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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (54 page)

Sí, puedo ver dónde quieres que vaya
, respondió Canth, con tanta seguridad que F'nor quedó desconcertado. Pero este no era el momento de pararse a meditar.

Se ajustó la túnica de montar y se puso los guantes.

—¿Vas a marcharte? —preguntó N'ton.

—Sí, aquí ha terminado la diversión por esta noche —respondió F'lar, con una indiferencia que le asombró a sí mismo—. Quiero asegurarme de que Grall ha regresado al lado de Brekke. En caso contrario, tendría que ir a buscarla al continente Meridional, a la cueva en que nació.

—Ten cuidado, entonces —le advirtió N'ton—. Al menos, esta noche hemos resuelto un problema. Meron no podrá conseguir que su lagarto de fuego vaya a la Estrella Roja antes que nosotros.

F'nor montó sobre Canth y saludó con la mano a N'ton y al centinela, reprimiendo su creciente excitación hasta que su dragón se hubo remontado a mucha altura por encima del Weyr. Entonces se tendió a lo largo del cuello de Canth y dio varias vueltas a las riendas alrededor de sus muñecas Quería estar seguro de que no se caería durante aquel salto por el inter.

Canth continuó ascendiendo, directamente hacia la temible Estrella Roja, muy alta en el oscuro cielo, casi como si el dragón se propusiera volar hasta allí en línea recta.

F'nor sabía que las nubes eran formadas por el vapor de agua. Al menos, lo eran en Pern. Pero hacía falta aire para sostener a las nubes. Algún tipo de aire. El aire podía contener diversos gases. Sobre las llanuras de Igen, donde se alzaban los nocivos vapores de las montañas amarillas, uno podía asfixiarse si aquellos gases letales llegaban a sus pulmones. Los mineros hablaban de otros gases, atrapados en túneles subterráneos. Pero un dragón era rápido. Un par de segundos en el gas más mortífero que la Estrella Roja pudiera contener no podría perjudicarles. Canth saltaría al Inter en un abrir y cerrar de ojos.

Sólo tenían que llegar hasta aquel puño, lo bastante cerca para que los grandes ojos de Canth vieran la superficie, debajo de la cubierta de nubes. Una ojeada para dejar definitivamente resuelta la cuestión. Una ojeada que correría a cargo de F'nor... y no de F'lar.

Empezó a reconstruir aquel puño etéreo, con sus dedos cerrándose sobre el extremo occidental de la masa gris sobre la enigmática superficie de la Estrella Roja.

—Díselo a Ramoth. Ella transmitirá lo que veamos a todo el mundo: dragón, caballero, lagarto de fuego. Tenemos que ir ligeramente por el intertiempo también, hasta el momento en que vi aquel puño sobre la Estrella Roja. Díselo a Brekke...

Y súbitamente se dio cuenta de que Brekke ya lo sabía, lo había sabido ya cuando le sedujo tan inesperadamente. Ya que ese era el motivo por el que Lessa se había confiado a ellos, a Brekke. F'nor no podía reprochárselo a Lessa. Ella había tenido el valor de correr un riesgo semejante hacía siete Revoluciones, cuando había retrocedido a través del tiempo para traer a los cinco Weyrs perdidos.

Llena tus pulmones
, le advirtió Canth, y F'nor notó el paso del aire absorbido en gran cantidad a lo largo del cuello del dragón.

No tuvo tiempo de pensar en la táctica de Lessa porque el frío del inter les envolvió. F'nor no sintió nada, ni la suave piel del dragón contra su mejilla, ni el cuero de las riendas desollando sus muñecas. Solamente el frío. El negro inter nunca había durado tanto.

Luego surgieron del inter a un calor asfixiante. Cayeron a través del túnel que formaban al cerrarse los dedos de nube hacia la masa gris, que repentinamente estuvo tan cerca de ellos como la cúspide de Nerat en una Pasada de Hebras a alto nivel.

Canth empezó a abrir sus alas y gritó agónicamente mientras eran arrastrados por unos desaforados vientos que parecían brotar del interior de un horno. Había aire envolviendo a la Estrella Roja: un aire ardiente, cuyo calor era avivado por brutales turbulencias. Los indefensos dragón y jinete eran como una pluma, cayendo por espacio de centenares de longitudes sólo para ser proyectados de nuevo hacia arriba, una y otra vez, con espantosa fuerza. Mientras caían, con sus mentes paralizadas por el holocausto en el que habían penetrado, F'nor tuvo una breve visión de pesadilla de las superficies grises hacia las cuales y de las cuales eran alternativamente atraídos y repelidos: la cúspide neratiana era un gris húmedo y lustroso que se retorcía y burbujeaba y supuraba. A continuación fueron arrojados a las nubes rojizas salpicadas de mareantes grises y blancos, desgarradas aquí y allá por macizos ríos anaranjados de relámpagos. Un millar de puntos ardientes quemaron la piel sin proteger del rostro de F'nor, calaron el pellejo de Canth, perforando cada uno de los párpados sobre los ojos del dragón. El sonido abrumador y a múltiples niveles de la atmósfera ciclónica percutía en sus cerebros de un modo implacable.

Luego fueron introducidos en la espantosa calma de un embudo de calor ardiente y lleno de arena, y cayeron hacia la superficie... lisiados e impotentes.

Acongojado, F'nor tenía un solo pensamiento mientras sus sentidos le abandonaban. ¡El Weyr! ¡Era preciso advertir al Weyr!

Grall volvió junto a Brekke, piando lastimosamente, enterrándose en el brazo de la mujer. Estaba temblando de miedo, pero sus pensamientos eran tan caóticos que Brekke fue incapaz de aislar la causa de su terror.

Acarició a la pequeña reina, y le ofreció inútilmente unos trozos de carne. El animalito se negaba a ser tranquilizado. Luego, Berd captó la ansiedad de Grall, y cuando Brekke le reprendió, la excitación y la angustia de Grall se intensificaron.

De pronto, los dos verdes de Mirrim penetraron en el Weyr, gorjeando y revoloteando, afectados también por la conducta irracional de la pequeña reina. Mirrim llegó corriendo, escoltada por su bronce, siseando y abanicando sus alas casi transparentes.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien, Brekke?

—Estoy perfectamente —le aseguró Brekke, rechazando la mano que Mirrim tendía hacia su frente—. Están excitados, eso es todo. Es medianoche. Vuelve a la cama.

—¿Solamente excitados? —Mirrim frunció los labios como lo hacía Lessa cuando sabía que alguien la estaba rehuyendo—. ¿Dónde está Canth? ¿Por qué te han dejado sola?

—¡Mirrim! —El tono de Brekke sobresaltó a la muchacha. Enrojeció, mirando fijamente hacia sus pies, hundiendo los hombros como si tratara de empequeñecerse. Brekke cerró los ojos luchando por conservar la calma a pesar de que la inquietud de los cinco lagartos de fuego resultaba insidiosa—. Tráeme un poco de klah, por favor.

Brekke se levantó y empezó a vestirse con ropas de montar. La agitación de los cinco lagartos alados fue en aumento, revoloteando por la estancia como si trataran de escapar de algún peligro invisible.

—Tráeme un poco de klah —repitió Brekke, ya que Mirrim permanecía inmóvil, contemplándola con aire estupefacto.

Sus tres lagartos alados siguieron a Mirrim antes de que Brekke se diera cuenta de su error. Probablemente despertarían a las Caverr.as Inferiores con su ansiedad. Llamó a Mirrim, pero la muchacha no la oyó. Un escalofrío entumeció sus dedos.

Canth no iría a ninguna parte si tenía la impresión de que al hacerlo pondría en peligro a F'nor. Canth tenía sentido común, se dijo Brekke, tratando de convencerse a sí misma. Canth sabía lo que podía y lo que no podía hacer. Era el dragón pardo más grande, más rápido y más fuerte de Pern. Era casi tan grande y casi tan inteligente como Mnementh.

Brekke oyó el metálico trompeteo de alarma de Ramoth en el instante en que recibía el increíble mensaje de Canth.

¿Viajando hacia la Estrella Roja? ¿Sobre las coordenadas de una nube? Brekke se apoyó contra la mesa, con las piernas temblorosas. Logró sentarse, pero sus manos no la obedecieron cuando intentó verter vino en una copa. Utilizando las dos manos, se llevó la botella a los labios y bebió un sorbo. El vino la entonó un poco.

No podía creer que F'nor y Canth vieran un camino para ir a la Estrella Roja. ¿Era aquello lo que había asustado tanto a Grall?

Ramoth seguía trompeteando su alarma, y Brekke oyó ahora a los otros dragones aullando su preocupación.

Brekke hurgó con dedos nerviosos en los últimos cierres de su túnica y se obligó a sí misma a ponerse en pie, a andar hacia el saledizo. Los lagartos alados se mantuvieron revoloteando a su alrededor, gimiendo sin cesar, con un gorjeo estridente de puro terror.

Brekke se detuvo en lo alto de la escalera, aturdida por la confusión en el resplandor crepuscular del Cuenco del Weyr. Había dragones en los saledizos, agitando excitadamente sus alas. Otros animales volaban en círculo a peligrosas velocidades. Algunos llevaban jinetes, la mayoría volaban por su cuenta. Ramoth y Mnementh estaban sobre las Piedras, con los ojos enrojecidos mientras trompeteaban a sus compañeros de Weyr. Algunos caballeros corrían de un lado a otro, aullando, llamando a sus animales, interrogándose mutuamente acerca del motivo de aquella inexplicable manifestación.

Brekke se tapó los oídos con las manos, inútilmente tratando de localizar a F'lar o a Lessa en medio de la confusión. Súbitamente aparecieron los dos al pie de la escalera y subieron corriendo hacia ella. F'lar fue el primero en llegar a su lado, ya que Lessa se quedó atrás, apoyándose con una mano contra la pared.

—¿Sabes lo que están haciendo F'nor y Canth? —gritó el caudillo del Weyr—. ¡Todos los animales del Weyr se están desgañitando, física y mentalmente! —Y F'lar se tapó sus propios oídos, mirando furiosamente a Brekke, esperando una respuesta.

Brekke miró hacia Lessa y leyó el miedo y la culpabilidad en los ojos de la Dama del Weyr.

—F'nor y Canth están viajando hacia la Estrella Roja.

F'lar tensó todo su cuerpo, y sus ojos se hicieron tan rojizos como los de Mnementh. Miró a Brekke con una mezcla de temor y de aversión, y Brekke retrocedió, tambaleándose. Como si aquel movimiento le relajara, F'lar miró hacia el dragón bronce que rugía estentóreamente en las alturas.

Echó los hombros hacia atrás y sus manos se cerraron con tanta fuerza que los huesos amarillearon a través de la piel.

En aquel momento, todos los ruidos cesaron en el Weyr, mientras todas las mentes sentían el impacto de la advertencia que los lagartos de fuego habían estado tratando de proyectar.

Turbulencia, salvajismo, crueldad, destrucción; una presión inexorable y mortal. Masas remolineantes de nauseabundas superficies grises que subían y bajaban. Un calor tan sólido como un aguaje. ¡Miedo! ¡Terror! ¡Una ansiedad inarticulada!

¡Un grito brotó de una sola garganta, un grito semejante a un cuchillo sobre unos nervios descarnados!

¡No me dejéis solo!

El grito surgió de unas cuerdas vocales laceradas por la suprema angustia; una orden, una súplica que parecieron repetir las negras bocas de los Weyrs, las mentes de los dragones y los corazones humanos.

Ramoth saltó hacia lo alto. Mnementh estuvo inmediatamente a su lado. Luego, todos los dragones del Weyr fueron un solo escuadrón, incluyendo a los lagartos de fuego; el aire gimió con el esfuerzo por sostener la migración.

Brekke no podía ver nada. Sus ojos estaban llenos de sangre de los vasos que habían estallado por la fuerza de su grito. Pero sabía que había un puntito en el cielo, cayendo con una velocidad que aumentaba progresivamente; un descenso tan fatal como en el que Canth había tratado de interrumpir sobre las alturas pétreas de la cordillera de las Altas Extensiones.

Y no había ninguna conciencia en aquel puntito descendente, ningún eco, por leve que fuera, a su desesperada interrogación. La flecha de dragones ascendía, agitando las grandes alas. La flecha se hizo mayor, una, dos, tres veces, a medida que la engrosaban otros dragones, trazando un ancho sendero en el cielo, volando en línea recta hacia aquel puntito descendente.

Fue como si los dragones se convirtieran en una rampa que recibió el cuerpo inconsciente de su camarada de Weyr, lo recibió y frenó su impulso fatal con sus propios cuerpos, hasta que el último segmento de alas extendidas depositó suavemente en el suelo del Weyr al ensangrentado dragón pardo.

Medio ciega como estaba, Brekke fue la primera persona que alcanzó el ensangrentado cuerpo de Canth, con F'nor fuertemente sujeto a su quemado cuello. Sus manos encontraron la garganta de F'nor, sus dedos el tendón donde su pulso debía latir. Su carne estaba fría y era pegajosa al tacto, y el hielo sería menos duro.

—No respira —gritó alguien—. ¡Sus labios están azulados!

—Está vivo, está vivo —salmodió Brekke. Una leve pulsación había rebotado contra sus dedos investigadores. No, no lo había imaginado. Otra.

—No había aire en la Estrella Roja. El color azul. Está asfixiado.

Algún recuerdo semiolvidado impulsó a Brekke a separar las mandíbulas de F'nor. Luego cubrió la boca de F'nor con la suya y exhaló profundamente en su garganta. Brekke insufló aire en los pulmones de F'nor y lo aspiró.

—Eso está bien, Brekke —gritó alguien—. Puede dar resultado. ¡Despacio y seguido! Respira a fondo o te quedarás sin aire.

Alguien la agarró dolorosamente por la cintura. Brekke se aferró al cuerpo desmadejado de F'nor hasta que se dio cuenta de que los dos eran levantados del cuello del dragón.

Oyó a alguien que hablaba en tono apremiante, estimulando a Canth:

¡Canth! ¡Quédate!

El dolor del dragón era como un nudo cruel en el cráneo de Brekke. Aspiró y espiró. Aspiró y espiró. Para F'nor, para ella misma, para Canth. Tenía conciencia, como nunca la había tenido, de la simple mecánica de la respiración; consciente de los músculos de su abdomen dilatándose y contrayéndose alrededor de una columna de aire que ella impulsaba hacia arriba y hacia fuera, hacia dentro y hacia fuera.

—¡Brekke! ¡Brekke!

Unas manos duras tiraron de ella. Brekke se aferró a la túnica de piel de wher debajo de su cuerpo.

—¡Brekke! F'nor respira ahora por sí mismo. ¡Brekke!

La arrancaron de F'nor a la fuerza. Trató de resistir, pero todo era una mancha borrosa color sangre. Se tambaleó, su mano tocó la piel del dragón.

Brekke
. Un leve susurro empapado en dolor, apenas audible, como si procediera de una distancia incalculable, pero era Canth.
¿Brekke?

—¡No estoy sola! —Y Brekke se desmayó, con el cuerpo y la mente vencidos por un esfuerzo que había salvado dos vidas.

Impulsadas por una poderosa energía, las esporas caían de la turbulenta atmósfera del planeta en deshielo hacia Pern, empujadas y atraídas por las fuerzas gravíticas de una triple conjunción de los otros planetas del sistema.

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