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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación, Historia

La aventura de la Reconquista (17 page)

Desde 1224 el soberano castellano había lanzado ataques sobre algunas localidades ribereñas del Guadalquivir como Martos, Andújar o Cazorla. En 1236 sus huestes logran la consumación de un sueño. Nada menos que la toma de Córdoba, antigua capital califal. Lo cierto es que la sultana ofreció muy poca resistencia a los atacantes castellanos. Fernando III hizo su entrada triunfal en la ciudad, convirtiendo la emblemática Mezquita en Catedral católica y enviando a Compostela las campanas que Almanzor le había arrebatado doscientos cuarenta años antes. Algo muy similar, en cuanto a la falta de resistencia armada, ocurrió con Murcia, reino conquistado por su hijo el infante don Alfonso entre 1243 y 1246 con la única oposición bélica de Cartagena, Lorca y Muía, localidades que sufrieron el asalto de las órdenes militares. El reino murciano optó por rendirse a los castellanos al ver amenazada su integridad por el incipiente reino nazarí de Granada.

En 1246 caía la ciudad amurallada de Jaén y dos años más tarde, en 1248, el ejército de Fernando III entraba victorioso en Sevilla. De esta manera, las posesiones musulmanas quedaban reducidas a los reinos de Granada y Niebla. La grandeza territorial de Castilla había aumentado un cuarenta por ciento en tan sólo treinta años.

Fernando III es uno de los reyes más populares de la Reconquista española: sus virtudes y capacidad para el gobierno destacaron sobremanera en aquella época llena de grandes nombres. Entusiasta de las relaciones internacionales supo abrir la corona de Castilla al mundo. Además, su política pactista con los territorios conquistados le granjeó la amistad de sus nuevos súbditos mudéjares; de hecho, muchas ciudades andalusíes no ofrecieron la más mínima resistencia militar al avance de Fernando III, tales fueron los casos de Estepa, Écija, Lucena, Priego, Aguilar, Morón, Osuna, Alcalá de Guadaña o Carmona. En todas estas localidades apenas se produjeron combates a sabiendas de que el buen talante del Rey castellano procuraría notables beneficios a cambio de un leal vasallaje.

Fernando III murió en su querida Sevilla el 30 de mayo de 1252 dejando a su hijo Alfonso X preparado a conciencia para asumir un reino que abarcaba casi 360.000 km
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. Alfonso X ya había participado representando a su padre en algunas acciones bélicas; la principal, sin duda, se centró en el reino de Murcia. En mitad de esa campaña guerrera se firmó con Aragón el 26 de marzo de 1244 el célebre
Tratado de Almizra
, en una localidad de idéntico nombre cercana a Alicante. En ese tiempo, los ejércitos aragoneses y castellanos combatían por Levante llegando incluso a divisarse en Játiva donde la tensión del encuentro estuvo a punto de desembocar en un combate entre las dos huestes cristianas.

Sin embargo, la caballerosidad demostrada por Jaime I y el príncipe Alfonso hizo posible la firma del acuerdo anteriormente mencionado por el que se delimitaban las pretensiones territoriales de unos y otros. De esa manera, se trazaba la frontera entre las aguas del Júcar y del Segura por lo que Aragón quedaba, desde ese momento, al margen de la Reconquista peninsular, gesto que a la postre resultaría fundamental para la expansión mediterránea del reino aragonés. Castilla, por su parte, se ocuparía de combatir en solitario a los últimos reductos musulmanes. Aunque éstos todavía resistirían casi doscientos cincuenta años, más por dejadez cristiana que por fortaleza mahometana.

En el caso de Alfonso X, el Sabio, el monarca mostró más preocupación por conseguir el título principal del Sacro Imperio Germánico que por mantener la Reconquista peninsular. Dotado para la cultura y las leyes, su aportación intelectual será fundamental para asentar los cimientos del futuro Estado moderno hispano. Alfonso X dedicó tiempo y recursos a la creación de nuevas universidades como las de Valladolid y Sevilla, además de ensalzar el papel de la Universidad de Salamanca creada por su abuelo Alfonso IX de León. En el terreno literario completó obras de gran calado como las
Cantigas
, el
Fuero Real
, las
Siete Partidas
, las
Tablas astronómicas alfonsíes
o la magna empresa de recopilación histórica plasmada en
La Grande e General Estoria
y la
Primera Crónica General de España
. Todos estos trabajos dejaron una huella imperecedera a lo largo de los siglos potenciando el uso de la lengua vernácula castellana en un proceso donde, gracias al apoyo de la famosa escuela toledana de traductores, la cultura española cobró la máxima dimensión de su época.

En el plano militar, además de las acciones bélicas protagonizadas por él en sus años de príncipe, cabe destacar, ya como rey, la toma de algunas comarcas en el reino de Niebla, así como la anexión de ciudades importantes como Cádiz o Jerez. Los años finales de Alfonso X serán tristes dado que, en su afán por hacerse con la dignidad imperial, se vio obligado a desembolsar fuertes sumas monetarias, intentando de ese modo comprar la voluntad de algunos príncipes electores. Este capítulo hizo que la figura del soberano se devaluara ante el núcleo duro de la aristocracia castellana; cuyos integrantes lo criticaron hasta tal punto que, en 1282, se vio obligado a un exilio interno en Sevilla, una de las pocas ciudades que todavía le rendían respeto y amistad.

Allí pasó «el Sabio» los dos años finales de su vida falleciendo en 1284 y siendo sucedido por su hijo Sancho IV, el Bravo, quien dedicó sus once años de reinado a litigar con los infantes de la Cerda, herederos de su fallecido hermano mayor Fernando. En este sentido numerosas familias de la influyente aristocracia se disputaban la hegemonía en la corte castellana. Fue el caso de los Haro y los Lara, linajes enemigos que combatieron entre sí por el control dinástico. La debilidad política de Alfonso X había abonado el campo de la contienda fratricida. Su hijo Sancho tuvo que emplearse a fondo intentando equilibrar el panorama castellano. No obstante, este corto período de nuestra historia se convierte en muy interesante por la cantidad de nombres ilustres que aparecieron en la escena político social. Por ejemplo, la reina y esposa de Sancho IV, María de Molina, mujer inteligente y habilidosa que supo ejercer preponderancia en los momentos difíciles por los que atravesó la corona de Castilla. Esposa, madre y abuela de reyes, su figura se nos antoja crucial para entender con cierta lógica el tránsito del siglo XIII al XIV.

Volviendo a Sancho IV y a sus operaciones guerreras diremos que en su reinado, tras apaciguar los conflictos internos, se decidió por la alianza con Aragón para emprender la tarea reconquistadora; peligros no faltaban, pues en 1285 una nueva invasión musulmana representada por los benimerines planeaba sobre el horizonte peninsular. Estos no eran tan poderosos como los almorávides o los almohades, pero sí lo suficientemente belicosos como para inquietar a los reinos cristianos de la península Ibérica.

En la primavera de 1285 un ejército benimerí desembarcaba en las costas andalusíes. Su líder Abu Yaqub Yusuf estaba determinado a ocupar los antiguos territorios de al-Ándalus; contaba con miles de guerreros muy avezados en el combate y dispuestos a obtener el mejor de los botines. Durante meses rapiñaron el sur peninsular amenazando incluso a la propia Sevilla.

En ese tiempo, las disensiones castellanas no permitieron un contraataque eficaz sobre los invasores musulmanes, en consecuencia, Sancho IV se vio forzado a negociar con Abu Yaqub Yusuf, cediéndole magros patrimonios a la espera de una negociación con Jaime II de Aragón que posibilitara la futura ofensiva cristiana.

Por fin, en 1292 el ejército aliado atacaba Tarifa, tomándola tras crudos combates el 13 de octubre.

Sancho IV fortificó la plaza y se la encomendó al caballero leonés don Alonso Pérez de Guzmán, quien pasará a la historia con el sobrenombre de «el Bueno». El motivo de este merecimiento es conocido de sobra: los benimerines contraatacaron de forma desesperada intentando recuperar la perdida Tarifa; don Alonso repelió con éxito cuantos ataques sufrió la ciudad. Con los musulmanes se encontraba el infante don Juan, hermano menor del rey Sancho IV, y rebelde a los intereses de la corona. Don Juan custodiaba por azar al hijo de don Alonso, en lo que se puede considerar un auténtico secuestro. Ante la tenacidad defensiva del alcaide, los magrebíes amenazaron con el asesinato del muchacho sino se entregaba la plaza. Don Alonso, abrazado a su responsabilidad como alcaide y delegado del rey, denegó cualquier negociación y para más claridad de su gesto, ofreció su puñal a los sarracenos con el propósito de que fuera esa daga, y no otra, la que degollara a su pobre hijo. Los benimerines cumplieron las amenazas y don Alonso entró con honores en la historia de España. Tarifa no sucumbió y los musulmanes tuvieron que levantar el asedio. Don Alonso siguió realizando servicios para la corona como su participación en el asedio de Algeciras o en la toma de Gibraltar. Murió en combate en 1309.

Sancho IV, por su parte, fallecía en Toledo en 1295 víctima de la tuberculosis sin haber cumplido los treinta y siete años. Su heredero Fernando IV el Emplazado, era menor de edad; sin embargo, la regencia de su madre María de Molina facilitó las cosas en un momento realmente complicado. En esos años muchos eran los aspirantes a ocupar el trono de Castilla; otros, como la corona de Aragón o el reino de Portugal, soñaban con una merma en la influencia castellano-leonesa. Hasta su mayoría de edad, producida en 1301, el Rey niño tuvo que soportar tres guerras civiles incentivadas desde el exterior con ataques continuos por todas las fronteras de la corona de Castilla. La eficaz regencia y tutela de doña María de Molina y el infante don Enrique, hermano de Alfonso X, consiguió sortear los innumerables obstáculos que levantaban la ambiciosa aristocracia y las potencias vecinas. De esta forma tan abrupta, la corona castellana entraba en el siglo XIV con un Fernando IV que por fin obtenía la mayoría de edad con tan sólo dieciséis años en 1301.

Pero antes de continuar esta historia retrocedamos en el tiempo para averiguar cómo fue el siglo XIII para la corona de Aragón.

LAS CONQUISTAS DE ARAGÓN

Pedro II de Aragón había sido pieza fundamental en la victoria cristiana de las Navas de Tolosa. Su ejército, compuesto por 3.000 caballeros y varios miles de servidores, fue un eficaz ariete que desde el flanco izquierdo de la formación abada había asestado mortíferos golpes al contingente almohade. La amistad entre el monarca aragonés y el castellano Alfonso VIII fructificó en varios actos de confianza mutua; lamentablemente, la inesperada muerte de Pedro II segó futuras empresas conjuntas de los dos reinos hispanos.

Todo sucedió en los territorios de la Occitania francesa. Nos encontramos en el verano de 1213, Languedoc es un territorio feudatario de la corona de Aragón donde ha crecido la religión catara considerada hereje por el papa Inocencio III quien, con la complicidad de los franceses que ansiaban una expansión territorial a costa de esas provincias, proclama la Santa Cruzada contra los cataros o albigenses.

En ese tiempo el rey francés Felipe Augusto se entretenía guerreando contra el eterno enemigo inglés; sin embargo, delegó en alguno de sus vasallos la posibilidad de tomar la Cruz contra los albigenses. De esa forma se cubrían dos frentes: el primero, la anexión del terreno occitano; y el segundo, obedecer el mandato papal.

El insigne caballero Simón de Monfort capitaneó el ataque contra los supuestos herejes y Pedro II de Aragón se vio obligado a defender los intereses de sus feudatarios.

En septiembre de 1213 los dos ejércitos midieron su fuerza en Muret, plaza cercana a Toulouse. La superioridad de los aragoneses y sus aliados quedó empañada por las excelentes dotes estratégicas de Simón de Monfort. Tras el choque de la caballería de unos y otros, la desgracia se cebó en el campo aragonés cuando el rey Pedro II cayó muerto a consecuencia de una terrible herida en el costado. El hecho sembró la confusión en su ejército que pronto se desmoronó, huyendo en desbandada. La refriega de Muret supone el fin de la influencia catalano-aragonesa en el sur de Francia y un período de incertidumbre para la corona de Aragón al quedar un niño de tan sólo cinco años como heredero al trono, bajo la tutela de Simón de Monfort.

De esa manera Jaime I, hijo de Pedro II, entraba en la historia. Pronto averiguaremos cómo ganó el sobrenombre de «el Conquistador».

Nacido en Montpellier en 1208 tuvo pocos momentos de intimidad con su padre Pedro II. Tras la muerte de éste la protección del caballero Simón de Monfort se planteaba peligrosa para los intereses de Aragón; el propio papa Inocencio III medió para que la custodia del Infante fuera entregada a los aragoneses que encomendaron la formación espiritual y guerrera de Jaime al gran maestre templario Guillen de Montredon, quien instaló al niño en el castillo de Monzón hasta que obtuvo la edad suficiente para asumir el trono del reino. Mientras tanto, gobernaba su tío, el infante Don Sancho, quien en 1218 delegó el mando del reino a un consejo de notables aristócratas. Jaime I obtuvo algunos años más tarde la mayoría de edad con una magnífica preparación para asumir la responsabilidad que le esperaba.

En 1228 las cortes aragonesas decidían una operación militar contra las islas Baleares, cuyo propósito era el de anexionarse aquel territorio musulmán tan cercano a las costas propias. La empresa se preparó con todo detalle. Por fin una enorme flota fue abastecida y equipada lanzándose al ataque en 1229. Durante tres meses la ciudad de Palma sufrió un intenso asedio por tierra y mar hasta su caída el 31 de diciembre de 1229; meses más tarde Menorca ofrecía vasallaje y en 1235 caía la pitiusa Ibiza. Las Baleares recibieron a un gran grupo de colonizadores catalanes que sirvieron para repoblar aquellas islas tan estratégicas, también se quedaron muchos de los antiguos pobladores musulmanes que en general obtuvieron buen trato.

La siguiente conquista aragonesa se fijó en el Levante hispano con el gran objetivo de tomar la importante plaza de Valencia. Las operaciones comenzaron en 1232 con fuerte oposición mahometana. Paso a paso, las tropas del joven Jaime I se abrieron camino, Valencia era tomada en 1238, pero el avance de los aragoneses se topó con el propio de los castellanos. Finalmente, gracias al
Tratado de Almizra
quedaron delimitadas las fronteras de actuación entre los dos reinos. Con este acuerdo Aragón podía dar por finalizada la Reconquista contra los musulmanes, firmando el último capítulo con la toma de Alzira y Játiva en 1245. Un gesto más del noble Jaime I fue el de conceder leyes propias a los territorios conquistados, con lo cual el reino de Aragón pasaba a ser una entidad política integrada por el reino de Mallorca, reino de Valencia, principado de Cataluña y el propio reino de Aragón.

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