—¡Qué espectáculo tan sublime! —chilló—. Has detenido a mis servidores, pero no eres capaz de comandarlos. Te has librado de ellos, pequeña…, ¡pero no de mí!
En el mismo instante en que empezaba a pronunciar un conjuro, el pantano entró en ebullición. Larissa tragó aire y se levantó, con la mirada en el negro río. Unas siluetas iban tomando forma a medida que alcanzaban la superficie, y la joven rompió a reír sin control.
Algunas no eran más que esqueletos, pero otras conservaban rasgos identificables. El agua había hinchado los cuerpos hasta casi hacerlos reventar, y el río los vomitaba a docenas: cadáveres de hombres, mujeres, niños y animales, con el propósito único de destruir al enemigo de Larissa. La joven sabía que los había convocado, que eran aliados suyos, tal como Misroi le había garantizado.
Una ola gigantesca cargada de muertos vivientes se alzó y rompió contra la techumbre de la embarcación. Larissa cayó ante el impacto y buscó aire cuando el agua la cubrió. Los no muertos que acudían a la voz de la joven se levantaron, implacables y metódicos, y, chorreando agua y fluidos, se dirigieron hacia sus congéneres helados.
La batalla entre muertos fue un espectáculo atroz de contemplar; cada cual trataba de reducir al contrario a trozos tan minúsculos que no pudiera seguir luchando. Lond se defendía como mejor podía y así terminó con muchos de los servidores de Larissa, pero no fue capaz de detener una invasión tan multitudinaria y, al final, varios cadáveres consiguieron hacer presa del hechicero. Lond aullaba sin cesar mientras lo llevaban a rastras hasta el borde; después desaparecieron.
Larissa sintió algo semejante al remordimiento. Había ordenado a los no muertos que detuvieran a Lond, pero ellos estaban dispuestos a matarlo. ¿O acaso podían convertirlo en un muerto viviente a su vez?
El agua volvió a encresparse con un nuevo horror. Centímetro a centímetro, metro a metro hasta una longitud inconcebible, una gigantesca serpiente no muerta emergió del río hasta colocarse por encima de la nave.
A Larissa se le secó la garganta. Ya había visto aquel ser pavoroso en las pesadillas que la habían acosado al llegar a Souragne. Más tarde, aquel monstruoso ser se había comunicado con ella con la voz de Fando, y ahora culebreaba con sus rasgados ojos muertos fijos en ella.
La voz de Misroi estalló como una bomba por la boca de la serpiente.
—Bien hecho, linda bailarina. Has sobrevivido, a pesar de todo. Reconozco que estoy impresionado, y te agradezco todos los muertos vivientes que me has procurado. Pronto volverán a la vida.
Con una agilidad impensable, la serpiente agachó su colosal cabeza hasta quedarse a unos centímetros de Larissa; pero la joven no se espantó. El monstruo se acercó más y proyectó una lengua putrefacta tan gruesa como su cuerpo.
—Todos volverán a la vida, excepto uno, creo. Puesto que tanto lo amabas, quédate con ese pequeño entrometido, Fando.
El corazón le dio un vuelco tal que estuvo a punto de desmayarse.
—¡No! —gimió, en voz baja y grave—. ¡Fando no! —Gritó su nombre y miró alrededor enajenada.
El muerto viviente que había sido Fando se adelantó con paso de autómata. Larissa se quedó sin aliento y se tapó la boca presa de horror e incredulidad.
Fando la miraba impasible. Sus ojos ya no reían como antaño ni asomaba a sus labios la sonrisa; todo en él estaba frío e inamovible. Larissa alargó una mano vacilante y le tocó la mejilla; la piel estaba helada al tacto. Retiró la mano y la cerró en un puño.
Con total resolución, se giró hacia la monstruosa serpiente.
—Antón, he luchado contra tus enemigos y he impedido la huida de Lond. He aprendido tu danza y te he honrado como maestro. Te pido una gracia solamente: devuelve la vida a Fando.
—Pobrecita bailarina insignificante… —replicó la serpiente con un falso tono de remordimiento—. Todavía no lo comprendes, ¿verdad? Estaba en lo cierto: tu espíritu y el mío son de la misma especie, Larissa. Eres como yo. Si hubiera sido Lond quien hubiera arrebatado la vida de su cuerpo, podría devolvérsela, pero la danza de la muerte es mucho más poderosa que los pasatiempos de Alondrin. No puedo contrarrestar los efectos de mi propia magia.
Larissa abrió los ojos desmesuradamente, presa de un horror más terrible a causa de la verdad que le quebrantaba el alma. Ella había sido la mano ejecutora del destino de Fando, no Lond, ni siquiera Misroi. Entonces, ya demasiado tarde, recordó las palabras de la Doncella, que le advertían de los riesgos implicados en la danza de los muertos.
—Creí que se refería a mí —susurró—, creí que el peligro sólo me afectaría a mí… —Una rabia incendiaria la envolvió; tomó la fusta de montar y la arrojó a las aguas—. ¿
Por qué no me avisaste
? —imprecó a Misroi.
La serpiente no muerta abrió sus fauces inconmensurables y soltó una carcajada profunda y atronadora.
—¡Ay, linda bailarina! ¿Por qué habría tenido que molestarme? Habrías utilizado la magia de todas maneras, puesto que era la única forma de enfrentarte al poder de Alondrin.
La fusta apareció de repente otra vez en su mano. El alarido desgarrado de ira y dolor se oyó hasta en el teatro, donde se ocultaba la compañía de artistas.
Los primeros rayos de la aurora atravesaron las brumas y se posaron con suavidad sobre la bailarina dormida; había encontrado un breve respiro en medio de los horrores en que se había visto implicada y había logrado conciliar el sueño a base de llanto. Pero la tregua tocaba a su fin. Amanecía un nuevo día, abrasador, humeante, cargado con la promesa de una existencia de pesadumbres.
Percibió vagamente que la tapaban con una manta.
Al abrir los ojos vio a Sardan, y el bardo apartó la mirada al punto.
—Me alegro de que te encuentres bien, Larissa —murmuro.
—Soy yo quien se alegra de que estés bien —repuso, con la voz ronca por el llanto. Se sentó con gran esfuerzo y logró ponerse en pie ayudada por Sardan. Mientras se dirigían a la cabina del piloto, Larissa vio a Fando de reojo y las rodillas le flaquearon. Se maldijo a sí misma—: ¡Estoy más débil que una maldita cría de gato!
—No me sorprende, después de todo lo que has pasado.
Fue entonces cuando se percató de que Sardan tenía la cara hinchada. Frunció el entrecejo y lo acarició con suavidad, pero hasta ese tierno roce era excesivo y el bardo se estremeció de dolor.
—¿Qué te pasó? ¿Estás herido?
Sardan no podía mirarla a los ojos.
—Fernando me tumbó de un golpe, de forma que… por casualidad no te vi bailar la…
—Siempre pensaba primero en los demás —dijo Larissa con la voz quebrada, esforzándose por contener el llanto. Creía que había terminado con todas las lágrimas del mundo, pero, al parecer, sus reservas no tenían límite—. ¿Qué ha pasado con los cadáveres? —preguntó, mientras Sardan la conducía con cuidado.
—Se han… —comenzó vacilante, incapaz de mirarla a los ojos— marchado. No sé con exactitud qué ha sucedido, pero la serpiente… Creo que todos la siguieron; desaparecieron en el río, incluso mi pobre sustituto, que tuvo la desgracia de contrariar a Dumont. —Hizo una pausa—. Excepto Fernando.
—Bien, al menos no tendremos que preocuparnos de ellos.
Larissa escuchó sus propias palabras y apenas podía creer que salieran de su boca. Se oía insensible y cruel… aunque decía la verdad. No podía llorar por los muertos, todavía no. Ella era la única que comprendía el alcance de los acontecimientos, y los vivos la necesitaban más que nadie. Sabía que tenía que ser fuerte por el bien de todos ellos, si no por el suyo propio. Por su parte, casi habría preferido morir con su amado, pero la realidad indicaba que no resultaría tan fácil.
Convocó una reunión general en el teatro y, cuando entró con paso vacilante, con una taza de té caliente y envuelta todavía en una manta, todo el mundo se puso en pie. Luego, poco a poco, algunos comenzaron a aplaudir, hasta que la ovación se hizo general y auténtica, la más afectuosa que había recibido en su vida. Sonrió tímidamente e hizo ademán de que todos se sentaran mientras avanzaba hacia el escenario. Sardan le llevó una silla, y ella se sentó con una breve sonrisa de agradecimiento.
Jahedrin fue el primero en formular la pregunta que estaba en la mente de todos.
—Señorita Bucles de Nieve, ¿vais a ser nuestro capitán a partir de ahora?
—Jahedrin —contestó la joven mirando al piloto fijamente—, no sé una palabra de navegación.
—Pero sois la más indicada para asumir el mando, y tal vez incluso para gobernar todo a bordo de
La Demoiselle
. Os seguiremos sin rechistar, y vos podéis aprender.
Sorprendida, Larissa revisó los rostros expectantes de la tripulación y de los artistas; todos asentían. Larissa aceptó y pasó la hora siguiente dando explicaciones. La tripulación tendría que confiar en ella, seguirla. Reveló los secretos de Dumont, habló de los guardianes del barco, de los prisioneros y del asesinato de Liza. Esperaba que la interrumpieran continuamente con preguntas, pero todos la escuchaban con los ojos muy abiertos y ligeramente incrédulos. Era evidente que se hacía cargo de la nave.
—Quiero a esta nave —manifestó con sinceridad—, y me gustaría que el espectáculo no terminara. No hay motivo para dejar de ofrecer un entretenimiento agradable a cambio de un precio justo. En cuanto a los antiguos prisioneros, recibirán trato de huéspedes de honor, y todo aquel que desee marcharse en cualquier momento, tanto artistas como marineros, puede hacerlo a voluntad. Los que prefieran quedarse y contribuir con su magia a
La Demoi
… —Calló un momento, y la sombra de una sonrisa le cruzó el agotado rostro—. Los que quieran quedarse a bordo de
La Bailarina del Río
serán contratados por un salario justo.
—Áradnia y yo ya hemos decidido quedarnos —anunció Gelaar para todos, tomando a su hija por el hombro—. No aborrecíamos el barco en sí, sino al capitán y a su insaciable codicia.
—
Mademoiselle
, ¿sería tan amable de llevarme a Richemulot? —solicitó, vacilante, Cola Bermeja—. Ya sé que pido mucho…
—No sé cuándo llegaremos allí, pero llegaremos, y cuando así sea, Cola Bermeja, podrás irte en libertad.
Cola Bermeja agradeció la respuesta con una gentil inclinación de cabeza.
—Hasta ese día,
mademoiselle
, estoy a vuestra entera disposición.
Gráculus había tomado cariño a Gelaar, y el pseudo-dragón deambulaba contento entre los demás; había decidido que Larissa sería su amiga adoptiva y apenas se alejaba de su lado. El gato de color, como de costumbre, no parecía interesarse por los acontecimientos. En general, nadie deseaba abandonar
La Bailarina del Río
.
Unas horas más tarde, Larissa reunió el valor necesario para emprender la tarea más lastimosa. En primer lugar, se dirigió al camarote de Dumont y enseguida localizó el manto blanco. Lo recogió con suavidad y se lo puso alrededor del cuello; respiró hondo para calmarse y salió en dirección a la proa.
—¡Ondina! —llamó con voz fuerte, asomada a las verdes aguas.
Casi al instante, la superficie del río se agitó y una hermosa doncella de dorados cabellos emergió, con el rostro encendido de alegría.
—¡Te has acordado! —exclamó, elevando los brazos hacia Larissa.
—Sí, me he acordado —repuso la joven con una sonrisa triste—. Quisiera pedirte un último favor. —Señaló hacia la yola, que se mecía plácidamente, atada al barco—. Voy a soltar esta yola dentro de un momento. Por favor, procura que no embarranque ni quede prisionera entre los desechos.
La nereida hizo un gesto mohíno y chapoteó con resentimiento en el agua.
—No tengo por qué doblegarme ante ti para siempre —contestó con voz quejumbrosa—. ¿Cuánto tiempo quieres que la guíe?
Larissa tenía un nudo de pesar en la garganta, pero respondió con calma.
—Sabrás cuándo tienes que parar. Toma, y gracias.
Dejó caer el chal, la nereida lo atrapó y lo estrechó con fuerza; tenía lágrimas en los ojos. Después, se lo colocó sobre los hombros y desapareció.
Larissa se incorporó lentamente, con cansancio, echó un vistazo al techo del barco, y carraspeó.
—¡Fando! —llamó. El muerto viviente se asomó despacio y aguardó órdenes—. Baja a la cubierta principal —le dijo.
Siguió su trayectoria con la mirada, pensando en el contraste de aquellos pasos rígidos y pesados con la gracia y el entusiasmo tan vitales y flexibles del hombre al que había amado. No obstante, sabía que estaba obrando correctamente, que lo que iba a hacer era lo que Fando habría deseado.
La cosa que animaba el cuerpo de Fando —prefería pensarlo de ese modo— se quedó impasible ante ella.
—Monta en la yola y siéntate —ordenó, y el ser obedeció.
Después se acercó al bote y cortó la cuerda, cuyo cabo dejó caer al agua. Una mano invisible la recogió y, poco a poco, la pequeña embarcación, con el atractivo y joven zombi a bordo, comenzó a navegar río abajo. Se quedó mirándolo con el corazón cargado de pena.
—
Mademoiselle
… —Larissa se limpió las lágrimas que le nublaban la visión y sonrió temblorosa a Cola Bermeja, que había llegado hasta ella sin ruido—. Es triste perder a un amigo; te acompaño en tu dolor.
Larissa se acordó de la singular amistad que había surgido entre los dos
loah
, el conejo y el zorro.
—Echas de menos a Panzón, ¿verdad?
—
Oui
. Le hice un regalo en el último momento, cuando nos despedimos; le prometí que mi pueblo no atacaría al suyo en estas tierras durante quince días.
—Es…, es un verdadero sacrificio para los tuyos, ¿no es cierto?
—
Comme ci, comme ca
—replicó con un encogimiento de hombros—. Recuerda, sin embargo, que no abundan los zorros en Souragne. —Mostró sus afilados dientes en una amplia sonrisa—. Además, todavía quedan los pollos, ¿no?
De pronto, y para su propia sorpresa, Larissa comenzó a reírse; se sentía como si, después de una prolongada batalla contra un temporal, el sol volviera a salir en su alma. Se dejó llevar por un impulso y abrazó al zorro. El animal se sobresaltó en un primer momento, pero después rió complacido y le dio un rápido lametón en la mejilla. Larissa se puso de pie, respiró hondo y comenzó a bailar.
Los movimientos la llevaron al otro extremo de la cubierta, hasta la popa, y al llegar a la rueda se detuvo. Miró por última vez a Fando, que seguía sentado con rigidez en la yola bamboleante.