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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación, Historia

La aventura de la Reconquista (7 page)

Muhammad I dedicó todo su mandato a reprimir la beligerancia de sus gobernados: mozárabes descontentos por el maltrato religioso, muladíes que soñaban con la independencia del emirato y los propios árabes enzarzados en irresolubles disputas tribales, abocaron a los omeya a un abismo del que no se conocía el final.

De los anteriormente citados fue el muladí Umar Ibn Hafsun el que supuso un mayor problema para el emirato cordobés. Este antiguo bandido había conseguido fortuna y hueste suficientes para presentar cara a Muhammad I. El muladí operaba con total impunidad desde sus posesiones, establecidas por la serranía de Ronda. La rebelión se inicio en 880 y se prolongaría casi cuarenta años gracias al esfuerzo de los hijos de Umar. Quizá el punto culminante de esta pequeña guerra civil lo encontremos en 886 cuando Umar se había parapetado tras los muros de su castillo en Bobastro. Desde la fortaleza aguantaba las acometidas de un ejército cordobés dirigido por al-Mundir, primogénito de Muhammad. Cuando todo parecía resolverse a favor de los hombres de al-Mundir llegó desde Córdoba la noticia sobre el fallecimiento de Muhammad I. Sin esperar más, acaso pensando en los problemas que se podrían generar sin su presencia en la capital, el sucesor levantó el sitio a Bobastro para marchar rápidamente hacia Córdoba. Al-Mundir llegó a tiempo para reivindicar su legado pero vivió poco disfrutándolo ya que dos años más tarde moriría víctima de la enfermedad. Dice la leyenda que su propio hermano Abd Allah pagó una fuerte suma al cirujano encargado de practicar una sangría en el cuerpo del enfermo al-Mundir. La misión del médico consistió en utilizar instrumental envenenado que cumplió a la perfección con el trabajo. Esta historia nunca se pudo confirmar, sí, en cambio, que Abd Allah asumiera el poder en 888 y que lo mantuviera hasta 912. En este período nos encontramos a un Abd Allah convertido en magnífico gestor y mejor negociador; es evidente el intento del Emir por remontar la grave crisis sufrida en el Estado omeya. Sus veinticuatro años de gobierno serán, en cambio, el caldo de cultivo necesario para la llegada de una nueva forma de gobierno encarnada en la figura de su nieto, Abderrahman III, posiblemente uno de los personajes más influyentes de toda la etapa musulmana en Hispania. Con él llegaría el califato y una trascendental reorganización social, jurídica y militar que harán de al-Ándalus una entidad respetada, al mismo tiempo que temida, por todos los reinos cristianos del norte peninsular. Las aplastantes victorias de Abderrahman III sobre sus enemigos provocarán incluso que los enclaves fronterizos con el Estado musulmán se conviertan en tributarios de éste. Será historia para contar más adelante, ahora debemos atender al nacimiento de Castilla.

PRINCIPALES SUCESOS MUSULMANES DEL SIGLO IX

801. Los musulmanes pierden Barcelona que cae en manos de los francos.

805. Revueltas ciudadanas severamente reprimidas en Córdoba.

813. Acuñación de
dirhems
en la ceca de Córdoba.

818. Motín del arrabal Secunda en Córdoba: destrucción del mismo con más de 3.000 muertos.

822-852. Abderrahman II, emir de al-Ándalus.

823. Expediciones guerreras contra los astures y la Marca Hispánica.

831. Fundación de Murcia.

838. Aceifas contra Galicia, Álava y condados catalanes.

842. Sublevación de la familia muladí Banu Qasi en Tudela.

844. Supuesta derrota musulmana en Clavijo.

845. Victoria musulmana ante los normandos en la batalla de Tablada.

846. Aceifas contra León y Álava.

852-886. Muhammad I, emir de al-Ándalus.

859. Aceifas contra Barcelona.

860. Aceifas contra Pamplona.

863-865. Ataques constantes sobre la frontera castellana.

867. Tropas musulmanas arrasan la provincia de Álava.

868. Sublevación de la familia muladí Marwan en Mérida y Badajoz.

873. Aceifas contra León y Astorga.

880. Sublevación de Umar Ibn Hafsun en Málaga.

886-888. Al-Mundir, emir de al-Ándalus.

888-912. Abd-Allah, emir de al-Ándalus.

SIGLO
X

En Santiago, en cuanto entraste con las espadas relucientes como la plena luna que se pasea entre las estrellas, echaste abajo todos los fundamentos de esta supuesta religión que bien basados parecían.

Pues Dios te ha recompensado, ¡oh Victorioso con la ayuda de Alá!, ¡oh Almanzor!, con su religión que con tanto ahínco defendiste…

Que este día de gloria se enorgullezca de ti, ¡oh Almanzor!, y que todo el pasado, con el día de hoy, te honren para siempre.

Loa del poeta Ibn Darray recordando la entrada victoriosa en Santiago de Compostela del caudillo Almanzor.

La península Ibérica a principios del siglo X.

APOGEO LEONÉS Y ALBOR CASTELLANO

El testamento de Alfonso III, el Magno, y la consiguiente repartición de su reino entre sus herederos, García, Ordoño y Fruela, propició la aparición del nuevo reino leonés. El primogénito García I se empeñó en seguir hostigando las fronteras de al-Ándalus. Su pronta desaparición en 914, dejó vía libre para que su hermano, Ordoño II, asumiera el trono estableciendo la capital en León; de este tiempo surge el asalto y conquista de Talavera. Durante toda la centuria, León se convertirá en un complejo entramado de intereses dinásticos en los que se sucederán diversos monarcas que no conseguirán otra cosa, sino debilitar a este reino defensor de las antiguas costumbres góticas, y por ende, de la más rancia tradición católica; no olvidemos que, a estas alturas de la historia, Santiago de Compostela constituye después de Roma el segundo enclave importante de la cristiandad y su defensa, por tanto, es fundamental para mantener vivo el espíritu de «la Cruzada» contra el infiel musulmán.

En 912 Abderrahman III llega al poder en al-Ándalus. Gracias a su buen gobierno la endémica crisis del emirato omeya se torna esplendorosa con la fuerza del carismático líder andalusí; es momento para la irrupción del Califato.

Abderrahman descolla como la personalidad más influyente de la península Ibérica en unos años donde los reinos norteños deambulan erráticos en la búsqueda de cabezas coronadas capaces de aglutinar sentimientos e intereses comunes. Las alianzas políticas y matrimoniales entre navarros y leoneses se hacen más necesarias que nunca, mientras los condados catalanes avanzan firmes en su ansiada independencia de los debilitados francos.

Abderrahman III, convencido islamita proclama la
yihad
o guerra santa contra el infiel cristiano, en el deseo de asestar un golpe definitivo a los eternos enemigos del norte peninsular. El mismo se pone al frente de un impresionante ejército compuesto por levas cuajadas de entusiastas soldados de Alá; comenzaba un calendario de azote y guerra para las huestes de la cristiandad.

Nos encontramos en el verano de 920: los pueblos y ciudades a uno y otro lado de la frontera se preparaban para las acostumbradas razias o aceifas pero, en esta ocasión, el ataque musulmán iba encabezado por el todavía emir Abderrahman III. Los servicios de espionaje de los dos bandos funcionaron esos días de forma frenética; lo que en principio parecía una aceifa contra Zamora se desveló como un ataque generalizado sobre Navarra. El rey Ordoño II, quien esperaba una acometida en Simancas, acudió a toda prisa en ayuda del rey navarro Sancho Garcés. Todo fue inútil y los dos monarcas junto a sus tropas fueron batidos en Valdejunquera. De ese llano navarro llamado por los cronistas árabes Muez, fueron pocos los caballeros y guerreros cristianos que lograron escapar. Sin embargo, la victoria musulmana no fue aprovechada convenientemente en la modificación de cualquier tipo de frontera establecida.

Ordoño II siguió guerreando hasta su fallecimiento en Zamora en 924, fecha en la que su hermano Fruela II, el Cruel, ocupó el trono aunque de forma efímera dado que meses más tarde moriría víctima de la lepra.

Después de tanto desbarajuste monárquico provocado por García I, Ordoño II y Fruela II, llegaba una cierta unificación bajo los designios del endeble Alfonso IV, el Monje. Éste, víctima de una depresión provocada por el fallecimiento de su mujer Urraca, abdicó en favor de su hermano Ramiro II en 930. Su posterior internamiento en un monasterio debió aclararle las ideas, pues al año siguiente reivindicó su perdido trono enzarzándose en una guerra civil contra su hermano. Ya era demasiado tarde para Alfonso, Ramiro, lejos de abandonar el poder recurrió a la vieja costumbre goda de sacar los ojos a cualquier enemigo aspirante a la corona. El desorbitado Alfonso IV, el Monje, moriría poco más tarde en el monasterio de San Julián, en León, entre la indiferencia de todos.

El mundo hispánico en la época califal.

Ramiro II desprovisto de oposiciones familiares se lanzó a una suerte de razias sobre al-Ándalus. Atacó la fortaleza de Madrid devastándola; más tarde, cruzaría el Duero para internarse en Extremadura.

No existían en estas campañas intención alguna de recuperar localidades, más bien, se trataba de asolar territorio enemigo capturando sus tesoros mientras se causaba el mayor número de bajas entre los infieles musulmanes. Con todo predominaba una justificación económica para esas acciones bélicas.

En este período la pobreza por la que atravesaban los diferentes reinos cristianos era preocupante. Se dependía en exceso de los cultivos y ganadería sin que existiera una sólida actividad mercantil; la circulación de moneda era mínima. En los primeros decenios, tras la invasión musulmana, se mantuvo el dinero visigodo; posteriormente, se recurrió al trueque y a las monedas acuñadas por las cecas de al-Ándalus.

Los artesanos trabajaban según las necesidades de los nobles y poco más; nacía la trashumancia gracias a la expansión territorial. En ese siglo era frecuente ver el trasiego ganadero desde las montañas a los valles o al revés; en todo caso, economías de subsistencia que de poco servían a una población numerosa.

En el siglo X se trataba de solventar la merma económica con las campañas guerreras. La dificultad estribaba en la notable potencia enarbolada por el nuevo califa Abderrahman III. Sus resonantes victorias sobre los cristianos obligaban a éstos a un vasallaje casi humillante.

Ramiro II y su osadía bélica insultaron al omeya quien no tuvo el menor inconveniente en proclamar una nueva guerra santa en el año 939. Desde Córdoba se enviaron manifiestos a todo al-Ándalus; en los documentos se incitaba a los buenos creyentes para que se alistaran en el ejército de Abderrahman. El llamamiento fue oído por unos 100.000 hombres quienes gustosos o no, integraron una formidable columna militar conducida por el propio Califa. La comitiva tomó el camino de antiguas calzadas romanas rumbo al corazón del reino leonés. Mientras tanto, Ramiro II organizaba sus huestes en las cercanías de Simancas, lugar enclavado en la provincia de Valladolid, muy cerca de Tordesillas. Simancas formaba parte de una estrategia fundamental a la hora de defender el reino. Su caída en manos musulmanas supondría un serio revés moral para el futuro de León.

El rey Ramiro II, consciente del símbolo que suponía mantener Simancas, acumuló la casi totalidad de sus fuerzas disponibles a la espera del impresionante ejército ismaelita; miles de hombres de uno y otro bando estaban dispuestos a luchar y morir en la defensa de sus creencias. Corría el mes de julio del año 939 y los cristianos se preparaban para la primera gran victoria sobre los musulmanes después de dos siglos de invasión y derrotas. ¿Estarían las tropas cristianas suficientemente motivadas para soportar la embestida del magnífico y bien pertrechado ejército cordobés?

LA GRAN VICTORIA DE SIMANCAS

Abderrahman III y su ejército contactaron con las vanguardias leonesas el 26 de julio. Durante días se sucedieron las refriegas. La superioridad musulmana chocaba con un mejor conocimiento del terreno a cargo de los cristianos. Al cabo de cinco días surgieron las disputas entre los generales mahometanos por la forma de conducir aquella batalla. El momento fue aprovechado por las tropas de Ramiro II para atacar desde dos frentes al contingente andalusí. La desorganización y desconcierto provocados por la ofensiva leonesa, desembocaron en un desmoronamiento de la línea ismaelita con la consiguiente retirada. El estupefacto Califa ordenó entonces un repliegue hacia la plaza de Atienza; sin embargo, Ramiro II, desde ese día llamado «el Grande», no estaba dispuesto a dejar escapar tan espléndida oportunidad. Las tropas leonesas persiguieron sin descanso a los desmoralizados soldados de Alá, quienes desconocedores del territorio por el que se movían, fueron retrocediendo cegados hasta un lugar que los cronistas árabes denominaron
Alhándega
, sitio escarpado, sembrado por cortados y barrancos que se convirtió en una tumba para miles de soldados musulmanes. Otra hipótesis nos pone en contacto con la traducción árabe de
Alhándega
(ciudad del foso); eso también nos incita a pensar que no hubo tal persecución sino que la matanza se originó al caer cientos de jinetes con sus monturas en el foso defensivo construido a propósito por Ramiro II en el contorno de Simancas. Sea como fuere, Abderrahman III escapó a duras penas, gracias a la determinación de su escolta personal y al empuje de su caballo. Herido, vencido y humillado, tuvo que soportar la pérdida de unos 20.000 hombres muy necesarios para la fortaleza del califato. El regreso a Córdoba fue tristísimo, su ira por el desastre se concretó en la ejecución pública de 300 oficiales a los que acusó de nula combatividad y, en consecuencia, traición al Estado. De esa manera se pasaba página al vergonzoso suceso.

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