donde se inclina, cuando va una nube
sobre ella, que se venga toda abajo;
tal parecióme Anteo al observarle
y ver que se inclinaba, y fue en tal hora
que hubiera preferido otro camino.
Mas levemente al fondo que se traga
a Lucifer con Judas, nos condujo;
y así inclinado no hizo más demora,
y se alzó como el mástil en la nave.
Si rimas broncas y ásperas tuviese,
como merecerfa el agujero
sobre el que apoyan las restantes rocas
exprimiría el jugo de mi tema
más plenamente; mas como no tengo,
no sin miedo a contarlo me dispongo;
que no es empresa de tomar a juego
de todo el orbe describir el fondo,
ni de lengua que diga «mama» o «papa».
Mas a mi verso ayuden las mujeres
que a Anfión a cerrar Tebas ayudaron,
y del hecho el decir no sea diverso.
¡Oh sobre todas mal creada plebe,
que el sitio ocupas del que hablar es duro,
mejor serla ser cabras u ovejas!
Cuando estuvimos ya en el negro pozo,
de los pies del gigante aún más abajo,
y yo miraba aún la alta muralla,
oí decirme: «Mira dónde pisas:
anda sin dar patadas a la triste
cabeza de mi hermano desdichado.»
Por lo cual me volví, y vi por delante
y a mis plantas un lago que, del hielo,
de vidrio, y no de agua, tiene el rostro.
A su corriente no hace tan espeso
velo, en Austria, el Danubio en el invierno,
ni bajo el frío cielo allá el Tanais,
como era allí; porque si el Pietrapana
o el Tambernic, encima le cayese,
ni «crac» hubiese hecho por el golpe.
Y tal como croando está la rana,
fuera del agua el morro, cuando sueña
con frecuencia espigar la campesina,
lívidas, hasta el sitio en que aparece
la vergüenza, en el hielo había sombras,
castañeteando el diente cual cigüeñas.
Hacia abajo sus rostros se volvían:
el frío con la boca, y con los ojos
el triste corazón testimoniaban.
Después de haber ya visto un poco en torno,
miré, a mis pies, a dos tan estrechados,
que mezclados tenían sus cabellos.
«Decidme, los que así apretáis los pechos
—les dije— ¿Quiénes sois?» Y el cuello irguieron;
y al alzar la cabeza, chorrearon
sus ojos, que antes eran sólo blandos
por dentro, hasta los labios, y ató el hielo
las lágrimas entre ellos, encerrándolos.
Leño con leño grapa nunca une
tan fuerte; por lo que, como dos chivos,
los dos se golpearon iracundos.
Y uno, que sin orejas se encontraba
por la friura, con el rostro gacho,
dijo: «¿Por qué nos miras de ese modo?
Si saber quieres quién son estos dos,
el valle en que el Bisenzo se derrama
fue de Alberto, su padre, y de estos hijos.
De igual cuerpo salieron; y en Caína
podrás buscar, y no encontrarás sombra
más digna de estar puesta en este hielo;
no aquel a quien rompiera pecho y sombra,
por la mano de Arturo, un solo golpe;
no Focaccia; y no éste, que me tapa
con la cabeza y no me deja ver,
y fue llamado Sassol Mascheroni:
si eres toscano bien sabrás quién fue.
Y porque en más sermones no me metas,
sabe que fui Camincion dei Pazzi;
y espero que Carlino me haga bueno.»
Luego yo vi mil rostros por el frío
amoratados, y terror me viene,
y siempre me vendrá de aquellos hielos.
Y mientras que hacia el centro caminábamos,
en el que toda gravedad se aúna,
y yo en la eterna lobreguez temblaba,
si el azar o el destino o Dios lo quiso,
no sé; mas paseando entre cabezas,
golpeé con el pie el rostro de una.
Llorando me gritó: «¿Por qué me pisas?
Si a aumentar tú no vienes la venganza
de Monteaperti, ¿por qué me molestas?»
Y yo: «Maestro mío, espera un poco
pues quiero que me saque éste de dudas;
y luego me darás, si quieres, prisa.»
El guía se detuvo y dije a aquel
que blasfemaba aún muy duramente:
« ¿Quién eres tú que así reprendes a otros?»
«Y tú ¿quién eres que por la Antenora
vas golpeando —respondió— los rostros,
de tal forma que, aun vivo, mucho fuera?»
«Yo estoy vivo, y acaso te convenga
—fue mi respuesta—, si es que quieres fama,
que yo ponga tu nombre entre los otros.»
Y él a mí: «Lo contrario desearía;
márchate ya de aquí y no me molestes,
que halagar sabes mal en esta gruta.»
Entonces le cogí por el cogote,
y dije: «Deberás decir tu nombre,
o quedarte sin pelo aquí debajo.»
Por lo que dijo: «Aunque me descabelles,
no te diré quién soy, ni he de decirlo,
aunque mil veces golpees mi cabeza.»
Ya enroscados tenía sus cabellos,
y ya más de un mechón le había arrancado,
mientras ladraba con la vista gacha,
cuando otro le gritó: «¿Qué tienes, Bocca?
¿No te basta sonar con las quijadas,
sino que ladras? ¿quién te da tormento?»
«Ahora —le dije yo— no quiero oírte,
oh malvado traidor: que en tu deshonra,
he de llevar de ti veraces nuevas.»
«Vete —repuso— y di lo que te plazca,
pero no calles, si de aquí salieras,
de quien tuvo la lengua tan ligera.
Él llora aquí el dinero del francés:
"Yo vi —podrás decir— a aquel de Duera,
donde frescos están los pecadores."
Si fuera preguntado "¿y esos otros?",
tienes al lado a aquel de Beccaría,
del cual segó Florencia la garganta.
Gianni de Soldanier creo que está
allá con Ganelón y Teobaldelo,
que abrió Faenza mientras que dormía.»
Nos habíamos de éstos alejado,
cuando vi a dos helados en un hoyo,
y una cabeza de otra era sombrero;
y como el pan con hambre se devora,
así el de arriba le mordía al otro
donde se juntan nuca con cerebro.
No de otra forma Tideo roía
la sien a Menalipo por despecho,
que aquél el cráneo y las restantes cosas.
«Oh tú, que muestras por tan brutal signo
un odio tal por quien así devoras,
dime el porqué —le dije— de ese trato,
que si tú con razón te quejas de él,
sabiendo quiénes sois, y su pecado,
aún en el mundo pueda yo vengarte,
si no se seca aquella con la que hablo.»
De la feroz comida alzó la boca
el pecador, limpiándola en los pelos
de la cabeza que detrás roía.
Luego empezó: «Tú quieres que renueve
el amargo dolor que me atenaza
sólo al pensarlo, antes que de ello hable.
Mas si han de ser simiente mis palabras
que dé frutos de infamia a este traidor
que muerdo, al par verás que lloro y hablo.
Ignoro yo quién seas y en qué forma
has llegado hasta aquí, mas de Florencia
de verdad me pareces al oírte.
Debes saber que fui el conde Ugolino
y este ha sido Ruggieri, el arzobispo;
por qué soy tal vecino he de contarte.
Que a causa de sus malos pensamientos,
y fiándome de él fui puesto preso
y luego muerto, no hay que relatarlo;
mas lo que haber oído no pudiste,
quiero decir, lo cruel que fue mi muerte,
escucharás: sabrás si me ha ofendido.
Un pequeño agujero de «la Muda»
que por mí ya se llama «La del Hambre»,
y que conviene que a otros aún encierre,
enseñado me había por su hueco
muchas lunas, cuando un mal sueño tuve
que me rasgó los velos del futuro.
Éste me apareció señor y dueño,
a la caza del lobo y los lobeznos
en el monte que a Pisa oculta Lucca.
Con perros flacos, sabios y amaestrados,
los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis
al frente se encontraban bien dispuestos.
Tras de corta carrera vi rendidos
a los hijos y al padre, y con colmillos
agudos vi morderles los costados.
Cuando me desperté antes de la aurora,
llorar sentí en el sueño a mis hijitos
que estaban junto a mí, pidiendo pan.
Muy cruel serás si no te dueles de esto,
pensando lo que en mi alma se anunciaba:
y si no lloras, ¿de qué llorar sueles?
Se despertaron, y llegó la hora
en que solían darnos la comida,
y por su sueño cada cual dudaba.
Y oí clavar la entrada desde abajo
de la espantosa torre; y yo miraba
la cara a mis hijitos sin moverme.
Yo no lloraba, tan de piedra era;
lloraban ellos; y Anselmuccio dijo:
«Cómo nos miras, padre, ¿qué te pasa?»
Pero yo no lloré ni le repuse
en todo el día ni al llegar la noche,
hasta que un nuevo sol salía a mundo.
Como un pequeño rayo penetrase
en la penosa cárcel, y mirara
en cuatro rostros mi apariencia misma,
ambas manos de pena me mordía;
y al pensar que lo hacía yo por ganas
de comer, bruscamente levantaron,
diciendo: « Padre, menos nos doliera
si comes de nosotros; pues vestiste
estas míseras carnes, las despoja.»
Por más no entristecerlos me calmaba;
ese día y al otro nada hablamos:
Ay, dura tierra, ¿por qué no te abriste?
Cuando hubieron pasado cuatro días,
Gaddo se me arrojó a los pies tendido,
diciendo: «Padre, ¿por qué no me ayudas?»
Allí murió: y como me estás viendo,
vi morir a los tres uno por uno
al quinto y sexto día; y yo me daba
ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.
Dos días les llamé aunque estaban muertos:
después más que el dolor pudo el ayuno.»
Cuando esto dijo, con torcidos ojos
volvió a morder la mísera cabeza,
y los huesos tan fuerte como un perro.
¡Ah Pisa, vituperio de las gentes
del hermoso país donde el «sí» suena!,
pues tardos al castigo tus vecinos,
muévanse la Gorgona y la Capraia,
y hagan presas allí en la hoz del Arno,
para anegar en ti a toda persona;
pues si al conde Ugolino se acusaba
por la traición que hizo a tus castillos,
no debiste a los hijos dar tormento.
Inocentes hacía la edad nueva,
nueva Tebas, a Uguiccion y al Brigada
y a los otros que el canto ya ha nombrado.»
A otro lado pasamos, y a otra gente
envolvía la helada con crudeza,
y no cabeza abajo sino arriba.
El llanto mismo el lloro no permite,
y la pena que encuentra el ojo lleno,
vuelve hacia atras, la angustia acrecentando;
pues hacen muro las primeras lágrimas,
y así como viseras cristalinas,
llenan bajo las cejas todo el vaso.
Y sucedió que, aun como encallecido
por el gran frío cualquier sentimiento
hubiera abandonado ya mi rostro,
me parecía ya sentir un viento,
por lo que yo: «Maestro, ¿quién lo hace?,
¿No están extintos todos los vapores?»
Y él me repuso: «En breve será cuando
a esto darán tus ojos la respuesta,
viendo la causa que este soplo envía.»
Y un triste de esos de la fría costra
gritó: «Ah vosotras, almas tan crueles,
que el último lugar os ha tocado,
del rostro levantar mis duros velos,
que el dolor que me oprime expulsar pueda,
un poco antes que el llanto se congele.»
Y le dije: «Si quieres que te ayude,
dime quién eres, y si no te libro,
merezca yo ir al fondo de este hielo.»
Me respondió: «Yo soy fray Alberigo;
soy aquel de la fruta del mal huerto,
que por el higo el dátil he cambiado.»
«Oh, ¿ya estás muerto —díjele yo— entonces?
Y él repuso: «De cómo esté mi cuerpo
en el mundo, no tengo ciencia alguna.
Tal ventaja tiene esta Tolomea,
que muchas veces caen aquí las almas
antes de que sus dedos mueva Atropos;
y para que de grado tú me quites
las lágrimas vidriadosas de mi rostro,
sabe que luego que el alma traiciona,
como yo hiciera, el cuerpo le es quitado
por un demonio que después la rige,
hasta que el tiempo suyo todo acabe.
Ella cae en cisterna semejante;
y es posible que arriba esté aún el cuerpo
de la sombra que aquí detrás inverna.
Tú lo debes saber, si ahora has venido:
que es Branca Doria, y ya han pasado muchos
años desde que fuera aquí encerrado.»
«Creo —le dije yo— que tú me engañas;
Branca Doria no ha muerto todavía,
y come y bebe y duerme y paños viste.»
«Al pozo —él respondió— de Malasgarras,
donde la pez rebulle pegajosa,
aún no había caído Miguel Zanque,
cuando éste le dejó al diablo un sitio
en su cuerpo, y el de un pariente suyo
que la traición junto con él hiciera.
Mas extiende por fin aquí la mano;
abre mis ojos.» Y no los abrí;
y cortesia fue el villano serle.
¡Ah genoveses, hombres tan distantes
de todo bien, de toda lacra llenos!,
¿por qué no sois del mundo desterrados?
Porque con la peor alma de Romaña
hallé a uno de vosotros, por sus obras
su espiritu bañando en el Cocito,
y aún en la tierra vivo con el cuerpo.
«Vexilla regis prodeunt inferni
contra nosotros, mira, pues, delante
—dijo el maestro— a ver si los distingues.»
Como cuando una espesa niebla baja,
o se oscurece ya nuestro hemisferio,
girando lejos vemos un molino,