Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
Nada sucede nunca como queremos que sea. Ya no. No para mí.
Pero ellos no lo entendían.
—No fue un error. Yo decidí venir, señor Trueblood. Yo mismo lo planeé junto con la Lilum. Si no lo hacía, la gente a la que quería y muchos otros iban a morir.
Obidias asintió.
—Todo eso ya lo sé, Ethan. Igual que sé lo sucedido con la Lilum y el Orden en las Cosas. No estoy cuestionando lo que hiciste. Lo que digo es que tú nunca debías haber tomado esa decisión. No estaba en
Las
Crónicas
.
—¿Las Crónicas Caster?
—Sólo había visto el libro una vez, en el archivo, cuando el Consejo del Custodio Lejano apareció para interrogar a Marian y, sin embargo, era la segunda vez que oía sacar el tema desde que estaba aquí. ¿Cómo podía Obidias saberlo? Además, fuera lo que fuera que significara aquello, mi madre no había querido entrar en el asunto.
—Sí —asintió Obidias.
—No entiendo qué tiene eso que ver conmigo.
Durante un momento guardó silencio.
—Adelante, cuéntaselo. —La tía Prue estaba lanzándole a Obidias Trueblood la misma mirada poderosa que siempre me dirigía antes de obligarme a hacer alguna cosa absurda, como enterrar bellotas en su jardín para las crías de las ardillas—. Se merece saberlo. Suéltalo ya.
Obidias asintió en la dirección de la tía Prue y volvió la vista hacia mí con esos ojos dorados y amarillos que hicieron que mi piel se erizara casi tanto como lo hacía su mano de serpiente.
—Como sabes,
Las
Crónicas Caster
recogen todo lo que ha sucedido en el mundo. Pero también lo que puede ser, los posibles futuros que aún no han sucedido.
—El pasado, presente y futuro. Lo recuerdo. —Los tres Guardianes con aspecto extraño que vi en la biblioteca y durante el juicio de tía Marian. ¿Cómo olvidarlo?
—Sí. En el Custodio Lejano, esos futuros pueden alterarse, transformándose de futuros posibles a futuros reales.
—¿Está diciendo que el libro puede cambiar el futuro? —Me quedé estupefacto. Marian nunca había mencionado algo así.
—Puede hacerlo —contestó Obidias—. Si una página es alterada o se añade otra. Una página que se supone nunca debió estar allí.
Un escalofrío me recorrió la columna.
—¿Qué está tratando de decir, señor Trueblood?
—La página que cuenta la historia de tu muerte nunca fue parte de
Las
Crónicas Caster
originales. Fue añadida. —Me lanzó una mirada angustiada.
—¿Por qué querría alguien hacer eso?
—Hay más razones para el comportamiento de la gente que el número de acciones que realmente se ponen en marcha. —Su voz sonaba distante, llena de pena y dolor, algo que nunca hubiera esperado de un Caster Oscuro—. Pero lo importante es que tu destino, este destino, puede ser cambiado.
¿Cambiado? ¿Podía salvarse una vida una vez que había acabado?
Me aterrorizaba hacer la siguiente pregunta, permitirme creer que hubiera una forma de poder regresar a todo lo que había perdido. A Gatlin. A Amma.
Lena.
Todo lo que quería era sentirla entre mis brazos y escuchar su voz en mi cabeza. Quería encontrar el modo de volver a la chica Caster a la que quería más que a nada en este mundo, o en cualquier otro.
—¿Cómo? —La respuesta casi era lo de menos. Habría hecho cualquier cosa para conseguirlo, y Obidias Trueblood lo sabía.
—Es peligroso. —La expresión de Obidias era toda una advertencia—. Mucho más peligroso que cualquier cosa del mundo Mortal.
Escuché las palabras, pero no pude creerlas. No había nada más aterrador que estar aquí.
—¿Qué es lo que tengo que hacer?
—Tendrás que destruir tu propia página en
Las
Crónicas Caster
. Aquella en la que se describe tu muerte.
Sentí que miles de preguntas se agolpaban en mi mente, pero sólo una importaba.
—¿Y qué pasa si se equivoca y la página estaba allí desde siempre?
Obidias bajó la vista a lo que quedaba de su mano izquierda, las serpientes se erguían y golpeaban incluso desde debajo de la tela. Una sombra atravesó su rostro.
Alzó los ojos para encontrarse con los míos.
—Sé que no estaba allí, Ethan. Porque fui yo quien la escribió.
L
a habitación se quedó en silencio, tan en silencio que podía escucharse cómo la casa crujía al azotar el viento contra ella. Tan en silencio que podía escucharse a las serpientes siseando casi tan fuerte como la respiración asmática de la tía Prue y los latidos de mi corazón. Incluso los tres Harlon James se escabulleron, gimoteando detrás de una silla.
Durante un segundo, fui incapaz de pensar. Mi mente estaba completamente en blanco.
No había forma de procesar esto, de entender por qué un hombre, al que nunca había visto, querría cambiar el curso de mi vida, de forma tan irreparable y violenta.
¿Qué demonios le había hecho yo a este tío?
Finalmente encontré las palabras, al menos algunas. Había otras que no me atreví a pronunciar delante de la tía Prue, pues de hacerlo me hubiera lavado la boca con algo peor que jabón y, muy probablemente, me habría hecho tragar un frasco entero de Tabasco.
—¿Por qué? Si ni siquiera me conoce.
—Es complicado…
—¿Complicado? —Estaba empezando a alzar la voz, y di un salto para levantarme del sillón—. Ha arruinado mi vida. Me obligó a elegir entre salvar a la gente que amaba y sacrificarme. He hecho daño a todos los que me importaban. ¡Incluso han tenido que hacer un hechizo sobre mi padre para impedir que se vuelva loco!
—Lo siento, Ethan. No hubiera deseado esto ni a mi peor enemigo.
—No. Sólo se lo deseó a un chico de diecisiete años al que nunca había visto. —Este tío no iba a poder ayudarme. Para empezar porque él era la razón por la que estaba atrapado en esta pesadilla.
La tía Prue estiró el brazo y me cogió la mano.
—Sé que estás furioso, y tienes todo el derecho a estarlo. Pero Obidias puede ayudarnos a que vuelvas a casa. Así que siéntate y escucha lo que tiene que decirte.
—¿Cómo sabes que podemos fiarnos de él, tía Prue? Probablemente cada palabra que salga de su boca sea una mentira. —Retiré mi mano de la suya.
—Tienes que escuchar, y prestar atención. —Tiró de mi brazo con más fuerza de la que cabría esperar de alguien de su edad, y volví a desplomarme sobre el sillón a su lado. Quería que la mirara a los ojos—. Conozco a Obidias Trueblood desde mucho antes de que fuera Luminoso u Oscuro, antes de que hiciera el mal o el bien. He pasado la mayor parte de mi vida recorriendo los Túneles Caster con los Trueblood y mi padre. —Hizo una pausa, mirando de reojo a Obidias—. Y él me salvó en un par de ocasiones, allí abajo. Aunque no fuera lo suficientemente listo como para salvarse a sí mismo.
Ya no sabía qué pensar. Tal vez mi tía hubiera dibujado los Túneles con Obidias. Tal vez ella pudiera confiar en él.
Pero eso no significaba que yo lo hiciera.
Obidias parecía saber lo que me pasaba por la cabeza.
—Ethan, tal vez te parezca difícil de creer, pero sé lo que es sentirse impotente, estar a merced de decisiones que no has tomado tú.
—No tiene ni idea de cómo me siento. —Pude advertir la rabia en mi voz, pero no traté de ocultarla. Quería que Obidias Trueblood supiera que le odiaba por lo que me había hecho a mí y a la gente a la que quería.
Pensé en Lena dejando el botón sobre mi tumba. Él no sabía lo que era sentir eso, para mí o Lena.
—Ethan, sé que no confías en él, y no te culpo. —La tía Prue sonaba ahora dura y amenazadora. Esto debía de significar algo para ella—. Sólo te pido que confíes en mí y le escuches.
Clavé mis ojos en Obidias.
—Empiece a hablar. ¿Cómo puedo volver?
Obidias respiró profundamente.
—Como he dicho, la única forma de devolverte tu vida es borrar tu muerte.
—Así que si destruyo la página, volveré a casa, ¿no es eso? —Quería estar seguro de que no hubiera ninguna laguna.
Nada de convocar a la luna fuera de tiempo, nada de escindir la luna por la mitad. Ninguna maldición que me impidiera marchar, una vez que la página hubiera desaparecido.
Él asintió.
—Sí. Pero primero tienes que conseguir llegar hasta el libro.
—¿Quiere decir hasta el Custodio Lejano? Los Guardianes lo llevaban con ellos cuando vinieron a por mi tía Marian.
—Eso es. —Me miró, sorprendido. Supongo que no esperaba que yo supiera nada sobre Las Crónicas Caster.
—¿Entonces qué hacemos aquí sentados hablando? Pongámonos a ello. —Estaba a medio levantar de mi sillón cuando reparé en que Obidias no se había movido.
—¿Acaso crees que no tienes más que entrar ahí y llevarte la página? —preguntó—. No es tan sencillo.
—¿Quién va a detenerme? ¿Una tropa de Guardianes? ¿Qué puedo perder? —Traté de no pensar en lo aterradores que parecían cuando se presentaron a por Marian.
Obidias retiró la capucha de su mano, y las serpientes sisearon atacándose unas a otras.
—¿Sabes quién me hizo esto? Una tropa de Guardianes que me sorprendió tratando de robar mi página de Las Crónicas.
—¡Que el Señor si apiade de nosotros! —declaró tía Prue, abanicándose con su pañuelo.
Durante un segundo no supe si creerle. Pero reconocí la emoción que asomaba a su rostro, porque yo mismo la estaba sintiendo.
Miedo.
—¿Los Guardianes le hicieron eso?
—Angelus y Adriel —asintió—. En uno de sus días más benevolentes. —Me pregunté si Adriel sería aquel tan grande que se había presentado en el archivo con Angelus y la mujer albina. Eran las personas con aspecto más extraño que había visto en el mundo Caster. Al menos hasta ahora.
Miré a Obidias y a sus serpientes.
—Como ya he dicho, ¿qué pueden hacerme ahora? Ya estoy muerto. —Traté de sonreír, aunque la cosa no tenía ninguna gracia. Más bien todo lo contrario.
Obidias levantó una mano y las serpientes se sacudieron, estirándose mientras intentaban llegar hasta mí.
—Hay cosas peores que la muerte, Ethan. Cosas más oscuras que los Caster Oscuros. Lo digo por experiencia. Si te atrapan, los Guardianes no te dejarán nunca abandonar la biblioteca del Custodio Lejano. Serás su escriba y su esclavo, obligado a reescribir los futuros de Caster inocentes… y de los Wayward Mortales que están Vinculados a ellos.
—Se supone que los Waywards no abundan demasiado. ¿Cuántos puede haber sobre los que escribir? —Nunca me había encontrado con otro, y eso que había conocido a Vex, a Íncubos y muchos más tipos de Caster de lo que hubiera deseado.
Obidias se inclinó hacia adelante sobre su silla, cubriendo su atroz y deformada mano una vez más.
—Tal vez no sean tan escasos como tú crees. Puede que no vivan lo suficiente como para que los Caster los encuentren.
Había una incuestionable verdad en sus palabras que no pude refutar. Supongo que una parte de mí sabía que una mentira habría sonado diferente. Mientras que otra parte era consciente de que siempre había estado en peligro, de una forma u otra, con o sin Lena.
Ya estuviera destinado a saltar del depósito de agua o no.
En cualquier caso, el miedo en su voz debía de haber sido prueba suficiente.
—De acuerdo. No debo dejar que me atrapen.
El rostro de la tía Prue estaba lleno de preocupación.
—Tal vez ésta no sea una buena idea. Deberíamos regresar a mi casa y meditarlo. Habla con tu madre sobre ello. Supongo que nos estará esperando.
Apreté su mano.
—No te preocupes, tía Prue. Conozco una forma de entrar. Hay una Temporis Porta en un viejo túnel debajo de Wate’s Landing. Puedo entrar y salir de allí antes de que los Guardianes sepan siquiera que he pasado.
Si podía atravesar los muros del mundo Mortal, estaba casi seguro que también podría hacerlo a través de la Temporis Porta.
Obidias arrancó de un mordisco el extremo de un grueso cigarro. Su mano estaba temblando mientras prendía la cerilla y la sostenía. Dio un par de bocanadas hasta que el puro quedó bien encendido.
—No puedes entrar en la biblioteca del Custodio Lejano a través del reino Mortal. Tienes que entrar por una costura. —Soltó la noticia con tanta calma como si me estuviera dando instrucciones para que le comprara un poco de leche en el supermercado local Stop amp; Steal.
—¿Se refiere a la Frontera? —Parecía un extraño lugar para una puerta al santuario más profundo del Custodio Lejano—. Puedo conseguirlo. Lo hice una vez, y podré hacerlo de nuevo.
—Lo que hiciste no es nada comparado con lo que estás a punto de hacer. La Frontera es sólo uno de los lugares a los que se puede acceder a través de la costura —explicó Obidias—. Desde allí podrás cruzar a otros mundos que harán que la Frontera te parezca como estar en casa.
—Sólo dígame cómo llegar allí. —Estábamos perdiendo tiempo, y cada segundo que permanecíamos ahí sentados hablando era otro segundo lejos de Lena.
—Tienes que cruzar el Gran Río. Aquel que discurre a lo largo de la Frontera y cuyo cauce llega hasta la costura. Es el que conforma el límite entre los reinos.
—¿Cómo el río Estigia?
Me ignoró.
—Pero no podrás cruzar salvo que tengas los ojos del río, dos piedras negras y lisas.
—¿Está bromeando?
—En absoluto. —Sacudió la cabeza—. Son muy raras y difíciles de conseguir.
—Ojos del río. Lo tengo. Puedo encontrar un par de piedras.
—Sí consigues llegar al otro lado del río, y eso ya es mucho, aún tendrás que pasar por el Guardián de la Puerta antes de poder acceder a la biblioteca.
—¿Y cómo podré hacerlo?
Obidias dio una calada a su cigarro.
—Tendrás que ofrecerle algo que no pueda rechazar.
—¿Y qué podría ser exactamente? —preguntó la tía Prue, como si ella misma pudiera llevar en su bolso el objeto que se requería. Como si el Guardián de la Puerta pudiera estar interesado en tres caramelos de menta, una crema facial y un paquete de kleenex.
—Siempre es algo diferente. Tendrás que deducirlo cuando llegues allí —contestó Obidias—. Tiene un gusto… un tanto ecléctico. —Y no dijo nada más sobre el tema.
Una ofrenda. Gusto ecléctico. Fuese lo que fuese qué demonios significara eso.
—Está bien. De modo que tengo que encontrar las piedras negras y atravesar el Gran Río —repetí—. Una vez que cruce, debo deducir lo que el Guardián de la Puerta quiere y ofrecérselo para entrar en la biblioteca. Luego tendré que buscar Las Crónicas Caster y destruir mi página. —Hice un alto, porque la pregunta que estaba a punto de hacer era la más importante y quería que quedara clara—. Si hago todo eso sin que me atrapen, ¿conseguiré volver a casa, a mi verdadera casa? ¿Cómo podré lograrlo? ¿Qué sucederá después de que destruya la página?