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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Final (9 page)

La casa sólo tenía dos habitaciones y un pequeño espacio para la cocina. La habitación principal era donde Sulla trabajaba, leyendo las cartas del tarot y las hojas de té, preparando amuletos y raíces para sanar. Había frascos para conservas por todas partes llenos de cualquier cosa, desde olmo escocés y manzanilla hasta plumas de cuervo y polvo de tumbas. En la balda inferior estaba uno de los tarros que Amarie tenía permiso para abrir lleno de caramelos envueltos en un grueso papel de cera. El doctor que vivía en Monk’s Corner los traía cada vez que aparecía para recoger algún ungüento o pedir alguna lectura especial.

—Amarie, ven aquí ahora mismo. —Sulla estaba extendiendo sobre la mesa un paquete de cartas en forma de abanico. No eran las cartas del tarot que le gustaba leer a las señoras de Gatlin o Summerville. Éstas eran las cartas que su abuela guardaba para lecturas especiales—. ¿Sabes lo que es esto?

—Las Cartas de Providencia — asintió Amarie.

—Exacto. —Sulla sonreía, sus finas trenzas caían por encima de su hombro. Cada una de ellas estaba atada con un hilo de colores, un deseo que alguien que la había visitado anhelaba se hiciera realidad—. ¿Sabes en qué se diferencian de las cartas del tarot?

Amarie sacudió la cabeza. Sabía que las imágenes eran diferentes: el cuchillo manchado de sangre, las figuras de los gemelos mirándose entre sí con las palmas unidas.

—Las Cartas de Providencia dicen la verdad, el futuro, aunque hay días en que no me gusta verlo. Todo depende de a quién se lo esté leyendo.

La pequeña niña estaba confusa. ¿Acaso las cartas del tarot no mostraban el verdadero futuro si una poderosa adivina las interpretaba cuando estaban desplegadas?

—Creí que todas las cartas mostraban la verdad si sabías cómo interpretarlas.

El gorrión apareció volando por la ventana abierta y se posó sobre el hombro de la anciana.

—Existe una verdad a la que puedes enfrentarte y una verdad a la que no puedes. Ven aquí y siéntate, voy a enseñarte lo que quiero decir. —Sulla barajó las cartas, la Reina Furiosa desapareció en el montón detrás del Cuervo Negro.

Amarie se acercó hasta el otro lado de la mesa y se sentó en el mismo viejo taburete en el que tantas personas esperaban para conocer su destino.

Sulla giró su muñeca, desplegando las cartas con un ágil movimiento. Sus collares se enredaban alrededor de su garganta: amuletos de plata mezclados con imágenes que Amarie no reconocía, cuentas de madera pintadas a mano intercaladas entre fragmentos de piedra, cristales de colores que atrapaban la luz cuando Sulla se movía. Y la favorita de Amarie: una suave piedra negra ensartada con un trozo de cuerda que descansaba en el hueco del cuello de Sulla.

La abuela Sulla la llamaba «el ojo».

—Y ahora presta atención, pequeña —indicó Sulla—. Algún día tú también harás esto, y yo estaré susurrándote con el viento.

A Amarie le gustó cómo sonaba aquello.

Sonrió y sacó la primera carta.

* * *

Los bordes de la visión se difuminaron, y la fila de botellas de colores apareció ante mi vista. Aún estaba tocando el agrietado cristal azul verdoso y el corcho que había desatado la memoria, uno de los peligrosos secretos encerrados que Amma no quería que escaparan al mundo. Pero éste no parecía en absoluto peligroso, salvo tal vez para ella.

Todavía podía ver a Sulla enseñándole las Cartas de Providencia, las cartas que algún día formarían el despliegue en el que se mostraría mi muerte.

Contemplé el aspecto de las cartas, especialmente los gemelos, enfrentados. El Alma Fracturada. Mi carta.

Pensé en la sonrisa de Sulla y lo pequeña que parecía comparada con su gigantesca presencia como espíritu. Sin embargo, llevaba las mismas trenzas intrincadas y las pesadas sartas de cuentas ondeando alrededor de su cuello tanto en la vida como en la muerte. Excepto la cuerda con la piedra negra, ésa no la recordaba.

Bajé la vista a la botella vacía, volviendo a poner el corcho y dejándola en la balda con las otras. ¿Contendrían todas estas botellas recuerdos de Amma? ¿De fantasmas que la acechaban de un modo que no hacían los espíritus?

Me pregunté si la noche de mi muerte estaría en una de esas botellas, atrapada, donde no pudiera escapar.

Confíe en que así fuera por el bien de Amma.

Entonces oí un crujido en las escaleras.

—Amma, ¿estás en la cocina? —Era mi padre.

—Aquí estoy, Mitchell. Justo en el mismo sitio de siempre antes de cenar —contestó Amma. Su voz no sonaba normal, pero dudé que mi padre lo hubiera advertido.

Seguí el sonido de sus voces de vuelta por el vestíbulo.
Lucille
estaba sentada en el otro extremo esperándome, con su cabeza inclinada hacia un lado. Permaneció sentada muy recta hasta que estuve a escasos centímetros de ella, y luego se levantó y salió.

Gracias,
Lucille
.

Había cumplido con su trabajo, y había acabado conmigo. Probablemente tendría un buen cuenco de leche y un mullido cojín esperándola delante de la televisión.

Me dije que la próxima vez ya no se asustaría tanto al verme.

Cuando doblé la esquina, encontré a mi padre sirviéndose un vaso de té frío.

—¿Ha llamado Ethan?

Amma se tensó, con su cuchillo apoyado sobre una cebolla, pero mi padre no pareció darse cuenta. Ella empezó a trocearla.

—Caroline lo tiene muy ocupado atendiéndola. Ya sabes cómo es, elegante y descarada, igual que lo era su madre.

Mi padre se rio, sus ojos se arrugaron en los extremos.

—Eso es cierto, y también es una paciente terrible. Debe de estar volviendo loco a Ethan.

Mi madre y tía Prue no bromeaban. Mi padre se hallaba bajo la influencia de un poderoso hechizo. No tenía ni idea de lo sucedido. Me pregunté cuántos miembros de la familia de Lena habrían sido necesarios para ponerlo en marcha.

Amma alargó el brazo para coger una zanahoria, cortando el extremo antes incluso de haberla apoyado sobre la tabla de cortar.

—Una cadera rota es mucho peor que una gripe, Mitchell.

—Lo sé…

—¿Qué es todo ese alboroto? —Preguntó la tía Mercy desde el salón—. Estamos tratando de ver
Jeopardy
.

—Mitchell, ven aquí ahora mismo. Mercy no es nada buena con las preguntas de música. —Ésa era la tía Grace.

—Tú eres quien cree que Elvis Presley aún sigue vivo —replicó la tía Mercy.

—Desde luego que sí. Es capaz de bailar cualquier ritmo que le pongan —gritó la tía Grace, captando como mucho una de cada tres palabras—. Mitchell, date prisa. Necesito un testigo. Y de paso, trae un poco de tarta para acá.

Mi padre estiró el brazo para coger la tarta de chocolate de la encimera, que aún estaba caliente del horno. Cuando desapareció por el vestíbulo, Amma dejó de trocear la cebolla y acarició el gastado amuleto de oro de su collar. Se la veía triste y rota, agrietada como las botellas que se alineaban en las estanterías de su dormitorio.

—Acuérdate de hacerme saber si Ethan llama mañana —gritó mi padre desde el salón.

Amma se quedó mirando fijamente hacia la ventana durante un buen rato antes de hablar, apenas un murmullo que sólo yo pude escuchar.

—No lo hará.

9
Barras y estrellas

D
ejar a Amma atrás fue como salir de un incendio a la más fría noche de invierno. Ella era mi hogar, segura y familiar. Al igual que cada reprimenda y cada cena ingerida, era todo lo que formaba parte de mí. Cuanto más cerca estaba de ella, más calidez sentía, pero, al final, la fría sensación que me ahogaba se incrementó aún más cuando me marché.

¿Merecía la pena? ¿Sentirse mejor durante un minuto o dos, sabiendo que el frío seguiría esperándome ahí fuera?

No estaba seguro, pero para mí no era una elección. No podía estar lejos de Amma o Lena, y —en lo más profundo de mí— no pensaba que ninguna de las dos lo quisieran.

A pesar de todo, aún había un resquicio de esperanza, por pequeño que fuera. El que
Lucille
pudiera verme ya era un primer paso. Supongo que lo que la gente dice respecto a que los gatos pueden ver a los espíritus es cierto. Simplemente, nunca imaginé que lo confirmaría en mis propias carnes.

Y luego estaba Amma. No es que ella me hubiera visto en sentido estricto, pero sabía que yo estaba allí. Tal vez no fuera demasiado, pero era algo. Había sido capaz de demostrárselo, igual que lo había hecho para advertir a Lena de que estaba en el lugar de mi propia tumba.

Por muy agotador que resultara arrancar un pedazo de pastel o mover unos centímetros el botón, al menos había conseguido transmitir el mensaje.

De alguna forma, todavía estaba aquí, en Gatlin, adonde pertenecía. Todo había cambiado y no tenía la solución para arreglar esto. Pero no me había ido a ninguna parte, no realmente.

Estaba aquí.

Existía.

Si tan sólo pudiera encontrar una forma de decir lo que quería decir. Pero, desgraciadamente, ni la tarta de chocolate ni una vieja gata podían dar más de sí, ni siquiera un amuleto del collar de Lena.

A decir verdad, me sentía realmente angustiado. Es decir, como estancado en una zona de calma chicha en aguas ecuatoriales y sin un mapa.

A.N.G.U.S.T.I.A.D.O.

Diez horizontal.

Fue entonces cuando se me ocurrió. No fue tanto una idea como un recuerdo —el de Amma sentada en la mesa de nuestra cocina, encorvada sobre sus crucigramas con un bol lleno de caramelos de canela Red Hots y una pila extra de lápices superafilados del número 2. Esos crucigramas eran su forma de mantener las cosas en su sitio, y pensar en todo lo que pasaba.

En ese momento todo encajó. De igual forma que podía anticipar una jugada en la cancha de baloncesto o deducir la trama de una película simplemente por su comienzo.

Supe lo que tenía que hacer, y supe adónde tenía que ir. Iba a requerir un poco más de fuerza que arrancar un trozo de pastel o empujar un botón, pero no demasiada.

Bastaba con un par de trazos con un lápiz.

Era hora de hacer una visita a las oficinas de
Barras y Estrellas
, el único e inigualable periódico del condado de Gatlin.

Tenía un crucigrama que escribir.

* * *

No había un solo grano de sal jalonando las ventanas de la oficina de
Barras y Estrellas
, al igual que tampoco había un solo grano de verdad en las páginas del periódico. Había, no obstante, aparatos de aire acondicionado en todas las ventanas. Más aparatos de los que jamás había visto en un edificio. Eso era todo lo que quedaba de un verano tan asfixiante que casi había secado todo el pueblo y lo había hecho salir volando, como las hojas muertas de un magnolio.

Y, sin embargo, no había encantamientos, sal, ni hechizos de Vinculación o conjuros de ningún tipo, ni siquiera un triste gato. Me deslicé en su interior con la misma facilidad que lo había hecho el asfixiante calor. Uno puede llegar a acostumbrarse a esta forma de entrar en los sitios.

Dentro había poco más que unas cuantas plantas de plástico, un calendario
recreacionista
que colgaba torcido de la pared y un alto mostrador forrado de linóleo. Ahí es donde acudías con tus diez dólares cuando querías poner un anuncio en el periódico ofreciendo clases de piano, cachorros recién nacidos o el viejo sofá a cuadros que llevaba arrinconado en tu sótano desde 1972.

Eso era todo, hasta que pasabas detrás del mostrador, donde tres pequeños escritorios estaban alineados. Los tres cubiertos con periódicos, exactamente los mismos que estaba buscando. Ése era el aspecto de
Barras y Estrellas
antes de convertirse en un periódico de verdad, cuando aún era lo más parecido a una gacetilla con los cotilleos del pueblo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Ethan?

Me di la vuelta, sorprendido, con las manos en alto como si me hubieran pillado allanando y entrando ilegalmente, lo que, de alguna forma, había hecho.

—¿Mamá?

Estaba detrás de mí en la oficina vacía, al otro lado del mostrador.

—Nada. —Fue todo lo que pude decir. No debería haberme sorprendido. Ella sabía cómo cruzar. Después de todo, era quien me había ayudado a encontrar la forma de volver al mundo Mortal.

Aun así, no esperaba encontrarla aquí.

—Dudo que no estés haciendo «nada», salvo que hayas decidido hacerte periodista y escribir reportajes sobre la vida en el Más Allá, lo que, habida cuenta de las veces que intenté que te unieras a la plantilla del periódico del instituto, no parece muy verosímil.

Sí, bueno. Nunca había querido tomar mi almuerzo con la plantilla del periódico del colegio. No cuando podía estar en el comedor con Link y los otros chicos del equipo de baloncesto.

Qué curioso que las cosas que entonces me parecían importantes ahora se vieran estúpidas.

—No, señora.

—Ethan, por favor, respóndeme. ¿Por qué estás aquí?

—Supongo que podría hacerte la misma pregunta. —Mi madre me lanzó una mirada—. No estoy buscando un trabajo en el periódico, si es lo que piensas. Sólo quiero colaborar en una pequeña sección.

—Ésa no es una buena idea. —Extendió sus manos sobre el mostrador delante de mí.

—¿Por qué no? Tú fuiste quien me envió todas esas Canciones de Presagio. Que es prácticamente lo mismo. Esto es solamente un poco más… directo.

—¿Qué estás planeando hacer? ¿Escribir a Lena un anuncio clasificado y publicarlo en el periódico? «¿Se busca novia Caster. Preferentemente llamada Lena Duchannes?».

—Eso no es lo que tenía en mente, pero podría funcionar.

—No puedes hacerlo. Apenas puedes coger un lápiz en este mundo. Como Sheer que eres no tienes la fuerza física de tu lado. El simple hecho de levantar una pluma aquí es más difícil que arrastrar un tronco con el meñique.

—¿

puedes hacerlo?

Se encogió de hombros.

—Tal vez.

La miré intensamente.

—Mamá, quiero hacerle saber que estoy bien. Quiero hacerle saber que estoy aquí, igual que tú quisiste comunicarme el código de los libros en el estudio cuando desapareciste. Ahora debo encontrar una forma de decírselo.

Mi madre rodeó el mostrador lentamente, sin decir palabra durante un largo minuto. Me observó mientras yo atravesaba la habitación en dirección a los montones de galeradas.

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