—No —contestó en voz baja. Entonces, al ver que la mujer iba a decir algo, sacudió la cabeza, añadiendo—: Hacemos lo que tenemos que hacer.
—Pero, Padre —argumentó Jacobias—, hacemos, o deberíamos hacer, ¡aquello para lo que estamos
preparados
! Perdonadme que os hable con franqueza, Padre Saryon, pero os he visto en los campos, ¡y si alguna vez habéis estado al aire libre, debe de haber sido en la rosaleda de alguna dama de la Casa Real! ¡No podéis dar diez pasos sin tropezar con alguna roca! Los primeros días de vuestra estancia aquí, el sol os dio tan fuerte que tuvimos que tenderos en el riachuelo para que volvierais en vos. Os habíais achicharrado bien. Y os asustáis incluso de vuestra propia sombra. Jamás en mi vida había visto correr a alguien tan deprisa como vos el día que aquella langosta echó a volar ante vuestras narices.
Saryon asintió con un suspiro, pero no respondió.
—Vos ya no sois joven, Padre —dijo la esposa de Jacobias con voz amable, ablandándose su corazón ante el semblante aterrado y desesperado del catalista. Alargando una mano, la colocó sobre la de Saryon que descansaba, temblorosa, encima de la mesa—. Seguramente debe de haber otro camino. ¿Por qué no os tomáis el té y os volvéis a la cama? Hablaremos con el Padre Tolban...
—No hay ningún otro camino, te lo aseguro —contestó Saryon en voz baja, con una serena dignidad que era aparente incluso en la tensa expresión de terror de su rostro—. Os agradezco vuestra amabilidad y... y vuestras atenciones. Es algo que... que no esperaba. —Poniéndose en pie, dejando su té sin tocar, los miró directamente—. Ahora, debo pediros que me facilitéis la ayuda que necesito. Sé que tenéis contactos ahí fuera. No os pido que me digáis sus nombres. Sencillamente decidme adónde debo ir y qué debo hacer para encontrarlos.
Jacobias lanzó una mirada a su esposa, indeciso. Ésta, que tampoco había tocado su té, tenía la vista clavada en las brasas del fuego. Le estrechó la mano, y sin volver la mirada hacia él, asintió con la cabeza. Aclarándose la garganta, Jacobias se pasó una mano por el pelo, se acarició la barbilla y finalmente dijo:
—Muy bien, Padre. ¡Haré lo que pueda por vos, aunque antes preferiría enviar a un hombre al Más Allá que ahí! ¡Ya lo creo!
—Lo comprendo —repuso Saryon, muy conmovido por el evidente sufrimiento de aquel hombre—. Y realmente te doy las gracias por tu ayuda.
—Vois sois un hombre amable y bondadoso —dijo la esposa de Jacobias repentinamente, con la vista fija aún en el fuego—. Os he visto mirarnos con una expresión en vuestros ojos que decía que no somos animales sino personas como vos. Si... si ve a mi hijo...
No pudo continuar y empezó a llorar en silencio.
—Es mejor que empecéis a moveros, Padre —dijo Jacobias con voz ronca—. La luna está ya sobre los árboles y tenéis que recorrer un largo trecho. Si no habéis llegado al río antes de que se ponga —añadió con severidad—, sentaos y esperad hasta el amanecer. No vayáis dando tropezones en la oscuridad. Podríais caeros por un barranco.
—Sí —consiguió decir Saryon, suspirando otra vez y alisándose los pliegues de la túnica.
—Ahora, venid por aquí —Jacobias condujo al catalista hasta la puerta, que se abrió al acercarse ellos—; observad a donde señalo y escuchad mis palabras con atención, puesto que pueden significar la vida en lugar de la muerte, Padre.
—Comprendo —respondió Saryon, aferrándose a su valor con la misma fuerza con que sus manos agarraban el saco.
—Veis esa estrella allá a lo lejos, la que está en el extremo del grupo de estrellas a la que llaman la Mano de Dios. ¿La veis?
—Sí.
—Ésa es la Estrella del Norte. Y no la llaman la Mano de Dios por nada, ya que os indicará el camino, si la dejáis hacerlo. Mantened esa estrella en vuestro ojo izquierdo, como dice el dicho. ¿Sabéis lo que significa?
El catalista negó con la cabeza y Jacobias reprimió un suspiro.
—Significa que... No importa. Simplemente haced esto. Aseguraos siempre de andar directamente hacia la estrella y tan sólo un poquitín a la derecha de ella. No dejéis nunca que la estrella se ponga a vuestro lado derecho. ¿Comprendéis? Si no, iréis a parar al territorio de los centauros; y si ellos os cogen, todo lo que podéis hacer es rogar a Almin para que os maten de la manera más rápida posible.
Saryon levantó los ojos hacia el firmamento nocturno, mirando a la estrella, y de repente lo invadió el desaliento. Se dio cuenta de que jamás antes había contemplado el cielo, al menos no allí, en aquel lugar donde las estrellas parecían estar tan próximas y ser tan abundantes. Abrumado ante la inmensidad del universo comparado con su propia insignificancia, a Saryon le pareció terriblemente irónico que otra partícula insignificante, fría, distante e indiferente de aquel firmamento fuera a guiarlo a él. Pensó en El Manantial, donde se estudiaba a las estrellas y cómo afectaban a una persona en el momento de su nacimiento. Vio los gráficos extendidos sobre la mesa, recordando los cálculos que había efectuado con respecto a ellos y descubrió que ni una sola vez había contemplado realmente las estrellas tal y como las estaba contemplando ahora. Ahora que su vida dependía realmente de ellas.
—Comprendo —musitó, aunque en realidad no comprendía, no comprendía en absoluto.
Jacobias lo miró, dudoso.
—Quizá debería acompañarlo —le murmuró a su esposa.
Saryon volvió la mirada rápidamente.
—No —dijo—. No habrá problema. Ya me he quedado demasiado tiempo. Alguien puede habernos visto. Muchísimas gracias. Tanto por vuestra ayuda como... como por vuestra amabilidad. Adiós. Adiós. Que la bendición de Almin
os
acompañe a los dos.
—Quizá no me esté bien a mí deciros esto, Padre —comentó Jacobias torpemente—, ya que yo no soy un catalista y todo eso, pero que la bendición de Almin os acompañe. —Ruborizándose, bajó la mirada al suelo—. Ya está. No creo que se ofenda, ¿lo creéis vos?
Saryon empezó a sonreír, pero el temblor de sus labios le hizo pensar que lo más probable era que se echase a llorar en lugar de sonreír, lo cual sería desastroso. Tendiendo la mano, estrechó con fuerza la de Jacobias, quien parecía estar en medio de un dilema, ya que seguía mirando a Saryon como si estuviera intentando decidir si decirle algo más. Su esposa, que flotaba junto a él, tomó repentinamente la mano de Saryon entre las suyas y la apretó contra sus ásperos labios.
—Esto es para vos —susurró quedamente—, y para mi chico, si lo veis.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, y se volvió precipitándose al interior de su mísera morada.
Con los ojos nublados, Saryon hizo intención de alejarse, pero la mano de Jacobias sobre su hombro lo detuvo.
—Escuchad —dijo el Mago Campesino—. Cre... creo que debéis saberlo. Puede haceros las cosas más fáciles. Ha... ha habido gente que ha estado... haciendo preguntas, por así decirlo, sobre vos. Necesitan un catalista, imagino, de modo que es probable que se interesen por vos más de lo normal, si entendéis lo que quiere decir.
—Gracias —contestó Saryon, algo asustado. El Patriarca Vanya había dado a entender lo mismo. ¿Cómo lo habría sabido?—. ¿Dónde encontraré a esas...?
—Ellos os encontrarán —replicó Jacobias roncamente—. Simplemente acordaos de lo de la estrella, o de lo contrario la primera cosa que os encontrará será la muerte.
—Lo recordaré. Gracias y adiós.
Pero, aparentemente, Jacobias aún no había descargado su conciencia, puesto que retuvo a Saryon un último instante.
—No los apruebo —murmuró frunciendo el entrecejo—. No por nada que haya visto, en realidad, sino por lo que he oído. Espero que los rumores no resulten ciertos. Si lo son, ruego por que mi hijo no se haya visto envuelto. No me gustó que se fuera ahí, pero no tenía elección. No cuando nos enteramos de que enviaban al
Duuk-tsarith
a hablar con él...
—¿El
Duuk-tsarith
? —repitió Saryon, desconcertado—. Pero yo creía que había huido con ese joven que mató al capataz, con ese Joram...
—¿Joram? —Jacobias negó con la cabeza—. No sé quién os contó eso. Ese extraño joven no ha sido visto por aquí desde hace más de un año. Mosiah esperaba encontrarlo, eso es seguro; algo que a mí no me ilusionaba demasiado. Un Muerto andante... —Sacudió la cabeza de nuevo—. Pero no es de eso de lo que yo quería hablaros. —Sujetando el brazo de Saryon, Jacobias lo miró con la mayor seriedad—. No quise mencionar nada de esto con su madre cerca, pero si el chico
está
en mala compañía y va por el mal camino..., si sigue el sendero de la oscuridad, hablad con él, ¿querréis, Padre? ¿Le recordaréis que lo queremos y pensamos en él?
—Lo haré, Jacobias, lo haré —dijo Saryon con dulzura, acariciando la encallecida mano de aquel hombre.
—Gracias, Padre. —Jacobias se aclaró la garganta, y pasándose una mano por los ojos y la nariz, esperó un momento para calmarse antes de volver a la cabaña—. Adiós, Padre —se despidió.
Volviéndose, entró en el interior y cerró la puerta tras él. Mirando a través de la ventana, poco dispuesto a marcharse por un instante, Saryon vio al Mago Campesino y a su esposa de pie bajo la luz de la luna que penetraba por la ventana. Vio a Jacobias abrazar a su esposa y apretarla contra él, y oyó también sus ahogados sollozos.
Con un suspiro, Saryon agarró su saco y empezó a andar cruzando los campos, los ojos fijos en las estrellas y, a veces, en la vasta oscuridad hacia la que las estrellas lo estaban conduciendo. Sus pies tropezaban en aquel terreno desigual que para él no era más que zonas iluminadas por la luna mezcladas con otras sumidas en total oscuridad. Al llegar a las afueras de la aldea, contempló los campos de trigo que la brisa agitaba suavemente como si fueran un lago iluminado por la luna. Girándose, Saryon miró de nuevo por última vez a la aldea, a su último contacto, quizá, con la humanidad.
Las casas hechas de árboles descansaban impasibles sobre el suelo, proyectando fantásticas e intrincadas sombras a la luz de la luna con sus entrelazadas ramas. No se veían luces en el interior de las cabañas; una débil luz que había empezado a brillar en la ventana de Jacobias se extinguió mientras Saryon miraba. Demasiado cansados para soñar, los Magos Campesinos dormían.
Por un instante, el catalista pensó en regresar corriendo, pero mientras contemplaba el tranquilo poblado, Saryon se dio cuenta de que no podía. Podía haberlo hecho una hora antes, cuando el miedo que había en su interior había sido muy real, pero no ahora. Ahora podía dar media vuelta y alejarse de ellos, dar media vuelta y alejarse de todo lo que había sido su vida anterior. Se adentraría en la noche, guiado por aquella diminuta e indiferente estrella que brillaba allí arriba, y aquello no se debería a que hubiera descubierto un valor que no creía poseer. No. Era por un motivo tan oscuro como las sombras que proyectaban los árboles iluminados por la luna, cuyas hojas susurraban a su alrededor. No podía regresar, no hasta que tuviera la respuesta.
El Patriarca Vanya le había mentido sobre Mosiah. ¿Por qué?
Aquel persistente interrogante y la oscura sombra que ésta conllevaba acompañaron a Saryon a la región salvaje, demostrando ser unos valiosos compañeros puesto que mantuvieron la mente del catalista ocupada y obligaron a su otro acompañante —el miedo— a andar rezagado tras ellos. Con un ojo fijo en la estrella, una hazaña que al catalista se le hacía cada vez más difícil de conseguir a medida que se hundía más y más en los espesos bosques, Saryon consideró aquella cuestión, intentando encontrar excusas, explicaciones, consiguiendo únicamente verse obligado a admitir que no había excusas y que no encontraba ninguna explicación.
El Patriarca había mentido, aquello estaba muy claro, y, lo que era más, había sido una conspiración de mentiras.
Deteniéndose un momento para descansar, Saryon se dejó caer sobre una piedra para darse un masaje en los doloridos y agarrotados músculos de las piernas. Los extraños e inquietantes sonidos del bosque reverberaban y cuchicheaban a su alrededor, pero Saryon fue capaz de ignorarlos volviendo mentalmente a los aposentos del Patriarca Vanya en El Manantial para rememorar aquel día en que fue llamado allí para escuchar la historia del Padre Tolban. Oyó las palabras de Vanya con toda claridad, ahogando misericordiosamente el largo gruñido de algún animal de presa que acechaba a su víctima durante la noche.
«Parece ser que ese Joram tenía un amigo —Saryon podía oír la voz de Vanya con toda claridad—, un joven llamado Mosiah. Uno de los Magos Campesinos se despertó una noche al oír ruidos, y miró por la ventana. Vio a Mosiah y a un muchacho, que está seguro era Joram, absortos en una conversación, y aunque no pudo oír todo lo que decían, jura que sorprendió las palabras "Cofradía" y "Rueda". Dijo que Mosiah retrocedió al oír esto, pero su amigo debió de ser muy persuasivo porque a la mañana siguiente, Mosiah se había ido.»
Sí, Mosiah se había ido, pero no a causa de Joram. Había huido porque se rumoreaba que los
Duuk-tsarith
estaban interesados en él.
Un agudo chillido a la espalda de Saryon, apagado repentinamente por un furioso gruñido, hizo que el catalista se levantara de un salto de la roca y echara a correr por el bosque antes de que fuera realmente consciente de lo que había sucedido. Cuando recobró la serenidad, se detuvo respirando profundamente varias veces intentando calmar los rápidos latidos de su corazón. Obligándose a sí mismo a ir más despacio, volvió a orientarse por aquella estrella que ahora apenas podía distinguir a través de las ramas que había por encima de su cabeza, y descubrió, con gran consternación por su parte, que la luna empezaba a desaparecer del firmamento.
El catalista recordó la recomendación de Jacobias de que no vagara en la oscuridad casi al mismo tiempo que le venía a la memoria, con toda claridad, la furtiva mirada que el Padre Tolban le había dirigido al Patriarca cuando Vanya estaba relatando aquel cuento sobre Joram y Mosiah. Saryon también recordó el rubor culpable de Tolban cuando vio que el catalista lo miraba. Una conspiración de embustes.
Pero ¿por qué? ¿Qué ocultaban?
De repente a Saryon se le ocurrió la respuesta. Avanzando a toda prisa con la vaga idea de abrirse camino hasta el río antes de que se pusiera la luna, Saryon resolvió el problema de manera parecida a como resolvía sus ecuaciones matemáticas. Vanya
sabía
que Joram estaba en aquella cofradía, y había mentido para ocultar su auténtica fuente de información. De hecho, Saryon se dio cuenta de que Vanya sabía muchas cosas sobre la cofradía: que necesitaban un catalista, que tenían tratos con el rey de Sharakan. Por lo tanto, era lógico que el Patriarca tuviera un espía instalado en la cofradía. Hasta aquí encajaba, pero Saryon arrugó el entrecejo: a su ecuación le faltaba la solución final.