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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (33 page)

—¿Os parece mejor ser quemados en la hoguera? —inquirió Ukmadorian—. Sabéis bien lo que les sucede a los herejes capturados por el Dominio.

—No arderemos en ninguna hoguera —respondió Ravenna—. Eso sólo nos sucedería si no supiésemos cómo ocultar nuestra identidad ni emplear nuestra magia.

Ukmadorian se reclinó en la silla y nos observó con fríos ojos. —Si os vais, será sin vuestra magia. No abandonaréis la isla a menos que cedáis hasta el último vestigio de vuestro poder.—¡Imbécil! —exclamó Ravenna estallando en carcajadas que no contenían ninguna alegría—. ¿Aún crees que puedes concretar una sola de todas tus amenazas? ¿Expulsar la magia de Cathan? Sólo lo conseguirías matándolo. Sólo que nunca lo harás, porque antes te mataría yo a ti,
tío
.

Sus ojos brillaban de furia y podía ver un campo mágico crujiendo cada vez que ella se movía.

—¿Estás amenazándome, Ravenna? Puedo convocar a todo el personal de la Ciudadela para reduciros a ambos, y lo haré si no os disculpáis, retiráis lo dicho y os rendís.

Entonces ella renovó su ataque al rector sin preocuparse por sus posibles consecuencias.

—¿De verdad piensas que puedes hacer tal cosa? Si salimos al mundo, podemos ser de alguna utilidad para la herejía. Pero eso se opone a tus preciosos planes, así que si no puedes utilizarnos, nadie lo hará. ¿Acaso los herederos de Carausius no son ahora más que ancianos mezquinos? Se aferran a lo que tienen y son demasiado cautos para hacer algo más que jugar a la política de poder del Dominio. Si Cathan se lo cuenta al emperador, ¿supondría eso alguna diferencia para ti? Tenemos vidas que vivir, Ukmadorian, y no vamos a pasarlas aquí. Partiremos mañana en el
Estrella Sombría
con nuestros poderes intactos, y no conseguirás detenernos.

Ukmadorian abrió la boca para decir algo medio levantado de la silla, con el rostro colorado de ira y, al parecer, a punto de atacarnos físicamente.

Entonces, de repente, su furia desapareció y se desplomó sobre la silla macilento, derrotado, y con el aspecto de haber envejecido diez años.

—Entonces marchaos —fue todo cuanto dijo, a media voz y con tono malévolo.

Le dimos la espalda sin volver a mirarlo y caminamos hacia la puerta. Habíamos dado unos pocos pasos cuando Ravenna me rodeó los hombros con uno de sus brazos deliberadamente. Ignoro qué expresión adquirió el rostro de Ukmadorian.

Cerramos la puerta y avanzamos por el pasillo. Al llegar al final Ravenna me pidió que esperase y volvió sobre sus pasos. Regresó un momento más tarde.

—No se ha movido —me comentó con cierta satisfacción.—¿Por qué se colapsó de ese modo? —pregunté mientras nos dirigíamos a los accesos principales. Fuera, sobre el césped del campo de ejercicios, había una fogata alrededor de la cual se celebraba la fiesta de despedida.

—Perdió la voluntad de mantenerse firme ante nosotros —me respondió Ravenna—. Ya le ha sucedido muchas veces: así fue como logré abordar la nave que te atacó. Él no deseaba que yo viajase, pero mantuve mi posición y al final se rindió.

—¿Intentará detenernos?

—No —aseguró—. Y si lo intenta, estaremos esperándolo. —¿Qué sucederá con Chlamas y los demás?

—Ellos no se opondrán si Ukmadorian no lo hace. Y ahora, ¿por qué no nos relajamos y disfrutamos de la fiesta? He pasado casi dos años en la isla y ésta será mi última noche aquí.

—Oí que servirían sus mejores vinos. —Eso espero. Lo hicieron el año pasado.

Nos detuvimos en la salida al campo y ella me miró con su típica expresión severa e indescifrable. Su cabeza estaba ligeramente inclinada hacia un lado.

—Gracias, Cathan. He sido para ti una compañía horrible y lo lamento. Pero tú parecías disfrutar discutiendo conmigo cuando cogíamos el ritmo.

Esa frase sería lo único parecido a una disculpa que obtendría de ella. Pese a eso, ya no sentía hacia Ravenna ningún rencor y comprobé que ella y Palatina estaban en lo cierto. Yo había
disfrutado
peleando verbalmente con ella durante los últimos meses... Y ya no la odiaba en absoluto.

La fiesta estaba en pleno apogeo al ritmo de las melodías de un grupo de trovadores del Archipiélago, contratado en alguna de las islas (herejes) cercanas. Había antorchas en los troncos de todos los árboles del perímetro del campo y linternas colgando de cada uno de los postes y muros de la Ciudadela. La amplia pista de baile había sido ubicada a la derecha de la gran fogata y, a su izquierda, se había dispuesto la mesa con los vinos.

Avanzamos hacia las bebidas
5
, luego fuimos en busca de Palatina.

No fue difícil encontrarla, incluso bajo la intermitente luz de las antorchas logramos distinguir la corpulenta silueta de Laeas al otro lado de la fogata. Y, por lo general, donde estaba Laeas estaban Palatina, Mikas y Ghanthi. Casi todas las amistades de Palatina eran hombres, aunque ninguno de nosotros pasó a ser en ningún momento algo más que amigo.

Nos vieron llegar y, contraviniendo lo que aconsejaba mi pudor, nos vitorearon a toda voz. No sabía bien si lo hacían porque habíamos vencido a Ukmadorian, aunque, por supuesto, todavía no podían saberlo, o debido a que, por una vez, Ravenna y yo no estábamos discutiendo.

—¿Lo habéis conseguido? —interrogó Palatina dando un paso adelante con una amplia sonrisa.

—¡Partiremos mañana!

Ghanthi golpeó el aire con un puño y Laeas lanzó una demente carcajada. Mikas alzó su copa de vino.

—Un brindis. ¡Por Cathan y Ravenna!

Brindaron por nosotros alegre y bulliciosamente en medio del calor de la fiesta. Entonces olvidamos todas la formalidades, dejamos de pensar en el Dominio y en todo lo demás y disfrutamos de nuestra compañía. Palatina tenía un excelente aspecto y no conservaba la menor señal de su terrible caída por el acantilado, ocurrida sólo una semana antes. Tampoco mencionó su pretensión de ser la joven que, hasta unos meses atrás, había constituido la más brillante esperanza de Thetia. Laeas pasó una hora entera aconsejando a Ghanthi para que se atreviese a sacar a bailar a una chica de la fiesta. El propio Ghanthi bailó con tantas parejas como Palatina. Considerando que ella había bailado con casi todos los hombres presentes, el de Ghanthi no era un mal porcentaje. En comparación, yo resulté poco afortunado, aunque me sentí radiante de felicidad compartiendo la última tarde junto a mis amigos. (Laeas, Mikas y Persea partirían en un buque diferente con destino a la capital del Archipiélago en Qalathar y que luego conduciría a Mikas hasta Cambress.) Bajo circunstancias normales, podían pasar años antes de que volviésemos a vernos, si es que alguna vez sucedía tal cosa, pero la decisión de Palatina de rechazar el control del Dominio exigía algo distinto. Con suerte, nos reencontraríamos en el lapso de un par de años.

Bailé con Persea y con otras chicas que conocía, así como con Ravenna. Ella bailaba mucho mejor que yo; pese a la rapidez de mis pies, la falta de coordinación con la música hacía de mí un caso perdido. Por fortuna, Ravenna era lo suficientemente buena para que siguiese sus pasos sin que se notase mi torpeza, y todos nos lamentamos cuando terminó el baile.

La velada transcurrió en un clima general de cordialidad. Darius y yo, que nunca nos habíamos llevado demasiado bien, brindamos el uno por el otro y nos comprometimos a olvidar cualquier animosidad. Pasé la mayor parte del tiempo conversando con Palatina y los demás, más que nada acerca de las experiencias que habíamos vivido en el transcurso del año que llegaba a su fin. Por ejemplo, de aquella ocasión en la que por error atravesé una ventana equivocada, que, en lugar de conducirme a los cuarteles centrales del enemigo, me llevó a una especie de vestuario femenino. O de cuando Mikas atacó con su espada un promontorio rocoso pensando que se trataba de Laeas y partió el arma en el intento. A Laeas no parecía importarle que le hubiese confundido con una roca y se mostró más que satisfecho cuando Ghanthi se atrevió por fin a invitar a la chica a bailar.

Se consumió vino en enormes cantidades, aunque yo no lo hice (ningún poder mágico había conseguido vencer mi pobre resistencia al alcohol). Hacia el final de la fiesta, Laeas cogió uno de los barriles vacíos, un gran barril de madera, lo alzó sobre su cabeza y lo arrojó a la fogata, donde aterrizó, produciendo una espectacular lluvia de chispas en medio del rugido de entusiasmo de la multitud.

Pero todas las cosas buenas acaban y también la fiesta concluyó. Alrededor de las dos de la madrugada, cuando incluso los más resistentes empezaban a sentir los efectos del vino, el personal de la Ciudadela inició una exhibición de fuegos artificiales. Por unos breves instantes, constelaciones de estallidos de colores llenaron el cielo y el ruido de los impetuosos cohetes resonó en nuestros oídos. El espectáculo terminó con una estrella de siete colas que, como un sol de plata, floreció por un momento en la oscuridad de la noche bañándonos con su resplandor.

Y entonces regresamos a la luz de la fogata y las conversaciones llegaron también a su fin.

Al menos para la mayoría.

Yo no sabía con certeza dónde pasaría esa última noche, pero mi sorpresa fue total cuando Ravenna interrumpió mi charla con Palatina y me miró con ojos inquisitivos.

Le di las buenas noches a Palatina, a Laeas y a los otros (a los que pude encontrar, ya que los novicios se habían dispersado por la Ciudadela y por la isla) y me fui a pasear con Ravenna por el borde de la selva, en paralelo a la playa. De forma gradual, la luz del fuego y el sonido de la fiesta se esfumaron detrás de nosotros, reemplazados por la paz nocturna.

Caminamos en silencio y, tras cruzar el primer promontorio, por el que se había caído Palatina, nos dirigimos a la playa, donde nos quitamos las sandalias y anduvimos descalzos por la arena.

La noche poseía ahora una penetrante calma. Era una hermosa noche, bastante parecida a la que siguió a la visión de la cruzada, cuando me refugié en la playa para evitar las pesadillas. Una de las lunas estaba llena, suspendida en el claro cielo inundado de estrellas, e iluminaba la blanca playa y el gris oscuro de las aguas, que adquirían un tono azul fosforescente. La otra luna mostraba un delgado cuarto creciente, a poca altura sobre un horizonte surcado sólo por estrellas, alejada de los brillantes rojos y azules de las nubes de polvo interestelar que cubrían extensas porciones del cielo. Algunas noches, los anillos podían divisarse como una fina línea plateada formando un arco a lo largo del cosmos. Pero esa noche no había ninguno, sólo las lunas.

Nos detuvimos un poco más tarde, tras cruzar una barrera de arena que señalaba el borde de una ensenada, alrededor de la cual había varias palmeras. Pequeñísimas olas se curvaban elegante mente sobre la arena y había aún más paz que antes. Las aguas eran transparentes y podíamos distinguir el fondo gracias a la luz de la luna. Las olas dibujaban en la arena extraños rizos.

—¿Te he dicho lo maravilloso que es nadar durante la noche? —me preguntó Ravenna—. ¿Lo has hecho alguna vez?

—Unas pocas —respondí.

—No es lo mismo si estás solo. —¿Nadamos entonces?

Me despojé de mis ropas y nadé hasta que hubo suficiente profundidad para sumergirme. Sentía tan sólo una calma y una paz increíbles.

A continuación nos sentamos en la arena. Ninguno de los dos deseaba perturbar la intensa sensación de paz y bienestar. Aprecié realmente los motivos por los que ese lugar había sido comparado con el paraíso. Poseía una cualidad rara y preciosa difícil de encontrar en otros sitios: a la soledad y el silencio casi absolutos se sumaba la certeza de que uno no se vería sorprendido por el tronar de ninguna tormenta continental.

—Prometí hace tiempo confesarte por qué al principio me comportaba de ese modo —dijo Ravenna en voz bastante baja. Gracias a un extraño hechizo de la Sombra, su pelo seguía seco y caía con libertad sobre sus hombros, formando una masa ondulada que le enmarcaba el rostro y la sonrisa. No recordaba haberla visto así en muchas ocasiones.

—¿Cuál fue entonces el motivo?

—Hasta el momento en que te conocí estaba muy segura de mí misma. Por algún motivo no pude aceptarlo. Incluso pensar en ti me perturbaba y supuse que se debía a que no confiaba en ti, ya que estabas de parte del Dominio. En la segunda ocasión, aún no estaba segura, así que seguí lanzándote pullas. No comprendí por qué lo hacía hasta la noche del ejercicio en la selva y la prueba de magia. Espero no haberte herido demasiado.

—Si deseas saberlo, te tenía miedo —admití—. Te comportabas como si estuvieses por encima de mí y esa idea quedó fija en mi mente. Con todo, nunca pude comprender por qué seguías insultándome.

Sonrió.

—Así que ambos nos poníamos mutuamente nerviosos. Al menos, no fue uno solo imaginando el ataque del otro.

Se produjo una nueva pausa. Una brisa del céfiro erizó mi piel por un momento, causándome un ligero escalofrío. Pasó en un santiamén y casi no movió las hojas de los árboles en la jungla. Me pregunté si habría algo mágico en la propia isla. ¿O acaso sentía una paz más profunda durante la noche ahora que era un mago de la Sombra?

—Hemos deseado dejar esta isla intensamente —dijo al fin Ravenna—, y no me arrepiento de ello. Pero extrañaremos algunas cosas. Estas playas, la natación, la libertad de recorrer cualquier punto de la isla sin tener que preocuparnos por las tormentas o las tribus de salvajes. Cuando nos vayamos de aquí, no encontraremos ningún sitio similar, no volveremos a vivir esta paz. Quizá en Tehama, pero allí siempre hay nubarrones cerniéndose sobre todo como una cortina perpetua.

—Extrañaré el sentido del espacio —afirmé soñando despierto—. Aquí nos rodea el océano abierto por todos los costados y donde sea que mire el cielo está libre y despejado, incluso sobre la montaña.

—¿Crees que alguna vez volveremos a un sitio semejante? —preguntó con melancolía—. ¿Volveremos a sentir esta calma? Cuando dejemos el Archipiélago volveremos a integrarnos en el mundo exterior y viviremos el peligro constante de ser descubiertos. Y pasarán muchos años antes de que podamos regresar aquí, y eso en caso de que luego nos permitiese partir otra vez.

—Extrañaré esta isla —lamenté—, pero demasiada paz puede resultar aburrida.

—Demasiada paz nunca puede aburrir. El Archipiélago fue una vez un paraíso, cuando aún reinaba la paz en su territorio. La guerra es algo que siempre deberíamos odiar. —Ravenna cerró los ojos—. Después de todo, supongo que esta guerra servirá para algo. —¡Me sorprende escuchar que reniegues de un conflicto! Abrió los ojos de par en par.

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