Read Hermoso Final Online

Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Final (3 page)

La miré estupefacto.

—¿De qué estás hablando?

—Existes. Existimos aquí. Lena, Link, tu padre y Amma existen en Gatlin. No es como si un plano de la existencia fuera más o menos real. Son diferentes planos nada más. Tú estás aquí y Lena está allí. En su mundo, nunca estarás completamente presente. No como lo estabas. Y en nuestro mundo, ella nunca será como nosotros. Pero eso no significa que no puedas verla.

—¿Cómo? —En ese momento era la única cosa que quería saber.

—Es sencillo. Yendo.

—¿Qué quieres decir con «yendo»? —Hacía que sonara muy fácil, pero tenía el presentimiento de que había algo más.

—Imaginas adónde quieres ir y simplemente vas.

No parecía posible, a pesar de que sabía que mi madre nunca me mentiría.

—¿Así que sólo con desear estar en Ravenwood, estaré allí?

—Bueno, no desde nuestro porche trasero. Tienes que salir de Wate’s Landing antes de poder ir a ninguna parte. Creo que nuestra casa tiene el equivalente en el Más Allá a un hechizo de Vinculación. Cuando estés en casa, estarás aquí conmigo y en ninguna otra parte.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal mientras pronunciaba las palabras.

—¿El Más Allá? ¿Es ahí donde estamos? ¿Es así cómo se llama?

Asintió, frotando sus manos manchadas de cereza en sus pantalones.

Sabía que no estaba en ninguna parte donde hubiera estado antes. Sabía que no era Gatlin, y sabía que no era el cielo. Sin embargo, algo en la palabra sonaba mucho más lejano que cualquier cosa que conociera. Más lejano incluso que la muerte. A pesar de que podía oler el polvoriento hormigón de nuestro patio trasero y el césped recién cortado que se extendía a continuación; de que podía notar la picadura de los mosquitos y el viento moviéndose, y las astillas de los viejos escalones de madera a mi espalda. Todo lo que sentía era soledad. Ahora sólo estábamos nosotros. Mi madre y yo, y el patio trasero lleno de cerezas. Una parte de mí había estado esperando algo así desde su accidente, pero otra parte sabía, tal vez por primera vez, que nunca sería suficiente.

—¿Mamá?

—¿Sí, mi niño?

—¿Crees que Lena aún me quiere, allí en el reino Mortal?

Sonrió y me revolvió el pelo.

—¿Qué clase de pregunta estúpida es ésa? —Me encogí de hombros—. Déjame que te pregunte algo. ¿Me seguiste queriendo cuando desaparecí?

No respondí. No hacía falta.

—No sé cómo será en tu caso, EW, pero yo sabía la respuesta a esa pregunta cada día que estuvimos separados. Incluso cuando no sabía nada sobre dónde me encontraba o qué se suponía que debía hacer. Tú eras mi Wayward incluso entonces. Todo me llevaba siempre de vuelta a ti. Todo. —Me apartó el pelo de la cara—. ¿Crees que Lena es diferente?

Tenía razón.

Era una pregunta estúpida.

Así que sonreí y cogí su mano, siguiéndola dentro de la casa. Tenía cosas en las que pensar y lugares adonde ir, eso estaba claro. No obstante, algunas cosas no tenía ni que pensarlas. Algunas cosas no habían cambiado, y otras nunca lo harían.

Excepto yo. Yo había cambiado, y daría cualquier cosa por volver atrás.

3
Este lado o el siguiente

—A
delante, Ethan. Míralo por ti mismo.

Aunque extendí la mano para coger el picaporte, no quise mirar a mi madre.

A pesar de que me estaba animando para que saliera, seguía sin ser fácil. No sabía lo que me esperaba. Podía ver la madera pintada de la puerta, y sentir el liso pomo de hierro, pero no tenía forma de saber si Cotton Bend estaba al otro lado.

Lena. Piensa en Lena. En casa. Ésa es la única forma.

Y sin embargo…

Esto ya no era Gatlin. ¿Quién sabía lo que habría detrás de esa puerta? Podría ser cualquier cosa.

Me quedé mirando el picaporte, recordando lo que los Túneles Caster me habían enseñado sobre umbrales y puertas.

Y portales.

Y costuras.

Esta puerta tal vez tuviera un aspecto corriente —cualquier puerta se parecía mucho a la siguiente—, pero eso no significaba que lo fuera. Igual que en la
Temporis Porta
. Nunca sabías donde ibas a acabar. Yo tuve que aprenderlo de la forma más dura.

Basta de dudas, Wate.

Adelante con ello.

¿Es que eres un cobarde? ¿Qué puedes perder ahora?

Cerré los ojos y giré el pomo. Cuando volví a abrirlos ya no estaba delante de mi calle, ni siquiera se le parecía.

Me encontraba en el porche delantero en mitad del Jardín de la Paz Perpetua, el cementerio de Gatlin. Justo en mitad de la tumba de mi madre.

La cuidada pradera se extendía delante de mí, pero en lugar de lápidas y mausoleos decorados con querubines de plástico y cervatillos, el cementerio estaba abarrotado de casas. Comprendí que estaba contemplando los hogares de la gente enterrada en el camposanto, si es que era allí donde estaba. La vieja casa victoriana de Agnes Pritchard estaba plantada justo donde debía estar su sepultura, con los mismos postigos amarillos y los retorcidos rosales flanqueando el camino de acceso. Su casa no estaba en Cotton Bend, pero su pequeño rectángulo de césped en la Paz Perpetua se hallaba directamente enfrente del de mi madre, el lugar donde ahora se erigía Wate’s Landing.

La casa de Agnes parecía exactamente igual que cuando estaba en Gatlin, excepto porque la puerta principal roja había desaparecido. En su lugar había una erosionada lápida de cemento.

AGNES WILSON PRITCHARD

AMADA ESPOSA, MADRE Y ABUELA

QUE DESCANSE CON LOS ÁNGELES

Las palabras aún estaban grabadas en la piedra, que encajaba perfectamente en el cerco pintado de blanco. Ocurría lo mismo en todas las casas hasta donde me alcanzaba la vista —desde la casa de estilo federal de Darla Eaton hasta la fachada desconchada de la de Clayton Weatherton—. Faltaban todas las puertas que habían sido reemplazadas por las lápidas de los queridos difuntos.

Me di la vuelta lentamente, esperando ver mi propia puerta blanca con el fantasmal ribete azul. Pero, en su lugar, me encontré mirando la lápida de mi madre.

LILA EVERS WATE

AMADA MADRE Y ESPOSA

scientiae custos

Por encima de su nombre, distinguí el símbolo celta de Awen —tres líneas como rayos de luz convergiendo en la parte de arriba— esculpido en la piedra. Aparte de ser lo suficientemente grande para llenar el hueco de la puerta, la lápida era la misma. Cada mella del borde, cada borrosa grieta. Pasé mi mano por su superficie, sintiendo las letras bajo mis dedos.

La lápida de mi madre.

Porque estaba muerta. Y yo estaba muerto. Y hubiera podido jurar que acababa de emerger de su tumba.

Ahí es cuando se me fue la cabeza. Quiero decir, ¿quién me lo puede reprochar? La situación era bastante sobrecogedora. Por mucho que lo intentes, nada puede prepararte para algo así.

Empujé la lápida, cargando con toda la fuerza que pude hasta que sentí que la piedra cedía, y entré en el interior de mi casa, dando un portazo detrás de mí.

Permanecí apoyado en la puerta, tratando de inhalar todo el aire del que era capaz. El vestíbulo delantero estaba exactamente igual a como lo había dejado hacía un momento.

Mi madre levantó la vista hacia mí desde las escaleras. Acababa de abrir
La divina comedia
; podía adivinarlo por la forma en que aún sostenía en una mano el calcetín que marcaba las páginas. Era como si estuviera esperándome.

—¿Ethan? ¿Has cambiado de opinión?

—Mamá. Ahí fuera hay un cementerio.

—Así es.

—Y nosotros estamos… —Lo opuesto a vivos. Una idea que apenas estaba empezando a asimilar.

—Lo estamos. —Me sonrió porque no había mucho más que pudiera decir—. Tienes que quedarte allí todo el tiempo que necesites. —Volvió a bajar la vista a su libro y pasó una página—. Dante está de acuerdo. Tómate tu tiempo. Es sólo —volvió a pasar la página—:
«La notte che le cose ci nasconde».

—¿Qué?

—La noche que nos esconde las cosas.

La miré fijamente mientras continuaba leyendo. Entonces, viendo que no había demasiadas opciones, tiré de la puerta para abrirla de nuevo y salí.

* * *

Me llevó un rato asimilarlo todo, igual que cuando tus ojos necesitan un momento para adaptarse a la luz del sol. Al parecer, el Más Allá era sólo eso —otro mundo—, un mundo en el que Gatlin se erguía en mitad del cementerio, donde las personas muertas de la ciudad tenían su propia versión del Día de Difuntos. Excepto que daba la sensación de que esta celebración duraba más de un día.

Bajé los peldaños del porche y pisé el césped para asegurarme de que realmente estaba allí. Los rosales de Amma seguían plantados donde siempre habían estado, pero estaban floreciendo de nuevo, a salvo de la insoportable ola de calor que los había arrasado al azotar la ciudad. Me pregunté si también estarían floreciendo en el verdadero Gatlin.

Esperaba que fuera así.

Si la Lilum había mantenido su promesa, así sería. Confiaba en que lo hubiera hecho. La Lilum no era Luminosa u Oscura, buena o mala. Era la verdad y el equilibrio en sus formas más puras. No creía que fuera capaz de mentir, pues de lo contrario habría edulcorado la verdad para mí. Algunas veces deseaba que lo hubiera hecho.

Me encontré vagando a través de los prados recién segados, serpenteando entre las familiares casas diseminadas por todo el cementerio, como si un tornado las hubiera arrancado de Gatlin soltándolas aquí. Pero no eran sólo casas, también había gente.

Traté de dirigirme hacia Main Street, buscando instintivamente la carretera 9. Supongo que quería caminar hasta la bifurcación, donde podía tomar el camino de la izquierda para llegar a Ravenwood. Pero el Más Allá no funcionaba de esa forma, y cada vez que llegaba al final de la hilera de sepulturas, me encontraba de vuelta en el punto de salida. El cementerio se extendía en círculos. No podía salir de allí.

Fue en ese momento cuando comprendí que tenía que dejar de pensar en términos de calles y empezar a hacerlo en términos de tumbas, sepulturas y criptas.

Si tenía que encontrar el camino de vuelta a Gatlin, no sería caminando hasta allí. Ni a través de ninguna clase de carretera 9. Eso estaba claro.

¿Qué era lo que había dicho mi madre?
Imaginas adónde quieres ir y vas, y luego simplemente vas.
¿Era eso lo que me separaba de Lena? ¿Mi imaginación?

Cerré los ojos.

L…

—¿Qué estás haciendo ahí, chico? —Unas casas más abajo, la señorita Winifred levantó la vista dejando de barrer su porche. Vestía la misma bata de estar por casa floreada que llevaba cuando estaba viva. Cuando
estábamos
vivos.

—Nada, señora —contesté, mirándola fijamente.

Su lápida estaba a su espalda, un magnolio grabado por encima de su nombre y debajo la palabra
Sagrado
. Había muchos magnolios de ésos alrededor. Supongo que los grabados de magnolias eran como las puertas rojas del Más Allá. No eras nadie sin uno.

La señorita Winifred advirtió que la estaba mirando y dejó de barrer durante un segundo. Entonces resopló.

—Bueno, pues adelante con ello.

—Sí, señora. —Podía sentir mi cara sonrojándose. Sabía que no sería capaz de imaginarme en ninguna otra parte con esos agudos y viejos ojos clavados en mí.

Al final iba a resultar que, incluso en las calles del Más Allá, en Gatlin no había lugar para la imaginación.

—Y mantente fuera de mi césped, Ethan. Vas a aplastar mis begonias —añadió. Y eso fue todo. Como si hubiera estado merodeando por su propiedad de vuelta a casa.

—Sí, señora.

La señorita Winifred hizo un gesto de asentimiento y continuó barriendo el porche como si fuera otro soleado día en la Vieja Carretera del Roble, donde su casa estaría ahora mismo plantada, allá en el pueblo.

Pero no podía permitir que la señorita Winifred me detuviera.

Probé en el viejo banco de cemento al final de nuestra fila de sepulturas. Probé el espacio en sombras detrás de los setos y a lo largo del borde de la Paz Perpetua. Incluso probé a apoyarme contra la verja de nuestra propia sepultura durante un tiempo.

No estaba más cerca de imaginar el camino hacia Gatlin de lo que lo había estado de imaginar mi vuelta a la tumba.

Cada vez que cerraba los ojos, sentía un miedo atroz que parecía aplastar mis huesos y me quitaba todo el valor. El miedo a que estuviera muerto y enterrado. A haber desaparecido definitivamente y a no poder estar nunca en otra parte, excepto a los pies de un depósito de agua.

Pero no de vuelta a casa.

No con Lena.

Finalmente, me rendí. Tenía que haber otra forma.

Si quería volver a Gatlin, tal vez hubiera alguien que pudiera saber cómo hacerlo.

Alguien que había consagrado su vida a saberlo todo de todo el mundo y que, durante los últimos cien años, lo había hecho.

Sabía adónde necesitaba acudir.

* * *

Seguí el sendero hasta la sección más antigua del cementerio. Una parte de mí tenía miedo de tener que ver los bordes ennegrecidos donde el fuego había arrasado desde el tejado hasta la habitación de la tía Prue. Pero no tenía de qué preocuparme. Cuando la divisé, la casa era la misma que cuando yo era niño. El columpio del porche chirriaba, balanceándose suavemente en la brisa y, en la mesita de al lado, había un vaso de limonada. Estaba todo exactamente igual a como lo recordaba.

La puerta estaba esculpida en buen granito azul del sur; Amma se había pasado horas para elegirlo. «Una mujer tan buena como tu tía merece una buena lápida» —había dicho—. «Y de todas formas, si no está contenta, nunca me enteraré». Ambas afirmaciones probablemente fueran ciertas. En la parte alta de la lápida, un delicado ángel con las manos extendidas sujetaba una brújula. Estaba dispuesto a apostar lo que fuera a que no había otro ángel como aquél en todo el Jardín de la Paz Perpetúa, o incluso en cualquier otro cementerio del sur, sujetando una brújula. Los ángeles esculpidos de las tumbas de Gatlin sostenían todo tipo de flores, algunos incluso se aferraban a la lápida como si fuera un chaleco salvavidas. Pero ninguno sostenía una brújula, nunca una brújula. Pero para una mujer que se había pasado la vida cartografiando secretamente los Túneles Caster estaba bien.

Debajo del ángel había una inscripción:

PRUDENCE JANE STATHAM

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