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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

Hasta luego, y gracias por el pescado (18 page)

Fue una brecha importante.

- Creo que esto da para un artículo - confió el periodista mientras compartía un cigarrillo a través de la cerca de acero -, pero necesita un buen ángulo local. Aquí tengo una pequeña lista de preguntas - prosiguió, rebuscándose torpemente en un bolsillo interior -. Tal vez logre usted convencerle para que las responda rápidamente.

El pequeño taladro volante dijo que haría lo que pudiera y desapareció rechinando.

La respuesta no llegó nunca.

Extrañamente, sin embargo, las preguntas escritas sobre el papel correspondían más o menos exactamente a las que estaban pasando por los macizos circuitos de alta calidad industrial de la mente del robot. Eran las siguientes:

«¿Qué se siente siendo un robot?»

«¿Qué se siente al proceder del espacio exterior?» «¿Qué le parece Boumemouth?»

A la mañana siguiente, temprano, empezaron a recoger cosas y al cabo de unos días estaba claro que el robot se disponía a marcharse para siempre.

- La cuestión es: ¿puedes introducimos a bordo? - preguntó Fenchurch a Ford.

Ford consultó inquieto el reloj.

- Debo ocuparme de unos asuntos graves que tengo pendientes - exclamó.

38

La multitud se agolpaba tan cerca como podía alrededor de la gigantesca nave plateada, que no lo era tanto. El perímetro inmediato estaba vallado y lo patrullaban los pequeños robots volantes de servicio. Apostado en torno a la valla estaba el ejército, que fue absolutamente incapaz de abrir brecha hacia el interior, pero que no estaba dispuesto a que nadie abriera brecha a través de ellos. A su vez, se hallaban rodeados por un cordón policial, aunque la cuestión de si se había formado para proteger al público del ejército o al ejército del público, o para garantizar la inmunidad diplomática de la gigantesca nave y evitar que le pusieran multas de tráfico, no estaba nada clara y era tema de muchas discusiones.

Ahora desmantelaban la cerca del perímetro interior. El ejército se removió inquieto, sin saber cómo debía reaccionar ante el motivo de su estancia allí, que parecía simplemente ser el de levantarse y marcharse.

A mediodía, el gigantesco robot abordó tambaleante la nave, y a las cinco de la tarde no había dado más señales de vida. De las profundidades de la nave se oían muchos ruidos: crujidos, estruendos y la música de un millón de hombres disfunciones; pero la tensa expectación de que era presa la multitud se debía a que, nerviosa, esperaba un gran chasco. Aquel objeto maravilloso y extraordinario había irrumpido en sus vidas y ahora se disponía a marcharse sin ellos.

Dos personas eran especialmente conscientes de dicha sensación. Arthur y Fenchurch escrutaban ansiosamente la multitud, incapaces de localizar a Ford Prefect en parte alguna ni de hallar el menor indicio de que fuera a aparecer por allí.

- ¿Hasta qué punto es digno de confianza? - preguntó Fenchurch en voz baja.

- ¿Hasta qué punto es digno de confianza? - repitió Arthur, soltando una ronca carcajada -. ¿Hasta qué punto es poco profundo el océano? ¿Hasta qué punto es frío el sol?

Cargaban a bordo las últimas piezas de la estructura de transporte del robot, y las pocas secciones que quedaban de la valla se habían colocado al pie de la rampa para cargarlas a continuación. Los soldados que hacían guardia en tomo a la rampa estaban congestionados, se gritaban órdenes de un lado a otro, se celebraban apresuradas conferencias, pero por supuesto, no había nada que hacer.

Desesperados y sin ningún plan, Arthur y Fenchurch avanzaron a empujones entre la multitud, pero como la propia muchedumbre trataba de abrirse paso a través de sí misma, no llegaron a ningún sitio.

Al cabo de unos minutos ya no quedaba nada fuera de la nave, todas las partes de la cerca estaban a bordo. Un par de sierras de calar y un nivel de burbuja volantes hicieron una última comprobación por el emplazamiento, y luego entraron chirriando por la gigantesca escotilla.

Pasaron unos segundos.

Los ruidos del desorden mecánico procedentes del interior cambiaron de intensidad y, poco a poco, pesadamente, la enorme rampa de acero fue elevándose, saliendo del departamento de alimentación de Harrods. La acompañó el ruido de millares de personas, tensas y excitadas, que se sentían completamente ignoradas.

- ¡Un momento! - vociferó un megáfono desde un taxi que se detuvo con un chirrido de ruedas al borde de la bullente multitud. - ¡Se ha producido una importante brecha científica! ¡No, un adelanto! - corrigió el megáfono.

Se abrió la puerta y del taxi saltó un hombre de escasa estatura procedente de las cercanías de Betelgeuse. Llevaba una bata blanca.

- ¡Un momento! - volvió a gritar.

Esta vez blandía un aparato negro, corto y grueso, que emitía señales luminosas. Las luces parpadearon brevemente, la rampa detuvo su ascenso y, obediente a las señales del Pulgar (que la mitad de los ingenieros electrónicos de la Galaxia tratan de interceptar con medios nuevos, mientras la otra mitad constantemente investiga otros para interceptar las señales interceptaras), inició de nuevo su lento descenso.

Ford Prefect cogió el megáfono del interior del taxi y empezó a gritar a la multitud.

- ¡Abran paso! ¡Dejen paso, por favor, se trata de un importante descubrimiento científico! Usted y usted, recojan el equipo del taxi.

Enteramente al azar señaló a Arthur y a Fenchurch, que lucharon por salir de entre la muchedumbre y acudieron prestos al taxi.

- Muy bien ruego que abran paso, por favor, a unas importantes piezas de equipo científico - bramó Ford -. Que todo el mundo mantenga la calma. Todo está controlado, no hay nada que ver. No es más que un importante descubrimiento científico. Mantengan la calma. Es un importante equipo científico. Abran paso.

Ansiosa de nuevas emociones, encantada de verse repentinamente aliviada de la decepción, la entusiasta multitud se replegó y empezó a abrir paso.

Arthur no se sorprendió al ver lo que había impreso en las cajas del importante equipo científico colocadas en la parte posterior del taxi.

- Tápalas con el abrigo - murmuró mientras se las pasaba a Fenchurch. Sacó rápidamente el carro de supermercado que también iba encajado contra el asiento trasero. Resonó al caer al suelo, y entre los dos lo cargaron con las cajas.

- Abran paso, por favor - volvió a gritar Ford -. Todo está bajo adecuado control científico.

- Me dijo que pagarían ustedes - advirtió el taxista a Arthur, que sacó unos billetes y le pagó.

En la distancia se oían sirenas de la policía.

- Muévanse - gritó Ford -, y nadie resultará herido.

La multitud se abría y cerraba a su paso, mientras ellos empujaban y tiraban frenéticamente del resonante carro de supermercado entre los escombros hacia la rampa.

- Esta bien - seguía gritando Ford -. No hay nada que ver, todo ha terminado. En realidad, nada de esto está pasando.

- Disuélvanse, por favor - tronaba un megáfono de la policía a espaldas de la multitud -. Se ha producido una brecha, ¡abran paso!

- ¡Un descubrimiento! - gritó Ford, haciéndole la competencia -. ¡Un descubrimiento científico! - ¡Habla la policía! ¡Abran paso! - ¡Equipo científico! ¡Abran paso! - ¡Policía! ¡Dejen paso!

- ¡Cintas magnetofónicas! - gritó Ford, sacando de los bolsillos media docena de cintas pequeñas y arrojándolas a la multitud.

Los segundos de absoluta confusión que siguieron, les permitieron llevar el carro de supermercado al pie de la rampa y subirlo a la plataforma.

- Aguantad - murmuró Ford.

Accionó un botón del Pulgar Electrónico. Bajo ellos, la enorme rampa se estremeció y, poco a poco, inició su pesada ascensión.

- Bueno, chicos - dijo mientras la multitud cerraba el paso tras ellos e iniciaban con paso vacilante la ascensión de la tambaleante rampa hacia las entrañas de la nave -, parece que lo hemos conseguido.

39

Arthur Dent estaba enfadado porque el ruido del tiroteo le despertaba continuamente.

Con cuidado de no despertar a Fenchurch, que seguía durmiendo a pierna suelta, salió de la escotilla de mantenimiento que habían convertido en una especie de dormitorio, bajó por la escala de acceso y empezó a vagar de mal humor por los pasillos.

Eran claustrofóbicos y estaban mal iluminados. La red del alumbrado emitía un zumbido molesto.

Pero eso no era.

Se detuvo y se echó atrás mientras un taladro pasaba volando a su lado por el oscuro pasillo con un chirrido desagradable, golpeando de cuando en cuando contra las paredes como una abeja despistada.

Eso tampoco era.

Trepó por un escotillón y se encontró en un pasillo más ancho. Al fondo se elevaba un humo acre, de modo que caminó en dirección contraria.

Llegó a un monitor de observación empotrado en la pared tras una placa de plástico duro pero muy arañado.

- ¿Quieres bajarlo, por favor? - pidió a Ford Prefect.

El natural de Betelgeuse estaba en cuclillas frente al monitor en medio de un montón de cintas y aparatos de vídeo que había cogido de un escaparate de Tottenham Court Road previo lanzamiento de un ladrillo de reducidas dimensiones, así como de un desagradable amasijo de latas de cerveza vacías.

- ¡Chsss! - siseó Ford, mirando con frenética atención la pantalla. Estaba viendo Los siete magníficos.

- Sólo un poco - insistió Arthur.

- ¡No! - gritó Ford -. ¡Ahora viene lo bueno! ¡Escucha, por fin he logrado resolverlo todo, niveles de voltaje, línea de conversión, todo, y ahora viene lo bueno!

Suspirando y con dolor de cabeza, Arthur se sentó a su lado y vio la parte buena. Escuchó tan plácidamente como pudo los gritos e interjecciones de Ford.

- Ford - dijo al fin, cuando terminó la película y Ford estaba buscando Casablanca entre un montón de cintas -, ¿qué te parece si...?

- Esta es la fenómena - repuso Ford -. Por ella es por la que he vuelto. ¿Te das cuenta de que nunca la he visto entera? Siempre me he perdido el final. Volví a ver la mitad la noche antes de la llegada de los vogones. Cuando demolieron la Tierra pensé que nunca volvería a verla. Oye, a propósito, ¿qué paso con todo eso?

- La vida - explicó Arthur, cogiendo una cerveza de un paquete de seis.

- Ya estamos otra vez con lo mismo. Pensé que sería algo así. Prefiero esto - indicó cuando el bar de Rick salió en la pantalla -. ¿Qué te parece si qué?

- ¿Qué?

- Habías empezado a decir: «¿Qué te parece si...?»

- ¿Qué te parece si te pones tan grosero con lo de la Tierra, que tu... ; bueno, olvídalo, vamos a ver la película.

- Exactamente - apostilló Ford.

40

Queda poco por decir.

Más allá de lo que se conocía como los Infinitos Campos Luminosos de Flanux hasta que los Grises Feudos Vinculantes de Saxaquine se descubrieron tras ellos, se hallan los Grises Feudos Vinculantes de Saxaquine.

En el interior de los Grises Feudos Vinculantes de Saxaquine se encuentra la estrella Zarss, en tomo a cuya órbita gira el planeta Preliumtarn, donde está la tierra de Sevorbeupstry, y allí fue donde Arthur y Fenchurch llegaron al fin, un poco cansados del viaje.

Y en el país de Sevorbeupstry llegaron a la Gran Llanura Roja de Rars, que limita al sur con la sierra de Quentulus Quazgar, en cuyo extremo más apartado, según las últimas palabras de Prak, encontrarían el Mensaje Final de Dios a Su Creación escrito en letras de nueve metros de altura.

Según Prak, si es que la memoria de Arthur le hacía justicia, el lugar estaba guardado por el Lajestic Vantrashell de Lob, lo que, en cierto modo, resultó ser así. Era un hombrecillo con un extraño sombrero que les vendió una entrada.

- Sigan a la izquierda, por favor, sigan a la izquierda - les dijo, pasando deprisa delante de ellos con un pequeño scooter.

Comprendieron que no eran los primeros en hollar aquel camino, pues el sendero que conducía a la izquierda de la Gran Llanura estaba muy gastado y salpicado de casetas. En una compraron una caja de dulces horneados en una cueva de la montaña alimentada por el fuego de las letras que formaban el Mensaje Final de Dios a Su Creación. En otra compraron unas postales. Las letras se habían oscurecido con un aerógrafo «¡para no estropear la Gran Sorpresa!», según se afirmaba en el reverso.

- ¿Sabe usted qué dice el Mensaje? - preguntaron a la marchita anciana de la caseta.

- ¡Pues claro! - trinó alegremente la anciana -. ¡No faltaba más!

Les hizo señas de que siguieran.

Cada treinta y cinco kilómetros más o menos había una pequeña cabaña de piedra con duchas e instalaciones sanitarias, pero el camino era duro y el sol pegaba fuerte en la Gran Llanura Roja, de la que se levantaban ondas de calor.

- ¿Se pueden alquilar unos de esos pequeños scooters? - preguntó Arthur en una de las casetas más grandes -. Como la que tiene Lajestic Ventraloquesea.

- Los scooters no son para los devotos - dijo la menuda señora que atendía el puesto de helados.

- Bueno, entonces es muy fácil - repuso Fenchurch -. Nosotros no somos muy devotos. Sólo nos interesa ver.

- En ese caso, deben dar la vuelta ahora - replicó severa la menuda señora.

Cuando dudaron, les vendió un par de sombreros del Mensaje Final y una instantánea que les habían hecho estrechamente abrazados en la Gran Llanura Roja de Rars.

Bebieron unos refrescos a la sombra de la caseta y luego prosiguieron la penosa marcha bajo el sol.

- Quedan pocos puestos de helados - observó Fenchurch tras unos cuantos kilómetros más -. Podemos seguir hasta la siguiente caseta, o volver a la anterior, que está más cerca; pero eso significa que tendremos que volver a recorrer el mismo camino.

Observaron la distante mancha negra que parpadeaba en la colina; miraron a su espalda. Decidieron seguir adelante.

Entonces descubrieron que no sólo no eran los primeros que hollaban aquel camino, sino que no eran los únicos que lo hacían.

Un poco más adelante una figura de andares torpes se arrastraba miserablemente por el camino, tambaleándose, medio cojeando, casi reptando.

Avanzaba tan despacio que no tardaron mucho en alcanzar a la criatura, que era de metal gastado, abollado y retorcido.

Les gruñó cuando se aproximaban, derrumbándose en el seco polvo ardiente.

- Tanto tiempo - gimió - tanto tiempo. Y dolor también, tanta pena, y tanto tiempo para sufrirlo. Quizá pudiese aguantar uno u otra, aparte. Pero ambas cosas a la vez, me matan. ¡Vaya, tú otra vez! ¡Hola!

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