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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

Harry Flashman (22 page)

BOOK: Harry Flashman
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Dicho lo cual, desapareció mientras yo me quedaba contemplando la puerta boquiabierto de asombro, sintiéndome el tonto más grande del mundo.

9

En realidad, Akbar Khan no regresó al día siguiente ni al cabo de una semana, lo cual me permitió disponer de mucho tiempo para reflexionar y hacer conjeturas. Estaba altamente custodiado en la habitación, pero me encontraba muy a gusto. Me daban muy bien de comer y me permitían hacer un poco de ejercicio en una pequeña galería cerrada, vigilado por dos miembros armados de la tribu de los baruzki. Pero nadie respondía a mis preguntas y exigencias de liberación. Ni siquiera pude averiguar qué estaba ocurriendo en Kabul o qué hacían nuestras tropas... o qué estaba tramando Akbar Khan. 0, lo más importante de todo, por qué razón éste me mantenía prisionero.

Al llegar el octavo día, Akbar Khan regresó muy contento y satisfecho. Tras haber despedido a los guardias y haberse interesado por mis heridas, que ya estaban bastante mejor, me preguntó si había estado bien atendido y después me dijo que, en caso de que yo deseara saber algo, él haría todo lo posible por satisfacer mi curiosidad.

Inmediatamente le comuniqué mis deseos mientras él me escuchaba, acariciándose la barbita negra con una sonrisa en los labios. Al final, me cortó levantando la mano.

—Basta, basta, Flashman
huzoor
. Veo que está usted muy sediento; tenemos que saciar su sed poquito a poco. Ahora siéntese, tome un poco de té y preste atención.

Me senté mientras él paseaba por la estancia con su corpulenta figura envuelta en una túnica de color verde y unos holgados pantalones remetidos en unas botas de montar de caña corta. Observé que era un hombre muy presumido; la túnica estaba adornada con encajes dorados y la camisa que llevaba debajo tenía unos ribetes de plata. Sin embargo, lo que más me impresionó fue la evidente fuerza latente que emanaba de él; era algo que se advertía incluso en su porte, en su ancho tórax, como si estuviera siempre a punto de respirar hondo, y en sus largas y poderosas manos.

—En primer lugar —dijo—, le retengo a usted aquí porque le necesito. El cómo lo verá usted más tarde... hoy no. En segundo lugar, en Kabul todo está muy tranquilo. Los británicos permanecen en su acantonamiento y los afganos disparan contra ellos de vez en cuando y meten mucho ruido. El rey de Afganistán Shah Sujah —aquí sus labios se curvaron en una mueca burlona— está sentado con sus mujeres en el Bala Hissar sin mover ni un dedo y recurre a los británicos para que lo ayuden a luchar contra su levantisco pueblo. Las bandas imperan en Kabul y cada una de ellas está a las órdenes de un cabecilla que piensa que él solito ha conseguido asustar a los británicos. Saquean un poco, violan a algunas mujeres y cometen algunos asesinatos, contra su propio pueblo, no lo olvide, y, de momento, están contentos. Ésta es la situación, bastante satisfactoria, por cierto. Ah, bueno, y después están las tribus de las colinas que se han enterado de la muerte de Sekundar Burnes y de los rumores que corren sobre la presencia en Kabul de Akbar Khan, el hijo del verdadero rey Dost Muhammed, y se están concentrando para bajar a la capital. Aspiran el olor de la guerra y de los pillajes. Ahora, Flashman
huzoor
, ya tiene usted la respuesta a sus preguntas.

Pero lo cierto era que, al responder a media docena de preguntas, había dejado sin respuesta otras cien. Sin embargo, yo necesitaba respuesta a una sola por encima de todas las demás.

—Dice usted que los británicos permanecen en su acantonamiento —repliqué—. Pero, ¿qué me dice del asesinato de Burnes? ¿Acaso no han hecho nada al respecto?

—Pues no, nada en absoluto —me contestó—. Son imprudentes, pues su pasividad se considera una cobardía. Usted y yo sabemos que no son unos cobardes, pero las bandas de Kabul no lo saben y me temo que eso las anime a cometer mayores desmanes de los que han cometido hasta ahora. Pero ya veremos. Eso me lleva a hablarle del propósito de mi visita de hoy... aparte de mi deseo de interesarme por su salud. —Volvió a esbozar aquella sonrisa suya aparentemente burlona que, a pesar de todo, no acababa de desagradarme—. Como usted comprenderá, si satisfago su curiosidad respondiendo a ciertas preguntas es porque yo también tengo preguntas para las que quisiera una respuesta.

—Ya puede empezar —dije con cierto recelo.

—Usted dijo en nuestro primer encuentro o, por lo menos, dio a entender que Elfistan
sahib
y McLoten
sahib
eran... ¿cómo diría?... unos hombres no demasiado inteligentes. ¿Es ésa una opinión ponderada?

—Elphinstone
sahib
y McNaghten
sahib
—contesté— son un maldito par de estúpidos de nacimiento, tal como le diría cualquiera con quien usted hablara en el bazar.

—La gente del bazar no tiene la ventaja de prestar servicio en el estado mayor de Elfistan
sahib
—replicó secamente Akbar—. Por eso doy tanta importancia a su respuesta. Dígame, ¿son dignos de fiar?

Menuda preguntita viniendo de un afgano, pensé, y, por un instante, estuve casi a punto de contestar que eran unos oficiales británicos, ¿qué se había creído? Sin embargo, hablarle de esta manera a Akbar Khan hubiera sido una pérdida de tiempo.

—Sí, son dignos de fiar —contesté.

—¿Uno más que otro? ¿A quién de ellos confiaría usted su caballo, su mujer? Tengo entendido que no tiene hijos.

No tuve que pensarlo demasiado.

—Estoy seguro de que Elphy Bey haría cuanto estuviera en su mano, como un caballero que es —contesté—. Pero probablemente lo que estaría en su mano sería muy poco.

—Gracias, Flashman —me dijo—, es todo lo que necesito saber. Y ahora, lamento tener que interrumpir nuestra interesante charla, pero tengo muchos asuntos que resolver. Volveré y seguiremos hablando.

—Espere un momento —le dije, pues quería saber cuánto tiempo pensaba retenerme y muchas cosas más, pero él me acalló cortésmente con un gesto de la mano y se retiró. Y allí me quedé dos semanas, maldita fuera su estampa, sin más compañía que la de los silenciosos
baruzki
.

No me cabía la menor duda de que lo que me había dicho acerca de la situación de Kabul era verdad, pero no acertaba a comprenderlo. Me parecía absurdo. Un destacado oficial británico había sido asesinado y no se había hecho nada para vengar su muerte. Sin embargo, resultó que eso era justamente lo que había ocurrido. Al enterarse de que el populacho había saqueado la residencia y de que Sekundar había sido cortado en pedazos, el viejo Elphy y McNaghten se habían enojado muchísimo, pero no habían hecho prácticamente nada. Se habían escrito el uno al otro varias notas, preguntándose sobre la conveniencia de efectuar una marcha sobre la ciudad o dirigirse al fuerte de Bala Hissar o disponer el regreso de Sale —que aún estaba atrapado en Gandamack por los
gilzai
— a Kabul. Pero, al final, no hicieron nada y las bandas siguieron campando por sus respetos en Kabul y haciendo lo que les daba la gana, tal como había dicho Akbar Khan, mientras los nuestros permanecían prácticamente bajo asedio en el acantonamiento.

Elphy hubiera podido aplastar a las bandas con enérgicas medidas, pero no lo hizo. Se limitó a retorcerse las manos y a irse a la cama mientras McNaghten le escribía, haciéndole pequeñas sugerencias sobre el avituallamiento del acantonamiento con vistas al invierno. Entre tanto, los habitantes de Kabul, que al principio se habían muerto de miedo al darse cuenta de la monstruosidad que habían cometido asesinando a Burnes, se envalentonaron y empezaron a atacar nuestras avanzadas en las proximidades del acantonamiento y a disparar contra nuestros cuarteles por la noche.

Se hizo un intento, uno sólo, de aplastarlos, pero el muy idiota y antipático del brigadier Shelton lo estropeó todo. Se dirigió con un destacamento a Beyrnaroo y los habitantes de Kabul —que no eran más que un maldito hato de tenderos y mozos de cuadra, no unos auténticos guerreros afganos— los rechazaron a él y a sus tropas y los obligaron a regresar al acantonamiento. Después ya no hubo nada que hacer; la moral de los hombres del acantonamiento se hundió por los suelos y los afganos del campo que habían estado esperando a ver qué ocurría, decidieron que la situación les era favorable y se desplazaron a la ciudad, donde empezaron a provocar tumultos. Todo parecía indicar que, si las bandas y las tribus decidieran poner en serio manos a la obra, podrían abatirse sobre el acantonamiento cuando les diera la gana. Todo eso lo averigüé más tarde, claro. Colin Mackenzie, que fue testigo directo de todo lo que ocurrió, comentó que resultaba patético ver cómo el viejo Elphy vacilaba y cambiaba de idea y McNaghten seguía negándose a creer en la inminencia del desastre. Lo que había empezado como una simple revuelta callejera propiciada por la violencia de las bandas se estaba transformando rápidamente en un levantamiento general, y lo único que se echaba en falta en el bando de los afganos era un dirigente capaz de asumir el mando de la situación. Pero lo que naturalmente ignoraban Elphy, McNaghten y los demás era que semejante dirigente existía y que estaba observando los acontecimientos desde una casa de Kabul, donde de vez en cuando me hacía preguntas a la espera de que se presentara una ocasión más favorable. Tras una pausa de quince días, Akbar Khan, tan cortés y considerado como siempre, me hizo una nueva visita, me habló de esto y de aquello e hizo varias conjeturas sobre distintas cuestiones como, por ejemplo, el plan de acción británico en la India y el ritmo de la marcha de las tropas británicas bajo condiciones meteorológicas adversas. Venía a verme aparentemente para chismorrear, pero me sonsacaba todo lo que podía y yo me dejaba sonsacar. No hubiera podido hacer otra cosa.

Akbar adquirió la costumbre de visitarme a diario hasta que, al final, yo me cansé de pedir mi liberación y de que mis preguntas fueran hábilmente dejadas de lado. Pero la situación no tenía remedio. Lo único que podía hacer era tener paciencia y esperar a ver qué planes había forjado para mí aquel amable e inteligente caballero. De los que había forjado para sí mismo ya me estaba haciendo una idea bastante clara, y los acontecimientos me dieron la razón.

Al final, cuando ya había transcurrido más de un mes del asesinato de Burnes, Akbar me visitó y me anunció mi liberación. Fue tal mi alegría que a punto estuve de darle un beso de gratitud, pues ya estaba harto de aquel encierro, en el que ni siquiera había podido contar con la compañía de una
bint
afgana que me sirviera de distracción. Pero Akbar me miró con la cara muy seria y me dijo que me sentara mientras él me hablaba «en nombre de los caudillos de los Creyentes». Lo acompañaban tres hombres y yo me pregunté si se debía de referir a ellos.

A uno de los tres, su primo Sultan Jan, un tipo muy raro de mirada siniestra y barba bifurcada, ya lo había traído otras veces. Los otros se llamaban Muhammed Din, un hermoso anciano de barba plateada, y Khan Hamet, un tuerto con cara de ladrón de caballos. Los tres permanecieron sentados mientras Akbar hablaba.

—En primer lugar, mi querido amigo Flashman —me dijo Akbar, mirándome con simpatía—, debo decirle que ha sido usted retenido aquí no sólo por su propio bien sino también por el de los suyos. La situación en la que ahora se encuentran ustedes es mala. Ignoro por qué razón, pero Elfistan
sahib
se ha comportado como una débil anciana. Ha permitido que las bandas hicieran de las suyas por todas partes, no ha vengado las muertes de sus servidores, ha condenado a sus hombres al peor destino que puede haber, el de la humillación, manteniéndolos encerrados en los acantonamientos mientras la chusma afgana se burlaba de ellos. Y ahora sus tropas están desmoralizadas y ya no les queda el menor espíritu de combate. —Hizo una pausa para elegir cuidadosamente las palabras y después añadió—: Han perdido su poder y nosotros los afganos queremos librarnos de ellos. Hay quienes dicen que deberíamos matarlos a todos sin piedad... huelga decir que yo no estoy de acuerdo —puntualizó con una sonrisa en los labios—. En primer lugar, porque no sería una tarea tan fácil como parece...

—Nunca es fácil —terció el anciano Muhammed Din—. Esos mismos
feringhees
tomaron el fuerte de Ghuznee; yo los vi, bien lo sabe Dios.

—... y, en segundo, ¿cuál sería el resultado? —prosiguió diciendo Akbar—. La Reina Blanca siempre venga a sus hijos. No, tiene que haber una retirada pacífica de la India; eso es lo que yo preferiría. No soy enemigo de los británicos, pero llevan demasiado tiempo en mi país.

—Uno de ellos lleva un mes de más —dije yo y él se rió de buena gana.

—Usted, Flashman, es un
feringhee
que puede quedarse aquí todo el tiempo que desee —me replicó—. Pero los demás se tienen que ir.

—Vinieron para sentar en el trono a Sujah —dije yo—. No van a dejarlo ahora en la estacada.

—Ya han dado su conformidad —dijo Akbar en un amable susurro—. Yo mismo he negociado los términos de la retirada con McLoten
sahib
.

—¿Ha visto usted a McNaghten?

—En efecto. Los británicos han acordado conmigo y con los jefes de las tribus su marcha de Peshawar en cuanto hayan reunido provisiones para el viaje y levantado el campamento. Se ha acordado que Sujah permanezca en el trono y que ellos dispongan de salvoconductos para atravesar los pasos.

O sea que nos íbamos de Kabul; no me importaba demasiado, pero me preguntaba qué explicaciones darían Elphy y McNaghten a los de Calcuta. Su ignominiosa retirada tras ser expulsados del país por los negros no sería muy bien recibida. Como es natural, el comentario acerca de la permanencia de Sujah en el trono me había llamado especialmente la atención; en cuanto nosotros nos retiráramos, lo cegarían discretamente, lo encerrarían en una fortaleza y se olvidarían de él. Y el hombre que ocuparía su lugar estaba sentado delante de mí, observando cómo me tomaba yo la noticia.

—Bueno pues, qué le vamos a hacer —dije al final—, pero, ¿qué tengo yo que ver con todo eso? Quiero decir que me largare de aquí con los demás, ¿no?

Akbar se inclinó hacia adelante.

—Quizá le he descrito la situación de una forma un tanto simplista. Hay problemas. Por ejemplo, McLoten ha firmado un tratado de retirada no sólo conmigo, sino también con los
gilzai
, los
dourani
, los
kuzzilbashi
y otros... todos como iguales. Ahora bien, cuando los británicos se vayan, todas esas facciones se quedarán, ¿y quién será el jefe?

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