Read Hermoso Caos Online

Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (39 page)

—Amma.

—«Qué consuelo da este sencillo verso». —Me dio unas palmaditas en la espalda.

—Por favor.

Ahora cantaba a pleno pulmón, sonando como una completa chiflada. El mismo tono que cuando crees que algo terrible está a punto de suceder, pero intentas convencerte de que no es así. Y la angustia asoma a tu voz aunque creas que la estás ocultando.

No puedes.

—«Él vive, el que estuvo muerto vive». —Me sacó de la habitación—. «Él vive. Mi Cabeza eternamente viva».

La puerta se cerró de golpe detrás de mí.

—Ahora. —Estaba ya en mitad de vestíbulo, aún musitando el resto del himno—. Vamos a comer antes de que tus tías entren en la cocina y quemen la casa.

Observé cómo se escabullía por el vestíbulo, gritando antes de llegar a medio camino de la cocina.

—Todo el mundo al comedor, antes de que mi comida se enfríe.

Estaba empezando a pensar que tendría más suerte si le preguntaba a mi Cabeza eternamente viva.

Cuanto atravesé el umbral y entré en el comedor, todo el mundo se dirigía a sus sitios. Lena y Macon debían de haber llegado en ese momento; estaban en uno de los extremos del comedor, mientras Marian se hallaba sumida en una profunda conversación con mi tía Caroline en el otro lado. Amma daba órdenes desde la cocina, donde el
pájaro
estaba «reposando». La tía Grace avanzó hacia la mesa, ondeando su pañuelo.

—No dejemos que ese magnífico pájaro espere demasiado. Tuvo una muerte noble y sería una total falta de respeto. —Thelma y la tía Mercy iban detrás de ella.

—Si consideras una muerte noble un tiro en el
culo
entonces admito que tienes razón. —Tía Mercy pasó por delante de su hermana para poderse sentar delante de las galletas.

—No empieces, Mercy Lynne. Sabes que el
vegetarianismo
está a un paso de un mundo sin ropa interior y sacerdotes. Eso es un hecho constatado.

Lena ocupó el sitio junto a Marian, tratando de no reírse. Incluso a Macon le estaba costando mantener la expresión seria. Mi padre estaba detrás de la silla de Amma, esperando para moverla cuanto ella finalmente se decidiera a salir de la cocina. Escuchar a tía Mercy y a tía Grace provocándose la una a la otra me hizo añorar aún más a la tía Prue. Pero me deslicé en mi silla, y observé que faltaba alguien.

—¿Dónde está Liv?

Marian miró a Macon antes de contestar.

—Decidió no salir esta noche.

La tía Grace oyó lo suficiente para añadir su propia puntilla.

—Bueno, eso es del todo antiamericano. ¿Tú la invitaste, Ethan?

—Liv no es americana. Y claro. Quiero decir, sí, señora. La invité.

Era casi verdad. Había pedido a Marian que la trajera. ¿Eso era una invitación? ¿O no? Marian desplegó la servilleta y se la puso en el regazo.

—No estoy segura de que se sintiera cómoda viniendo.

Lena se mordió el labio como si se sintiera mal.

Es
por mi culpa.

O la mía, L. No la invité personalmente.

Me siento como una estúpida.

Yo también.

Pero no había nada más que decir, porque justo en ese momento Amma apareció, trayendo el puchero de judías verdes.

—Está bien. Es hora de dar gracias al Buen Dios y comer. —Se sentó y mi padre empujó la silla y ocupó su sitio. Todos unimos nuestras manos alrededor de la mesa y mi tía Caroline inclinó la cabeza para decir la oración de Acción de Gracias, como hacía siempre.

Pude sentir el poder de mi familia. Lo sentía de la misma forma que cuando me uní al Círculo Caster. A pesar de que Lena y Macon eran los únicos Caster aquí, seguí notándolo. El zumbido de nuestra propia clase de poder, en vez del de los cigarrones que devoraban el pueblo o los Íncubos desgarrando el cielo.

Entonces también la escuché. En lugar de la oración, lo único que pude oír fue la canción, atronando en mi mente a tal volumen que pensé que la cabeza me iba a estallar.

Dieciocho Lunas, dieciocho muertes,

dieciocho acechan en su mente

el cielo bajo, la Tierra encima,

el Fin de los Días, y de la Guadaña las víctimas…

¿Dieciocho muertos? ¿Las víctimas de la Guadaña?

Cuando la tía Caroline dejó de rezar ya estaba listo para empezar.

Seis tartas después, la de nueces —y, cómo no, Amma— fueron declaradas ganadoras. Mi padre estaba cayendo en su habitual siesta pospavo en el sofá, encajonado entre las Hermanas. La cena se dio por terminada cuando todos estuvimos demasiado llenos como para sentarnos derechos en las duras sillas de madera.

Esta vez no comí tanto como de costumbre. Me sentía demasiado culpable. Sólo podía pensar en Liv, sentada sola en los Túneles el Día de Acción de Gracias. Fuera o no fuera fiesta para ella.

Lo
sé.

Lena estaba en el marco de la puerta de la cocina, mirando hacia mí.

L, no es lo que piensas.

Lena se acercó hacia la encimera, donde estaban apilados los restos.

—Lo que pienso es que deberías envolver un trozo de la tarta de Amma y llevarla a los Túneles.

—¿Por qué querrías que hiciera eso?

Lena pareció avergonzarse.

—No comprendí cómo debía de sentirse hasta la noche en que Ridley lanzó el Hechizo de Furor. Sé lo que es no tener amigos. Debe de ser aún peor tenerlos y perderlos.

—¿Me estás diciendo que quieres que sea amigo de Liv? —No podía entenderlo.

Sacudió la cabeza. Pude ver lo difícil que resultaba para ella.

—No. Lo que estoy diciendo es que confío en ti. —¿Se trata de una de esas pruebas que los chicos no entendemos y nunca superamos?

Sonrió, tapando el resto de la tarta de nueces con papel de plata. —Esta vez no.

Ni siquiera habíamos abierto la puerta principal cuando Amma nos detuvo.

—¿A dónde creéis que vais?

—Vamos a Ravenwood. Voy a llevarle a Liv un poco de tu tarta de nueces.

Amma trató de ponerme la Mirada, pero de alguna forma sólo me miró.

—¿Lo que quieres decir es que vais a bajar a los Túneles?

—Sólo para ver a Liv, lo prometo.

Amma acarició su amuleto de oro.

—Id directamente y volved. Y no quiero oír nada de Hechizos o fuegos, Vex o cualquier otro Demonio. Ni media palabra. ¿Me habéis entendido?

Siempre la entendía, incluso cuando no hablaba.

Lena levantó la trampilla recortada entre los tablones de la habitación de Ridley. Aún no podía creer que me dejara bajar ahí solo. Pero, claro, si podías sentir cuando tu novio pensaba en besar a otra chica, tampoco era un salto tan grande.

Lena me tendió la tarta.

—Estaré aquí cuando termines. Voy a echar un vistazo. —Me pregunté si habría vuelto a la habitación desde la noche en que encontramos a John. Sabía que Lena estaba preocupada por Ridley, especialmente ahora que no tenía poderes.

—No tardaré mucho. —La besé y bajé por los escalones que no podía ver.

Escuché sus voces antes de verlos.

—No estoy seguro de que ésta sea una auténtica fiesta de Acción de Gracias sureña, ya que nunca he estado en una. Pero resulta bastante elegante, incluso con la comida congelada y todo eso. —Era Liv, y sonaba sospechosamente contenta.

No necesité escuchar la otra voz para saber quién era.

—Estás de suerte. Yo tampoco he tenido ninguna. Abraham y Silas no eran muy dados a las fiestas. Y luego está todo ese asunto de no necesitar comer. Así que no tengo nada con qué compararla.

John.

—¿Qué dices? ¿Es que no has tenido Halloween? ¿Navidad? ¿Día de Reyes? —Liv se estaba riendo, pero supe que era una pregunta sincera.

—Ninguna de ellas.

—Es una pena. Lo siento.

—No pasa nada.

—Así que ésta es nuestra primera cena de Acción de Gracias. —Escuché su risa.

—Juntos —añadió él. El modo en que lo dijo me hizo sentir enfermo, como si hubiera comido demasiados trozos de tarta y luego repetido de pavo haciéndome un sándwich con él.

Asomé la cabeza por una esquina. Como suponía, John y Liv estaban inclinados sobre la mesa del estudio que Macon había acondicionado para ella. La mesa estaba dispuesta con dos velas y en ella había una alargada bandeja de aluminio de las que se usan para la comida a domicilio. Pavo. Me sentí fatal, especialmente después de la cena que Amma nos había hecho.

Liv estaba sosteniendo lo que parecía ser el mechero de John, tratando de encender las velas entre ellos.

—Tu mano está temblando.

—No, no es cierto. —Bajó la vista a su mano—. Bueno. Hace un poco de aire aquí abajo.

—¿Te pongo nerviosa? —John sonrió—. No pasa nada. No te lo tendré en cuenta.

—¿Nerviosa? Por favor. —Las mejillas de Liv se tiñeron de un familiar tono rosado—. No me asustas, si eso es lo que crees. —Se miraron durante un segundo.

—¡Ay! —Liv dejó caer el encendedor, agitando la mano. Debía de haberse quemado un dedo.

—¿Estás bien? Déjame ver. —John le agarró la mano, abriéndosela para poder ver sus dedos. Puso su mano sobre la de Liv, su enorme palma cubriendo la suya, más pequeña.

Liv se mordió el labio.

—Será mejor que la ponga en agua fría.

—Espera.

—¿Qué…? —Liv bajó la vista a sus manos. John movió la suya y ella la retiró, meneando los dedos—. Ya no me duele. Ni siquiera está roja. ¿Cómo lo has hecho?

John parecía avergonzado.

—Como dije, si toco a un Caster me llevo parte de su poder. No lo robo ni nada de eso. Simplemente sucede.

—Eres un Thaumaturge. Un sanador. Igual que Ryan, la prima de Lena. No la habrás…

—No te preocupes, no fue ella. La tomé de una chica con la que me topé. —No supe discernir si estaba siendo sarcástico o no.

El alivio asomó en la cara de Liv.

—Es asombroso. Ya lo sabes, ¿no es cierto? —Volvió a examinar su dedo.

—No sé nada. Excepto que soy un fenómeno de la naturaleza.

—No estoy muy de segura que la naturaleza tenga algo que ver en ello, ya que no hay otra persona como tú en todo el universo, hasta donde yo sé. Pero tú eres especial. —Lo dijo con tanta naturalidad, que estuve a punto de creerlo. Como si no estuviera hablando de John Breed.

—Soy tan especial que nadie me quiere a su lado. —Se rio, pero sonaba amargado—. Tan especial que hago cosas que no puedo recordar.

—En mi tierra a eso lo llamamos salir de parranda.

—He perdido semanas enteras, Olivia. —Odiaba la forma en que decía su nombre.

O-li-vi-a.
Como si quisiera estirar cada sílaba y hacerla lo más larga posible.

—¿Te ocurre a menudo? —Ahora Liv sonaba curiosa, pero parecía que era algo más que los engranajes de su mente científica. Porque también sonaba triste.

Él asintió.

—Excepto cuando estaba en el Arco de Luz. No recuerdo nada de ahí dentro.

Carraspeé y entré en la habitación.

—¿En serio? Tal vez debamos encerrarte de nuevo en esa cosa. —Les había asustado. Me di cuenta porque la cara de John se volvió oscura, y el chico que había estado hablando con Liv desapareció.

—Ethan. ¿Qué estás haciendo aquí? —Liz parecía azorada.

—Te he traído un poco de la famosa tarta de nueces de Amma. Te echamos de menos en la cena. No pretendía interrumpir. —Salvo que lo había hecho.

Liv arrojó la servilleta en la mesa.

—No seas ridículo. No estás interrumpiendo nada. Simplemente estábamos aquí sentados, a punto de cenar unos dudosos trozos de gallina.

—¡Oye, que estás hablando de nuestra primera cena de Acción de Gracias, corazón! —John la sonrió y me miró fijamente.

Le ignoré.

—Liv, ¿crees que podrías ayudarme ahí fuera un momento?

Ella apartó la silla de la mesa.

—Adelante, Wayward.

Pude sentir los ojos de John clavados en mí cuando dejamos la habitación.

Corazón.

Agarré a Liv del brazo en cuanto estuvimos fuera del alcance de un oído de Íncubo.

—¿Qué estás haciendo?

—Tratando de tomar mi cena de Acción de Gracias. —Sus mejillas se sonrojaron, pero no se amilanó.

—Quiero decir, ¿qué estás haciendo
con él?

Se soltó de mi brazo.

—¿Estás buscando algo en concreto? ¿Tienes algún motivo por el que sea necesaria mi presencia? —Habíamos recorrido la distancia hacia la
Lunae Libri y
desaparecido entre los estantes. Me fijé en cómo las antorchas se encendían a lo largo del muro, señalando el camino que habíamos recorrido. Liv cogió una de la pared.

—Por lo que yo sé, él sólo come Doritos.

—No lo hace. Estaba haciéndome compañía. Siendo… un amigo.

Me planté delante de ella, y dejó de andar.

—Liv. Él no es tu amigo.

Estaba enfadada.

—¿Entonces qué es? ¡Dímelo tú, ya que eres tan experto!

—No sé lo que es, ni lo que está haciendo, pero sé que no es tu amigo.

—¿Y qué te importa?

—Liv, podías haber venido hoy. Estabas invitada. Macon y Marian estaban allí. Querían que vinieras.

—Ésa es toda una invitación. No puedo imaginar cómo me la he perdido.

Sabía que estaba dolida, pero no tenía idea de cómo arreglarlo. Debía haberla invitado personalmente.

—Quiero decir que todos queríamos que vinieras.

—Estoy segura de que tú sí. Tan segura como de que aún conservo los cardenales de la última vez que vi a Lena.

—El Furor era un hechizo. Y créeme, recibiste tanto como diste.

Se serenó.

—Sé que podía haber ido hoy a tu casa. Pero no pertenezco a vuestra familia. No pertenezco a ninguna parte. Y supongo que tampoco John. Después de todo, tal vez los Mortales y los Íncubos no sean tan distintos.

—Sí perteneces, Liv. Y no tienes que quedarte aquí abajo con él. No eres un monstruo.

Como él.

¿Ethan? ¿Va todo bien?

Lena me estaba buscando.

Sí, L. Estaré de vuelta en un minuto.

No hay prisa.

Era la forma de Lena de hacerme saber que no le importaba que hablara con Liv, consiguiera o no que Liv lo creyera. Yo mismo tampoco estaba seguro de creerlo.

Liv me estaba mirando.

—¿Qué estás haciendo aquí realmente? Porque estoy casi segura de que no es porque te preocupe mi vida social.

—Te equivocas. —Aún llevaba conmigo la tarta.

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