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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (47 page)

—Allí está F'lar. Alguien tendría que decírselo, Lytol. ¡Por favor!

—Ya lo sabe —dijo Lytol, dado que F'lar había reunido a varios caballeros pardos a su alrededor y todos ellos estaban mirando hacia el pequeño huevo.

—Ve a decírselo, Lytol. ¡Haz que le ayuden!

—A lo largo de su vida, una reina puede poner huevos más pequeños que los normales —dijo Lytol—. Este asunto no es de mi incumbencia. Ni de la tuya.

Dio media vuelta y echó a andar hacia la escalera, absolutamente convencido de que los muchachos le seguirían.

—No hacen absolutamente nada —murmuró Jaxom, desolado.

Felessan le miró y se encogió de hombros.

—¿Qué podemos hacer nosotros? —murmuró—. Vámonos. No tardarán en servir la comida. Y esta noche hay muchas cosas especiales. —Y trotó detrás de Lytol.

Jaxom se volvió hacia el huevo, que ahora oscilaba salvajemente.

—¡No hay derecho! Les tiene sin cuidado lo que te pasa. Se preocupan por esa Brekke, pero a ti te abandonan. Vamos, huevo. ¡Rompe tu cascarón! Demuéstrales que estás vivo. ¡Una buena grieta, y apuesto a que hacen algo!

Jaxom se había deslizado a lo largo de la fila de palcos hasta situarse inmediatamente encima del pequeño huevo, que ahora insistía en sus esfuerzos, como si respondiera a los apremios del muchacho. Pero no había nadie cerca. Y los movimientos del huevo se hicieron tan frenéticos que Jaxom pensó que el dragoncillo necesitaba ayuda desesperadamente.

Sin pensárselo dos veces, Jaxom saltó a la cálida arena. Ahora podía ver las diminutas estrías en la cáscara, podía oír los frenéticos golpes en el interior... Cuando tocó la cáscara la encontró tan dura como si fuera de piedra. No tenía ya la flexibilidad del cuero como el día de su escapada.

—Nadie quiere ayudarte. ¡Lo haré yo! —gritó Jaxom, y golpeó la cáscara con el pie.

Apareció una grieta. Dos puntapiés más, y la grieta se ensanchó. En el interior, el dragoncillo pió lastimosamente al tiempo que golpeaba la dura cáscara con su hocico.

—Quieres nacer. Lo mismo que yo. Lo único que necesitas es una pequeña ayuda, lo mismo que yo —estaba gritando Jaxom, aporreando la grieta con sus puños. Se desprendieron unos trozos mucho más duros que los cascarones de las otras crías tirados por el suelo.

—Jaxom, ¿qué estás haciendo? —le gritó alguien, pero era demasiado tarde.

La gruesa membrana interior era visible ahora, y esto era lo que había estado impidiendo la salida del dragoncillo. Jaxom sacó su daga del cinto y rasgó la membrana: del saco cayó un diminuto cuerpo blanco, no mucho mayor que el torso del muchacho. Instintivamente, Jaxom extendió sus manos, ayudando al animalito a sostenerse en pie.

Antes de que F'lar o cualquier otra persona pudieran intervenir, el dragón blanco había alzado unos ojos llenos de adoración hacia el Señor del Fuerte Ruatha, y se había producido la Impresión.

Completamente ajeno al dilema que acababa de crear, el incrédulo Jaxom se volvió hacia los asombrados espectadores.

—¡Dice que se llama Ruth!

XV

Atardecer en el Weyr de Benden: banquete de la Impresión

Había sido como salir de las mismas entrañas del pozo más profundo, pensó Brekke. Y Berd le había mostrado el camino. Se estremeció de nuevo ante el horror del recuerdo. Si se deslizaba hacia atrás...

Inmediatamente notó la mano de F'nor sobre su brazo, notó el contacto de los pensamientos de Canth, y oyó el gorjeo de los dos lagartos de fuego.

Berd la había sacado de la Sala hacia F'nor y ahora. Brekke se había sorprendido ante lo agotado y lo triste de su aspecto. Había intentado hablar, pero la obligaron a permanecer en silencio. Y luego F'nor la había llevado a su Weyr. Brekke sonrió ahora, abriendo los ojos, para ver a F'nor inclinado sobre ella. Extendió su mano hacia el querido y preocupado rostro de su amante; ahora podía decirlo, su amante, su compañero de Weyr, ya que F'nor era eso también. Unas profundas arrugas empujaban hacia abajo la boca de F'nor en las comisuras. Tenía los ojos empañados e inyectados en sangre y sus cabellos, habitualmente limpios y peinados hacia atrás desde su despejada frente, estaban alborotados y pringosos.

—Necesitas un buen descanso, cariño —dijo, con una voz cascada que no se parecía en nada a la suya.

Con un gruñido que era casi un sollozo, F'nor la abrazó. Al principio como si temiera lastimarla. Luego, cuando notó los brazos de Brekke apretándose en torno a su cuerpo –ya que resultaba delicioso sentir su fuerte espalda debajo de sus débiles manos—, casi la aplastó hasta que ella le gritó alegremente que tuviera cuidado.

F'nor enterró sus labios en los cabellos de Brekke, contra su garganta, en una explosión de apasionado alivio.

—Creíamos haberte perdido también a ti, Brekke —murmuró una y otra vez, mientras Canth canturreaba un exuberante comentario.

—Estaba en mi mente —admitió Brekke con voz trémula, apretándose contra el pecho de F'nor, como si quisiera acercarse todavía más a él—. Estaba en mi mente y yo no era dueña de mi cuerpo. Creo que era eso lo que me pasaba. ¡Oh, F'nor! —y toda la pena que no había sido capaz de expresar hasta entonces hizo explosión en ella—. ¡Incluso odiaba a Canth!

Las lágrimas brotaron de sus ojos, y los sollozos sacudieron un cuerpo debilitado ya por el ayuno. F'nor la atrajo hacia él, palmeando sus hombros, sacudiéndola ligeramente hasta que empezó a temer que las convulsiones acabaran con ella. Hizo un gesto apremiante a Manora.

—Tiene que llorar, F'nor. Será un alivio para ella.

La ansiosa expresión de Manora, su manera de abrir y cerrar las manos, resultaron extrañamente tranquilizadoras para F'nor. También ella se preocupaba por Brekke, hasta el punto de permitir que la preocupación taladrara la coraza de su imperturbable serenidad. Le estaba muy agradecido a Manora por haberse opuesto a la re—Impresión, aunque dudaba de que su madre carnal conociera los motivos de su propia oposición. O tal vez los conocía. En su aparente indiferencia, a Manora le pasaban muy pocas cosas por alto.

El frágil cuerpo de Brekke temblaba ahora violentamente, desgarrado por el paroxismo de su pena. Los lagartos de fuego empezaron a gorjear ansiosamente, y en el canturreo de Canth apareció una nota de preocupación. Las manos de Brekke se abrían y se cerraban patéticamente sobre los hombros de F'nor, pero los sollozos desgarradores no le permitían hablar.

—No puede dejar de llorar, Manora. No puede.

—Abofetéala.

—¿Abofetearla?

—Sí, abofetéala —y Manora pasó de las palabras a los hechos, golpeando varias veces el rostro de Brekk con la palma de la mano antes de que F'nor pudiera reaccionar—. Ahora, llévala al baño. El agua caliente relajará esos músculos.

—No tenías que abofetearla —dijo F'nor furiosamente.

—Lo ha hecho, lo ha hecho —gimió Brekke con voz entrecortada, estremeciéndose mientras la sumergían en el agua. Luego notó que el calor penetraba y relajaba unos músculos agarrotados por los sollozos. En cuanto notó que el cuerpo de Brekke se distendía, Manora la secó con toallas calientes e hizo un gesto a F'nor para que la transportara de nuevo al lecho y la tapara bien con las pieles.

—Ahora necesita comer algo, F'nor. Y tú también —añadió, mirándole severamente—. Y no olvides que esta noche tienes otras obligaciones. Es el Día de la Impresión.

F'nor gruñó malhumorado ante el recordatorio de Manora, y vio que Brekke le sonreía desmayadamente.

—No creo que te hayas separado de mi lado desde...

—Canth y yo necesitábamos estar contigo —se apresuró a decir F'nor cuando Brekke se interrumpió. Luego acarició sus cabellos como si el hacerlo fuese la ocupación más importante del mundo. Brekke cogió su mano y F'nor la miró a los ojos.

—Os sentía junto a mí, a los dos, incluso cuando más deseaba morir —murmuró Brekke. Luego sintió rabia en sus entrañas—. Pero, ¿cómo pudiste obligarme a ir a la Sala de Eclosión, a enfrentarme a otra reina?

Canth gruñó una protesta. Brekke pudo ver al dragón a través del arco sin cortina, con la cabeza vuelta hacia ella, los ojos ligeramente llameantes. Y quedó sobresaltada por el enfermizo tono verdoso que había adquirido la piel del pardo.

—Nosotros no queríamos que fueras. Fue idea de F'lar. Y de Lessa. Creyeron que podría dar resultado, y tenían miedo de que te perdiéramos.

La aflicción que Brekke trataba de olvidar amenazó en convertirse en un pozo al cual debía arrojarse aunque sólo fuera para terminar de una vez con aquella insoportable sensación de haber perdido una parte muy importante de sí misma.

No
, gritó Canth.

Dos cálidos cuerpos de lagarto de fuego se apretaron apremiantemente contra su cuello y su rostro, con el cariño y la preocupación tan palpables en sus pensamientos que era como un contacto físico.

—¡Brekke! —El terror, el anhelo y la desesperación en el grito de F'nor fueron más estridentes que el rugido interior y lo empujaron hacia atrás, dispersaron su amenaza.

—¡No me dejes nunca! No me dejes sola. No puedo soportar estar sola ni siquiera durante un segundo –exclamo Brekke.

Yo estoy aquí
, dijo Canth, mientras los brazos de F'nor rodeaban el cuerpo de Brekke. Los dos lagartos de fuego hicieron eco a las palabras del pardo, expresando con sus pensamientos una madurez que resultó asombrosa para Brekke, la cual se aferró a ello como a un arma contra aquel otro terrible dolor.

—Oh, Grall y Berd se interesan por mí —dijo.

—Desde luego que se interesan por ti. —La idea de que ella hubiese podido dudarlo casi enfurecía a F'nor.

—No, me refiero a que dicen que se interesan por mí.

F'nor la miró a los ojos, y su abrazo se hizo menos apasionadamente posesivo.

—Sí, están aprendiendo porque aman.

—Oh, F'nor, si no hubiera Impresionado a Berd aquel día ¿qué me habría ocurrido?

F'nor no contestó. Retuvo a Brekke contra él en comprensivo silencio hasta que Mirrim, con sus lagartos volando en alegres círculos a su alrededor, entró animadamente en el Weyr portando una bandeja bien provista.

—Manora tiene trabajo en la cocina, Brekke —dijo la muchacha con una seriedad impropia de sus años—. Ya sabes que le gusta que todo esté en su punto. Pero tú vas a tomarte hasta la última gota de este caldo, y luego una pócima para dormir. Una noche de reposo te dejará como nueva.

Brekke miró a la chiquilla, íntimamente divertida al ver cómo Mirrim apartaba a F'nor del lecho, mullía las almohadas con el fin de que la paciente pudiera incorporarse cómodamente anudaba a continuación una servilleta alrededor de su cuello, y empezaba a suministrarle cucharadas del sabroso caldo de wherry.

—Deja de mirarme, F'nor de Benden —dijo Mirrim—, y empieza a comer lo que te he traído antes de que se enfríe. Te he cortado un trozo de pechuga de wherry para que no tengas que entretenerte deshuesándolo.

F'nor obedeció, con una sonrisa en el rostro, reconociendo en los modales de la chiquilla una mezcla de Manora y Brekke.

Con gran sorpresa por su parte, Brekke encontró delicioso el caldo, calentando su dolorido estómago y satisfaciendo un apetito que no había reconocido hasta ahora. Se bebió obedientemente la pócima para dormir, aunque el zumo de fellis no enmascaraba del todo el amargo sabor.

—Ahora, F'nor, ¿dejarás que el pobre Canth se convierta en un wher guardián? —preguntó Mirrim mientras arreglaba el lecho de Brekke—. Tiene muy mal color.

—Comió... —empezó F'nor en tono contrito.

—¡Ja! —Mirrim imitaba ahora a Lessa.

Tengo que tomar por mi cuenta a esa niña, pensó Brekke ociosamente, pero una enervante lasitud se había extendido por todo su cuerpo y le resultaba imposible moverse.

—Saca a ese montón de huesos pardos de su Weyr y bájalo al Comedero, F'nor. Date prisa. Pronto empezará la cena, y ya conoces el efecto de un dragón alimentándose sobre el apetito de los plebeyos. Vamos. Y tú, Canth, sal de tu Weyr.

Lo último que Brekke vio mientras F'nor seguía obedientemente a Mirrim fuera del dormitorio fue la expresión sorprendida de Canth cuando la muchacha se le acercó, le agarró de una oreja y empezó a tirar.

La estaban dejando, pensó Brekke con súbito terror. La estaban dejando sola...

Yo estoy contigo
, se apresuró a tranquilizarla Canth.

Los dos lagartos de fuego, uno a cada lado de su cabeza, se apretaron cariñosamente contra ella.

Y yo
, dijo Ramoth.
Yo también
, dijo Mnementh. Y, mezcladas con aquellas fuertes voces, había otras, suaves pero presentes.

—Ya está —dijo Mirrim con gran satisfacción, entrando de nuevo en el dormitorio—. Comerán y regresarán en seguida. —Se movió silenciosamente por la estancia, girando las pantallas de las lámparas de modo que la habitación quedara suficientemente oscura para dormir—. F'nor dice que no te gusta estar sola, de modo que esperaré hasta que él regrese.

Pero no estoy sola, quiso decirle Brekke. En vez de ello, sus ojos se cerraron y se sumió en un profundo sueño.

Mientras Lessa miraba a su alrededor en el Cuenco, a las mesas de los invitados que se demoraban mucho después del final del banquete, experimentó un intenso anhelo de sentirse tan despreocupada como ellos. La risa de los habitantes de los Fuertes y Artesanados parientes de los nuevos caballeros, de los propios cadetes retozando con sus animales incluso de las gentes del Weyr, no estaba teñida de amargura ni de pesar. Sin embargo, ella tenía conciencia de una profunda tristeza, de la que no podía desprenderse y que no tenía motivos para sentir.

Brekke se estaba restableciendo, débil aún, pero consciente ya de sus actos; F'nor se había separado incluso de la muchacha para comer con los invitados. F'lar estaba recobrando sus fuerzas, y había llegado a aceptar que debía de legar algunas de sus nuevas responsabilidades. Y Lytol el problema más peliagudo desde que Jaxom había impresionado al pequeño dragón blanco —¿cómo podía haber sucedido aquello?— había logrado emborracharse, gracias a la amable colaboración de Robinton estimulándole y acompañándole copa a copa.

Los dos estaban cantando alguna canción absolutamente reprensible que sólo un Arpista podía saber. El Gobernador del Fuerte de Ruatha desentonaba, aunque el hombre tenía una voz de tenor sorprendentemente agradable. Antes de oírle, Lessa hubiera dicho que era un bajo; tenía un temperamento lúgubre y las voces de bajo son oscuras.

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