodeado a Ticonderoga y obligado a rendirse por hambre, pero sus exploradores dijeron que los franceses esperaban refuerzos. Por ello, Abercrombie se apresuró a atacar antes de que llegasen.

Hasta aquí todo iba bien. No era una mala idea, pero el ataque debía ser realizado con inteligencia. Sin Howe que lo guiase, a Abercrombie no se le ocurrió nada mejor que ordenar a sus hombres que avanzasen ciegamente. No esperó a montar su artillería ni prestó suficiente atención al hecho de que los franceses estaban atrincherados detrás de troncos de árboles, como lo habían estado los británicos en Crown Point.

Abercrombie dispuso un inútil y sangriento ataque frontal en siete asaltos separados, antes de que su oscura mente se percatase del desastre. Retrocedió con casi dos mil bajas, mientras que los franceses sólo habían tenido cuatrocientas. Fue peor que la derrota de Braddock.

Esto quebró el ánimo de Abercrombie, que no hizo ningún nuevo intento. William Pitt, furioso, tampoco le permitió hacer nada, después de que le llegaron las noticias. Abercrombie fue relevado del mando el 18 de septiembre.

Pero la batalla de Ticonderoga fue la última victoria francesa. Mientras se libraba, Louisbourg estaba bajo un severo asedio.

El 8 de junio de 1758 nueve mil soldados regulares británicos y 500 colonos, transportados en 157 barcos de guerra y de transporte, llegaron a Louisbourg. La expedición estaba bajo el mando del coronel Jeffery Amherst, quien se había distinguido en la batalla de Dettingen, en el oeste de Alemania, en 1743, cuando tropas británicas bajo el mando personal del rey Jorge II, derrotaron a los franceses. (Fue la última batalla en que un monarca estuvo al mando de las tropas en el campo de batalla). Pitt ascendió a Amherst a general de división antes de enviarlo a América.

El segundo jefe era un general de brigada de treinta y un años, James Wolfe, quien también había luchado en Dettingen. Wolfe era un excéntrico que, pese a una persistente mala salud y premoniciones de muerte prematura, había estado en el ejército desde los trece años y había dado amplias muestras de poseer un brillo bastante irregular. Pitt dirigió su atención a él por el excelente modo en que había organizado los ataques contra puertos de mar franceses el año anterior.

Wolfe era un excéntrico. En primer lugar, era abstemio en un tiempo en que los oficiales eran grandes bebedores como cosa natural. Tenía un amaneramiento afeminado y se comportaba de manera imprevisible. No quería saber nada de las pelucas formales que usaban los oficiales de la época, sino que exponía a la vista su llameante cabello rojizo, que llevaba largo y atado en una coleta.

Sus actitudes eran tan extrañas que, más tarde, avanzada la guerra, cuando se le confiaron grandes responsabilidades, el duque de Newcastle exclamó: «Pero, está loco, sire». A lo que Jorge II gruñó como respuesta: «¿Está loco? Entonces quisiera que mordiese a algunos de mis otros generales».

Wolfe, llevando sólo un bastón, mientras sus largos cabellos rojizos hacían de él un blanco inconfundible, dirigió personalmente la fuerza de desembarco al sudoeste del fuerte. Durante siete semanas, mientras se preparaba la ofensiva de Abercrombie y luego terminaba en un desastre, los británicos bombardearon el fuerte. Sus poderosas murallas, construidas para resistir a los bombardeos, permanecieron en pie; pero los cañones franceses fueron silenciados uno por uno, y mil de los defensores franceses, aislados por la flota británica, murieron uno a uno. El 26 de julio, no parecía haber esperanzas razonables de continuar la defensa, y Louisbourg se rindió. Las pérdidas británicas fueron sólo la mitad de las francesas. Louisbourg pronto fue destruido, y sólo sus ruinas sobreviven hasta hoy.

La caída de Louisbourg marcó el giro decisivo en la guerra y, en verdad, el giro decisivo de toda la guerra colonial entre Francia y Gran Bretaña. Compensó con creces el desastre de Ticonderoga, y la moral francesa se derrumbó. Dominando el mar los británicos, y con la flota británica controlando la desembocadura del San Lorenzo, los franceses de Norteamérica estaban prácticamente aislados. Que fuesen derrotados, ahora sólo era cuestión de tiempo, a menos que los británicos se las arreglasen para derrotarse a sí mismos.

Pero los británicos no iban a hacerlo. Con la conducción de Pitt, y su moral en vertical ascenso, no hicieron nada equivocado. Aun antes de que Abercrombie fuese relevado del mando, uno de sus subordinados, el teniente coronel John Bradstreet tomó tres mil hombres, se abrió camino hasta el lago Ontario, lo cruzó en una flotilla de pequeños botes y atacó Fort Frontenac (donde ahora está Kingston, Ontario). Bradstreet, a diferencia de Abercrombie, hizo un uso apropiado de su artillería y, después de dos días de bombardeo, el fuerte se rindió, el 27 de agosto.

Aun más al sur, el general de brigada John Forbes, con 700 hombres, repitió la marcha de Braddock y la llevó a término con mayor éxito. La marcha comenzó en julio de 1758, y Jorge Washington era uno de los oficiales al mando de Forbes, en un último e inútil intento de lograr algún estatus real, pese a que sólo era un colono.

Cuando los británicos se acercaron, los franceses, abandonados por sus aliados indios (que se habían percatado sin dificultad del cambio de marea), destruyeron Fort Duquesne, el 24 de noviembre de 1758, y se retiraron hacia el Norte. Al día siguiente, los británicos llegaron al lugar y erigieron allí Fort Pitt (en honor al ministro de Guerra, por supuesto). Alrededor de ese núcleo creció luego la ciudad de Pittsburgh, en Pensilvania.

Cuando el año de 1758 llegaba a su fin, pues, Pitt vio que todo marchaba bien. Nombró a Amherst, el vencedor de Louisbourg, comandante en jefe de las fuerzas británicas en América del Norte y preparó la cacería.

Québec

En 1759 Pitt ordenó a Amherst que llevase la lucha al corazón de Nueva Francia y tomase la misma Québec. Así, Amherst planeó una triple ofensiva. La primera estaba dirigida contra Fort Niágara, el punto fortificado más cercano que los franceses aún retenían en la región de los Grandes Lagos. La segunda contra Fort Ticonderoga, donde los británicos habían fracasado el año anterior. Y la tercera contra la misma Québec.

En junio de 1759, el general de brigada John Prideaux, con dos mil hombres, hizo lo que había hecho Bradstreet un año antes. Marchó hasta el lago Ontario, navegó por el lago hasta Fort Niágara y lo tomó, el 25 de julio, después de un constante bombardeo de artillería de diecinueve días (aunque el mismo Prideaux murió en el curso del bombardeo, alcanzado accidentalmente por una bala británica). Sir William Johnson y cien iroqueses estuvieron presentes en esta acción.

Mientras tanto, el mismo Amherst condujo 11.000 soldados regulares británicos al ataque de Fort Ticonderoga. Puesto que los franceses, cuyos aliados indios seguían desertando, tenían muy pocos hombres, tuvieron que enviar a todos sus hombres a donde se daría la batalla principal, que sería, desde luego, en Québec. Por ello, abandonaron Ticonderoga (Fort Carillón, para los franceses), el 31 de julio. Ambos puntos fueron pronto fortificados nuevamente por los británicos y en agosto todo el lago Champlain estaba en manos británicas.

En cuanto a Québec, se planeó un ataque por mar desde Louisbourg, recientemente capturada. James Wolfe estaba muy enfermo, pero fue presionado para que asumiese el mando. (Fue en esta ocasión cuando Jorge II dijo que esperaba que Wolfe mordiese a algunos de sus otros generales).

Wolfe, con 9.000 soldados y cierto número de colonos (entre ellos, los contingentes de los
Roger's Rangers
), remontó el río San Lorenzo con una flota de 22 barcos de guerra y muchos transportes y, el 26 de junio, desembarcó en la isla de Orleans, a seis kilómetros aguas abajo de Québec.

La tarea que se le asignó a Wolfe no era fácil. Québec estaba situada en un punto elevado por encima del San Lorenzo y era inexpugnable, si se la defendía resueltamente. En lo concerniente a la resolución de la defensa, no había dudas, pues el mismo Montcalm estaba al mando; y tenía un total de 16.000 hombres, casi el doble que los de Wolfe.

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