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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (31 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
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El Maestro Minero Nigot conversaba animadamente con el Maestro Curtidor Belesden y el Maestro Agricultor Andemon, mientras sus mujeres charlaban con la misma animación cerca de ellos. Corman, Señor de Keroon, parecía estar aleccionando a los nueve jóvenes que le rodeaban: hijos adoptivos y de sangre indudablemente, ya que la mayoría de ellos llevaban la firma del narigón del anciano. Tenía que hacer muy poco que habían llegado puesto, que a una señal de Corman, los jóvenes giraron marcialmente sobre sus talones y siguieron a su padre directamente hacia la escalera. Raid Señor de Benden, estaba hablando con su anfitrión y, al ver acercarse a Corman, se inclinó y se alejó. Sifer, Señor de Bitra, hizo un gesto a Raid para que se reuniera con él y con un grupo de plebeyos que conversaban cerca de la escalera de la torre de vigilancia. Robinton no vio a los otros Señores de los Fuertes, Groghe de Fort, Sangel de Boll, Meron de Nabol, Nessel de Crom. Unos dragones trompetearon en las alturas, y medio escuadrón de ellos inició su descenso en espiral hacia el amplio campo en el que Robinton había tomado tierra. Bronces, azules —ah, y cinco reinas doradas— se posaron en el suelo. Tras descargar a sus pasajeros, la mayoría de ellos volvieron a remontar el vuelo por encima del Fuerte.

Entonces, Robinton echó a andar apresuradamente hacia su anfitrión, antes de que los recién llegados llenaran la rampa que conducía al Gran Patio.

Larad le acogió con una sincera alegría, aunque a través de ella se transparentaba una profunda ansiedad interior. Sus ojos, azules e ingenuos, escrutaban el Patio con aire inquieto. El Señor de Telgar era un hombre apuesto, aunque se parecía muy poco a su única hermana de sangre, Kylara. Evidentemente, la que había heredado los apetitos de su padre era Kylara, así como los rasgos físicos.

—Bienvenido, Maestro Arpista, todos esperamos con verdadera impaciencia oír tus agradables canciones —dijo Larad, concediendo al Arpista una profunda inclinación.

—Tocaremos a tono con la época y la ocasión, Señor Larad —respondió Robinton, con una ancha sonrisa. Los dos hombres oyeron resonar la música mientras los jóvenes arpistas empezaban a moverse entre los invitados.

El rumor de unas grandes alas les hizo mirar hacia arriba. Los dragones volaban a través del sol, oscureciendo momentáneamente el Patio. Todas las conversaciones se apagaron por unos instantes, y luego revivieron con más intensidad que antes.

Robinton se acercó a saludar a la primera dama y verdadero amor de Larad, ya que no tenía a otras aparte de ella. El joven Señor de Telgr, al menos, era constante.

—Señor Asgenar, felicidades. Dama Famira, me permito desearte todas las dichas del mundo.

La muchacha se ruborizó intensamente y miró con aire tímido a Asgenar. Sus ojos eran tan azules como los de su hermanastro. Apoyaba su mano en el brazo de Asgenar, puesto que le conocía desde hacía mucho tiempo. Larad y Asgenar habían sido hijos adoptivos de Corman, Señor del Fuerte de Keroon, aunque Larad fue elegido para sus dignidades antes que Asgenar. No había ningún problema con esta boda, si bien era preciso que el Cónclave de Señores de los Fuertes la ratificara, ya que la progenie de este matrimonio podría acceder algún día al Señorío de Telgar o de Lemos, indistintamente. Un hombre esparcía ampliamente su semilla si era Señor de un Fuerte. Tenía numerosos hijos con la esperanza de que un varón de su Sangre adquiriese la fuerza suficiente para resultar aceptable al Cónclave cuando se planteara el problema de la Sucesión. Aunque aquella antigua costumbre no era observada de un modo tan escrupuloso como lo había sido. El Señor prudente extendía su adopción a los hijos de la Sangre de otros Señores, para ganarse apoyos en el Cónclave así como para asegurar una buena adopción a su propia progenie.

Robinton discurrió rápidamente entre los invitados. Para escuchar lo que podía, introducirse en una conversación con una divertida historieta, culminar otra con una frase ingeniosa. Se sirvió a sí mismo un puñado de rollos de carne del tamaño del dedo índice de las largas mesas instaladas cerca de la entrada de la cocina. Luego se bebió una copa de sidra. No se sentarían a la mesa antes del crepúsculo, después de que los Señores de los Fuertes celebraran su Cónclave. (Confiaba en que Chad encontraría la manera de «asistir» a aquella reunión, ya que Robinton estaba convencido de que la discusión no se limitaría a los Linajes de los Fuertes de Telgar y Lemos).

De modo que fue de un lado a otro, con todas sus facultades perceptivas en tensión, sopesando y midiendo cada matiz, encogimiento de hombros, risa, gesto y fruncimiento de ceño. Observó cómo se agrupaba la gente por afinidades de región, artesanado y categoría. Cuando comprobó que no estaban presentes ni el Maestro Herrero Fandarel ni su Lugarteniente Terry, ni, de hecho, ninguno de los herreros, empezó a formularse preguntas. ¿Había sido instalado el aparato para escribir a distancia de Fandarel? Echó una mirada más allá del Fuerte y no pudo ver ningún poste de los que le habían descrito. Robinton se mordió pensativamente el labio inferior.

Voces y risas parecían resonar con una rara estridencia. Desde su ventajoso punto de observación contempló el Gran Patio, ahora tan atestado que parecía una alfombra móvil de cuerpos sólidos, con una marea de cabezas inclinándose aquí y allá. Como si... como si todo el mundo estuviera decidido a disfrutar por su cuenta, agarrándose frenéticamente al placer. . .

Unos dragones trompetearon en las alturas. Robinton sonrió. Observó que hablaban en terceras voces. Si un hombre pudiera dirigirlos... ¡qué acompañamiento para su Balada!

—Maestro Arpista, ¿has visto a F'lar o a Fandarel? —Lytol se había acercado a él, con el joven Señor Jaxom a su lado.

—Todavía no.

Lytol frunció el ceño, le sugirió a Jaxom que fuera en busca de los jóvenes de la Sangre del Fuerte de Telgar, y apartó a Robinton de los invitados más próximos.

—¿Cómo crees que reaccionarán los Señores ante el Señor Meron de Nabol?

—¿Reaccionar ante Meron? —Robinton resopló burlonamente—. Ignorándole, desde luego. Su opinión no influiría en el Cónclave...

—No me refiero a eso. Me refiero a su posesión de un lagarto de fuego —le interrumpió Lytol, mientras el Arpista le miraba fijamente—. ¿No te has enterado? El mensajero pasó ayer por el Fuerte de Ruatha, camino del Fuerte de Fort y de tu Artesanado.

—No me encontró, o... ¿Era libre de dar la noticia?

—Para mí sí. Al parecer, yo inspiro confianza...

—¿Un lagarto de fuego? Yo solía pasar horas enteras tratando de capturar uno. Nunca lo conseguí. De hecho, nunca he oído decir que hubiera sido capturado uno de esos animales. ¿Cómo lo logró Meron?

Lytol hizo una mueca, y el tic en su mejilla empezó a hacerse ostensible.

—Pueden ser Impresionados. No olvides esa vieja historia de que los lagartos de fuego son los antepasados de los dragones.

—¿Y Meron de Nabol Impresionó a uno?

Lytol rió sin alegría.

—No es probable. En mi opinión, los lagartos de fuego no pueden tener tan mal gusto. Pero puedes estar seguro de que Meron de Nabol no perdería el tiempo con lagartos de fuego si no le resultaran útiles.

Robinton meditó unos instantes y luego se encogió de hombros.

—No creo que tengamos motivos para preocuparnos. Pero, ¿cómo consiguió Meron un lagarto de fuego? ¿Cómo pueden ser Impresionados? Yo creía que ese era un rasgo estrictamente dragonil.

—Lo que realmente me preocupa es cómo lo adquirió el Señor Meron de Nabol —dijo Lytol, ceñudo—. Esa Dama del Weyr Meridional, Kylara, le llevó una nidada entera. Desde luego, perdieron a la mayoría de ellos en la Eclosión, pero los pocos que sobrevivieron están haciendo mucho ruido en el Fuerte de Nabol. El mensajero había visto uno, y lo describía con los ojos brillantes. «Un verdadero dragón en miniatura», dijo, y a juzgar por su entusiasmo estaba decidido a probar suerte en las playas arenosas del Boll Meridional y de Fort.

—Un verdadero dragón en miniatura, ¿eh? –Robinton empezó a dar vueltas en su cerebro al significado de aquella noticia. Y las implicaciones que veía en ella no le gustaron.

No había un muchacho despierto en todo Pern que en un momento u otro no hubiera soñado en convertirse súbitamente aceptable para los dragones, en la Impresión. En tener bajo su dominio (pocos soñaban que era todo lo contrario) a un enorme animal, capaz de ir a cualquier parte de Pern en un abrir y cerrar de ojos, de derrotar a todos los enemigos con su aliento llameante (otra falacia, ya que los dragones sólo atacaban a las Hebras y no causarían ningún daño deliberadamente a un ser humano). La vida en los Weyrs asumía un atractivo que no correspondía a la realidad, pero los dragoneros no estaban encorvados por las pesadas tareas en los campos y en los talleres de los artesanados; andaban muy erguidos. ataviados con pieles de wher maravillosamente curtidas, y parecían seres superiores. Muy pocos muchachos podían convertirse en Señores de un Fuerte, a menos que su Linaje les ofreciera esa posibilidad. En cambio, siempre era posible que un dragonero le escogiera a uno para una Impresión en un Weyr. De modo que generaciones enteras de muchachos habían intentado inútilmente capturar un lagarto de fuego, símbolo de aquel otro anhelo.

Y un «verdadero dragón en miniatura» en manos de un personaje tortuoso y descontento como Meron de Nabol, resentido de todos modos contra los dragoneros (con alguna justificación en el caso del valle de Esvay contra T'kul del Weyr de las Altas Extensiones), podía resultar un engorro para F'lar en el mejor de los casos, y podría hacer fracasar sus planes para aquel día en el peor de ellos.

—Bueno si Kylara llevó los huevos de lagarto de fuego al Fuerte dé Nabol, F'lar estará enterado —le dijo Robinton al preocupado Gobernador de Ruatha—. No pierdan de vista a esa mujer...

El ceño de Lytol se hizo más profundo.

—Ojalá tengas razón. Meron de Nabol no desaprovechará ninguna oportunidad de fastidiar o poner en apuros a F'lar. ¿Has visto a F'lar?

Ambos miraron a su alrededor, esperanzados. De pronto, Robinton vio una cabeza familiar, de cabellos grises, que se agitaba en dirección a Lytol y a él mismo, tratando de llamar su atención.

—Hablando de Benden, ahí está el viejo Señor Raid dispuesto a darnos la lata. Imagino lo que desea, y yo no cantaré esa antigua balada acerca de los Fuertes una vez más. Discúlpame, Lytol.

Robinton se deslizó entre los invitados, alejándose del Señor del Fuerte de Benden con la mayor rapidez posible. Daba la casualidad de que aborrecía con toda su alma la balada favorita del Señor Raid, y si dejaba que el viejo se lo pidiera no tendría más remedio que cantarla. No sentía ningún remordimiento por dejar a Lytol expuesto a los pomposos modales del Señor Raid. Lytol disfrutaba de una posición especial con los Señores de los Fuertes, los cuales no estaban seguros de cómo habían de tratar a un hombre que había sido dragonero y Maestro de un Taller de Tejidos, y ahora era Gobernador de un Ruatha que prosperaba bajo su gobierno. Lytol podría entendérselas con Raid.

El Maestro Arpista se detuvo en un lugar desde el que podía mirar a lo alto del acantilado, tratando de localizar a Ramoth o a Mnementh entre los dragones que llegaban.

¿Lagartos de fuego? ¿Cómo iba a utilizar Meron un lagarto de fuego? A menos de que fuera porque Kylara, una Dama del Weyr, le había dado uno a él. Sí. Aquello garantizaba la siembra de la disensión. Indudablemente, todos los Señores de los Fuertes desearían un lagarto de fuego, para no ser menos que Meron. Y es posible que no hubiera huevos suficientes. Con lo cual Meron capitalizaría unos anhelos olvidados, y provocaría más irritación contra los dragoneros.

Robinton descubrió que los rollos de carne pesaban en su estómago. De pronto, Brudegan se apartó de la multitud, inclinándose con una mueca de pesar ante aquellos a los que había estado obsequiando con una serenata, como si respondiera de mala gana a una llamada de su Maestro

—La corriente subterránea es algo impetuosa —dijo el oficial, fingiendo afinar su instrumento—. Todo el mundo está decidido a pasar un buen rato. Lo raro no es lo que dicen, sino cómo lo dicen... —El muchacho enrojeció mientras Robinton asentía su aprobación—. Por ejemplo, cuando dicen «ese caudillo del Weyr» se refieren al caudillo del Weyr al cual pertenece su Fuerte. «El caudillo del Weyr» significa siempre F'lar de Benden. «El Caudillo del Weyr» lo ha comprendido. «El caudillo del Weyr» lo ha intentado. «Ella» significa Lessa. «La Dama» significa su propia Dama del Weyr. ¿Interesante?

—Fascinante. ¿Cuál es la impresión acerca de las Caídas de Hebras?

Brudegan inclinó su cabeza hacia su guitarra y le arrancó unas notas discordantes. Luego pulsó las ocho cuerdas en un acorde disonante que envió un escalofrío a lo largo de la espina dorsal del Maestro Arpista. Y Brudegan se alejó entonando una alegre canción.

Robinton deseó que llegaran F'lar y Lessa. Vio a D'ram del Weyr de Ista, hablando animadamente con el caudillo del Weyr de Igen, G'narish. Le gustaba aquella pareja de Antiguos: G'narish era lo bastante joven para cambiar, y D'ram demasiado honesto para negar una verdad cuando la tenía delante de su nariz. Lo malo era que mantenía demasiado su nariz en el interior del Weyr de Ista

Ninguno de los dos hombres parecía encontrarse a gusto probablemente debido a que había una isla de espacio vacío a su alrededor: un evidente ostracismo en un Patio tan atestado. Acogieron a Robinton con visible alivio.

—Un feliz acontecimiento —dijo el Arpista, y al ver que reaccionaban con sorpresa se apresuró a añadir—¨ ¿Habéis tenido noticias de F'lar?

—¿Debíamos recibirlas? ¿Han caído más Hebras? —preguntó G'narish alarmado

—No, que yo sepa.

—¿Has visto a T'ron o a T'kul por aquí? Nosotros acabamos de llegar.

—No. De hecho, ninguno de los occidentales parece haber venido, a excepción del Gobernador Lytol de Ruatha.

D'ram apretó los dientes con un audible chasquido.

—R'mart de Telgar no puede venir—dijo el Antiguo—. Resultó malherido.

—Oí decir que fue algo terrible en el Fuerte de Crom —murmuró Robinton, condolido—. Tampoco allí había manera de predecir la Caída...

—Sin embargo, veo que el Señor Nessel de Crom y sus vasallos están aquí tan campantes —dijo D'ram, en tono resentido .

—No podía dejar de venir sin ofender al Señor Larad. ¿Fueron importantes las bajas del Weyr de Telgar? Y si R'mart está fuera de combate, ¿quién ha asumido el caudillaje?

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