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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (246 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡Vieja arpía! —exclamó Ron con repugnancia cuando se detuvieron frente al retrato de la Señora Gorda, que dormía apaciblemente con la cabeza apoyada en el marco—. ¡Está enferma! ¡Díselo a McGonagall, haz algo!

—No —repuso Harry tajantemente—. No quiero darle la satisfacción de descubrir que me ha afectado.

—¿Que te ha afectado? ¡No puedes dejar que se salga con la suya!

—No sé hasta qué punto la profesora McGonagall tiene poder sobre ella.

—¡Pues a Dumbledore! ¡Díselo a Dumbledore!

—No —dijo Harry por toda respuesta.

—¿Por qué no?

—Él ya tiene bastantes preocupaciones —contestó, pero ése no era el verdadero motivo. No pensaba ir a pedir ayuda a Dumbledore porque éste no había hablado con él ni una sola vez desde el mes de junio.

—Mira, yo creo que deberías… —empezó Ron, pero entonces lo interrumpió la Señora Gorda, que había estado observándolos, adormilada, y en ese momento les espetó:

—¿Vais a decirme la contraseña o tendré que pasarme toda la noche despierta esperando a que terminéis vuestra conversación?

El viernes amaneció sombrío y húmedo, como todos los días de la semana. Cuando entró en el Gran Comedor, Harry miró automáticamente hacia la mesa de los profesores, pero sin ninguna esperanza de encontrar a Hagrid allí, y enseguida se concentró en otros problemas más acuciantes, como la montaña de deberes que tenía que hacer y la perspectiva de otro castigo más con la profesora Umbridge.

Aquel día hubo dos cosas que animaron un poco a Harry. Una era la idea de que se acercaba el fin de semana; la otra era que, pese a lo desagradable que sin duda alguna sería su último día de castigo, desde la ventana del despacho de la profesora Umbridge se veía el campo de
quidditch
, y con un poco de suerte podría observar las pruebas de Ron. Los rayos de luz eran verdaderamente débiles, pero Harry agradecía cualquier cosa que pudiera iluminar un poco la oscuridad que lo envolvía; nunca había pasado una primera semana de curso peor.

Aquella tarde, a las cinco en punto, llamó a la puerta del despacho de la profesora Umbridge deseando que fuera la última vez, y recibió la orden de entrar. La hoja de pergamino en blanco lo esperaba sobre la mesa cubierta con el tapete de encaje, así como la afilada pluma negra, que estaba a un lado.

—Ya sabe lo que tiene que hacer, Potter —le indicó la profesora Umbridge sonriendo con amabilidad.

Harry cogió la pluma y echó un vistazo por la ventana. Si movía la silla un par de centímetros hacia la derecha con la excusa de acercarse más a la mesa, lo conseguiría. A lo lejos veía al equipo de
quidditch
de Gryffindor volando por el campo, mientras una media docena de figuras negras esperaban de pie, junto a los tres altos postes de gol, aguardando seguramente su turno para hacer de guardianes. Desde aquella distancia era imposible saber cuál de aquellas figuras era Ron.

«No debo decir mentiras», escribió Harry. A continuación, el corte se abrió en el dorso de su mano derecha y empezó a sangrar de nuevo.

«No debo decir mentiras.» El corte se hizo más profundo y le produjo dolor y escozor.

«No debo decir mentiras.» La sangre empezó a resbalar por su muñeca.

Se arriesgó a mirar una vez más por la ventana. El que defendía los postes de gol en ese momento estaba haciéndolo muy mal. Katie Bell marcó dos veces en los pocos segundos que Harry se atrevió a echar un vistazo. Con la esperanza de que aquel guardián no fuera Ron, volvió a bajar la vista hacia el pergamino, salpicado de sangre.

«No debo decir mentiras.»

«No debo decir mentiras.»

Harry levantaba la cabeza cada vez que creía que no corría peligro si lo hacía: cuando oía el rasgueo de la pluma de la profesora Umbridge o que un cajón de la mesa se abría. La tercera persona que hizo la prueba era bastante buena, la cuarta era malísima, y la quinta esquivó una
bludger
con una habilidad excepcional, pero luego falló en una parada fácil. El cielo se estaba oscureciendo y Harry dudaba que pudiera ver la actuación del sexto y del séptimo aspirantes.

«No debo decir mentiras.»

«No debo decir mentiras.»

En ese momento el pergamino estaba cubierto de relucientes gotas de la sangre que le caía de la mano, que le dolía muchísimo. Cuando volvió a levantar la cabeza ya era de noche y no se distinguía el campo de
quidditch
.

—Vamos a ver si ya ha captado el mensaje —propuso la profesora Umbridge con voz suave media hora más tarde.

Se dirigió hacia Harry extendiendo los cortos y ensortijados dedos para agarrarle el brazo y entonces, cuando lo sujetó para examinar las palabras grabadas en su piel, el chico notó un intenso dolor, pero no en el dorso de la mano sino en la cicatriz de la frente. Al mismo tiempo tuvo una sensación muy extraña a la altura del estómago.

Dio un tirón para soltarse y se puso en pie de un brinco, mirando fijamente a la profesora Umbridge. Ella lo miró también a los ojos, forzando aquella ancha y blanda sonrisa.

—Ya lo sé. Duele, ¿verdad? —comentó con su empalagosa voz. Harry no contestó. El corazón le latía muy deprisa y con violencia. ¿Se refería la profesora a su mano o sabía lo que acababa de notar en la frente?—. Bueno, creo que ya me ha comprendido, Potter. Puede marcharse.

Harry cogió su mochila y salió del despacho tan deprisa como pudo.

«Serénate —se dijo mientras corría escaleras arriba—. Serénate, no tiene por qué significar lo que crees que significa…»


¡Mimbulus mimbletonia!
—dijo, jadeando, al llegar al retrato de la Señora Gorda, que se abrió una vez más.

Lo recibió un fuerte estruendo. Ron fue corriendo hacia él, sonriente y derramándose sobre la túnica la cerveza de mantequilla que tenía en la copa que llevaba.

—¡Lo he conseguido, Harry! ¡Me han elegido! ¡Soy guardián!

—¿Qué? ¡Oh, es fabuloso! —exclamó Harry intentando sonreír con naturalidad mientras el corazón seguía latiéndole a toda velocidad y la mano le dolía y le sangraba.

—Tómate una cerveza de mantequilla. —Ron le puso una botella en la mano—. No puedo creerlo. ¿Dónde se ha metido Hermione?

—Está allí —dijo Fred, que también estaba tomando la misma clase de cerveza, y señaló una butaca junto al fuego. Hermione estaba dormitando en ella con la copa peligrosamente inclinada en una mano.

—Bueno, cuando le he dado la noticia me ha parecido que se ponía contenta —comentó Ron, que parecía un tanto decepcionado.

—Déjala dormir —se apresuró a decir George. Harry tardó un momento en darse cuenta de que unos cuantos alumnos de primer año, de los que había a su alrededor, tenían señales de haber sangrado por la nariz hacía poco tiempo.

—Ven aquí, Ron, a ver si te queda bien la vieja túnica do Oliver —dijo Katie Bell—. Podemos quitar su nombre y poner el tuyo…

Cuando Ron se separó de Harry, Angelina se le acercó con aire resuelto.

—Lo siento, ya sé que he estado un poco antipática contigo, Potter —se disculpó con brusquedad—. Es que esto de dirigir el equipo es muy estresante, ¿sabes? Empiezo a pensar que a veces no era del todo justa con Wood. —La chica observó a Ron por encima del borde de su copa, con el entrecejo ligeramente fruncido—. Mira, ya sé que es tu mejor amigo, pero está un poco verde —añadió sin andarse con rodeos—. Sin embargo, creo que con un poco de entrenamiento mejorará. Procede de una familia de buenos jugadores de
quidditch
. Si he de serte sincera, cuento con que demuestre tener algo más de talento del que ha demostrado hoy. Vicky Frobisher y Geoffrey Hooper han volado mejor que él esta noche, pero Hooper es un quejica, siempre está protestando por algo, y Vicky pertenece a un montón de asociaciones. Ella misma reconoció que sus reuniones del Club de Encantamientos serían prioritarias si coincidían con los entrenamientos. En fin, mañana a las dos en punto tenemos una sesión de prácticas; espero que no falten esta vez. Y hazme un favor: ayuda todo lo que puedas a Ron.

Harry asintió con la cabeza y Angelina volvió a reunirse con Alicia Spinnet. Harry fue a sentarse junto a Hermione, que se despertó sobresaltada cuando él dejó su mochila en el suelo.

—¡Ah, eres tú, Harry! Qué bien que hayan elegido a Ron, ¿verdad? —dijo con cara de sueño—. Estoy ta-ta-tan cansada —bostezó—. Anoche estuve levantada hasta la una tejiendo más gorros. ¡Desaparecen a una velocidad increíble!

Y, en efecto, Harry vio que había gorros de lana escondidos por toda la habitación, en lugares donde los elfos desprevenidos podrían encontrarlos por casualidad.

—Genial —comentó Harry, distraído; si no se lo contaba a alguien pronto, estallaría—. Oye, Hermione, estaba en el despacho de Umbridge y me ha tocado el brazo…

Hermione lo escuchó atentamente. Cuando su amigo terminó el relato, le preguntó, hablando despacio:

—¿Temes que Quien-tú-sabes esté controlándola como controlaba a Quirrell?

—Bueno —contestó Harry, bajando la voz—, es una posibilidad, ¿no?

—Supongo que sí —respondió Hermione, aunque no parecía convencida—. Pero no creo que pueda poseerla como a Quirrell. No sé, ahora está vivito y coleando, ¿no es así?, tiene su propio cuerpo y no necesita compartir el de otra persona. Supongo que podría haberle echado una maldición
Imperius
, desde luego… —Harry se quedó un momento mirando cómo Fred, George y Lee Jordan hacían malabarismos con unas botellas de cerveza de mantequilla vacías. Entonces Hermione añadió—: Pero el año pasado te dolía la cicatriz sin que nadie te tocara y Dumbledore dijo que eso tenía que ver con lo que Quien-tú-sabes sentía en aquel momento, ¿verdad? O sea, que lo que te ocurre ahora quizá no tenga nada que ver con la profesora Umbridge. Quizá no sea más que una casualidad que ocurriera mientras estabas con ella.

—Es cruel —se limitó a decir Harry—. Y retorcida.

—Es horrible, eso es verdad, pero…, Harry, creo que deberías contarle a Dumbledore que te ha dolido la cicatriz.

Era la segunda vez en dos días que le aconsejaban que fuera a ver a Dumbledore, y la respuesta que le dio a Hermione fue la misma que le había dado a Ron.

—No quiero molestarlo con tonterías. Como ya has dicho, no tiene tanta importancia. Me ha dolido todo el verano, y esta noche quizá me haya dolido un poco más, sólo eso…

—Harry, estoy segura de que a Dumbledore no le importaría que lo molestaras por una cosa así…

—Sí —explotó Harry sin poder contenerse—, eso es lo único que a Dumbledore le importa de mí, mi cicatriz.

—¡No digas eso! ¡No es verdad!

—Creo que escribiré a Sirius y se lo contaré, a ver qué opina él…

—¡No puedes poner una cosa así por escrito, Harry! —exclamó Hermione, alarmada—. ¿No recuerdas que Moody nos dijo que tuviéramos mucho cuidado con lo que escribíamos en nuestras cartas? ¡No podemos estar seguros de que no intercepten nuestras lechuzas!

—¡De acuerdo, de acuerdo, no se lo contaré! —repuso Harry, enfadado. Luego se levantó y dijo—: Me voy a la cama. Díselo a Ron, ¿quieres?

—¡Ah, ni hablar! —replicó Hermione con alivio—, si tú te vas, yo también puedo irme sin parecer maleducada. Estoy agotada y mañana quiero hacer unos cuantos gorros más. Mira, si quieres puedes ayudarme, es muy divertido. Ya he mejorado y puedo hacer dibujos, borlas y todo tipo de adornos.

Harry la miró y vio que estaba muy contenta, así que intentó fingir que su ofrecimiento lo tentaba.

—Esto…, no, no creo que te ayude, gracias —balbuceó—. Humm… Mañana no, tengo un montón de deberes por hacer…

Y fue hacia la escalera de los dormitorios de los chicos dejándola un tanto decepcionada.

14
Percy y Canuto

Al día siguiente, Harry fue el primero que despertó en el dormitorio. Se quedó un momento tumbado y contempló el polvo que se arremolinaba en un rayo de sol que entraba por el espacio que había entre las cortinas de su cama adoselada, saboreando la idea de que era sábado. La primera semana del curso había sido interminable, como una gigantesca lección de Historia de la Magia.

A juzgar por el silencio que había en la habitación y el inmaculado aspecto de aquel rayo de sol, acababa de amanecer. Harry abrió las cortinas de su cama, se levantó y empezó a vestirse. Lo único que se oía, aparte del lejano piar de los pájaros, era la lenta y profunda respiración de sus compañeros de Gryffindor. Abrió con cuidado su mochila, sacó una hoja de pergamino y una pluma, y bajó a la sala común.

Allí fue derecho hacia su butaca favorita, vieja y mullida, junto al fuego ya apagado, se sentó cómodamente en ella y desenrolló la hoja de pergamino mientras miraba a su alrededor. Los trozos de pergamino arrugados,
gobstones
viejos, tarros vacíos y envoltorios de chucherías que solían cubrir la sala común al final del día, habían desaparecido, así como los gorros de elfo de Hermione. Mientras se preguntaba cuántos elfos habrían conseguido la libertad, tanto si la querían como si no, Harry destapó su tintero, mojó la pluma en él y la dejó suspendida un par de centímetros por encima de la suave y amarillenta superficie del pergamino, muy concentrado… Pero al cabo de un minuto más o menos, se encontró contemplando la chimenea vacía sin saber qué decir.

Ya entendía lo difícil que debía de haber sido para Ron y Hermione escribirle cartas aquel verano. ¿Cómo iba a contarle a Sirius lo que había pasado aquella semana y plantearle las preguntas que se moría por hacer sin proporcionar a unos hipotéticos ladrones de cartas gran cantidad de información que no quería que tuvieran?

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