Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
Podían haberse permitido un lugar mejor. John siempre volvía a casa con mucho dinero. No era difícil encontrar cosas que empeñar cuando sabías hacer desaparecer objetos de los bolsillos de la gente o de los escaparates. Él era un Evanescent, como la mayoría de los grandes magos de la historia
—
y ladrones
—.
Pero también era Luminoso, y utilizaba su don de esta forma infame para mantenerlos con vida.
Para mantenerla con vida.
Las voces se lo recordaban cada día.
Si te marchas, él podrá utilizar sus trucos de salón para impresionar a las chicas Mortales, y tú podrás hacer aquello para lo que naciste.
Trataba de sacudirse las voces de la cabeza, pero las palabras dejaban una sombra, una imagen espectral que nunca desaparecía por completo. Las voces se intensificaban cuando veía las cosas arder, tal y como estaba haciendo ahora.
Antes de que se diera cuenta, el paño de cocina estaba humeando, los bordes ennegrecidos curvándose hacia dentro como un animal reculando por el miedo. La alarma de humo aulló.
Sarafine golpeó el trapo contra el suelo hasta que las llamas se convirtieron en una triste estela de humo. Miró fijamente el trapo calcinado, llorando. Tenía que tirarlo antes de que John lo viera. Nunca podría hablarle de todo esto. O de las voces.
Era su secreto.
Todo el mundo tenía secretos, ¿no es cierto?
Un secreto no podía hacer daño a nadie.
Me senté de un respingo, pero mi habitación estaba silenciosa. La ventana seguía cerrada, a pesar de que el calor era tan agobiante que el sudor corría por mi nuca haciéndome sentir como si tuviera arañas bajando por la espalda. Sabía que una ventana cerrada no mantendría a Abraham fuera de mi habitación, pero, de alguna manera, me hacía sentir mejor.
Estaba abrumado por un pánico irracional y con cada crujido de los tablones del suelo, o cada chasquido de los peldaños, esperaba encontrarme con el rostro de Abraham emergiendo en la oscuridad. Miré a mi alrededor, pero la oscuridad del dormitorio era simplemente eso, oscuridad.
Aparté la sábana de una patada. Tenía tanto calor que no creía que pudiera volver a dormirme. Cogí el vaso de la mesilla y me eché un poco de agua por el cuello. Durante un segundo el aire fresco se extendió por mi cuerpo antes de que el calor volviera a engullirme.
—Ya lo sabes, la cosa va a empeorar antes de que mejore.
Cuando escuché la voz, el corazón casi se me salió por la boca.
Levanté la vista y vi a mi madre sentada en la silla del rincón de mi habitación. La silla donde dejé toda mi ropa el día de su funeral y en la que nunca más me volví a sentar. Tenía el mismo aspecto que cuando la vi en el cementerio por última vez —un poco borrosa por los bordes—, pero en todo lo importante seguía siendo mi madre.
—¿Mamá?
—Corazón.
Me arrastré fuera de la cama y me senté a su lado, la espalda contra la pared. Tenía miedo de acercarme más, miedo de estar soñando y de que desapareciera. Sólo quería sentarme a su lado durante un minuto, como si estuviéramos en la cocina hablando de mi día en el colegio o de algo banal fuera o no real.
—¿Qué está pasando, mamá? Nunca he podido verte así antes.
—Se han dado… —titubeó— determinadas circunstancias que han permitido que puedas verme. No tengo tiempo para explicártelo. Pero esto no es como antes, Ethan.
—Lo sé. Todo es mucho peor.
Asintió.
—Desearía que las cosas fueran diferentes. No sé si esta vez habrá un final feliz. Tienes que entenderlo. —Sentí un nudo en la garganta, e intenté tragarlo.
—No soy capaz de descifrarlo. Sé que tiene algo que ver con la Decimoctava Luna de John Breed, pero no podemos encontrarlo. No sé contra qué se supone que estamos luchando. ¿La Decimoctava Luna? ¿Abraham? ¿Sarafine y Hunting?
Ella sacudió la cabeza.
—No es tan sencillo, ni tan fácil. El Diablo no siempre tiene una sola cara, Ethan.
—Sí, la tiene. Estamos hablando de la Luz y la Oscuridad. Las cosas no pueden ponerse más negras o más blancas de lo que están.
—Creo que ambos sabemos que eso no es cierto. —Se refería a Lena—. Tú no eres responsable del mundo entero, Ethan. No eres el juez de todo ello. Eres sólo un chico.
Extendí los brazos y me abalancé sobre mi madre, a su regazo. Esperaba que mis manos pasaran a través de ella. Pero pude sentirla como si realmente estuviera allí, como si aún estuviera viva, a pesar de que cuando la miraba seguía borrosa. Me aferré a ella hasta que mis dedos se clavaron en sus suaves y cálidos hombros.
Me parecía un milagro poder tocarla de nuevo. Tal vez lo era.
—Mi niño pequeño —susurró.
Y la olí. Lo olí todo: los tomates verdes fritos, la creosota que utilizaba para cubrir sus libros dentro del archivo. El olor al césped recién cortado del cementerio, a las noches que pasábamos allí, contemplando esas cruces encendidas.
Me sostuvo durante unos minutos, y fue como si nunca se hubiera ido. Entonces me soltó, pero yo continué agarrándola.
Durante unos minutos, lo que teníamos, lo sabíamos.
Luego empecé a sollozar. Lloré como no lo había hecho desde que era niño. Desde que me caí por las escaleras cuando me lancé por la barandilla el día que organicé una carrera de coches de juguete, o de la parte superior de la estructura metálica del columpio del jardín de infancia. Pero esta caída era mucho más dolorosa que cualquiera física que hubiera tenido.
Sus brazos me rodearon, como si fuera un niño.
—Sé que estás enfadado conmigo. Lleva un tiempo asumir la verdad.
—No quiero asumirla. Duele demasiado.
Me abrazó más fuerte.
—Si no lo haces, no serás capaz de dejarlo ir.
—No quiero dejarlo ir.
—No puedes luchar con el destino. Había llegado el momento de marcharme. —Sonaba tan segura, tan en paz. Como la tía Prue cuando sostuve su mano en la Residencia del Condado. O como Twyla cuando la vi deslizarse hacia el Más Allá la noche de la Decimoséptima Luna.
No era justo. La gente que se quedaba atrás nunca llegaba a estar tan segura por nada.
—Desearía que no fuera así.
—Yo también, Ethan.
—El momento de marcharte. ¿Qué quieres decir exactamente?
Me sonrió mientras acariciaba mi espalda.
—Cuando llegue el momento, lo sabrás.
—Ya no sé qué hacer con nada. Me da miedo estropearlo todo.
—Harás lo correcto, Ethan. Y si no lo haces, lo correcto te encontrará a ti. La Rueda de la Fortuna es así.
Pensé en lo que la tía Prue me había dicho.
La Rueda de la Fortuna… Nos aplasta a todos.
Miré a mi madre a los ojos y advertí que su rostro estaba surcado por las lágrimas, igual que el mío.
—¿Qué es, mamá?
—No es qué, mi niño. —Me acarició la mejilla mientras empezaba a desvanecerse suavemente en la cálida oscuridad—. Es quién.
U
nos días después estaba sentado en nuestra mesa favorita del Dar-ee Keen, que extraoficialmente ahora pertenecía a Link. Un par de nerviosos novatos se habían levantado de ella a toda prisa en cuanto nos vieron llegar. Recordé mi primer año de instituto cuando sólo estábamos Link y yo, mientras él se dedicaba a saludar con la cabeza a las chicas que pasaban por delante y yo comía mi peso en patatas Tater Tots.
—Deben estar usando algún producto distinto o algo así. Éstas están bastante buenas. —Me metí otra patata en la boca. No había probado una en años. Pero hoy, parecían tener una pinta muy apetecible en el mugriento tablero del menú.
—Tío, creo que se te está yendo la olla. Ni siquiera yo he comido nunca esas cosas.
Me encogí de hombros mientras Lena y Ridley se deslizaban en nuestra mesa con dos batidos. Ridley empezó a beber de los dos.
—Mmm. Frambuesa.
—¿Es uno de tus favoritos, Rid? —Link parecía feliz de verla. Habían vuelto a hablarse. Les di cinco minutos antes de que empezaran a pelearse.
—Mmm. Oreo. ¡Oh, Dios mío! —Juntó las pajitas en su boca y empezó a beber de las dos a la vez.
Lena la miró asqueada y sacó una bolsa de patatas fritas.
—¿Qué estás haciendo?
—Quería un Oreo de frambuesa —murmuró Ridley, las pajitas escapando de su boca.
Señalé el letrero que estaba sobre la máquina registradora y en el que se podía leer: TODO LO QUE QUIERAS TE LO CONSEGUIMOS.
—Ya sabes que se puede pedir lo que sea.
—Prefiero hacerlo a mi modo. Es más divertido. ¿De qué estábamos hablando?
Link agitó un taco de folletos doblados sobre la mesa.
—Del gran acontecimiento de la fiesta de Savannah Snow después del partido contra Summerville.
—Bueno, divertíos. —Le robé una patata a Lena.
Link hizo una mueca.
—Jo, tío, ¿primero los fritos de patatas y ahora esto? ¿Cómo puedes comer esa basura? Huele a pelo sucio y aceite viejo. —Olfateó de nuevo—. Y a alguna que otra rata.
Lena soltó la bolsa.
Yo cogí otra patata.
—Antes solía gustarte comer esta basura a todas horas. Y eras mucho más divertido.
—Bueno, estoy a punto de empezar a divertirme porque he conseguido que os invitaran a la fiesta de Savannah. Vamos a ir todos. —Desdobló los folletos naranjas y ahí estaban: cuatro invitaciones naranjas, todas cortadas en círculo y decoradas como si fueran una pelota de baloncesto.
Lena cogió una por un extremo como si efectivamente estuviera cubierta de pelo sucio y aceite viejo.
—El billete ganador. Supongo que eso nos convierte ahora en chicos guays.
Link no pilló el sarcasmo.
—Sí, supongo que todos lo somos.
Ridley sorbió ruidosamente sus batidos. Se había bebido hasta los posos.
—En realidad, lo hice yo.
—¿Qué? —No podía haber oído bien.
—Savannah invitó a todo el equipo, y les dije que necesitaba llevar a mi séquito. Ya sabes, por seguridad o lo que sea. —Dejó a un lado los vasos—. Me lo podéis agradecer más tarde. O ahora.
—¿Repítelo? —Lena miró a su prima como si estuviera chiflada.
Ridley pareció confusa.
—¿Que vosotros sois mi séquito?
Lena sacudió la cabeza.
—La otra parte.
—¿Por seguridad?
—Antes que eso.
—¿Equipo?
—Eso. —Lena lo dijo como si fuera un insulto.
Tenía que ser una broma. Miré a Link, que, intencionadamente, apartó la vista.
Ridley se encogió de hombros.
—Sí, lo que sea. El equipo ese. He olvidado el nombre. Me gustan sus falditas. Además, esta actuación es lo más cerca que voy a estar de ser una Siren mientras siga atrapada en este patético cuerpo Mortal. —Nos obsequió con su mejor sonrisa falsa—. Vamos, gatos salvajes.
Lena se quedó sin habla. Pude notar que las ventanas del Dar-ee Keen empezaban a temblar como si un viento huracanado las golpeara. Lo que probablemente estaba sucediendo.
Estrujé mi servilleta.
—¿Estás de broma? ¿Ahora eres una de ellas?
—¿Qué?
—Una Savannah Snow o Emily Asher, el tipo de chicas que se metían con nosotros todo el rato en el colegio —espetó Lena—. Esas que odiamos.
—No sé por qué te pones así.
—Oh, no sé. Tal vez porque te has unido al mismo equipo que fundó un club para echarme del colegio el año pasado. Ya sabes, el equipo de animadoras-navajeras-letales del Jackson.
Ridley bostezó.
—Lo que sea. Dime algo que tenga que ver conmigo.
Miré hacia las ventanas por el rabillo del ojo. Aún estaban vibrando. La rama de un árbol cayó contra una, como si hubiera sido arrancada del suelo como un hierbajo. Tiré de uno de los rizos de Lena entre mis dedos.
Cálmate, L.
Estoy calmada.
No pretende herirte.
No. Porque ni se fija, ni le importa.
Me volví hacia Link, que estaba sentado con los brazos detrás de su cabeza, disfrutando con nuestras reacciones.
—¿Sabías todo esto?
Link sonrió.
—No me he perdido ni un ensayo. —Le miré fijamente—. Ah, vamos. Está que arde con esa faldita. Quemaduras de tercer grado, colega.
Ridley sonrió.
Estaba totalmente seguro de que Link había perdido la cabeza.
—¿Y crees que es una buena idea? Se encogió de hombros.
—No lo sé. Si le apetece… Y ya sabes lo que dicen: mantén a tus amigos cerca y la ropa de tu enemigo… espera, ¿cómo seguía? Miré a Lena.
Esto tengo que verlo.
Las ventanas temblaron con más fuerza.
La tarde siguiente fuimos a verlo por nosotros mismos. La chica sabía moverse, eso había que reconocerlo. Incluso si Ridley llevaba su falda de animadora con un chaleco metálico en lugar del uniforme dorado y azul, su agilidad era indiscutible.
—Me pregunto si se le da bien esto por haber sido una Siren. —Observé cómo Ridley daba volteretas a lo largo de la pista de baloncesto.
—Sí, quién sabe. —Lena no parecía muy convencida.
—¿Crees que existe algún tipo de animadora Caster? ¿Habrá una palabra en latín para animadora?
Lena observó cómo Ridley hacía otra voltereta.
—No estoy segura, pero voy a averiguarlo.
Estábamos mirándola desde la grada más alta, y después de los primeros diez minutos de ensayo, nos quedó claro lo que realmente sucedía. La verdadera razón por la que Ridley se había unido al equipo. Trataba de sustituir a Savannah de todas las formas posibles. Rid era la base, la que sujetaba al equipo durante la pirámide. Estaba liderando a las animadoras y, en algunos casos, haciéndolas volar hasta la cima, por lo que pude apreciar. El resto del equipo iba tambaleándose detrás de ella, tratando de imitar sus menores e improvisados movimientos.
Cuando Ridley animaba, sus gritos eran tan fuertes que distraían a los chicos en la pista. O tal vez fuera su chaleco metálico. «Quiero que me lo deis todo, gatos salvajes. Podéis ser mis gatos salvajes de juguete. Botar vuestras pelotas y lanzarlas alto. Ridley ha llegado al Jackson High».
Los chicos del equipo empezaron a reírse, excepto Link, que la miraba como si quisiera aplastarla con una pelota de baloncesto. Sólo que alguien más estaba dispuesto a hacerlo por él. Savannah saltó iracunda del banquillo, su brazo aún en cabestrillo, y fue derecha hasta Ridley.