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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (2 page)

Cinco seguidas. Llevaba cinco mañanas seguidas cayéndome de la cama y tenía miedo de contarle a Amma mis pesadillas. ¿Quién sabe lo que podría colgar de nuestro viejo mirto? Después de todo lo que había sucedido ese verano, Amma me vigilaba de cerca como una madre halcón protegiendo su nido. Cada vez que salía de casa, casi podía sentirla acechándome como si fuera mi propia Sheer, un fantasma del que no podía escapar.

Y no podía soportarlo. Necesitaba creer que a veces una pesadilla era simplemente una pesadilla.

Olfateé el beicon friéndose y abrí más el grifo. Finalmente, salió fría. Hasta que no empecé a secarme no noté que la ventana se había cerrado sola.

—Date prisa, Bella Durmiente. Estoy listo para pelearme con los libros —oí decir a Link antes de verle, pero casi no reconocí su voz. Era profunda, y sonaba más como la de un hombre que como la de un chico especialista en aporrear baterías y escribir malas canciones.

—Ya veo que estás listo para pelearte con algo, pero estoy seguro de que no es con los libros. —Me deslicé en la silla que había a su lado en la desportillada mesa de nuestra cocina. Link había crecido tanto que parecía que estaba sentado en una de esas minúsculas sillas de plástico de jardín de infancia—. ¿Desde cuándo te dejas caer puntual por el colegio?

Amma resopló ante los fogones, una mano en la cadera y la otra moviendo los huevos revueltos con la Amenaza Tuerta, su cuchara de madera para ajusticiar.

—Buenos días, Amma. —Supe que me caería un sermón en cuanto vi que tenía una cadera más alta que la otra. Como una especie de pistola cargada.

—A mí me parecen más bien tardes. Ya era hora de que decidieras unirte a nosotros. —A pesar de estar frente a una cocina caliente en un día aún más caluroso, no soltaba ni una gota de sudor. Hacía falta mucho más que la climatología para que Amma alterara siquiera un milímetro su forma de hacer las cosas. La mirada de sus ojos me lo recordó mientras me servía lo que parecían ser todos los huevos del gallinero en mi plato de porcelana azul y blanca con dragones. En la mente de Amma, cuanto más grande fuera el desayuno, más grande sería el día. A este paso, para cuando me graduara me habría convertido en una galleta gigante flotando en una bañera llena de masa de tortitas. Una docena de huevos revueltos en el plato significaba que no había escapatoria posible. Era mi primer día de clase.

No esperaríais que estuviera deseando volver al Jackson High. El año anterior, con la excepción de Link, mis supuestos amigos me habían tratado como si fuera escoria. Pero necesitaba una excusa para salir de casa.

—Come de una vez, Ethan Wate.

La tostada aterrizó en el plato, seguida del beicon y coronada con una saludable mezcla de mantequilla y sémola de maíz. Amma había sacado un mantelillo para Link, pero encima no había ningún plato. Ni siquiera un vaso. Sabía que Link no probaría sus huevos ni nada que preparara en nuestra cocina.

Ni siquiera Amma podía decirnos de lo que Link era ahora capaz. Nadie lo sabía, y menos aún él mismo. Si John Breed era una especie de híbrido de Caster-Íncubo, Link era una generación perdida. Hasta donde Macon sabía, era el Íncubo equivalente a algún primo lejano sureño con el que te tropiezas cada par de años en una boda o funeral y le llamas por otro nombre.

Link estiró los brazos por detrás de la cabeza, relajado. La silla de madera crujió bajo su peso.

—Ha sido un largo verano, Wate. Estoy listo para jugar otra vez.

Tragué un poco de sémola y tuve que luchar con las ganas de escupirla. Sabía rara, seca. Amma no había hecho jamás en su vida una masa de sémola así. Tal vez fuera el calor.

—¿Por qué no le preguntas a Ridley lo que siente ella y vuelves?

Se estremeció y pude adivinar que ya había pensado en aquello.

—Es nuestro último año, y soy el único Línkcubo de Jackson. Tengo todo el encanto y nada de peligro. Todo el músculo y nada de…

—¿Qué? ¿Tienes una rima para músculo? ¿Minúsculo? ¿Crepúsculo? —De buena gana me hubiera reído, pero estaba demasiado ocupado tratando de tragar la sémola.

—Ya sabes lo que quiero decir.

Lo sabía. Y resultaba bastante irónico. Su novia de quita y pon, Ridley, la prima de Lena, había sido una Siren —capaz de conseguir a cualquier chico donde fuera, y hacer lo que a ella se le antojara cuando quisiera—. Hasta que Sarafine le arrebató los poderes y se convirtió en Mortal, unos días antes de que Link se volviera medio Íncubo. No mucho después de aquello, todos pudimos ver cómo comenzaba la transformación, justo delante de nuestros ojos.

El ridículo y grasiento pelo de pincho de Link se volvió ridículamente grasiento y guay. Empezó a echar músculo, y sus bíceps se hincharon como los flotadores que su madre le obligaba a utilizar mucho después de que aprendiera a nadar. Ahora se parecía más a un tío de una banda de rock que a un chico que soñaba con estar en una.

—Yo no me liaría con Ridley. Tal vez no sea una Siren, pero sigue siendo un problema. —Puse la sémola y los huevos en la tostada, metí el beicon en medio e hice un rollo con todo.

Link me miró como si fuera a devolver. Desde que era medio Íncubo la comida ya no le atraía.

—Tío, no estoy liado con Ridley. Tal vez sea estúpido, pero no tanto.

Estaba empezando a tener mis dudas. Me encogí de hombros y me llevé la mitad del sándwich a la boca. Sabía mal. Supuse que me había quedado corto con el beicon.

Antes de que pudiera decir algo más, una mano se clavó en mi hombro y di un salto. Durante un segundo regresé al depósito de agua de mi sueño, preparado para el ataque. Pero sólo era Amma, dispuesta a soltarme su habitual sermón del primer día de clase. Al menos, eso es lo que pensé. Debería haber notado la cuerdecilla roja anudada alrededor de su muñeca. Un nuevo amuleto siempre significaba que había nubes acercándose por el horizonte.

—No sé en qué estáis pensando los dos, ahí sentados, como si fuera un día cualquiera. Esto no ha acabado ni mucho menos. Ni la luna ni este calor ni ese asunto con Abraham Ravenwood. Actuáis como si el espectáculo hubiese finalizado, las luces encendido y hubiera que salir del cine. —Bajó la voz—. Bueno, pues estáis tan confundidos como si caminarais descalzos por la iglesia. Las cosas tienen consecuencias, y no hemos visto ni la mitad de ellas.

Yo sabía bastante sobre consecuencias. Estaban por todas partes, mirara donde mirara, por más que hiciera todo lo posible por no verlas.

—¿Señora? —Link tendría que haber sabido que era mejor mantener la boca cerrada cuando Anima se ponía oscura.

Amma asió con fuerza la camiseta de Link y su adhesivo de Black Sabbath crujió.

—Mantente pegado a mi chico. Ahora mismo, los problemas corren por tus venas, y no creas que no me preocupa. Pero es el tipo de problemas que quizá impidan que unos locos como vosotros se metan en alguno más. ¿Me has entendido, Wesley Jefferson Lincoln?

Link asintió, asustado.

—Sí, señora.

Miré a Amma desde mi lado de la mesa. No había relajado su garra sobre Link y muy pronto tampoco me soltaría a mí.

—Amma, no te enfades. Sólo es el primer día de clase. Comparado con lo que hemos pasado, no es nada. Ni que hubiera algún Vex o Íncubo o Demonio en el Jackson High.

Link carraspeó.

—Bueno, eso no es del todo cierto. —Trató de sonreír, pero Amma le retorció la camiseta con más fuerza, hasta que él se levantó de la silla—. ¡Ay!

—¿Creéis que esto es divertido? —Link fue lo suficientemente listo como para mantener la boca cerrada esta vez. Amma se volvió hacia mí—. Estuve ahí cuando perdiste tu primer diente con esa manzana, y tus ruedas en el derby de Pinewood. He recortado cajas de zapatos para hacer dioramas y congelado cientos de pastelitos de cumpleaños. Nunca dije nada cuando tu colección de acuarelas se evaporó, como te advertí que pasaría.

—No, señora. —Eso era cierto. Amma era una constante en mi vida. Había estado conmigo cuando mi madre murió, hace casi un año y medio, y cuando mi padre casi perdió la cabeza por ello.

Soltó mi camiseta con la misma velocidad que la había agarrado, se alisó el delantal y bajó la voz. Lo que quiera que hubiera causado aquella tormenta en particular había pasado. Tal vez fuera el calor. Nos estaba afectando a todos.

Amma miró por la ventana, por encima de Link y de mí.

—He estado aquí, Ethan Wate. Y aquí seguiré mientras tú estés. Mientras me necesites. Ni un minuto menos, ni un minuto más.

¿Qué se supone que significaba aquello? Amma nunca me había hablado así, como si pudiera existir un tiempo en el que yo no estuviera o no la necesitara.

—Lo sé, Amma.

—Mírame a los ojos y dime que no estás tan asustado como yo. Aunque sea en tu fuero interno. —Su voz ahora era tenue, casi un susurro.

—Conseguimos volver de una pieza. Eso es lo que importa. Lo demás ya lo iremos viendo.

—No es tan sencillo. —Amma continuaba hablando tan sigilosa como si estuviéramos en un banco de la iglesia—. Prestad atención. ¿Ha habido alguna cosa, una sola cosa, que hayáis notado que sigue igual desde que volvimos a Gatlin?

Link intervino, rascándose la cabeza.

—Señora, si lo que le preocupa son Ethan y Lena, le prometo que mientras yo esté cerca, con mi superfuerza y todo eso, nada les sucederá. —Mostró orgulloso los músculos de su brazo.

Amma resopló.

—Wesley Lincoln. ¿Acaso no lo sabes? La clase de cosas de las que hablo no las puedes evitar, igual que no puedes evitar que el cielo se derrumbe.

Di un sorbo a mi batido de chocolate y casi lo escupí sobre la mesa. Estaba demasiado dulce. El azúcar se pegó a mi garganta como si fuera un jarabe para la tos. Me pasaba lo mismo que con los huevos, que sabían a algodón, y la sémola a arena.

Todo estaba fuera de lugar ese día, todo y todos.

—¿Qué le pasa a la leche, Amma?

Sacudió la cabeza.

—No lo sé, Ethan Wate. ¿Qué le pasa a tu boca?

Me hubiera encantado saberlo.

Cuando salimos y nos montamos en el coche de Link, su viejo Cacharro, me volví para echar un último vistazo a Wate's Landing. No sé por qué. Amma estaba en la ventana, enmarcada entre las cortinas, observando cómo me alejaba. Y si no la conociera tan bien como la conocía, habría jurado que estaba llorando.

7 DE SEPTIEMBRE
Chicas mortales

C
ostaba imaginar, al pasar por Dove Street, que nuestra pequeña ciudad hubiera sido alguna vez de otro color que marrón. La hierba parecía una tostada quemada antes de raspar las partes negras. El Cacharro era prácticamente la única cosa que no había cambiado. Por una vez, Link conducía a la velocidad marcada, aunque sólo fuera porque quería comprobar lo que había quedado del jardín delantero de nuestros vecinos.

—Tío, mira las azaleas de la señora Asher. El sol es tan fuerte que se han puesto negras.

Link tenía razón sobre el calor. De acuerdo con el Almanaque del Granjero y con las Hermanas, que eran el almanaque viviente de Gatlin, no había hecho este calor en el condado de Gatlin desde 1942. Pero no era el sol el que había arrasado las azaleas de la señora Asher.

—No están quemadas. Están cubiertas de cigarrones.

Link bajó la ventana para observarlas mejor.

—Ni hablar.

Los saltamontes habían aparecido en oleadas tres semanas después de que Lena Cristalizara, y dos semanas después de que nos cayera encima la peor ola de calor en setenta años. Los cigarrones no eran los típicos saltamontes verdes como los que Amma encontraba en la cocina de vez en cuando. Los cigarrones eran negros, con una curiosa mancha amarilla que recorría su caparazón, y viajaban en bandadas. Eran como langostas, devorando cada centímetro verde de la ciudad, incluyendo General Green. La estatua del general Jubal A. Early se erguía en medio de un parterre marrón de césped muerto, con la espada en su mano cubierta por un oscuro ejército de insectos.

Link aceleró levemente.

—Es asqueroso. Mi madre piensa que son una de las plagas del Apocalipsis. Está esperando a que aparezcan las ranas y a que el agua se vuelva roja.

Por una vez no pude culpar a la señora Lincoln. En un pueblo cimentado sobre la religión y la superstición a partes iguales, era difícil ignorar una plaga de saltamontes de la que no existían precedentes descendiendo sobre Gatlin como una nube negra. Cada día parecía como si fuera a ser el Final de los Días. Y no estaba dispuesto a llamar a la puerta de la señora Lincoln para explicarle que todo eso se debía seguramente a que mi novia Caster había escindido la luna en dos y alterado el Orden de las Cosas. Bastante nos estaba costando ya convencer a la madre de Link de que el nuevo físico de su hijo no era el resultado del consumo de esferoides. Ya había tenido que acudir a la consulta del doctor dos veces este mes.

Cuando llegamos al aparcamiento, Lena ya estaba allí, y algo más había cambiado. Ya no conducía el Fastback de Larkin. Estaba de pie junto al coche fúnebre de Macon, vestida con una camiseta de U2 con la palabra Guerra escrita en el pecho, una falda gris y sus viejas Converse negras. Había tinta fresca de rotulador en sus dedos. Era absurdo cómo un coche fúnebre y un par de zapatillas podían levantar el ánimo a un chico.

Por mi cabeza pasaron un millón de pensamientos. Que cuando ella me miraba era como si no existiera nadie más en el mundo. Que cuando yo la miraba, notaba cada detalle en ella mientras que el resto del mundo se desvanecía. Que sólo era yo mismo cuando estábamos juntos.

Era imposible expresarlo con palabras, e incluso aunque pudiera, no estaba seguro que las palabras fueran las adecuadas. Pero no necesitaba hacerlo, porque Lena y yo nunca teníamos que decirnos las cosas que sentíamos. Podíamos pensarlas y nuestro lenguaje kelting hacía el resto.

Hola.

¿Por qué has tardado tanto?

Salté del asiento del pasajero, la espalda de mi camiseta empapada de sudor. Link parecía inmune al calor, otra ventaja de ser medio Íncubo. Me deslicé en los brazos de Lena y respiré su olor.

Limones y romero. El aroma que había seguido a través de los pasillos del Jackson antes de verla por primera vez. El aroma que nunca se había desvanecido, incluso cuando caminó hacia la oscuridad, lejos de mí.

Me incliné con cuidado para besarla sin rozar otra parte de su cuerpo. Últimamente cuanto más nos tocábamos, más me costaba respirar. Los efectos físicos de tocarla se habían intensificado, y aunque trataba de disimular, ella lo sabía.

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