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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Impávido (39 page)

—¿Y tú?

—No lo sé. —Rione sopesó la pregunta; luego hizo un gesto de negación y repitió—: No lo sé

—Entonces, no estás enamorada de mí.

Rione volvía a tener esa expresión fría y divertida.

—Por lo que yo sé, no. ¿Estás decepcionado?

El rostro o el lenguaje corporal de Geary debieron de delatar sus sentimientos, porque Rione dejó de mostrarse divertida.

—John Geary, ha habido un amor en mi vida. Ya te lo he contado. Está muerto, pero eso no ha cambiado mi modo de amarlo. Desde entonces me he dedicado a la Alianza, intentando a mi manera servir al pueblo por el que mi marido dio su vida. Ahora mismo, lo que queda es todo tuyo, por si te interesa.

Geary se sorprendió prorrumpiendo en una débil risa.

—Tu corazón no puede ser mío y tu alma pertenece a la Alianza. ¿Qué queda?

—Mi mente. Que no es poco.

Él asintió.

—No, no lo es.

—¿Podrías conformarte con esa parte de mí, sabiendo que el resto les pertenece a otros? —le preguntó Rione con calma.

—No lo sé.

—Eres demasiado honesto, John Geary —suspiró—. Pero bueno, también yo lo soy. A lo mejor deberíamos intentar mentimos mutuamente.

—No creo que eso funcionara —afirmó secamente, incapaz de evitar preguntarse si estaría siendo sincera, si no quedaría aún alguna prioridad de la que él no supiera nada. Había muchas formas en las que Victoria Rione le era tan desconocida como los límites más alejados de los Mundos Síndicos.

—No, la mentira probablemente no funcionaría. —Rione dejó que su mirada se perdiera—. Pero, claro, ¿funcionará la honestidad?

—Eso tampoco lo sé.

—El tiempo lo dirá. —Alzó la mano para apagar la imagen de las estrellas y se levantó mirándolo con una expresión que Geary no supo interpretar—. Se me olvidaba que hay una parte de mí de la que también dispones. Mi cuerpo. No me lo has preguntado, pero te lo voy a decir. No se lo he ofrecido a nadie desde que mi marido murió.

Geary no encontró ni rastro de falta de sinceridad en ella y no habría sido lo bastante tonto para cuestionar esa afirmación ni aunque lo hubiera dudado.

—Realmente no te entiendo, Victoria.

—¿Por eso mantienes esa distancia emocional conmigo?

—Tal vez.

—Puede que sea lo mejor.

—Tampoco es que tú te estés abriendo a mí, exactamente —señaló Geary.

—Eso es cierto. No te he prometido nada. Y tú no deberías prometerme nada a mí. Los dos somos veteranos de la vida, John Geary, marcados por las pérdidas que hemos tenido que soportar porque nos importaban otras personas. Algún día deberías hablarme de ella.

—¿Ella? —Sabía exactamente de quién le estaba hablando Rione, pero no quería admitirlo.

—Quienquiera que fuese. La mujer a la que dejaste atrás. Esa en la que te veo pensar algunas veces.

Él bajó la mirada con un sentimiento de vacío en su interior nacido de las esperanzas no cumplidas.

—Debería. Algún día.

—Me dijiste que no estabas casado.

—No. No lo estaba. Fue algo que pudo haber sucedido, pero que no ocurrió. Todavía no estoy seguro de por qué. Pero hubo muchas cosas que no se dijeron y deberían haberse dicho.

—¿Sabes lo que le pasó después de tu supuesta muerte en combate?

Geary dejó que su mirada se perdiera mientras recordaba.

—Pasó algo antes de mi combate. Un accidente. Un accidente estúpido. Como su nave estaba muy lejos, ni siquiera me enteré hasta que ya llevaba muerta tres meses. Yo había estado planeando ponerme en contacto con ella para disculparme por ser un idiota, ensayando lo que le iba a decir.

—Lo siento mucho, John Geary. —Rione lo miró con los ojos llenos de pena compartida—. No es fácil dejar que los sueños mueran, aunque sigan siendo sueños.

Tomó a Geary de la mano para hacer que se levantara a su lado.

—Cuando estés preparado, puedes hablar más de ello. Nunca has hablado con nadie sobre el tema, ¿verdad? Eso pensaba. Las heridas abiertas no se curan, John Geary.

Se acercó a él y lo besó despacio, dejando que sus labios permanecieran unidos.

—Es suficiente compañerismo por una noche, y demasiado pensar para los dos. Ahora me gustaría disfrutar del otro beneficio de nuestra relación.

En sus brazos, el cuerpo de ella estaba caliente y vivo, y por un breve instante, al menos, las preocupaciones del presente y los recuerdos del pasado quedaron relegados al olvido.

El dilema había sido la formación adecuada. La flota de la Alianza estaba muy cerca del punto de salto del cual podía salir cualquier tipo de fuerza síndica. Eso significaba que dispondrían de poco tiempo para reajustar su formación y probablemente tendrían que entrar en combate fuera cual fuera la formación que hubiera adoptado la flota cuando llegara el enemigo. Pero no sabría cuál era la disposición de la fuerza enemiga hasta que apareciera.

Lo único que sí sabía era que, si los síndicos estaban en medio de una persecución a una fuerza de la Alianza pequeña y gravemente dañada, no perderían el tiempo. Lo más seguro era apostar por que habría unidades ligeras y rápidas que entrarían justo detrás de cualquier nave de la Alianza a la fuga. Cualquier formación que Geary adoptase estaría en condiciones de deshacerse fácilmente de ellas. El problema era lo que vendría después. Aniquilarían rápidamente a los cruceros pesados, pero si los síndicos acompañaban a las unidades ligeras con acorazados, Geary tenía que asegurarse de que no podían llevarse a muchas de sus propias naves consigo.

En el peor de los casos, los síndicos contarían con una fuerza superior, en cuyo caso la Alianza tendría que atacar rápidamente y con dureza para aprovechar cualquier factor sorpresa y cualquier ventaja numérica momentánea mientras las naves síndicas salían por el punto de salto.

—Puede ser muy feo —observó Geary después de discutir las opciones con el capitán Duellos—, pero estaremos cerca de la puerta, lo que significa que no podrán dispersarse. Voy a mantener una formación en taza modificada.

En el visualizador que flotaba entre ellos, la formación tenía el aspecto que su nombre indicaba, con un espeso fondo circular formado aproximadamente por la mitad de la flota en una matriz con una serie de campos de fuego entrelazados, mientras el resto de las naves quedaba dispuesta en una formación plana y semicircular que se extendía hacia el exterior, hacia el enemigo.

—Así podremos darles de lleno en un solo punto, y luego volver y embestir contra otra parte de la formación que hayan decidido adoptar.

—Si son muy superiores a nosotros en número, les daremos una verdadera paliza aunque acaben con nosotros en el intento —repuso Duellos—. No es el mejor resultado, pero combinado con todas las pérdidas que les hemos causado en Kaliban y en Sancere, dejaremos a los síndicos sin la ventaja numérica en la guerra.

Geary asintió con la mirada puesta en el visualizador estelar.

—Así pues, la guerra seguiría adelante.

—La guerra seguiría adelante —admitió Duellos.

—Me gustaría que obtuviéramos un resultado mejor.

Duellos sonrió con sarcasmo.

—Puede contar con la flota. Las cosas están tomando forma. El orgullo de la flota, la necesidad de rescatar a nuestras naves aliadas, la confianza suscitada por las victorias recientes y la formación que nos ha proporcionado. Tenemos una oportunidad, aunque las probabilidades sean bajas. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Y se me acaba de ocurrir algo para hacer que nuestras opciones se igualen un poco.

Uno pensaría que alguien que se ha pasado tantos años en la flota a estas alturas estaría acostumbrado a esperar,
pensó Geary mientras se paseaba por los pasillos del
Intrépido.
En la flota se pasaban grandes cantidades de tiempo sin hacer otra cosa que esperar. Esperar a llegar a otro sitio, esperar una vez que has llegado a ese sitio, esperar a que no se produzca una emergencia o una crisis, esperar a saber cuánto tiempo más vas a tener que esperar. Parecía constituir una parte tan importante de la vida militar como arriesgar tu vida o la comida mala.

Ninguna de esas cosas facilitaba la tarea de esperar a averiguar si alguna nave se reuniría con ellos. La flota se había posicionado frente al punto de salto por el que entraría cualquiera de las naves perdidas, vagando por el espacio con sus movimientos supeditados a la lenta progresión del punto de salto alrededor de su estrella. Las naves auxiliares estaban bastante ocupadas fabricando nuevas armas y repuestos, y todas las demás naves necesitaban mantenimiento y reparaciones rutinarias, pero Geary había hecho todo lo que personalmente estaba en su mano para prepararse. Demasiado inquieto como para dedicarse a otras tareas, se recorría el
Intrépido
visitando a la tripulación, consciente de la satisfacción que le reportaba su capacidad para reconocer a los tripulantes y a los oficiales que encontraba a su paso. Poco a poco, muy poco a poco, empezaba a sentir que pertenecía a aquel lugar.

En un pasillo se topó con la capitana Desjani, y se sorprendió al ver que estaba mostrando el mismo ánimo que normalmente solo aparecía después de ver un montón de naves síndicas destruidas.

—Parece que está de buen humor —le comentó.

Ella le sonrió.

—He mantenido recientemente una conversación con cierta persona de la
Furiosa,
señor.

La
Furiosa
estaba lejísimos, con su destacamento especial reconstruido una vez más, lista para llevar a cabo una nueva misión especial. Geary se preguntó por un momento por qué iba Desjani a mantener una larga conversación con la capitana Crésida, dado el desfase temporal que eso implicaba; entonces se dio cuenta de que no era ella con quien había estado hablando.

—¿Qué tal está el teniente Casell Riva?

Desjani llegó a sonrojarse ligeramente.

—Muy bien, capitán Geary. Está impresionado con la capitana Crésida y con los nuevos sensores y el armamento de que disponemos.

—Entiendo. Me alegro de que esté contento con las nuevas armas de la flota.

—En realidad, se alegra de haber sido liberado, y parecía contento de hablar conmigo —confesó Desjani.

—Sospecho que estará muy satisfecho, Tanya. Entonces, ¿se está adaptando bien?

La sonrisa de Desjani se desdibujó un poco.

—Dice que ha habido momentos difíciles. Con tanto tiempo en un campo de trabajo síndico sin esperanzas de liberación o de rescate, hace falta cierto período para superarlo. Algunas veces se despierta aterrorizado, temiendo que su liberación haya sido una simple alucinación. Pero, claro, ahora tiene esperanzas. —Desjani se quedó en silencio un momento—. Cas… el teniente Riva se sorprendió al ver cómo dirige usted la flota, las tácticas que emplea. Sigue conmocionado y desgarrado por la marcha del capitán Falco. Pero estuvo analizando todo lo que sucedió en Sancere y se quedó estupefacto, señor.

El propio Geary se sintió violento.

—Hubo muchas cosas que salieron bien. Tuvimos suerte.

—Si no le importa que se lo diga, sobrevalora usted su suerte, señor. —Hizo otra pausa—. Sigue siendo el hombre que recuerdo. Tal vez surja algo.

—Eso espero. La guerra ya destroza bastantes vidas. Es bonito pensar que dos de ellas pueden tener opciones de volver a enderezarse.

Desjani asintió con la mirada perdida en sus recuerdos.

—Veremos. Hay mucho tiempo que recuperar y muchas experiencias que compartir. ¿Sabía que entre toda la información que descargamos en Sancere había una base de datos enorme sobre prisioneros de guerra de la Alianza? No está actualizada, los últimos datos son de hace unos tres años, pero contiene muchos nombres de personas que dábamos por muertas. Si…, discúlpeme, señor…, cuando regresemos al espacio de la Alianza, mucha gente se alegrará de ver algunos de los nombres que hay en esa lista.

Geary la miró con curiosidad.

—¿Cuánto tiempo hace que los síndicos dejaron de compartir con la Alianza las listas de personal capturado?

—Décadas, al menos. Tendría que comprobarlo. En un momento dado decidieron que el hecho de no saber si el personal estaba vivo o muerto perjudicaría a la moral de la Alianza y dejaron de proporcionar listas de prisioneros. La Alianza hizo lo mismo como medida de represalia, por supuesto.

No era algo agradable. Bastante duro era enviar a tus amigos, amados, y familiares a la guerra, pero no saber después qué les había sucedido era una forma lenta de tortura.

—Tendremos que recuperar esa lista, y tal vez convencer a los síndicos para hacer un canje de listados actualizados.

Desjani asintió.

—Si alguien puede hacerlo, ese es usted —respondió ella—. Acabo de echarle un vistazo a la lista. Hay muchísimos nombres y está organizada de una forma rarísima, así que voy dando traspiés y normalmente me topo con resultados que no iba buscando. Pero hay algunas personas cuyos destinos me gustaría comprobar. Algunos de ellos fueron supuestamente capturados, a otros se los dio por muertos en combate. A lo mejor ahora podría confirmar esos datos.

—Supongo que usted y muchos más lo harán —advirtió Geary pensando que una lista de tres años de antigüedad no le diría si algún milagro había ayudado a su resobrino a escapar del
Resistente
antes de ser destruido en el sistema interior síndico. Eso seguiría siendo una incógnita, aunque era mejor asumir que Michael Geary estaba muerto y llevarse una agradable sorpresa si resultaba que estaba vivo. No tenía muchos motivos para sospechar que hubiera sobrevivido a la muerte de su nave.

Lo cual le llevó a pensar en las treinta y nueve naves que habían acompañado al capitán Falco a Strabo. ¿Cuántas habrían sobrevivido? Ojalá supiera ya la respuesta, por muy terrible que fuera. La incertidumbre era casi tan mala como la persistente y desagradable convicción de que habría muy pocas, en caso de que hubiera alguna, que pudiera conseguir llegar hasta Ilión.

—Están aquí.

Geary salió desbocado de su camarote sin preocuparse siquiera de comprobar su propio visualizador. Corrió por los pasillos y subió escaleras hasta que llegó al puente de mando, recuperando el resuello mientras se dejaba caer en la silla. Solo entonces pudo desplegar la pantalla visual, pronunciando una silenciosa oración para pedir que hubiera la mayor cantidad posible de supervivientes.

Vio asombrado tres acorazados. Los sistemas del
Intrépido
los identificaron de inmediato como la
Guerrera,
la
Orión
y la
Majestuosa.
Y un solo crucero de batalla, la
Invencible,
tan severamente dañada que Geary tuvo que ratificar la lectura de los informes para creérselo. De los seis cruceros pesados que habían acompañado a los acorazados, solo quedaban dos. No quedaba ninguno de los cuatro cruceros ligeros y de los diecinueve destructores solo habían sobrevivido siete.

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