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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de América del Norte (25 page)

Los colonos respondieron prosiguiendo y ampliando su contrabando. Toda la política de control económico dio muy poco beneficio a Gran Bretaña y, al sembrar sentimientos hostiles entre los colonos, finalmente le acarreó un gran daño.

La guerra del rey Jorge

Desde 1700 en adelante Francia y España estaban bajo el gobierno de una misma familia, pero sus intereses siguieron siendo distintos. El primer Borbón que fue rey de España, Felipe V, pensó que podía devolver a su país el papel expansionista de un siglo y medio antes. Así, en 1717 envió ejércitos a Italia e intrigó en la sucesión al trono francés, entonces ocupado por su sobrino, el niño de ocho años Luis XV.

El resultado fue que Gran Bretaña, el Imperio, los Países Bajos y Francia también se unieron en una Cuádruple Alianza para poner a España en su lugar. Lo lograron rápida y fácilmente.

Esta guerra de la Cuádruple Alianza no afectó para nada a las colonias británicas de América del Norte. En cambio originó luchas entre Francia y España a través de la extensión de la costa del golfo, de Florida a Texas. Los franceses atacaron Pensacola, en el noroeste de Florida, mientras que los españoles enviaron expediciones muy al Norte, hasta lo que es ahora Nebraska.

Ambas ofensivas fracasaron, y cuando la guerra terminó en Europa, en 1720, la lucha también se suspendió en América del Norte, sin que ningún territorio cambiase de manos. Pero la debilidad de España se hizo tan patente que las otras naciones se dispusieron a considerarse ofendidas por cualquier fruslería.

Por ejemplo, España, como todas las naciones colonizadoras de la época, trataba desesperadamente de controlar el comercio colonial en su propio beneficio.

Esto significaba que castigaba severamente a los contrabandistas cuando podía atraparlos. Uno de esos contrabandistas era el capitán de marina inglés Robert Jenkins. Según su relato, cuando fue sorprendido contrabandeando (él decía «comerciando»), en 1731, los españoles le cortaron una oreja.

Jenkins conservó la oreja y en 1738, cuando fue interrogado por una Comisión de la Cámara de los Comunes, presentó la oreja desecada. Su relato cautivó la imaginación del público británico, ya predispuesta por cuentos sobre las atrocidades de los españoles, y la exigencia de guerra se hizo abrumadora. El 19 de octubre de 1739 Gran Bretaña declaró la guerra a España, y así comenzó uno de los conflictos de nombre más curioso en la historia: la guerra de la oreja de Jenkins.

En parte la guerra se libró en el mar. Uno de los principales halcones de la época, Edward Vernon, había pedido ruidosamente la guerra y se había ofrecido para tomar Portobello, en la costa norte de Panamá, con no más de seis barcos bajo su mando. El 22 de noviembre de 1739 realizó fácilmente la tarea. Pero sólo podía conservar por breve tiempo Portobello, pues España, sin duda, contraatacaría; por ello destruyó sus fortificaciones, abandonó la ciudad y retornó a su país.

Esta captura temporal de Portobello, aunque sirvió de poco, fue considerada como una gran victoria. Así, Vernon fue puesto al mando de una fuerza mucho mayor destinada a realizar una hazaña mucho mayor: la captura de la gran ciudad de Cartagena, en lo que es hoy Colombia.

El resultado fue un fiasco. En 1741 se puso sitio a Cartagena, pero el bombardeo no consiguió nada, y más de la mitad de los hombres de Vernon murieron de fiebre amarilla. Vernon tuvo que levantar el asedio y retornar.

Sin embargo, en dos aspectos, Vernon (que, por lo demás podría ser olvidado fácilmente) vive en nuestra lengua y nuestro recuerdo. Solía usar una capa de gro (
grogran,
en inglés) cuando hacía mal tiempo (es decir, una capa de seda basta), por lo que era llamado el Viejo Grog. Fue el primero que distribuyó ron diluido en una proporción de uno a cinco entre la tripulación (para evitar que se emborrachasen totalmente con bebida no diluida), y esta bebida fue llamada grog en la jerga náutica.

Pero más importante para los norteamericanos es el hecho de que un contingente de virginianos sirviese bajo el mando de Vernon en Cartagena. Entre ellos había un hombre llamado Lawrence Washington, quien admiraba mucho a Vernon. En 1743, cuando retornó a Virginia, Lawrence Washington construyó una casa cerca del río Potomac y llamó a sus posesiones Monte Vernon, en homenaje al almirante. Este Monte Vernon es hoy un altar norteamericano, por su asociación con el joven medio hermano de Lawrence, Jorge, que mantiene para siempre el recuerdo (aunque pocos lo saben) del nombre del Viejo Grog.

La guerra de la oreja de Jenkins también fue librada en tierra. Georgia soportó lo más recio de la lucha, pues España vio en esta guerra una oportunidad para borrar la colonia que había sido fundada en lo que consideraba como un territorio usurpado.

Pero Ogiethorpe de Georgia no fue tomado desprevenido. Anteriormente había construido un fuerte en la desembocadura del río Saint Mary, a 160 kilómetros al sur de Savannah y a sólo 100 kilómetros al norte de San Agustín. (El río de Saint Mary es hoy el límite entre Georgia y la Florida).

Tan pronto como se declaró la guerra, Ogiethorpe se desplazó al Sur y, en mayo de 1740, con una fuerza combinada de georgianos y carolinos del Sur, puso sitio a San Agustín. Pero fue escasa la cooperación entre los dos conjuntos de colonos, y los españoles atacaron su retaguardia por lo que Ogiethorpe se vio obligado a retirarse a Georgia de nuevo.

Luego se produjo el fracaso de Vernon en Cartagena, y entonces fueron los españoles quienes planearon una gran expedición naval. Una flota de treinta barcos zarpó de Cuba, recogió refuerzos en San Agustín y luego, en 1742, desembarcó en la costa de Georgia, a ochenta kilómetros al sur de Savannah.

Ogiethorpe se retiró hacia el Norte, pero el 7 de julio de 1742 logró tender una trampa a un contingente de españoles y mató a muchos de ellos, en la que fue llamada La Batalla del Pantano Sangriento. Este fracaso desalentó a los españoles que abandonaron su ataque contra Georgia.

En 1743, Ogiethorpe trató nuevamente de invadir Florida y tomar San Agustín, pero halló un nuevo fracaso. Para entonces la guerra de la oreja de Jenkins quedó en un punto muerto y probablemente habría tenido fin de no haberse fundido con otra guerra mayor.

Esta nueva guerra giró alrededor de una disputada sucesión en Europa. En 1740 el Sacro Emperador Romano Carlos VI (que también era Archiduque de Austria) había muerto sin dejar hijos. Pero tenía una hija, María Teresa, y había pasado muchos años negociando con otras potencias para que reconociesen a su hija como su sucesora.

Pero después de su muerte se cernieron los buitres, pese a todas las promesas. Prusia, una nación alemana del Norte, estaba creciendo en fuerza a la sazón; y, en 1740 tuvo también un nuevo monarca, Federico II. Este actuó de inmediato apoderándose de Silesia, una provincia austriaca adyacente a Prusia. Otras naciones se unieron rápidamente a Prusia para compartir el botín, y entre ellas estaban Francia y España.

No había ninguna necesidad real de que Gran Bretaña interviniese, pero el rey británico Jorge II era también gobernante de Hannover, un Estado de Alemania occidental. En su condición de tal, los intereses de Jorge hicieron que se pusiese del lado de Austria. A los británicos esto no les preocupó, pues los llevaba de nuevo a la guerra con Francia, con la que habían estado combatiendo continuamente desde hacía medio siglo, de todos modos.

En América del Norte la guerra, naturalmente, fue llamada la guerra del rey Jorge, y absorbió la guerra de la oreja de Jenkins.

Una vez iniciada la guerra del rey Jorge, los franceses trataron de usar su nuevo fuerte de Louisbourg como base para operaciones ofensivas. Pero los obstaculizaba el hecho de que la armada francesa era débil y los británicos dominaban el mar. Con todo saquearon Annapolis Royal en Nueva Escocia y hostigaron a pescadores de Massachussets.

Como en guerras anteriores Massachussets había tratado de tomar Port Royal para neutralizar la amenaza francesa directa, ahora se encontraron con que debían hacer algo con Louisbourg, mucho más fuerte que la primera.

El gobernador de Massachussets por aquel entonces era William Shirley, un hombre capaz que mantuvo equilibrada la economía de la colonia. Vio la necesidad de eliminar la amenaza de Louisbourg y juzgó que ello requería un esfuerzo mayor que el que podía realizar Massachussets sola. Fue tan enérgico y elocuente que reclutó voluntarios, no sólo de Massachussets, sino también de New Hampshire y Connecticut. Llegaron suministros de toda Nueva Inglaterra y también de Nueva York. Fue el mayor ejemplo de cooperación colonial visto hasta entonces.

La expedición fue puesta bajo el mando de William Pepperrell, un comerciante nacido en Maine que tenía alguna experiencia militar. El 24 de marzo de 1745 los barcos zarparon hacia el Norte con 4.000 hombres a bordo. Tres buques de guerra británicos se les unieron y el 30 de abril los colonos desembarcaron cerca de la fortaleza de Louisbourg.

Durante seis semanas los indisciplinados colonos llevaron a cabo asaltos contra la fortaleza cuando un número suficiente de ellos tenía ganas de hacerlo y cuando estaban suficientemente sobrios para ello. Los franceses los rechazaron, pero eran pocos y estaban desalentados; además, sabían que no podían recibir ayuda mientras los barcos británicos rondasen por la costa. Los colonos crearon una especie de caos exuberante y propio de borrachos que deprimió aun más a los franceses, y el 17 de junio de 1745 el fuerte se rindió, aunque no había sido atacado seria y metódicamente.

Fue la mayor victoria militar que hasta entonces habían logrado los colonos. Pepperrell fue hecho
baronet
por Jorge II; fue la primera vez que se otorgó tal honor a un colono. (Es una extraña coincidencia que Phips, el primer caballero colonial, y Pepperrell, el primer baronet colonial hubiesen nacido ambos en Maine).

Los franceses organizaron una flota para recuperar Louisbourg y toda Nueva Escocia si podían, pero el proyecto fracasó. La flota fue asolada por las tormentas y las enfermedades y se vio obligada a retornar con cerca de la mitad de sus hombres y sin haber disparado un tiro.

La guerra se redujo a incursiones indias y escaramuzas fronterizas hasta que el 18 de octubre de 1748 llegó a su fin al firmarse en Europa el Tratado de Aquisgrán.

Gran Bretaña y Francia hicieron algún chalaneo en las negociaciones. Francia se había apoderado de la ciudad de Madras en la India, en el curso de la guerra y Gran Bretaña quería su devolución, por lo que ofreció Louisbourg a cambio. Se selló el trato y los colonos de Nueva Inglaterra comprendieron amargamente que Gran Bretaña valoraba los beneficios del comercio del Lejano Oriente más que la seguridad de sus colonias de Norteamérica.

Los habitantes de Nueva Inglaterra sabían que se reanudaría la guerra con Francia tal vez pronto y entonces tendrían que enfrentarse nuevamente con la amenaza de Louisbourg. No podían hacer nada, por supuesto, pero no olvidaron.

Maniobras para ocupar posiciones

El crecimiento de las colonias

Al final de la guerra del rey Jorge, las colonias británicas tenían una población de aproximadamente 1.250.000 blancos y 250.000 esclavos negros; la apariencia de la soledad estaba empezando a desaparecer de las viejas regiones costeras. Hacía un siglo y cuarto que se habían creado las primeras colonias, y ya no se trataba de grupos aislados de hombres que se apiñaban detrás de empalizadas.

Virginia, la más populosa de las colonias tenía 231.000 habitantes (aunque 100.000 de ellos eran esclavos). Las cuatro colonias de Nueva Inglaterra juntas tenían una población de 360.000 personas con pocos esclavos. La ciudad más grande de las colonias era Boston, que en 1750 tenía una población de unas 15.000 almas. Le seguían Filadelfia y Nueva York, con 13.000 cada una. Todas estaban creciendo rápidamente y se estaban fundando nuevas ciudades: Baltimore en Maryland, en 1730; Augusta, en Georgia, en 1735, etcétera.

Desde New Hampshire hasta la frontera de Carolina del Norte la tierra estaba ocupada ininterrumpidamente. Los caminos habían mejorado y, en 1732, se creó el primer servicio comercial de diligencias. A mediados del siglo las diligencias llevaban a personas de Nueva York a Filadelfia en tres días. Los hombres empezaron a viajar comúnmente de una colonia a otra. Esto, junto con la lengua común y el peligro común que representaban los franceses y los indios contribuyó a disolver el sentimiento de separación y engendró al menos los comienzos de un sentimiento de unión.

Las complejidades de la cultura siguieron aumentando y comúnmente Filadelfia mostraba el camino. En 1731 se creó en esta ciudad la primera biblioteca circulante; en 1744, la primera novela (
Pamela
, de Richardson) editada en una colonia se imprimió en Filadelfia; en 1752 se creó también aquí el primer hospital permanente de las colonias.

Fue asimismo durante este período cuando las colonias pasaron por una experiencia que iba a ser típica de la nación a la que ellas darían origen: un despertar religioso.

Ese despertar empezó, en cierto modo, en Gran Bretaña, donde John Wesley organizó un grupo de hombres en la Universidad de Oxford, que se entregaron a una observancia más estricta de un modo de vida religioso. Sus miembros fueron llamados «metodistas» en son de mofa, porque Wesley los instaba a todos a efectuar sus lecturas, sus plegarias y sus buenas obras de una manera metódica, como por reloj. El nombre burlón se convirtió en su denominación habitual como en el caso de los cuáqueros y los puritanos.

En 1735, poco después de la fundación de Georgia, John y su hermano Charles Wesley cruzaron el mar para dirigirse a la nueva colonia y servir allí como pastores de los colonos y misioneros de los indios. La aventura fue un humillante fracaso, pues los hermanos no se adaptaron a la vida de frontera.

Pero después de volver a Inglaterra, un seguidor de ellos, George Whitefield se ofreció voluntario para reanudar la tarea, y el 2 de febrero de 1738 llegó a Georgia. Demostró ser el hombre adecuado para esa labor, pues fue el primero de los grandes evangelistas de América del Norte; predicó a miles de personas. En 1740, después de un breve retorno a Gran Bretaña para reunir fondos realizó una gira a través de todas las colonias desde Savannah hasta Boston, y a su paso despertó gran entusiasmo e hizo muchos conversos.

En Boston conoció a Jonathan Edwards, un predicador que amenazaba con el fuego del infierno y quien, desde 1734, había estado lanzando sermones sumamente efectivos en los que describía con gran detalle los peligros y hasta la certidumbre de ir al infierno si no se seguía un camino tan estrecho que era casi invisible.

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