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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (244 page)

—¿Ya estáis todos? —gritó la profesora Grubbly-Plank cuando hubieron llegado los de Slytherin y los de Gryffindor—. Entonces manos a la obra. ¿Quién puede decirme cómo se llaman estas cosas?

Señaló el montón de ramitas que tenía delante y Hermione levantó una mano. Malfoy, que estaba detrás, sacó los dientes e hizo una imitación de Hermione dando saltitos, ansiosa por contestar a la pregunta. Pansy Parkinson soltó una carcajada que casi de inmediato se convirtió en un grito, pues las ramitas que había encima de la mesa brincaron y resultaron ser algo así como diminutos duendecillos hechos de madera, con huesudos brazos y piernas de color marrón, dos delgados dedos en los extremos de cada mano y una curiosa cara plana, que parecía de corteza de árbol, en la que relucían un par de ojos de color marrón oscuro.

—¡Oooooh! —exclamaron Parvati y Lavender, lo cual molestó mucho a Harry.

¡Como si Hagrid nunca les hubiera enseñado criaturas impresionantes! Había que admitir que los
gusarajos
no eran nada del otro mundo, pero las salamandras y los
hipogrifos
habían sido muy interesantes, y los
escregutos
de cola explosiva, quizá hasta demasiado interesantes.

—¡Haced el favor de bajar la voz, señoritas! —ordenó la profesora Grubbly-Plank con severidad, y luego esparció un puñado de algo que parecía arroz integral entre aquellos seres hechos de palitos, los cuales inmediatamente se abalanzaron sobre la comida—. A ver, ¿alguien sabe cómo se llaman estas criaturas? ¿Señorita Granger?


Bowtruckles
—dijo Hermione—. Son guardianes de árboles; generalmente viven en los que sirven para hacer varitas.

—Cinco puntos para Gryffindor —replicó la profesora Grubbly-Plank—. Efectivamente, son
bowtruckles
, y como muy bien dice la señorita Granger, generalmente viven en árboles cuya madera se emplea para la fabricación de varitas. ¿Alguien sabría decirme de qué se alimentan?

—De cochinillas —contestó Hermione de inmediato, y entonces Harry entendió por qué aquello que él había tomado por granos de arroz integral se movía—. Pero también de huevos de hada, si los encuentran.

—Muy bien, anótate cinco puntos más. Bien, siempre que necesitéis hojas o madera de un árbol habitado por un
bowtruckle
, es recomendable tener a mano un puñado de cochinillas para distraerlo o apaciguarlo. Quizá no parezcan peligrosos, pero si los molestáis intentarán sacaros los ojos con los dedos, que, como podéis ver, son muy afilados; por lo tanto, no conviene que se acerquen a nuestros globos oculares. De modo que si queréis aproximaros un poco… Coged un puñado de cochinillas y un
bowtruckle
, hay uno para cada tres, y así podréis examinarlos mejor. Antes de que termine la clase quiero que cada uno de vosotros me entregue un dibujo con todas las partes del cuerpo señaladas.

Los alumnos se acercaron a la mesa de caballete. Harry la rodeó deliberadamente por detrás para colocarse al lado de la profesora Grubbly-Plank.

—¿Dónde está Hagrid? —le preguntó mientras los demás empezaban a elegir sus
bowtruckles
.

—Eso no es asunto tuyo —contestó la profesora, tajante, y Harry recordó que cuando en otra ocasión Hagrid no se había presentado para dar su clase, ella había adoptado la misma actitud.

Draco Malfoy, con una amplia sonrisa de suficiencia en el anguloso rostro, se acercó a Harry y cogió el
bowtruckle
más grande que encontró.

—A lo mejor ese bruto zopenco ha tenido un accidente —sugirió en voz baja para que sólo pudiera oírlo Harry.

—El que va a tener un accidente eres tú como no te calles —replicó Harry sin levantar la voz.

—Quizá se haya metido en un lío con alguien más grande que él; no sé si me entiendes…

Malfoy se alejó, mirando hacia atrás y sonriendo, y de pronto Harry se sintió muy angustiado. ¿Sabía algo Malfoy? Al fin y al cabo, su padre era un
mortífago
; ¿y si tenía alguna información sobre el paradero de Hagrid que todavía no había llegado a oídos de la Orden? Volvió a rodear la mesa y se dirigió hacia Ron y Hermione, que estaban de cuclillas en la hierba, un poco alejados, intentando convencer a un
bowtruckle
de que se estuviera quieto el tiempo necesario para que ellos pudieran dibujarlo. Harry sacó pergamino y pluma, se agachó junto a sus amigos y, con disimulo, les contó lo que acababa de decir Malfoy.

—Si le hubiera ocurrido algo a Hagrid, Dumbledore lo sabría —opinó Hermione—. Si nos mostramos preocupados sólo estaremos poniéndoselo en bandeja a Malfoy; entonces comprenderá que nosotros no sabemos exactamente lo que está pasando. No tenemos que hacerle caso, Harry. Toma, sujeta un momento al
bowtruckle
para que pueda dibujar su cara…

—Sí —oyeron que decía Malfoy arrastrando las palabras; estaba sentado en otro grupo, cerca de ellos—, mi padre habló con el ministro hace un par de días, y según parece el Ministerio está decidido a tomar enérgicas medidas contra la escasa calidad de la educación en este colegio. De modo que, aunque ese tarado gigantesco vuelva a presentarse por aquí, seguramente lo pondrán de patitas en la calle en el acto.


¡AY!

Harry había sujetado tan fuerte al
bowtruckle
que éste casi se había partido, pero como represalia le había hecho un fuerte arañazo en la mano con los afilados dedos, dejándole dos largos y profundos cortes. Harry lo soltó. Crabbe y Goyle, que ya estaban riéndose a carcajadas ante la idea de que despidieran a Hagrid, se rieron con más entusiasmo todavía cuando el
bowtruckle
salió corriendo a toda velocidad hacia el bosque y vieron cómo aquel pequeño individuo se perdía enseguida entre las raíces de los árboles. Cuando la campana repicó por el jardín, Harry enrolló su dibujo del
bowtruckle
, manchado de sangre, y fue hacia Herbología con la mano envuelta en el pañuelo de Hermione. La despectiva risa de Malfoy todavía le resonaba en los oídos.

—Como vuelva a llamar tarado a Hagrid una sola vez… —gruñó Harry.

—Harry, no te vayas a pelear con Malfoy, no olvides que ahora es prefecto, podría hacerte la vida imposible si quisiera…

—Uf, no me imagino cómo debe de ser eso de que te hagan la vida imposible —replicó Harry con sarcasmo.

Ron rió, pero Hermione frunció el entrecejo. Luego siguieron recorriendo juntos los huertos mientras el cielo se mostraba incapaz de decidir si quería que lloviera o no.

—Es que estoy deseando que Hagrid vuelva, nada más —comentó Harry en voz baja cuando llegaron a los invernaderos—. ¡Y no se te ocurra decir que esa Grubbly-Plank es mejor profesora que él! —añadió amenazadoramente.

—No pensaba decirlo —repuso Hermione con serenidad.

—Porque no le llega ni a la suela de los zapatos —agregó Harry con firmeza. Era consciente de que acababa de presenciar una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas ejemplar y estaba muy molesto por ello.

La puerta del invernadero más cercano se abrió y por ella desfilaron unos cuantos alumnos de cuarto curso, entre los que estaba Ginny.

—¡Hola! —los saludó con alegría al pasar a su lado.

Unos segundos más tarde salió Luna Lovegood, un tanto rezagada del resto de la clase, con la nariz manchada de tierra y el cabello recogido en un moño en lo alto de la cabeza. Al ver a Harry, los saltones ojos de Luna se desorbitaron aún más por la emoción y fue derechita hacia él. Muchos compañeros de Harry giraron la cabeza con curiosidad. Luna respiró hondo y, sin saludarlo siquiera con un «Hola», dijo:

—Yo sí creo que El-que-no-debe-ser-nombrado ha regresado y que tú peleaste con él y lograste escapar.

—Va-vale —balbuceó Harry. Luna llevaba unos pendientes que parecían rábanos de color naranja, un detalle en el que también se habían fijado Parvati y Lavender, pues ambas se reían por lo bajo y le señalaban las orejas.

—Podéis reíros —prosiguió Luna elevando la voz; al parecer, pensaba que Parvati y Lavender se reían de lo que acababa de decir y no de los pendientes que llevaba—, pero antes la gente tampoco creía que existieran ni los
blibbers
maravillosos ni los
snorkacks
de cuernos arrugados.

—Ya, y tenían razón, ¿no? —dijo Hermione, impaciente—. Los
blibbers
maravillosos y los
snorkacks
de cuernos arrugados no existen.

Luna le lanzó una mirada fulminante y se alejó indignada, mientras los rabanitos oscilaban con energía en sus orejas. Parvati y Lavender ya no eran las únicas que se desternillaban de risa.

—¿Quieres hacer el favor de no insultar a la única persona que cree en mí? —le dijo Harry a Hermione mientras entraban en la clase.

—Por favor, Harry, tú te mereces algo mejor. Ginny me ha hablado de Luna; por lo visto, sólo cree en cosas de las que no hay pruebas. Bueno, y no me extraña que así sea, siendo la hija del director de
El Quisquilloso.

Harry se acordó de los siniestros caballos alados que había visto la noche de su llegada a Hogwarts, y de que Luna había afirmado que ella también los veía, y se deprimió un poco. ¿Y si Luna le había mentido? Pero antes de que siguiera reflexionando sobre aquel tema, Ernie Macmillan se le había acercado.

—Quiero que sepas, Potter —dijo con una voz fuerte y decidida—, que no te apoyan sólo los bichos raros. Yo te creo sin reservas. Mi familia siempre ha respaldado incondicionalmente a Dumbledore, y yo también.

—Muchas gracias, Ernie —contestó Harry, sorprendido pero también agradecido.

Ernie podía ser pedante en ocasiones como aquélla, pero Harry, dadas las circunstancias, supo apreciar el voto de confianza de alguien que no llevaba rabanitos colgando de las orejas. Al menos las palabras de Ernie le habían borrado la sonrisa de la cara a Lavender Brown, y cuando se dio la vuelta para hablar con Ron y Hermione, Harry vio la expresión de Seamus, que era una mezcla de desconcierto y desafío.

La profesora Sprout empezó la clase sermoneando a sus alumnos sobre la importancia de los
TIMOS
, lo cual no sorprendió a nadie. Harry estaba deseando que los profesores dejaran de referirse a los exámenes; empezaba a notar una desagradable sensación en el estómago cada vez que recordaba la cantidad de deberes que tenía que hacer, una sensación que empeoró notablemente cuando, al finalizar la clase, la profesora Sprout les mandó otra redacción. Así pues, cansados y apestando a estiércol de dragón, el tipo de fertilizante preferido de la profesora Sprout, los de Gryffindor regresaron al castillo. Nadie hablaba mucho ya que había sido un largo día.

Como Harry estaba muerto de hambre y tenía su primer castigo con la profesora Umbridge a las cinco en punto, fue directamente al Gran Comedor sin dejar su mochila en la torre de Gryffindor, con la idea de comer algo antes de enfrentarse a lo que la profesora le tuviera preparado. Sin embargo, cuando acababa de llegar a la puerta, alguien le gritó, con voz potente y enfadada:

—¡Eh, Potter!

—¿Qué pasa ahora? —murmuró él con tono cansino. Al darse la vuelta vio a Angelina Johnson, que parecía de un humor de perros.

—¿Cómo que qué pasa? —replicó ella dirigiéndose hacia él y clavándole el dedo índice en el pecho—. ¿Cómo has permitido que te castiguen el viernes a las cinco?

—¿Qué? ¿Qué…? ¡Ah, sí, las pruebas para elegir al nuevo guardián!

—¡Ahora se acuerda! —rugió Angelina—. ¿Acaso no te dije que quería hacer una prueba con todo el equipo y buscar a alguien que encajara con el resto de los jugadores? ¿No te dije que había reservado el campo de
quidditch
con ese propósito? ¡Y ahora resulta que tú has decidido no ir!

—¡Yo no he decidido nada! —protestó Harry, dolido por la injusticia de aquellas palabras—. La profesora Umbridge me ha castigado por decir la verdad sobre Quien-tú-sabes.

—Pues ya puedes ir a verla y pedirle que te levante el castigo del viernes —dijo Angelina con fiereza—. Y no me importa cómo lo hagas. Si quieres dile que Quien-tú-sabes os producto de tu imaginación, pero ¡quiero verte el viernes en el campo!

Dicho eso, se alejó a grandes zancadas.

—¿Sabéis qué? —les dijo Harry a Ron y a Hermione cuando entraban en el Gran Comedor—. Tendríamos que preguntar al Puddlemere United si Oliver Wood se ha matado en una sesión de entrenamiento, porque tengo la impresión de que su espíritu se ha apoderado del cuerpo de Angelina.

—¿Crees que hay alguna posibilidad de que la profesora Umbridge te levante el castigo del viernes? —preguntó Ron con escepticismo mientras se sentaban a la mesa de Gryffindor.

—Ninguna —contestó Harry con desánimo; se sirvió unas costillas de cordero y empezó a comer—. Pero de todos modos será mejor que lo intente, ¿no? Le propondré cambiar el castigo del viernes por dos días más o algo así, no lo sé… —Tragó un bocado de patata y añadió—: Espero que no me entretenga demasiado esta tarde. ¿Te das cuenta de que tenemos que escribir tres redacciones, practicar los hechizos desvanecedores para McGonagall, trabajar en un contraencantamiento para Flitwick, terminar el dibujo del
bowtruckle
y empezar ese absurdo diario de sueños para Trelawney?

Ron soltó un gemido y miró al techo.

—Y para colmo parece que va a llover.

—¿Qué tiene eso que ver con nuestros deberes? —le preguntó Hermione con las cejas arqueadas.

—Nada —contestó rápidamente Ron, y se le pusieron las orejas coloradas.

A las cinco menos cinco, Harry se despidió de sus amigos y fue hacia el despacho de la profesora Umbridge, en el tercer piso. Llamó a la puerta y ella contestó con un meloso «Pasa, pasa». Harry entró con cautela, mirando a su alrededor.

Harry había visto aquel despacho en la época en que lo habían utilizado cada uno de los tres anteriores profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras. Cuando Gilderoy Lockhart estaba instalado allí, las paredes se hallaban cubiertas de retratos suyos. Cuando lo ocupaba Lupin, se podía encontrar en aquella habitación cualquier fascinante criatura tenebrosa en una jaula o en una cubeta. Y en tiempos del falso Moody, el despacho estaba abarrotado de diversos instrumentos y artefactos para la detección de fechorías y ocultaciones.

En ese momento, sin embargo, estaba completamente irreconocible. Todas las superficies estaban cubiertas con fundas o tapetes de encaje. Había varios jarrones llenos de flores secas sobre su correspondiente tapete, y en una de las paredes colgaba una colección de platos decorativos, en cada uno de los cuales había un gatito de color muy chillón con un lazo diferente en el cuello. Eran tan feos que Harry se quedó mirándolos, petrificado, hasta que la profesora Umbridge volvió a hablar.

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